21
Un hacendado en el cielo

El «parque» de las Contades —de hecho una plaza o jardín público— es el centro del Estrasburgo burgués. No es particularmente bonito, y en realidad es bastante feo, aunque tiene algunos árboles y un elegante quiosco de música de hierro forjado de estilo Segundo Imperio. Es un barrio preferido por la población judía, debido a que la sinagoga está en la esquina, y en general está llena de robustas matronas con perros pequeños y niños chillones y enérgicos con gorro. La mayor parte de la arquitectura es estilo Hohenzollern, pero a un lado, junto al bonito pequeño río Aar, hay un buen ejemplo de compañía de seguros-inversión doméstica que merece totalmente el espantoso nombre de condominio. El edificio estaba demasiado caliente, lo que habría provocado en Arlette un malestar aún más acusado de no haber sido el doctor Frederic Ulrich tan sumamente frío.

No tanto su actitud, que era sin duda alguna glacial, pero que no estaba pensada para dejarla a ella helada: siempre era glacial. Físicamente, su mano era la más fría con la que Arlette se había encontrado jamás. Era especialista en aparato digestivo. Gracias a Dios, pensó, no le ocurre nada a mi hígado. Esa helada mano explorando mi estómago sería como el cuchillo de obsidiana ofreciéndome a la Serpiente Emplumada.

No es que Freddy se pareciera a una Serpiente Emplumada: llevaba un austero corte de pelo y un bonito traje azul oscuro de gabardina. Su entorno demostraba una devoción a la escultura tipo Brancusi y los cuadros de Sophie Tauber-Arp. Su voz era baja y suave, y sus modales impecables. Elegante no es la palabra correcta, ya que suena como a Sir Leicester Dedlock. Pero sí, era muy del estilo de Sir Leicester frente a una incitadora radical. La vida imita el arte; ella lo había aprendido de su padre: la fregona de Proust se parecía a la Caridad de Giotto. Él solía leer Dickens a sus hijos, lo cual ella odiaba. Desde entonces ha visto cuántos políticos franceses adoptaban el estilo de oratoria de Mr. Chadband, o cuántos cantantes pop se parecían a Mr. Guppy en el teatro, y ahora, esta atmósfera callada le hizo recordar que Sir Leicester se creía un «considerable hacendado en el cielo».

—Me alegro de tener esta oportunidad. Los dos tienen razón. Que Marie-Line echa de menos, indudablemente, la influencia estabilizadora que una madre debe proporcionar, no lo pondré en duda. Que usted se ponga a arbitrar asuntos de familia de los que no sabe nada está, por decirlo así, abierto a la crítica. Sus motivos son generosos. Creo que no cometo ninguna injusticia si le digo que actuó con demasiada precipitación e imprudencia.

»Como ha penetrado usted, sin saberlo, en una vieja herida que jamás se ha cerrado, puedo decir esto. Mi hermana se comportó de un modo lamentable; la conducta de mi cuñado forzó el respeto que le tengo.

»Marie-Line —al ver que ella no decía nada— se parece mucho a su madre. La ansiedad de su padre respecto a ella debería ser comprensible. Esa ansiedad se traduce en una especie de defensa agresiva. Dada mi situación, no me permitiré criticar su actitud, que tiene su origen en una dolorosa herida emocional. Sin embargo, puedo expresar mis disculpas, con ánimo de que usted comprenda, por una respuesta demasiado apresurada al brusco reto que usted hizo a su autoridad. Lamento ese asalto, puesto que fue esto: una impugnación de su carácter. Deseo que se dé cuenta de que fue producto de la excesiva precipitación con que usted se tomó literalmente las… divagaciones de Marie-Line».

—Bueno, aquí acierta bastante —dijo ella—. Debo disculparme yo también, y lo haré. También le pediré que entienda usted que nunca la incitaría a ser hostil con su familia. Yo quería que regresara a casa; sigo queriéndolo.

—Eso espero, de veras.

—Por favor, no me interprete mal —irritada consigo misma por parecer que se rebajaba—. Lo primero que hice fue ir a ver a Monsieur Siegel, para intentar ayudar a Marie-Line a arreglar cualquier desacuerdo que se hubiera producido y hacerle ver a ella dónde tenía culpa. Tuve una recepción muy… recelosa.

—Lo acepto.

—Me acaloré bastante, y estaba equivocada, lo lamento. Pienso, y me siento obligada a decirlo, que seguramente él… su padre debería darse cuenta de que su ansiedad, que es natural, la exaspera. Perdóneme, no quiero hacer observaciones personales, doctor Ulrich, pero ¿las mujeres de su familia, incluso su propia hermana, es justo decir que no eran muy importantes y se las trataba como a inferiores?

Su rostro no se alteró.

—Le responderé, en la medida en que respondo, que mi padre pertenecía a una generación mayor, y las mujeres que ejercían una profesión eran consideradas como bichos raros. No iré más lejos. Mi hermana no tenía el tipo de capacidad que llega fácilmente a una formación profesional. Yo mismo soy lo bastante anticuado para no aceptar que la educación que mi padre nos dio sea tema de conversación con extraños.

—Lo siento otra vez —sintiendo el peso del desaire—. Viene al caso ya que concierne a esta chica. Claramente, a ella no le parece que se la trate según sus méritos. Comprendo los problemas de su padre: ¿no deberíamos pensar en los de ella también? Ya es suficientemente mayor para atacar: no es una rabieta de adolescente.

Freddy no dijo nada durante un rato. Detrás de los ojos, una mente muy disciplinada se puso a funcionar y se paró.

—Dígame —sonrió débilmente—. ¿Ha estado mucho en compañía de ella?

—He observado que bebe demasiado. No parece tan sana como debería.

—Sí… Antes se pensaba que el uso de un tipo de estimulante artificial tendía a inhibir la atracción (no hablaremos de adicción) hacia los otros. El cuadro clínico no está del todo claro, y yo cuestionaría el caso, pero la experiencia parece demostrar que los jóvenes se adaptan con una facilidad desconcertante a un estimulante y después a otro.

—¿Ha estado tomando drogas?

—Estamos en el ámbito de las conjeturas. Los derivados de opio, al menos no son acumulativos. Incluso con pruebas clínicas sería difícil demostrar que sí y en qué medida… Se ha negado a someterse a cualquier examen médico.

—¿Pero hay alguna evidencia?

—De tomar estimulantes, o de poseerlos, no. Preguntarse en qué anda metida una chica de esta edad es asustarse por falso fuego. El hecho es que nos ha robado recetas a su padre y a mí. ¿Sabe usted que vienen como talonarios de cheques, con matriz y copias? Se han falsificado. Oh, no en un número grande. Existe, por supuesto, el tráfico de falsificaciones. Tomamos precauciones. No dijimos nada. Las circunstancias no justificaban una denuncia a las autoridades. No hay pruebas de que ella las robara para utilizarlas o para obtener beneficios. Le agradeceré que considere lo que le estoy contando como de lo más confidencial. ¿Puedo confiar en usted?

—Sí. —Aquí te tengo cogido, pensó Arlette; ocultar el robo de hojas de recetas es un delito—. ¿Cree usted que es más probable que estuviera haciendo un favor a un amigo?

—Yo no pienso nada. Me gustaría rectificar una opinión que puede usted haberse formado del carácter de su padre, y es posible que del mío. No apruebo el que se obligue a los jóvenes a ir a una clínica a que se les efectúen pruebas si no quieren hacerlo. Pienso que se les puede hacer tanto daño como bien. Creo que con la hostilidad que ella siente hacia su padre, cualquier cosa que se pueda interpretar como una acción represiva podría ser grave. Pero ella nos preocupa, no pretendo ocultárselo.

—No puso objeciones a la sugerencia de que el doctor Rauschenberg le echara una mirada. Como es comprensible, a él le disgustaba la idea al no haber autorización paterna.

—Joachim Rauschenberg es un viejo amigo y no veo nada impropio en eso. No es exactamente lo que yo estaba pensando. Creo que no se ganará nada actuando como si usted no tuviera un profundo interés por esta chica, mi sobrina. Hasta cierto punto, goza usted de su confianza, ¿no es verdad?

—Le mostré un poco de amabilidad, la escuché con simpatía, pero aparte de eso…

—Su reticencia le hace honor —con el primer esbozo de una sonrisa—. No le estoy proponiendo que comente las confidencias que le haga. Ni que la espíe. Sugeriría que intentara familiarizarse con sus amistades, con los lugares que ella frecuenta. De una manera confidencial. En pocas palabras, Madame, trato de confiar en usted. Y de que usted confíe en mí. No intento perjudicar a mi sobrina ni mucho menos, ya que hace muchos años que no veo a mi hermana.

—Eso es justo.

Freddy no se había movido de detrás de su escritorio, exactamente como si se hallara en su sala de consulta. Rebuscó en el bolsillo, y abrió un cajón del escritorio.

—Esto debería tener una base profesional. Es lo mejor para todos los implicados. Usted debería tener alguna prueba tangible de esta confianza tan delicada. Una autoridad, podemos decir. Además, su tiempo, sus gastos… —Abrió un talonario de cheques, escribió con rapidez, lo secó, lo arrancó: un cheque de mil francos—. Una base para la confianza, Mrs. Davidson. —No se puede hacer una reverencia cuando se está sentado.

—Me temo que sus pacientes le estarán esperando, doctor Ulrich; será mejor que le deje libre. Usted me ha dejado libre, y se lo agradezco.

—Tengo buen ojo, clínicamente hablando —dijo Freddy—. Si puedo decirlo, tiene usted los ojos saludables. La felicito por ello. Siga así. —La acompañó con cortesía formal—. Esto, debe perdonarme por mi insistencia, ha de quedar entre nosotros. Creo que es mejor que no se ponga en contacto con mi cuñado.

—Estoy de acuerdo —dijo Arlette con una sonrisa—. ¿Puedo enviar a la chica a casa, sin que se le hagan reproches? Me gustaría verla regresar de una manera normal.

—Puede contar con ello.