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Sucesos diversos

El diccionario define «diversos» como varios, más de uno. Éste es el significado de la frase francesa «faits divers», sucesos varios, que incluye las noticias banales que aparecen en el periódico local. La conducta de la población es muy a menudo arcaica y jocosa. Eso al menos decía Arthur, la clase de persona cuya curiosidad le lleva a consultar el diccionario Concise Oxford a la mesa del desayuno; va bien con la Coopers Marmalade.

—También significa de naturaleza distinta; variado o diferente. Los diccionarios, como dicen los franceses, te dejan con hambre —volviéndose alegremente hacia el tostador—. La gente sigue haciendo las mismas tonterías —con un crujido. Como «Le Monde» sólo llegaba con el cartero, era el «Dernières Nouvelles d’Alsace», que está dividido cómodamente en secciones muy adecuadas para la lectura durante el desayuno—. ¿Marie-Line todavía está en la cama?

—Déjala dormir. ¿Qué vamos a hacer con ella?

—Hasta cierto punto, has logrado tu objetivo. Este dentista puede que esta mañana todavía esté apretando los dientes (oh, qué apropiado) pero se calmará. Se dará cuenta de que su idea no funcionaría muy bien, porque el hecho de que nosotros lo conozcamos significa que se podría hacer cierta publicidad desagradable. No querría verse en la sección de sucesos diversos —pasando la página con el dedo manchado de mantequilla.

—He pensado en probar la mujer de la Prefectura; la chica se lleva muy bien con ella. Hay que distensionar la situación; la chiquilla tiene que volver a la escuela… un día no importa, pero no se puede quedar en casa. Veré lo que puedo inventar. Hay que evitar cualquier litigio. Todo el que ha sido rígido puede permitirse ceder un poco.

—Deberías estar en la frontera israelí, con un casco blanco en la cabeza —alegremente—. Me voy a trabajar, pero si necesitas un emisario para la paz, llámame.

—Está bien —dijo ella, cogiendo el periódico. ¿Cuáles eran los sucesos diversos esta mañana en la querida Estrasburgo?.

«Imprudencia fatal» decía el titular.

«Entre las nueve treinta y las diez de la noche de ayer, un habitante de Neudorf cometió la grave imprudencia de caminar junto a la vía de la línea principal del ferrocarril que une Francia y Alemania, al parecer con el propósito de pasear a su perro. Según se supone, en un esfuerzo para controlar al perro, que estaba alarmado o excitado porque se aproximaba un tren, el hombre saltó a la vía y fue herido mortalmente por la locomotora».

«En verdad, como decía Arthur, la gente sigue haciendo las mismas imbecilidades».

«Punto aciago».

«Hay que recordar que en esta misma zona, cerca del puente que cruza la Rue de Soultz, un niño que estaba jugando tuvo un trágico final parecido a éste hace unos meses. Un portavoz de la S. N. C. F., como se recordará, denunció la indiferencia del público. “Es imposible” señaló entonces “proteger totalmente este sector. Si bien hacemos hincapié en nuestro rechazo total a aceptar la responsabilidad en estas circunstancias, nos dirigimos de nuevo a la población en general para que ejerzan cierta disciplina colectiva”».

«Muchas esperanzas tienes tú, compañero».

«El perro dio la alarma».

«La alerta, según hemos sabido, la dio el perro, un pastor alemán, gimiendo y ladrando a la puerta del apartamento. La esposa de la infeliz víctima, llamada Albert Demazis…».

De pronto Arlette se dio cuenta de que estaba temblando violentamente. Alargó la mano para coger un cigarrillo. No había. Se levantó y fue a buscar un paquete. «¡Santo Dios!».

»…de cuarenta y tres años, descrita como contable, con domicilio en la Rue de Labaroche, alarmada por este comportamiento, llamó a la policía. Tras una infructuosa búsqueda en las calles del barrio, la investigación se dirigió a la vía del ferrocarril, donde se halló a la infortunada víctima, atrozmente mutilada. La hipótesis de que el perro había escapado al control fue apoyada por el patético hecho de que Monsieur Demazis aferraba aún en la mano la correa del perro. Esto y su salud, que era normal, parece descartar que sufriera un desvanecimiento o un colapso cardíaco, pero se ha señalado que la lluvia de ayer pudo hacer que los raíles y las traviesas fueran traidoramente resbaladizos, y un tropezón con consecuencias fatales parecía demasiado fácil.

»Una vez más, este periódico subraya el peligro extremo de prácticas de este tipo».

Incluso con la irrisoria prosa del periódico local, Arlette captó el mensaje.

En ese momento apareció Marie-Line en pijama, animada, y Arlette tuvo que guardarse la sorpresa. Da lo mismo, se dijo. No hay que perder los estribos. Expresión extraña, diría Arthur.

Son conocidos de todo el mundo estos días; días con mal de ojo. Desde las pequeñas frustraciones: la cremallera que se encalla, el hilo que se rompe, todo va mal en un crescendo. Uno mismo se ve atacado por una estupidez impenetrable: ¿por qué, si no, se derrama la leche, por qué se rompe una uña y se hace una carrera en las medias nuevas? ¿Qué es esta mancha en el tejido que debería ser pálido y delicado? Te miras al espejo y lo que ves te deprime profundamente.

A la bien conocida perversidad de los objetos inanimados, con la que cualquier comediante puede hacer surgir la carcajada, se añade la torpeza de la raza humana: el mundo está poblado por alegres imbéciles. En el correo hay una carta del Ministerio de Finanzas, en tono desagradable. Y en todas partes, suspendida en el aire como un olor acre, está la brutalidad, lo barbárico, un placer derivado del sufrimiento infligido.

La muchacha deambulaba por la casa de un modo irritante, ocupando durante horas el cuarto de baño. ¿Por qué tengo este piso anticuado? Todo el mundo tiene dos cuartos de baño: es lo mínimo para llevar una vida civilizada.

La Prefectura de Estrasburgo tiene dos caras. Una es la Prefectura misma, un feo edificio en la Place de la République donde nunca hay sitio para aparcar el coche, lleno de instancias gubernamentales desde registros del automóvil hasta permisos para extranjeros. Todos los de allí tienen la extrema falta de ganas, propia de los burócratas, de hacer nada. Siempre tratan de convencerte de que vayas varios pisos más arriba y pruebes en la Sala 304. Siempre estás en la que no es. Nunca llevas suficientes fotocopias o documentos o fotografías, sin lo cual el Estado no puede funcionar, y tú no puedes salir de nuevo sin comprar muchos sellos fiscales por grandes sumas de dinero, extrañas y arbitrarias. Ésta es la cara que se muestra al público.

La cara privada está detrás, al otro lado de la False Rampart, en el barrio viejo: el Quai Lezay-Marnesia, al lado de la Ópera. Esto es el Hôtel du Préfet, un palacio del siglo dieciocho en un bonito jardín. No es para el público. Unos policías están apostados en la verja para detenerte; es la clase de policía con medallas y galones, con cara de corso mayor y cansado, cuya edad y dolencia le han asegurado que nunca más hará trabajo alguno aunque es capaz de impedir que otra gente lo haga. Esta peste majestuosa es un obstáculo. Arlette fue contemplada con suspicacia y prácticamente desnudada allí mismo para cerciorarse de que no llevaba ninguna bomba encima. Este tipo de policía siempre está muy cansado, pero lleno de cinismo. Pasarles una botella de Chivas Regal es muy crudo.

Ella era consciente de que había caído en una pequeña trampa. Al teléfono, Madame Pelletier, cuando por fin había conseguido encontrarla, se había mostrado aburrida y superficial.

—Ah, sí —vagamente—. Bueno, venga a verme a la oficina, ¿quiere? —Hicieron esperar mucho a Arlette. La maquinaria del gobierno es silenciosa aquí, y muy pausada. Uno imagina cosas importantes tras las puertas forradas, líneas directas privadas con el Ministerio del Interior, pero todo el mundo parecía estar leyendo Le Canard Enchainé y haciendo chistes particulares de exquisita malignidad. Maldita sea, esta Pelletier sólo estaba en el Servicio de Estadística.

Hay una subprefectura en Colmar, donde algún granjero, al que habían dicho que esperara mientras un funcionario acababa el crucigrama, se extravió y al final fue descubierto tomando un baño pacíficamente en la suite privada del Subprefecto. Arlette pensó en ello con placer.

Cathy-Rose Pelletier, a la que había costado encontrar, era bonita, iba bien peinada y bien vestida, olía bien, parecía brillante, y se comportaba con amabilidad. No hizo ninguna mueca cuando Arlette se presentó, ni frunció el ceño cuando oyó mencionar a Marie-Line. Pero no se dejaba impresionar. Era pulida y resbaladiza como el suelo de un salón de baile, y al mirarla se veía sólo el reflejo propio.

—Sí. No debe usted creer todo lo que dice Marie-Line.

—Claro que no. Es perezosa, insolente, toda teatro. Un buen fastidio, probablemente. ¿No lo éramos nosotras, también, a su edad?

—Siento por ella un gran afecto, cosa que ella desprecia. Es mandona y exigente. Encuentra defectos en todo.

—Me lo imagino. Es la adolescente típica, ¿no? Y quiere que se le preste atención, y va muy lejos para conseguirlo. Y sin pretender ser muy perspicaz, su padre es una persona rígida, impaciente y perfeccionista, que es consciente de lo que no es adecuado y quiere estar orgulloso de su hija, y se enfada mucho cuando siente que le humilla. Sé que esto debe de ser superficial y me alegraría oír que estaba equivocada.

—No puedo decirlo. No quiero discutir las personalidades. Yo me encuentro en una posición especial no sé si Marie-Line ha hablado del tema. Ella, por supuesto, no me aprueba.

—No. Dijo que le gustaba usted. Nada más.

—Su padre es un hombre bueno.

—No lo he dudado ni por un instante. Por favor, créame; quiero verla en su casa y no quiero perder tiempo. Y haré todo lo que esté en mis manos para convencerla. Pero ella sin duda necesita sentirse menos aislada. Estará usted de acuerdo conmigo en que la idea de ingresarla en una clínica es ultrajante.

—¿Sabe que Marie-Line bebe mucho?

—No me sorprendería saber que ahí hay un problema.

—¿Y que la han pescado tomando drogas? Para ser justos con ella, nada realmente peligroso todavía. Fumar, sí, cuando puede. Y las llamadas píldoras para animarse. Y una cosa lleva imperceptiblemente a otra.

—Otra vez, no me gustaría ponerme a hablar de psicología, pero ¿no es lo mismo… un sentimiento negativo de que no te aprueban e incluso de que no gustas? Ella es una chica afectuosa, pero lee mucha basura en los textos del colegio y piensa que la rechazan, convirtiéndolo todo en un drama.

—Me atrevería a decir que es cierto lo que dice usted. Haré lo que pueda por Marie-Line, y me alegro de haberla conocido; debe de ser bueno para ella encontrar en usted a alguien que la escucha y la comprende. Quizá podría ir más lejos y darle un amistoso… bueno, no utilizaremos la palabra consejo. ¿Una pequeña señal? Su padre no es un buen hombre que tolere cualquier cosa que considere una interferencia. Más bien dudo que, al final, este interés compasivo que se está tomando, o que piensa tomarse, a ella le sirva de mucha ayuda. Ya he dicho demasiado. Le conozco muy bien, ¿sabe? Usted ya ha logrado su objeto, por así decirlo. Pero ya que lo ha logrado… bueno, debe decidirse. Marie-Line imagina las cosas de una manera muy viva. Estoy encantada de haberla conocido. ¿Sabrá encontrar la salida de este laboratorio, o quiere que la acompañe?

Marie-Line no estaba en casa cuando Arlette llegó allí. Aquella botella de whisky estaba más llena por la mañana, seguro. Por enésima vez se preguntó si no había sido demasiado espontánea.

Puso la cinta en marcha.

«Soy Françoise. Lo siento, Madame, sólo quería preguntar si Marie-Line está con usted. Supongo que sí, porque no ha ido a clase esta mañana, y tiene ya muchas faltas de asistencia, y el Censor está refunfuñando y ha preguntado muy serio dónde estaba: enviará una notita a papá, supongo. Si la ve, dígale que será mejor que no aparezca por su casa de momento, porque esta mañana he visto la cara del viejo y ¡había tormenta! Eso es todo, pero estaré en Chez Mauricette por si usted o ella quieren ponerse en contacto…».

«Scheffer, oficial de la policía municipal. He estado tratando de ponerme en contacto con usted, Madame, por un asunto que le concierne, la mujer de la limpieza me dice que estará de regreso antes de la hora del almuerzo, me gustaría decir que le agradecería si pudiera estar en casa a primera hora de la tarde y llamaré antes de las tres o si no llame por favor para fijar una cita en la oficina central. Gracias».

«Apriete aquí, Jean-Claude Bouillon. Estoy ansioso por ponerme en contacto, Madame, para concertar una pequeña entrevista acerca de una información que está circulando, y nos gustaría tenerla esta tarde a lo más tardar, así que quizá no le importaría llamarme a la oficina para confirmarlo; si no estoy aquí diga cuándo le iría bien, y por favor no lo aplace, o tendríamos que decir que no estuvo disponible para hacer comentarios, y esto nunca queda bien, así que sólo perjudicaría a sus propios intereses. Bueno, espero tener noticias suyas a la hora del almuerzo si es posible, ¿de acuerdo?».

Arlette conectó el teléfono y en ese momento sonó.

—Arlette van der Valk.

—Aquí Bouillon. ¿Ha recibido mi mensaje?

—Acabo de oírlo. Sea lo que sea, estaré encantada de aclararlo lo antes posible porque estoy a punto de estar extremadamente ocupada, así que le agradeceré que se las arregle para venir aquí dentro de un cuarto de hora.

—Está bien, de acuerdo. Rue de l’Observatoire, ¿verdad? Sí, tengo el número anotado; cinco minutos.

Arlette colgó el teléfono y marcó.

—¿Arthur? ¿Podrías dejar la oficina un poco más temprano? Estoy un poco asediada. La prensa en el umbral de la puerta y la policía; parece que han lanzado un ataque.

—¿De veras? Bueno, me ocuparé de eso. ¿La prensa está literalmente en la puerta? Retenía hasta que yo llegue.

—No, puedo encargarme yo. Me gustaría tener tu ancho pecho a mano para poder descansar una mejilla si lo necesito. Por cierto, ¿tienes idea de dónde está Marie-Line?

—Sí, ha estado aquí, aprendiendo cómo se hace la sociología. Le he contado unas cuantas verdades que la han hecho tambalear un poco; me ha pedido diez francos y creo que se ha ido hacia al pub. Dentro de unos diez minutos estaré en casa.