Tenía que escribir una carta.
«Marie-Line,
He echado un vistazo a tu casa a la hora del almuerzo; he visto un momento a tus padres y a ti. Tú no has reparado en mí, y tampoco tus padres. Ha sido, forzosamente, muy superficial.
No he tenido tiempo de gran cosa; lo suficiente para confirmar que legalmente no se puede hacer mucho: la ley y los jueces dan mucho peso al padre de familia. Y muy poco a las mujeres. Las dos queremos cambiar eso, pero meterse con la igualdad de derechos, empleando a una abogada, creo que no nos haría mucho bien. Sólo serviría para que todo el mundo se enfadara más, y en mi opinión ésa no es la manera de llevar las cosas. No quiero hacer nada a espaldas de tus padres: nos hace parecer culpables y a ellos les da mucha más fuerza contra ti. Me gustaría ir Contra ellos abiertamente, y ver si puedo conseguir algo con tacto. No lo haré, ni me acercaré a ellos de ninguna manera sin tu consentimiento y aprobación. Me gustaría que, si te es posible, vinieras a verme otra vez. También me gustaría conocer a Michel. Tal vez podríamos tomar una copa en Chez Mauricette, ¿qué te parece?
Tuya,
Arlette».
Podía parecer bastante pesada y como la tía mayor, pero era una lástima. Ella no tenía experiencia en este trabajo —todavía no, pensaba Arlette, todavía no— pero unos cuantos principios de sentido común servían. Nunca había que implicarse, y en especial con las jovencitas como Marie-Line, excitadas y nerviosas, y aficionadas a los dramas, aficionadas a implicarse ellas mismas. Sus explicaciones sobre sí misma y sus circunstancias familiares podían ser exactas; al menos, las observaciones efectuadas a la hora del almuerzo no parecían demasiado contradictorias. No había nada fundamentalmente improbable respecto a la historia de la chica, pero casi seguro que era exagerada, y quizá muchísimo. Ella no había oído nada de la otra parte todavía…
Cuando estuviera en un estado mental más tranquilo, en un clima de confianza, esperaba que Marie-Line fuera capaz de hablar de sus padres con un poco más de despego si no con simpatía. ¡No podían ser tan malos! Algún terreno de pacto con el padre, o con la madrastra; recordó que «Cathy no está mal»; y la hija indómita no lo sería tanto, si cada uno estaba dispuesto a ceder un poco.
Así que consigue primero que la chica dé un poco… Puedes ser una mamá-sustituta si eso es lo que la niña quiere. No llegarás a ninguna parte fingiendo ser joven y jugando a camaradas. Una copa de Mauricette es lo más lejos que puedes llegar. No había estado nunca allí; no era más que un pub corriente, siempre lleno de estudiantes. ¡No tienes que llevarles a casa a tomar el té!; de todas maneras lo odiarían.
Tengo que ir a la carnicería, y parece que va a llover más; cogeré el coche. Primero acabaré este asunto. ¿Hay algo en la cinta?
Lo había. Un mensaje de Albert: había venido mientras ella estaba fuera esta mañana.
—Ah, buenos días, Madame. Sólo he llamado para decirle que los detalles sobre los que usted preguntó, todavía no estoy en condiciones de darle la información que quería, aunque las estructuras de precios, sí. Así que aplazaremos la discusión de eso un par de días más o menos, hasta que pueda darle las cifras. O sea que la llamaré otra vez, ¿de acuerdo? Sí, Madame, sí, garantizamos la entrega inmediata; por supuesto, por supuesto. Au revoir, Madame.
Bueno, ¿a qué estaba jugando ahora este asno de Albert? ¿Trataba otra vez de hacerse el interesante fingiendo que era difícil de conseguir, haciendo ver que conocía profundos secretos que no podía divulgar? ¿Por qué ese fingimiento? ¿Creía auténticamente que había alguien escuchándole en la oficina o que tenía el teléfono intervenido? Bueno, no tenía que venir hasta las seis; no tenía que cambiar ningún plan. No iba a preocuparse por él ahora. Era un mitómano, rezongaba Arthur, y seguramente tenía razón. Ve a buscar a otro a quien confundir, Albert.
No te molestes en cambiarte; el aspecto ligeramente desaseado está muy bien para ir a Mauricette, por no hablar de ese cerdo de carnicero. Se puso un poco de pintalabios y salió corriendo. Cuando cerraba la puerta del piso sonó el teléfono, como siempre. Pero no iba a dar la vuelta; el contestador automático grabaría la llamada.
Chez Mauricette, a unos cientos de metros en el Boulevard de la Victoire, pasada aquella lúgubre mazmorra que era el Instituto de Zoología, lleno de celacantos y animales por el estilo —con nombres repulsivos todos— era exactamente como esperaba, un pub pequeño y anticuado, bastante agradable. Atestado en la parte delantera, se estrechaba hasta formar un cuello de botella entre la barra y una gran estufa que calentaba en exceso la atmósfera, se ensanchaba en la parte posterior, y, como esperaba Arlette, estaba lleno de estudiantes. La personalidad se la proporcionaba una cantidad enorme de plantas trepadoras que ascendían por un enrejado o se columpiaban en cestas o maceteros de latón colgados de cadenas; estaban en todas partes donde había espacio. Los objetos de latón y la gran vieja estufa proporcionaban una confortable sensación belga.
Y allí estaba la propia Mauricette, presidiendo la barra, haciendo chistes en voz alta y forzando mucho el acento: se cree que es gracioso y crea popularidad; una mujer menuda y morena, con un flequillo brillante y de un negro poco natural, piel áspera y arrugada, y una sonrisa llena de muelas de oro.
—Sólo quiero dejar una nota para una de las chicas… Marie-Line; una muchacha alta y rubia, quizá la conoce.
—Claro, no hay problema. Hoy no la he visto; en general entran después de clase. —Mauricette se volvió para pegar el sobre en la esquina del gran espejo—. Eh —dándose la vuelta otra vez—, ¿por casualidad no se llama usted Arlette? Tengo una nota de ella para usted.
Arlette la abrió. Letra grande escrita con rotulador.
«Arlette, no puedo salir y estoy desesperada. A menos que encuentres una manera de ayudarme, no veo otra salida: me cortaré las venas. Haré que Françoise le lleve esto; puede confiar en ella.
Marie-Line».
Oh, maldita chiquilla boba.
—Lo siento, tengo que pedirle que me devuelva la otra nota… no he puesto fecha.
—No hay problema —con indiferencia. Mierda… ¿cómo redactar esto? Maldita sea, ¿no había ninguna mesa libre? Tuvo que apartar una cuantas brazadas de follaje tropical y hacerlo en el extremo de la barra.
—Tomaré algo, después de todo… ¿tiene ginebra holandesa? —En este lío de mensajes, no perjudicaba hacerle saber a Mauricette que una tenía el temperamento que convenía.
—Claro. ¿Tal cual? —El pequeño vaso en forma de tulipán lleno hasta el borde de incolora ginebra… tenía el olor que ella había echado de menos. Terrón de azúcar envuelto en el platillo de Beghin-Say: ¡casi parecía que estaba en Holanda! Arrancó una hoja de su bloc y escribió:
«Marie-Line, por el amor de Dios, cálmate y no hagas nada que sólo sirva para ayudar a los que piensan que te comportas de un modo irresponsable». Tuvo una idea, tomó un sorbo del vaso rebosante; Mauricette se asomó con curiosidad.
—La chica que ha dejado esto… ¿ha sido hace poco? ¡Françoise! —un chillido—. Ven un segundo. —Todo esto se estaba haciendo demasiado público y demasiado dramático…
—¿Marie-Line te ha dado esta nota para mí? Espera, ¿te apetece tomar algo? Me gustaría que te sentaras un minuto, sólo para saber qué es todo esto. —Una chica menuda con cara de pilluela y corte de pelo a la «garçon», detrás de aquellas enormes gafas a que eran aficionadas las chicas. Ojos grandes y bonitos, brillantes de interés y excitación.
—¿Es usted Arlette? Anoche me habló de usted. Se metió en problemas por estar fuera. Realmente debería irme a clase… oh, caray, me la saltaré. Me tomaré una cerveza, y gracias. Vamos a sentarnos allí. No, los otros se van; la clase es a las tres, pero sólo es fisiología, el tubo digestivo o alguna porquería.
La mesa estaba llena de tazas de café, pero un chico gusarapiento que trajo la cerveza y la ginebra se las llevó.
—Parece que está en un lío tremendo —con voz fría. La chica se calmó, bebió un poco de cerveza y se mostró sensata.
—Bueno, yo vivo cerca. También somos amigas. Yo no voy a ese horrible Gymnase, gracias a Dios; voy al otro engañabobos, enfrente de aquí. —Hacía demasiado calor tan cerca de la estufa; se desabrochó el impermeable y tomó un sorbo de ginebra, deseando no haberla pedido.
—Fui a su casa después de almorzar; generalmente vamos hasta allí juntas, en bicicleta. Al parecer hubo una bronca en el almuerzo. Usted ya lo sabe, supongo.
—Me pidió consejo sobre un problema familiar.
—Sí, lo sé. Yo encontré el anuncio y se lo sugerí. Telefoneó desde aquí. Y fue a verla; bueno, se saltó una clase. El Bruto (es una vieja víbora que tienen allí para vigilar) le puso una falta de asistencia y, como más o menos está en la nómina de su padre, telefoneó para decirle que Marie-Line se ha saltado una clase y he pensado que usted querría saberlo. Bueno, entonces, Pater, que es absolutamente como un personaje de Zola, estaba que echaba chispas, y ahora la tiene bajo una especie de toque de queda: no le permiten salir después de cenar. Ella me estuvo contando lo que usted dijo, y llegó la tarde, así que le pusieron otra marca negra, y supongo que hoy ha habido una especie de autopsia a la hora del almuerzo. De todas maneras, he llamado a su puerta cuando venía, y la vieja ama de llaves me ha puesto mala cara pero me ha dejado entrar, y Marie-Line había estado llorando y no quería hablar, pero me ha metido esta nota en la mano.
—¿No ha dicho nada?
—Sólo que no iría a la escuela porque no la dejaban salir, y que yo podía ir a verla, pero nada más.
—¿Y tú? ¿No te pondrán una falta de asistencia?
—Oh, no me importa. Una hora… diré que estaba en el dentista. No hay ningún problema —con acento de Mauricette—. Quiero decir, mi viejo está inquieto por el examen, pero estoy bastante al día en el trabajo. Mientras no llegue tarde por la noche con demasiada frecuencia… Ese viejo dentista, realmente pertenece a la época en que enviaban a las chicas al convento por bailar con el hombre inadecuado.
—Está bien, entiendo. Bueno, le estaba escribiendo una nota. La terminaré; ¿se la llevarás?
—Claro que sí. Su viejo conoce al mío, así que se me tolera aunque se me mire agriamente. Me dejarán entrar.
—No me gusta este intercambio secreto de misivas, pero en estos momentos no puedo elegir. No hay nada privado en ello. Te pido que añadas tu voz a la mía. Dile que lo solucione. No espero de ella que pida disculpas si no es capaz de hacerlo, pero que se muestre dócil y no abiertamente hostil, que abra una grieta y quizá yo pueda meter el pie en ella. Esta tontería de cortarse las venas, no es tan tonta, ¿verdad? Supongo que sólo quiere asustarme.
—¿Ha dicho eso? Dios mío, y no es tonta, pero es una chica muy emocional y está tremendamente agotada. Al cabo de diez minutos lo habrá olvidado.
—Bien. ¿Conoces a Michel?
—Por supuesto, es un cordero. Muy tranquilo y bien equilibrado. El problema es que no tiene un duro.
—¿Vendría a verme?
—Claro. Le encantaría. —Suficientemente espontánea para animarme.