1
Relato de Mark Easterbrook
Primero había sido Hermia. Ahora Corrigan.
Perfectamente. ¿Tenía qué reconocer entonces que me estaba conduciendo como… un necio?
A las patrañas les había dado el valor de sólidas verdades. Seducido por la farsante de Thyrza Grey había aceptado aquel fárrago de tonterías. Yo no era un tonto crédulo y supersticioso.
Decidí olvidar todo aquel maldito asunto. ¿Qué tenía que ver a fin de cuentas conmigo?
Por entre las brumas de mi desilusión me pareció oír las palabras apremiantes de la señora Calthrop:
—¡Tiene usted que hacer algo!
Muy bien. Que siguiera diciendo cosas como esa…
—Necesitará la ayuda de alguien…
Le había hablado a Hermia. Y también a Corrigan. Pero ni una ni otro se prestaban al juego. ¿A quién podía recurrir ya?
A menos que…
Me senté… Me puse a estudiar la idea que acababa de ocurrírseme.
En un impulso me acerqué al teléfono y llamé a la señora Oliver.
—¿Oiga? Aquí Mark Easterbrook.
—Soy yo, Ariadne Oliver.
—¡Ah! Escucha, Ariadne… ¿Podrías decirme el nombre de aquella chica tan joven que durante la fiesta estuvo todo el tiempo con nosotros, sobre todo dentro de casa?
—Confío en que sí… A ver… Sí, desde luego: Ginger. Ese era su nombre.
—Me acuerdo perfectamente. Lo que yo quiero saber es el otro.
—¿Qué otro?
—No creo que al bautizarla le pusieran ese. Y además tiene que llevar sus apellidos.
—Por supuesto, pero no tengo la menor idea acerca de él. No me acuerdo jamás de los apellidos, aparte de que estos no se mencionan casi en nuestros días. Aquella era la primera vez que veía a la chica —Hubo una ligera pausa y después Oliver agregó—: Tendrás que llamar a Rhoda y preguntárselo a ella.
Yo no quería hacer tal cosa. No sé por qué sentía una especie de timidez.
—No puedo hacer eso, Ariadne —contesté a mi amiga.
—¡Pero si es muy sencillo! —exclamó ella—. No tienes más que decirle que has perdido sus señas y que te es imposible recordar su nombre; que piensas enviarle uno de tus libros o el nombre de la tienda que vende un caviar baratísimo, o que tienes que devolverle un pañuelo que te prestó un día en que sufriste una pequeña hemorragia nasal, o que abrigas el propósito de remitirle la dirección de un amigo tuyo muy rico que desea restaurar un cuadro. Cualquiera de esos pretextos te servirá. Puedo pensar en una infinidad de ellos más si quisieras…
—No, no hace falta. Gracias, Ariadne.
Colgué para marcar inmediatamente el 100. Poco después hablaba con Rhoda.
—¿Ginger? Vive en Calgary Place, 45… Espera un momento. Voy a decirte su número de teléfono —Un minuto más tarde añadía—: Anota: Capricorn 35987. ¿Estamos?
—Sí, gracias. Pero, ¿y su nombre?
—¿Su nombre? Su apellido, querrás decir. Corrigan. Katherine Corrigan. ¿Qué decías?
—Nada. Gracias, Rhoda.
Me pareció aquella una extraña coincidencia. Corrigan. Dos Corrigan. Quizá fuera un presagio.
Marqué el número de teléfono de Ginger.
2
Ginger se sentó frente a mí, en una mesa de La Cacatúa Blanca, donde nos habíamos citado para beber algo. Era la misma muchacha que conociera en Much Deeping: una enmarañada melena de rojos cabellos, una agraciada y pecosa faz y unos verdes ojos constantemente alertas… Claro que ahora ella vestía su elegante atuendo londinense… Con todo, se trataba de la misma Ginger. Y a mí me agradaba mucho, mucho.
—He tenido que hacer no pocas gestiones para localizarte —le dije—. Desconocía tu apellido y por tanto tus señas y número de teléfono. Hube de resolver un problema.
—Eso es lo que mi criado dice siempre. Habitualmente significa que hay o ha habido que adquirir una cacerola nueva, un cepillo para las alfombras o algo de ese tipo.
—No tendrás que comprar nada en este caso.
Luego se lo conté todo. No tardé tanto como con Hermia porque Ginger ya conocía a los ocupantes de «Pale Horse». Desvié la mirada de ella al dar fin a mi narración. No quería ver su reacción. No quería verla indulgentemente divertida o aferrada a una tenaz incredulidad. La historia parecía más estúpida, más insensata que nunca. Nadie (a excepción de la señora Calthrop), llegaría a sentir lo que yo sentía. Me entretuve en trazar caprichosos dibujos sobre el tablero de plástico de la mesa, valiéndome de las puntas de un tenedor en aquella, extraviado y olvidado por algún camarero.
Percibí la voz de Ginger.
—¿Eso es todo? —inquirió.
—Eso es todo —admití.
—¿Qué piensas hacer?
—¿Tú crees que yo… debiera hacer algo?
—¡Naturalmente! ¡Alguien habrá de ocuparse de eso! No se puede saber de una organización que se dedica a eliminar gente y permanecer con los brazos cruzados.
—Pero, ¿qué podría hacer?
De buena gana la hubiera abrazado.
Ginger bebía su Pernod y fruncí el ceño al mismo tiempo. Sentía una oleada de optimismo… Había dejado de estar solo.
Luego dijo bajando la voz:
—Habrás de averiguar qué significa todo eso.
—Sí, pero, ¿cómo?
—Se presentan una o dos direcciones a seguir. Quizá pueda yo serte de utilidad.
—¿Tú crees? ¿Y tu empleo?
—Fuera de las horas de oficina puedo hacer mucha labor.
Ginger continuaba reflexionando.
—Esa chica —dijo por fin—. La que te presentaron después de la representación teatral en Old Vic, Poppy. ¿No se llamaba así? Esa sabe algo, forzosamente. Si no, no te hubiera dado aquella respuesta.
—Sí, pero está asustada. Me dio de lado en cuanto intenté formular unas preguntas. Lo más probable es que se niegue a hablar.
—Aquí es donde entro yo en escena —manifestó Ginger muy confiada—. Ella me dirá cosas que no accedería jamás a contarte a ti. ¿No puedes buscar un pretexto para que nos conozcamos? Su amigo podría llevarla a cualquier sitio y nosotros nos presentaríamos allí. El lugar sería un local de espectáculo, un restaurante… Da igual una cosa que otra. Este es un detalle secundario —Ginger vaciló un instante—. ¿No resultará muy cara la treta, Mark?
Le aseguré que podía aún soportar un gasto así.
—En cuanto a ti… —Ginger meditó unos segundos antes de proseguir—: Creo que lo mejor que podrías hacer es enfocar el asunto por la parte de Thomasina Tuckerton.
—¿Cómo? La muchacha ha muerto.
—Alguien deseaba ardientemente su muerte, ¿no? Hay que pensar así, si tus razonamientos son correctos. Alguien recurriría entonces a «Pale Horse». Parecen existir dos posibilidades: por parte de la madrastra o de la chica que riñó con Thomasina en el café de Luigi, a la que esta última había quitado el novio. Tal vez fueran a casarse. Esto era algo que no convenía a la primera ni a la segunda de las mujeres citadas. Una u otro pudo contratar los servicios de «Pale Horse». He ahí dos pistas. ¿Cómo se llama la joven, si es que lo sabes?
—Creo que Lou.
—Cabellos rubios, mediana altura, busto más bien exagerado, ¿no es eso?
Me mostré de acuerdo con la breve descripción.
—Me parece que la conozco, Lou. Ellis, tiene algún dinero…
—No causaba esa impresión.
—Quizá no… pero lo tiene. De todas maneras se hallaba en condiciones de pagar la cantidad fijada por «Pale Horse». Supongo que esa gente no trabaja gratis.
—No cabe pensar en tal cosa.
—Tendrás que lanzarte tras la madrastra. Esa labor es más propia de ti que de mí. Ve a verla…
—Ignoro dónde vive.
—Luigi sabrá dónde para la casa de Tommy, conocerá por lo menos el distrito. El resto lo averiguaremos nosotros por otros medios. Pero, ¡qué tontos somos! Tú leíste su esquela en el Times. Bastará con consultar varios números atrasados en el archivo del periódico.
—Habré de inventar un pretexto para entrevistarme con la madrastra —dije pensativamente.
Ginger respondió que eso no presentaría dificultades.
—Tú eres alguien, ¿no? —señaló ella—. Posees, en tu calidad de historiador, varios títulos, reflejados en las siglas que siguen a tu nombre. La señora Tuckerton quedará impresionada al ver tu tarjeta.
—Pero, ¿y el pretexto?
—¿Te parece bien un fingido interés por su casa? —sugirió Ginger vagamente—. Seguro que quedará justificado si se trata de un edificio antiguo.
—Eso no tiene nada que ver con la época histórica en cuyo estilo me he especializado —objeté.
—¿Y qué sabe ella? —insistió Ginger—. Todo el mundo cree que cualquier cosa que cuente con cien años de existencia ha de ser forzosamente interesante para un historiador o arqueólogo. ¿Y si recurrimos a las pinturas? En esa casa debe haber cuadros de un tipo u otro. Mira… Tú conciertas una cita con la dueña, llegas allí, te muestras extraordinariamente amable… Luego le preguntas que tiempo atrás tuviste ocasión de conocer a su hija —a su hijastra—, y añades que te produjo una pena terrible, etcétera. Después, repentinamente, haces una referencia a «Pale Horse». Adopta una expresión perversa incluso si lo ves bien.
—¿Qué haré a continuación?
—Mantente atento a su reacción. Si tú mencionas «Pale Horse» y esa mujer no tiene la conciencia limpia, apuesto lo que quieras a que se traicionará a si misma con algún gesto o palabra.
—Y si todo resulta así, más adelante, ¿qué?
—Lo importante es averiguar, de momento, si vamos bien encarrilados. En cuanto estemos seguros de ello nos lanzaremos por el camino a toda máquina.
Segundos después, Ginger añadió pensativamente:
—Hay otra cosa. ¿Por qué crees que Thyrza Grey te dijo todo aquello? ¿Por qué fue tan explícita?
—El sentido común nos da la respuesta: porque no está en su sano juicio.
—No me refiero a eso. Quise decir: ¿por qué tú en particular y no otro había de ser el receptor de sus confidencias? Me pregunto si aquí no habrá algo que contribuya a orientarnos.
—A orientarnos, ¿en qué sentido?
—Espera un momento, a ver si consigo poner mis ideas en orden.
Esperé. Ginger asintió, volviendo a hablar en seguida.
—Supongamos, sólo es una suposición, ¿eh?, que todo ocurrió así… Imaginemos que Poppy se halla enterada de todo lo concerniente a «Pale Horse», no a través de una experiencia personal, sino de oídas. Parece una de esas chicas que pueden pasar perfectamente inadvertidas en una reunión… Y, no obstante, llegado el momento, se impone de la charla que sostienen unas gentes que desconocemos en su presencia. Hay personas bastante necias, que proceden a menudo de tal manera. ¿Y si luego alguien ha tenido noticia de lo que le contó o, mejor dicho, de su alusión y se apresura a tocarle en el hombro, a modo de advertencia? Al día siguiente llegas tú y le haces unas preguntas. La muchacha está asustada y lógicamente no contesta a ellas. Pero existe un hecho… ¿Qué te habrá movido a ti a formular las mismas? Tú no eres policía. Lo más razonable es pensar que eres un cliente probable.
—Pero seguramente…
—Esto es lógico… Hasta ti han llegado unos rumores y deseas llevar a cabo ciertas averiguaciones, con un objetivo premeditado. Más tarde apareces en la fiesta de Much Deeping. Te llevan a «Pale Horse»… Evidentemente, porque lo has pedido… ¿Y qué ocurre entonces? Thyrza Grey pasa directamente a hacerte el artículo.
—Es posible —consideré—. ¿Crees que esa mujer es capaz de convertir en realidad lo que dijo?
—Personalmente, me inclino a pensar que, desde luego, ¡no! Pero siempre existen probabilidades de que sucedan cosas raras. Especialmente dentro del campo del hipnotismo. Ordénale a alguien en estado hipnótico que al día siguiente por la tarde, por ejemplo, coja un trozo de vela de donde sea… El sujeto lo hará sin tener la menor idea del porqué de su acción. Hay quien maneja cajitas con una enmarañada red de cables eléctricos, afirmando que si introduces en aquella una gota de tu sangre sabrás si vas a padecer la enfermedad del cáncer en el periodo próximo a dos años. Todo eso suena a falso, pero a lo mejor no es una mentira tan completa como pensamos. En cuanto a Thyrza… No creo que lo que dice sea verdad. Y sin embargo, ¡me siento espantada ante semejante posibilidad!
—Sí —repuse sombríamente—. Eso lo explica todo muy bien.
—Podríamos ocuparnos un poco de Lou —declaró Ginger pensativamente—. Sé de muchos sitios donde localizarla, dando a nuestro encuentro visos de casualidad. Quizá Luigi tenga también cosas interesantes que contarnos. Pero lo primero —añadió—, es entrar en contacto con Poppy.
Esto último quedó dispuesto con bastante facilidad. Tres noches después de esta conversación David tuvo libres unas horas. Fuimos a ver una revista y mi amigo apareció en el local, en que tenía lugar la representación llevando a Poppy a remolque. A la hora de la cena nos dirigimos al Fantasie. Advertí que Ginger y Poppy, después de una ausencia un tanto prolongada en el tocador de señoras, volvieron hablando cordialmente, como dos buenas amigas. En el transcurso de la reunión no se plantearon temas capaces de provocar apasionadas discusiones, de acuerdo con las instrucciones de Ginger. Finalmente, las dos parejas nos separamos y yo llevé a Ginger a su casa, en mi coche.
—No hay mucho que informar —dijo mi acompañante animosamente—. He visto a Lou. A propósito, el motivo de su disputa con la otra chica fue un joven llamado Gene Pleydon. Un asunto ingrato. Las muchachas le adoran. Se Había dedicado por entero a Lou cuando Tommy se cruzó en el camino de ambos. Aquella sostiene que él iba detrás de su dinero exclusivamente… probablemente se obstine en pensar así para consolarse. De todas maneras Pleydon le hizo una mala jugarreta y la chica, naturalmente, está dolida. De acuerdo con sus declaraciones, aquello no fue propiamente una riña, sino un simple arranque de mal genio…
—¡Vaya, hombre! Has de saber que le arrancó a Tommy de raíz unos mechones de pelo.
—Me limito a contarte lo que Lou me dijo.
—No parece haberte costado mucho trabajo hacerle todas esa confidencias.
—¡Oh! Las chicas de su corte gustan de hablar de sus asuntos personales. Lo hacen sin el menor prejuicio, casi sin recato. Bueno, Lou tiene ya otro amigo, un buen elemento, me atrevería a asegurar, por el cual, además, está loca. Mi impresión es que no ha sido cliente de «Pale Horse». Pronuncié estas dos palabras en un momento que me figuré el más indicado y no registré reacción alguna. En mi opinión podemos eliminarla. Luigi cree, por otra parte, que Tommy sentía una seria atracción por Gene. Y este la buscaba. ¿Qué has logrado averiguar tú sobre la madrastra?
—Se encuentra fuera. Regresará mañana. Le he escrito una carta… Mejor dicho: le ordené a mi secretario que le escribiera, pidiéndole hora para una visita.
—Muy bien. Ya lo tenemos todo en marcha. Confío en que esto marchará bien.
—¡Con tal de que vayamos a parar a algún lado!
—Algo conseguiremos —dijo Ginger entusiasmada—. Ahora que me acuerdo… Volviendo al principio, al origen de esto… El padre Gorman fue asesinado después de asistir a una moribunda, por haber oído de labios de esta determinada información… Esa es la hipótesis. Ahora bien, ¿qué le ocurrió a esa mujer? ¿Murió también? ¿Quién era? He ahí otra probable pista, un hilo de la trama que puede llevamos a la meta.
—Murió, efectivamente. En realidad, no sé mucho de ella. Davis… Ese creo que era su apellido.
—Bien… ¿no se podría averiguar algo más?
—Ya veremos.
—Si llegásemos a conocer el ambiente en que se movía, tal vez supiéramos cómo se enteró de lo que más tarde había de saber también el padre Gorman.
—Comprendo lo que quieres decir.
Al día siguiente por la mañana llamé por teléfono a Jim Corrigan, a quien expuse mis pretensiones en aquel sentido.
—Deja que piense… Profundizamos algo, sin excedernos. El de Davis era un apellido falso. Por eso nos ocupó más tiempo de la cuenta localizarla, esto es, situarla en el campo de la actividad que desarrollaba antes de fallecer. Aguarda un momento… Tomé unas notas entonces… ¡Ah, sí! ¡Aquí está! Su apellido real era Archer. Su esposo resultó ser un delincuente de menor cuantía, un ratero. La mujer le abandonó, volviendo a utilizar su nombre de soltera.
—¿Qué clase de ratero era Archer? ¿Dónde podríamos verle, si eso es posible?
—¡Oh! No atendía más que a ciertas menudencias. Sustraía lo que se le ponía al alcance de la mano en los almacenes, robaba baratijas aquí y allá… Era un hombre de ciertas convicciones, no creas. Y digo que era, porque ya murió.
—No es muy amplia la información que me acabas de dar.
—No, no lo es. La firma para la cual trabajaba la señora Davis en el momento de ocurrir su fallecimiento era C. R. C. «Customers Reactions Classified»[6]. Los que rigen esta entidad poseían pocos datos en relación con ella y su familia.
Después de dar las gracias a mi amigo, colgué el auricular, sin más comentario.