CAPÍTULO VIII

1

El detective inspector Lejeune oyó a alguien silbar una melodía que conocía muy bien: Father O’Flynn, levantando la cabeza en el instante de entrar en su despacho el doctor Corrigan.

—Lamento disentir de todos —dijo este—. El conductor del «Jaguar» no tenía ni una gota de alcohol dentro del cuerpo… Lo que P. C. Ellis olió al acercar la nariz a su boca fue efecto de su imaginación o de la halitosis que padecía la víctima.

Pero Lejeune, de momento, no sentía el menor interés por los cotidianos accidentes de circulación.

—Ven. Échale un vistazo a esto —señaló a Corrigan.

El doctor cogió la carta que el inspector le alargaba. La escritura era menuda y limpia. En el membrete se leía:

«Everest. Glendawer Bournemouth».

Estimado inspector Lejeune:

Recordará que me rogó que me pusiera en contacto con usted si por casualidad veía al hombre que había seguido al padre Gonnan la noche en que este fue asesinado. Me he mantenido atento a las personas que se movían por las cercanías de mi establecimiento, sin resultado positivo.

Ayer tuve ocasión de asistir a una fiesta parroquial que se celebraba en una pequeña población situada a veinte millas de aquí, aproximadamente. Me atrajo el hecho de que la señora Oliver, la conocida escritora de novelas policíacas, se hallaría presente en la misma, firmando libros suyos. Soy un lector apasionado de esos libros y tenía curiosidad, quería conocer a la dama en cuestión.

Con gran sorpresa por mi parte lo que encontré allí fue al hombre que pasó delante de mi farmacia la noche del crimen. Debe haber sufrido un accidente en el espacio de tiempo que media desde entonces, porque iba sentado en una silla de ruedas. Llevé a cabo discretas investigaciones para averiguar su identidad. Se llama Venables y vive en el pueblo. El nombre de su residencia es “Priors Court”, en Much Deeping. Me han informado en el sentido de que es un individuo que dispone de bastante dinero.

Confiando en que estos detalles les serán de utilidad, queda suyo affmo.,

ZACHARIAH OSBORNE».

—¿Qué le parece? —preguntó Lejeune.

—Improbable —contestó Corrigan.

—A primera vista, sí. Pero no estoy tan seguro…

—Este Osborne… No puede haber visto la cara de nadie claramente en una noche brumosa como aquella. El parecido a que alude, será casual. Ya sabe usted cómo es la gente… De todo el país llegan avisos, notificando haber visto a una persona buscada por las autoridades… Luego resulta que en nueve de cada diez casos la semejanza con la descripción oficial no existe.

—Osborne no es de esos —comentó Lejeune.

—¿Qué clase de hombre es?

—Se trata de un vivaracho y respetable farmacéutico, algo anticuado, todo un carácter, un gran observador de las personas. Uno de los sueños de su vida es figurar como testigo en un proceso de envenenamiento. Dice que identificaría sin la menor vacilación al culpable de haber adquirido este la sustancia empleada en su establecimiento.

Corrigan se echó a reír.

—En ese caso es evidente la existencia de cierta predisposición a pensar en lo que piensa.

—Quizá —murmuró Lejeune.

Corrigan le miró con curiosidad.

—¿Cree que puede haber algo de verdad en eso? ¿Qué va usted a hacer?

—Nada se perderá, ningún daño será causado a nadie, en mi opinión, si logramos conocer bien al señor Venables, de Priors Court, Much Deeping —repuso Lejeune señalando la carta.