NO SOY parco.
No tenéis ni idea.
Veis a una persona y ya creéis saberlo todo sobre ella. Os montáis la película. Esto, y aquello, y lo otro. Todos sois psicólogos. Oh, sí. Hasta el más tontolculo se cree especial. Pero si ni siquiera os conocéis a vosotros mismos, ¿cómo esperáis saber ni tan solo un poco de los demás? ¿A qué jugáis? Cada menda es un triángulo y tiene tres lados: uno, cómo cree que es; dos, cómo piensa que le ven los demás; y tres, cómo es en realidad. Y ninguno coincide.
¿Qué vais a contarme?
Yo no juego a nada. Solo estoy.
De momento, aquí.
Y no soy parco.
Tal vez raro. O eso dicen. Raro de narices. Porque pienso, porque leo, porque soy diferente y lo sé, porque me gusta la música de los 60, y, sobre todo, la de los primeros 70, la buena música, la de los tiempos gloriosos. Me llaman «antiguo». La madre que los parió… Antiguo por preferir al Boss, a Hendrix, a Dylan, al Morrison, y a Queen, Pink Floyd o Led Zeppelin por encima de los caretos de hoy, esos mamoncillos raperos cargados de oro que repiten rimas idiotas y machistas. Antes había honestidad. Hoy todo es marketing, falsa gloria.
Memeces.
No, no soy parco.
Si pudierais entrar en mi cabeza, si pudierais abrirme en canal, como a los tiburones para ver la de mierda que son capaces de tragar, os encontraríais con un torrente. Pero no pienso regalaros mi tiempo, mi vida, mi sangre, mi energía. ¿Para qué? Ya habéis decidido. Vosotros a un lado del muro, y yo al otro. Sobro.
Sobré desde el primer día en que llegué.
¿Verdad, mamá?
¿Cuántas veces pensaste que tenías que haber abortado?
¿Por qué no lo hiciste?
Y ahora va ese gilipollas y me llama parco.
¿Qué quiere, una fiesta?
No soy duro, tengo miedo, pero eso ellos no lo saben. Y es bueno que sea así. No tengo nada. Mis manos desnudas. Si supieran que hasta el más valiente se caga de miedo alguna vez, o siempre, aunque finja pasar de todo igual que los payasos lloran por dentro mientras ríen por fuera…
Cabrones, los payasos.
Por lo menos son transparentes.
¿Parco?
De cada tres palabras que se dicen siempre sobran dos.
Y con la que queda te la ganas.
Te dan de hostias.
Jueces, curas, políticos, policías, tertulianos, padres, maestros, guías, profetas, demagogos, dioses, ya hablan por todos nosotros desde sus estrados, púlpitos, tribunas, radios, salas de estar, centros de meditación, libros sagrados, oráculos y cielos. Todos a una.
Y te dan consejo.
Yo te aconsejo, hijo mío…
Y el dedo que sacuden delante de ti te saca un ojo.
Todo Dios quiere salvar al prójimo y ni siquiera se da cuenta de que no puede ni salvarse a sí mismo.
Tranquilo.
Respira.
Me comeré toda la rabia y luego…
Sssh…