CAPÍTULO 8

SE LLAMA Edelmiro, pero todos le llaman Eder, tiene casi los dieciocho. Pronto le llevarán a la trena oficial. Noventa y dos delitos. Noventa y dos. Como el año olímpico. Quería llegar a los cien pero no le dejaron. Noventa y dos veces pillado entre cientos, quizá miles indemne. No es un récord, pero casi. Le bastaba con robar carteras, con cometer delitos de baja estofa, porque hasta tal es un hurto y hasta cuál es un robo y hasta tal y cuál es más grave. Cosas legales. No parece tonto, pero desde luego algo ha de funcionarle mal en la cabeza. Tampoco parece listo, pero desde luego algo ha de animarle a seguir y seguir y seguir para cagarla, cagarla y cagarla.

Ese es Edelmiro, al que todos llaman Eder.

Quiero hablarte, se sienta delante suyo.

Habla.

Negocios, ¿eh?, le aclara.

¿Qué clase de negocios?

Tengo una prima que tiene un novio periodista. Mi prima está muy buena, ¿sabes? De primera. Como que es una pena que sea mi prima. El novio me sacó en los papeles cuando lo mío. Poco más y me hace famoso, ¿sabes?

Vale.

Tú eres el que mató al tipo de nueve puñaladas y eso vende, ¿sabes?

¿Qué es lo que vende?

Papeles, periódicos. Y lo que da audiencias en la tele, aunque siendo menor… Mal rollo.

Esta vez no ha terminado diciendo «¿sabes?».

¿Quiere escribir sobre mí?

Tal vez ahora, o mejor cuando cumplas los dieciocho. Tú lo apalabras con él y ya está. Un poco de pasta no viene mal. Imagínate tu historia en los papeles. Mola, ¿no? Puedes largar cosa fina, ¿sabes? Y ya con dieciocho, si la película es guapa, a la tele. A la gente le privan las historias reales.

¿Y cuánto ganaría?

Lo hablaría con su director. Hombre, tampoco es para forrarse, aunque quién sabe. Si el tío al que mataste tiene su historia… Más que nada el que ha de venderse eres tú, ¿sabes? Le echas morro, vas de víctima social, pones detalles morbosos… Hay de todo y para todo.

Me lo pensaré.

Coño, ¿qué hay que pensar?

Ya he tenido una oferta, dice, de Steven Spielberg, dice, y otra de George Lucas, dice, y creo que hoy me llamará Almodóvar, remata.

No la pilla.

Le cuesta.

Me estás vacilando, dice.

¿Yo? No.

¿Cómo te va a llamar Almodóvar?

Por teléfono.

Este lo pilla menos.

Y él agrega:

¿Sabes?

EL BIBLIOTECARIO se llama Néstor.

Bueno, no es una gran biblioteca, pero hay libros. Y hay que pedírselos a Néstor, que es como Julián pero en mayor.

Néstor tiene cara de libro.

Cubierta de tapa dura, hojas, ilustraciones. La cubierta es la piel, las hojas su mirada y su sonrisa, las ilustraciones los gestos. Un libro abierto.

Ama los libros.

Cree en los libros.

El mundo es un lugar demasiado grande para que alguien pueda verlo o recorrerlo todo, pero en un libro hay cien mundos, suele decir.

Los días empiezan a ser iguales.

Monótonos.

Y los peores son los días de lluvia.

Hola, Néstor.

Hola, chico.

Quiero un libro.

Bien, bien.

Música para sus oídos. Otra manzana podrida que intenta quitarse los gusanos.

¿Escojo yo o lo haces tú?

¿Tienes El guardián entre el centeno?

No.

¿Y Nunca seremos estrellas del rock?

No lo conozco.

Es guapo, asiente. Nada más empezar sale un tío diciendo que ha tenido un sueño, que ha estado en un cementerio lleno de alegría porque ahí estaban las tumbas de todos los grandes, Jim Morrison, Jimi Hendrix, Janis Joplin, Kurt Cobain, John Lennon… Esas y las de los que todavía no han palmado. Un cementerio gigante cubierto de flores y música. Pero entonces él busca su tumba y no la encuentra. Así es como descubre que nunca será una estrella del rock, que nunca lo conseguirá, que siempre será un desgraciado.

Bueno, dice Néstor, eso es como lo de las top models. ¿Cuántas hay? ¿Catorce, veinte, cincuenta y dos? El resto del personal está más o menos bien y ya está. Las estrellas del rock tampoco son tantas.

Es el simbolismo, hombre.

¿Me dejas que te dé un libro?

Bueno.

Tú lo pruebas y ya está.

Si es muy complicado…

Tú lo pruebas y ya está, repite Néstor.

Va a buscarlo. Espera. Una vez entró en una biblioteca de verdad, no la del colegio. Una de verdad. Se quedó alucinado viendo tantos libros. Alguien tuvo que escribir cada uno, pasar horas y más horas currándoselo, imaginándoselo, escribiendo palabra por palabra, letra a letra. Todos con la esperanza de que alguien, en alguna parte, los leyese.

Extrañas cosas los libros.

Tan misteriosos y secretos.

Como una mano revolviéndote el cerebro o agarrándote los huevos.

Toma, regresa Néstor.

Y le pone el libro entre las manos.

La carretera.

¿De qué va?

De un hombre y de su hijo en un mundo apocalíptico.

No parece prometer mucho.

Pero no se lo dice.

Total…

Él mismo se lo ha dicho: «Tú lo pruebas y ya está».

Gracias, Néstor.

Se lleva el libro, que de pronto le pesa como una losa en la mano.

¿QUÉ LLEVAS ahí? Ginés señala el libro.

Un libro.

¿Tú lees?

Y él se encoge de hombros.

Mira que eres raro, dice Ginés.

Y él suelta un bufido de sarcasmo.

De parco a pringao, dice Ginés.

De tuerto a ciego, dice él.

Vale, tío.

Se aparta y abre el libro. Lee el comienzo del primer párrafo.

«Al despertar en el bosque en medio del frío y la oscuridad nocturnos había alargado la mano para tocar al niño que dormía a su lado».

Levanta la cabeza.

Unos segundos.

Luego abre el libro por la mitad, al azar, y sus ojos tropiezan con un diálogo. Le llama la atención la palabra «Dios». El libro trata del apocalipsis terráqueo y aparece Dios.

«Dios no existe», dice alguien. «¿No?», responde otro. «Dios no existe y nosotros somos sus profetas», concluye el primero.

Medita.

Así pues La carretera habla de un héroe solitario.

Parece.

Sí.

El mundo necesita héroes.

El Messi que marque el gol imposible que ellos nunca marcarán. El George Clooney guapo que bese a las mujeres que nunca besarán. El Bono o el Springsteen que canten las canciones que jamás compondrán. El Obama presidente negro, el alpinista que ha subido a todos los ochomiles, el Bolt que corra como un rayo…

Esos héroes.

Sí.

Exactamente esos.

No como el protagonista de Nunca seremos estrellas del rock.

No como él.

DE NOCHE los pensamientos son turbios.

Lee la novela, pero las imágenes van y vienen.

Duelen.

No quiere pensar en Regina, pero está ahí, la siente ahí, la tiene ahí.

Se convulsiona bajo la sábana.

Grita y gime en silencio bajo la sábana.

La novela está bien, ese padre y ese hijo caminan, son libres, van en busca de algo bajo el peso de la nada que los envuelve.

Él no.

Por primera vez, llora bajo la sábana.

TOMA la decisión de pronto.

Así.

Lo hace mientras en la televisión Bono, The Edge, Adam Clayton y Larry Mullen interpretan Where the streets have no name.

Quiero huir.

Quiero esconderme.

Quiero derribar los muros

que me retienen dentro.

Quiero extender la mano

y tocar la llama

donde las calles no tienen nombre.

Quiero sentir el sol en mi rostro.

Veo la nube de polvo desaparecer sin dejar rastro.

Quiero refugiarme en esta lluvia venenosa.

Aún construimos.

Después incendiamos el amor.

Y cuando voy ahí, voy contigo,

es todo lo que puedo hacer

donde las calles no tienen nombre.

Conoce la canción, es un clásico, pero ahora, en la televisión, a modo de karaoke en castellano, lee el texto traducido al pie de la escena.

Otra letra.

Otra maldita letra llena de imágenes.

Al fondo, en la pantalla de vídeo que cubre a U2, aparece una frase al final de una explosión de colores y palabras. Una frase que parpadea mientras Bono, agarrado al micrófono, se inclina hacia un lado y languidece con The Edge punteando despacio las notas finales del tema en su guitarra.

«Todo lo que sabes es mentira».

La guitarra se pierde y se apagan las luces.

El público grita.

Él se levanta y se aleja para no tragarse los anuncios de las cosas necesarias para ser feliz en la vida.

¿PUEDES conseguirme una navaja?

¿Para qué?

Para limpiarme la mugre de las uñas.

Ginés ríe.

¿A quién quieres pinchar?

A nadie.

¿Entonces para qué la quieres?

Le mira con tal fijeza que logra hacerle parpadear.

No me digas, se queda blanco Ginés.

¿Me la consigues?

¿Y qué me gano yo?

Algún día te devolveré el favor.

No, tío, algún día no existe. Solo se trata de hoy.

No tengo nada, le muestra las manos desnudas.

Tus zapatillas deportivas.

¿Y con qué camino?

Puedes mangar otras.

Todos los días rondándome, todos los días enrollándote, dándome la paliza, y ahora me sales con esas, dice él.

Todos los días evitándome, todos los días hablando lo mínimo, huyendo de mi cálida amistad, y ahora me sales con esas, dice Ginés.

No seas capullo.

¿Lo tienes decidido?

Sí.

¿Por qué?

Porque sí. Hace un gesto de fastidio. No me des la vara, tío.

¿Y si te pillan?

Pues me pillan.

¿Qué les dirás de la navaja?

Que me la echaron por el muro. ¿Crees que cantaría?

Ginés se siente importante. Feliz.

No, dice.

¿Me la conseguirás?

Parece pensarlo, pero solo para darle emoción.

Él tiene su pedigrí. Es un asesino. Eso son puntos.

Mañana te la echarán por el muro, y le guiña un ojo lleno de orgullo.