CAPÍTULO 11

ES DE noche.

Una noche cálida.

Una noche cálida y húmeda.

Una noche cálida, húmeda y especial.

La primera noche.

La última noche.

Camina por calles vacías, lejos del barrio. Calles por las que, de tanto en tanto, pasa un coche o una moto, el coche con las ventanillas bajadas y un trueno hecho música o la moto petardeando con su tubo de escape libre y follonero. Camina sin rumbo, sin un destino fijo. Quiere pensar y no puede pensar. Quiere reaccionar y no puede reaccionar. Huye, pero ¿hacia donde? Escapa, pero ¿por qué sendero? De niño un día se bajó de un tiovivo y jamás volvió a subir a uno. No hacía más que dar vueltas en círculos, no iba a ninguna parte. Otro día se subió a un tren, y pensó que siempre, siempre, se movía por las mismas vías, atrapado por ellas. Otro día más corrió por una autopista, con todas sus salidas marcadas, y desde entonces prefirió avanzar por caminos de cabras, abiertos a todo. Finalmente dirigió la vista al cielo y descubrió aviones, y barcos en el mar, y supo que quería ser un avión o un barco.

Mira las casas. Cada casa es igual que una serpiente haciendo la digestión. La serpiente se zampa una cabra entera, una rata entera, lo que sea entero, y luego se está quieta el tiempo que haga falta mientras la cabra, la rata o lo que sea se va deshaciendo en su estómago. Así son las casas. Un edificio, cinco plantas, veinte pisos, y en cada uno, alguien. La pareja de ancianos que ya no se soporta y pelean por todo, pero temen tanto la muerte propia como la del otro que les deje solos. El matrimonio con hijos que acaba agotado y sin ganas de amarse porque ha sido un día duro, como todos. La pareja feliz que espera descendencia. La abuela residual que vive anclada en su butaca con el mando del televisor entre las manos. La adolescente rabiosa que llora sin entender el motivo, sin comprender que está viva. La mujer madura que ha perdido la última ilusión. El hombre maduro que busca el último sueño. Gentes. Serpientes dormidas con gentes en su interior. Las casas digieren a sus habitantes hasta que un día, mueren y desaparecen. Y en cada calle hay muchas casas, y en cada barrio hay muchas calles, y en cada ciudad hay muchos barrios, y en cada país hay muchas ciudades, y en cada…

Un coche de la urbana.

Calma.

Caminar sin prisas.

Le miran.

Se alejan.

Ahí delante hay un parque, y descubre que está cansado.

¿CUÁNDO fue la última vez que jugó en un parque?

¿Jugó en un parque realmente alguna vez?

Nunca, hasta ese momento, se ha dado tanta cuenta de que está solo.

Solo.

Y se cubre de espanto.

Aprieta los puños.

El espanto no mengua.

Aprieta los dientes.

El espanto no mengua.

Se caga en todo, en sus muertos, en la vida, en su suerte, en su mal fario, en su miedo, en su destino, en su cárcel, en sus propios huesos, en todo, en todo, en todo.

Se caga en todo y el espanto no mengua.

¿Mató al Topo porque matándolo mataba a todos los Topos del mundo?

No.

¿Lo hizo por Ofelia?

Sí, pero también por…

¿Mató al Topo porque era su forma de gritar, de decirle al puto mundo que estaba ahí?

Se queda frío.

Tiembla.

Se lo dijo Andrés Cardiach.

Por primera vez empieza a darse cuenta.

¿Qué quieres?, piensa, y se dice, ¿una oportunidad?

¿Es eso?

¿Estabas llamando a alguien?

¿A quién?

¿Mataste al Topo porque era la excusa perfecta, la forma de pedir socorro?

Y si es así, ¿qué haces en un parque, de noche, solo, sin saber a dónde ir porque no tienes ningún lugar a dónde ir?

Mierda…, suspira.

Pero no suelta sus pensamientos.

Por fin tienen un sentido,

y son reales,

y son suyos,

y los comprende,

y le abren la mente,

y le marcan un camino.

Un camino de dos direcciones:

Vivir o morir.

Vivir por algo o morir por nada.

Vivir con esperanza o morir rabiando.

Esa es la clave.

Sigue sentado en el banco del parque minuto tras minuto, inmóvil. Si fuera de día las palomas le tomarían por una estatua y se posarían en su cabeza. Le cubrirían de guano blanco. Pero no es una estatua ni es de día, es un ser humano y es de noche. La noche en que todos los pensamientos son transparentes.

El camino de dos direcciones.

A la derecha el vacío inútil, a la izquierda un destello.

Cierra los ojos.

Ve pasar su vida de un plumazo.

Y el espanto no mengua.

NO MENGUA pero empieza a entenderlo.

El Topo fue su pasaporte.

Toc, toc.

Y le abrieron una puerta, solo que él no sabía quién se la abría, ni por qué, ni qué encontraría al otro lado, a pesar de haber llamado a ella.

Como si su mente, o su instinto, fueran por delante de su razón.

Huye, le dice su diablo.

Quédate, le dice su alma.

Huye, para ser libre, insiste su diablo.

Quédate, para ganarte la libertad, insiste su alma.

Huye, no tienes nada, estás solo.

Quédate, para no rendirte que es lo fácil, por Regina, por las Ofelias que aún esperan milagros, por un mundo que no elegiste pero que está ahí.

Huye, sé valiente.

Quédate, no seas cobarde.

Huye.

Quédate.

Otra hora.

Tiene hambre, su estómago cruje, pero más cruje su mente con otra clase de hambre.

Luz.

Si tuviera una moneda la echaría al aire.

Cara o cruz.

Pero no tiene ni eso.

Podría pedírsela a alguien.

O robársela.

La echaría allí mismo, en la zona de juegos infantiles del parque, en la arena, para que cayera de canto.