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AUSENCIA

Karou se acercó al cadáver después de que Jael se marchara. Solo un instante, por si acaso. Mientras se aproximaba, recordó la última vez que aquel cuerpo había sangrado. Su pequeño cuchillo lo había matado en aquella ocasión, y la herida limpia había sido fácil de suturar para preparar el recipiente para el alma de Ziri.

Aquella herida… no era limpia.

Aparta los ojos.

Aquella muerte no había sido sencilla, y la mente de Karou lloró por el huérfano de ojos marrones que mucho tiempo atrás la había seguido por todo Loramendi, tímido y desgarbado como un cervatillo. A quien había besado una vez en la frente, aunque solo lo recordaba porque él se lo había contado. Ruborizándose.

Ziri. Conocía el tacto de su alma de cuando la había colocado dentro de aquel cuerpo, y se dejó arrastrar por la esperanza, la esperanza que nunca aprendía.

Por supuesto que su alma habría desaparecido. Era imposible que hubiera sobrevivido tanto tiempo a la intemperie, o a un traslado como aquel. Por supuesto que se habría desvanecido. Pero aun así, Karou le abrió sus sentidos, porque no podía dejar de intentarlo. ¿He hecho todo lo que podía? Y aun así contuvo el aliento mientras unas lágrimas invisibles rodaban por sus invisibles mejillas. Y aun así tuvo esperanza.

En ocasiones, la ausencia tiene presencia, y aquello fue lo que Karou sintió. Ausencia como hierba aplastada donde algo ha estado y ya no está. Ausencia donde un hilo ha sido arrancado, desgarrado de un tapiz, dejando un hueco que jamás podrá ser reparado.

Aquello fue lo único que Karou sintió.