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SIMPLES CRIATURAS EN UN MUNDO

Cuando Karou se reunió con Zuzana, Mik e Issa, descubrió que se habían mantenido ocupados mientras ella asistía al consejo de guerra: preparando el espacio, desembalando bandejas, limpiando y clasificando dientes. Zuzana había intentado incluso componer varios collares aún sin enfilar, pendientes de que Karou los revisara.

—Estos están bien —dijo Karou después de una cuidadosa inspección.

—¿Funcionarán? —preguntó Zuzana.

Karou les echó una nueva ojeada.

—¿Este es el de Uthem? —preguntó, señalando el primero. Era una hilera de dientes de caballo e iguana con tubos de hueso de murciélago (por duplicado, para los dos pares de alas), acompañados de hierro y jade para el tamaño y la elegancia.

—Di por hecho que él sería uno de los resucitados —respondió Zuzana.

Karou asintió con la cabeza. Thiago necesitaría a Uthem para entrar en batalla.

—Tienes mano para esto —le dijo a su amiga. El collar no estaba perfecto, pero casi, algo asombroso dada la poca experiencia de Zuzana.

—Sí —nada de falsa modestia en Zuze—. Ahora solo tienes que enseñarme a hacer la magia que los transforma en cuerpos.

—No me tientes —respondió Karou con una sonrisa lúgubre.

—¿Qué?

—Hay un cuento sobre un hombre condenado a hacer de barquero en el río de los muertos durante toda la eternidad. Existía una manera de hacer trampa, pero él la desconocía. Lo único que tenía que hacer era darle la pértiga a otra persona, y así le pasaría su destino también.

—¿Y tú vas a pasarme tu pértiga? —preguntó Zuzana.

—No. No pienso pasarte mi pértiga.

—¿Y si la compartimos? —propuso Zuzana.

Karou sacudió la cabeza con exasperación y asombro.

—Zuze, no. Tú tienes una vida…

—¿Que supuestamente estaré viviendo mientras te ayudo?

—Sí, pero…

—Vamos a ver. Puedo hacer la cosa más sorprendente, impresionante, increíble y mágica de la que nadie haya oído hablar jamás, jamás, y, después de que todo este asunto de la guerra haya acabado, ayudarte a resucitar a toda una población de mujeres y niños y, digamos, devolverle la vida a una raza entera de criaturas al inicio de una nueva era para un mundo que nadie sabe que existe. O… puedo regresar a casa y hacer espectáculos de marionetas para los turistas.

Karou sintió que una sonrisa asomaba a sus labios.

—Bueno, si lo presentas así —se volvió hacia Mik—. ¿Tienes algo que decir al respecto?

—Sí —respondió serio, y no serio en broma, sino serio, serio—. Propongo que hablemos del futuro más adelante, después de «todo este asunto de la guerra», como dice Zuze, cuando sepamos que va a haber un futuro.

—Buena idea —dijo Karou, y se volvió hacia los turíbulos.

En el mejor de los casos, conseguirían una docena de resurrecciones, y eso siendo bastante optimistas. La cuestión era: ¿quién? ¿Quiénes son las almas afortunadas de hoy? Karou sopesó las opciones, y, mientras seleccionaba los turíbulos, fue colocándolos en un montón de «sí», un montón de «tal vez» y un montón de «por Dios, tú te quedas muerto». No más Lisseths en aquella rebelión, y no más Razors con sacos llenos de manchas cada vez más grandes. Quería soldados con honor, que pudieran abrazar el nuevo propósito y no enfrentarse a él a cada momento. Había un puñado de elecciones obvias, pero dudó al considerar cómo serían recibidas.

Balieros, Ixander, Minas, Viya y Azay. La antigua patrulla de Ziri: los soldados que habían desacatado la orden del verdadero Lobo de masacrar civiles seráficos y habían optado por volar hacia las Tierras Postreras para morir defendiendo a su propia gente. Eran fuertes, competentes y respetados, pero habían desobedecido al Lobo. ¿Parecerían sus resurrecciones sospechosas, un nuevo elemento en la creciente lista de Cosas que Thiago Jamás Haría?

Tal vez, pero Karou los quería a su lado; asumiría la responsabilidad. También quería contar con Amzallag y las Sombras Vivientes, pero sabía que aquello sería un empujón demasiado fuerte. Dejó sus turíbulos apartados, como una especie de tótem para un día más luminoso. Les devolvería la vida tan pronto como pudiera.

Colocó al equipo de Balieros en el montón de «sí». Había una sexta alma con ellos. Al rozarle los sentidos, la sintió como un cuchillo de luz a través de los árboles, y aunque no le resultó familiar, Karou recordó lo que Ziri le había contado del joven dashnag que se había unido a su lucha y muerto con los demás.

No tenía sentido elegir un muchacho inexperto como una de las apenas doce resurrecciones antes de una batalla como la que se avecinaba, pero Karou lo hizo de todos modos, con cierta sensación de desafío.

—Elección de la resucitadora —se imaginó diciéndole a Lisseth, o, como ahora pensaba en la malévola mujer naja, la futura vaca—. ¿Algún problema?

De todas maneras, el dashnag ya no sería un muchacho. Karou no disponía de dientes inmaduros, y, aunque los tuviera, aquel no era momento para la juventud. De modo que iba a despertar y a descubrir que estaba vivo en un cuerpo adulto y con alas, dentro de una remota cueva en compañía de resucitados y serafines.

Sin duda sería un día interesante para él. Algo en la mente de Karou le alertaba de que era una idea terrible, aunque de algún modo parecía lo correcto. Los dashnag eran quimeras formidables, imponentes como pocas, pero no era tanto por aquello como por la pureza del alma. Un cuchillo de luz. Honor y un nuevo propósito.

—Está bien —le dijo a sus ayudantes—. Vamos allá.

Las horas se fueron desvaneciendo como a intervalos. Thiago apareció en algún momento entre medias para hacerse cargo del diezmo de dolor —Karou vio que había acudido a los baños; ya no tenía costras de sangre y sus heridas habían empezado a sanar— y juntos, Karou y él, añadieron nuevos moratones a los que apenas se habían difuminado en sus brazos y manos. No llegaron a doce resurrecciones. Nueve cuerpos conjurados en menos de seis horas, y tuvieron que parar, porque no había espacio para más cuerpos. Aquellos nueve llenaban casi por completo la habitación. Y porque el agotamiento estaba dejando a Karou atontada. Chiflada. Inútil. Acabada.

Aparentemente Zuzana se sentía igual.

—Mi reino por un poco de cafeína —balbuceó, lanzando una plegaria al techo con las manos juntas.

Sin embargo, cuando al segundo siguiente apareció Issa con un té, Zuzana no se mostró agradecida.

Café, me refería a café —dijo hacia el techo, como si el universo fuera un camarero que hubiera apuntado mal el pedido.

En cualquier caso, se tomaron el té, inspeccionando en silencio su trabajo. Nueve cuerpos, y lo único que faltaba era transferirles las almas. Karou dejó que Mik y Zuzana se ocuparan de aquello, ya que le temblaban los brazos y cualquier movimiento hacía que un dolor y una palpitación coordinados ascendieran a toda velocidad por ellos. Se apoyó en la pared con Thiago y contempló cómo Zuzana recorría la hilera de cuerpos recientes, colocando un cono de incienso en la frente de cada nueva cabeza.

—¿Has hecho la invitación? —le preguntó al Lobo.

Él asintió con la cabeza.

—Se consultaron entre sí y finalmente aceptaron. Eso sí, dando a entender que nos estaban haciendo un favor. Aceptamos de mala gana comer vuestra comida, pero no esperéis que la disfrutemos.

—¿Dijeron eso?

—No con tantas palabras.

—Bueno —respondió Karou—. Es por orgullo. Puede que finjan que no la disfrutan, pero lo harán.

Aquella había sido su pequeña idea, su diminuto paso: dar de comer a los serafines. A alguno de ellos, a Elyon o Briathos, se le había escapado durante el consejo de guerra que los Ilegítimos, que habían escapado apresuradamente de sus destinos repartidos por todo el Imperio, habían agotado ya las escasas reservas de alimentos que habían logrado traer con ellos. Darles de comer —a casi trescientos serafines— acabaría con las provisiones de las quimeras también, pero era un gesto de solidaridad por el bien de la alianza. Comerían juntos y pasarían hambre juntos. Estaban juntos en aquello.

Y tal vez algún día incluso vivirían juntos. Simples criaturas en un solo mundo. ¿Por qué no?

El mechero hizo un ruido áspero —un pequeño mechero de plástico rojo con una caricatura, completamente desacorde con la seriedad de la tarea, por no decir fuera de lugar en aquel mundo— y Zuzana encendió los conos de incienso, uno tras otro, a lo largo de la hilera. El aroma del incienso resucitador de Brimstone llenó poco a poco la estancia de roca; Uthem volvió a la vida el primero, y luego los demás.

Las emociones de Karou eran complejas. Se sintió orgullosa: de ella y de Zuzana. Aquellos cuerpos estaban bien hechos, eran robustos y magníficos, y no monstruosos ni exagerados como habían sido sus resurrecciones en la kasbah. Eran más del estilo de Brimstone, y sintió también nostalgia y anhelo por él.

Y amargura.

Otra remesa para rellenar los cuencos. Más carne para los trituradores dientes de la guerra.

Simples criaturas en un solo mundo, había pensado momentos antes, y ahora se preguntaba, observando cómo recuperaban la vida: ¿sería realidad en algún momento?