TENDENCIA AL PÁNICO
El ángel portaba un casco de plata cincelada rematado por un penacho de plumas blancas. Parecía el casco de un centurión romano, con la incorporación de un larguísimo protector nasal: una estrecha banda de plata que se extendía desde la visera hasta la barbilla, dividiéndole el rostro en dos. Aquella protección le ocultaba la nariz y la boca, excepto las comisuras, y dejaba a la vista los ojos, las mejillas y la barbilla.
Era una elección extraña, teniendo en cuenta que el resto de la hueste llevaba la cabeza al descubierto, con sus hermosos rostros despejados. Había otros detalles raros en el ángel, pero eran más difíciles de evaluar, y su declaración no tardó en eclipsarlos todos. Hasta más tarde no se empezaría a analizar su postura, y su sombra extrañamente abotagada, su voz pastelosa y ceceante, y el susurro que se escuchaba en sus largas pausas, como si le estuvieran soplando las palabras. Los detalles se sumarían a la sensación general de maldad que había dejado, como un residuo pegajoso en los dedos, pero en la mente.
Aunque todavía no. Primero, la declaración, y la instantánea reacción que provocó en todo el mundo: absoluto pánico.
—Hijos e hijas del único dios verdadero —dijo, pero… en latín, de modo que muy pocas personas lo entendieron en tiempo real. Alrededor de toda la esfera del planeta Tierra, entre rezos y maldiciones y preguntas lanzadas en cientos de lenguas, miles de millones de personas se apresuraron a buscar una traducción.
¿¿¿Qué está diciendo???
En el lapso de tiempo hasta que las traducciones estuvieron listas, gran parte de la raza humana recibió el mensaje del ángel a través de la reacción del Papa.
No fue tranquilizadora.
El pontífice palideció. Dio un vacilante paso hacia atrás. En cierto momento, trató de hablar, pero el ángel le interrumpió sin ni siquiera dirigirle la mirada.
Su mensaje para la humanidad fue el siguiente:
—Hijos e hijas del único dios verdadero, ha pasado mucho tiempo desde nuestro último encuentro, aunque jamás hemos dejado de velar por vosotros. Durante siglos nos hemos enfrentado a una guerra que escapa al entendimiento humano. Largo tiempo os hemos protegido en cuerpo y alma, ocultándoos incluso la amenaza que se cierne sobre vosotros. El Enemigo que desea devoraros. Lejos de vuestras tierras se han librado terribles batallas. Sangre derramada, cuerpos devorados. Pero a medida que la impiedad y la maldad crecen entre vosotros, el poder del Enemigo aumenta. Y ha llegado el día en que su fuerza ha igualado la nuestra, y no tardará en superarla. No podemos manteneros por más tiempo en la ignorancia. No podemos protegeros por más tiempo sin vuestra ayuda.
El ángel respiró hondo y prolongó la pausa antes de acabar pesadamente.
—Las bestias… vienen a por vosotros.
Y, acto seguido, comenzaron los disturbios.