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EL PLAN DE XAVI HA TENIDO PROBLEMAS

Francis no ha tomado ninguna decisión respecto de lo planteado la noche pasada por Marisol. No lo ha hecho porque su cabeza no ha vuelto a detenerse sobre ello. Simplemente. Cuando se lo dijo, primero pensó que era una estupidez, una locura. Luego se sintió obligado por el chantaje que le planteaba la mujer. Y más tarde pensó que le vendría bien algo de dinero y que no había mañana para él, por lo que quizás podría alargar la última jugada, tratar de ganar al resto todo lo que había perdido en los últimos días. Pero lo cierto es que, mientras transcurría la tarde no había vuelto a pensar en ello. No pensaba volver por casa de su padre. De hecho, se había llevado su bolsa —la misma con la que llegó hace unos meses— y casi con sus mismas cosas. Todo eso estaba en el maletero del Seat. No, no había tomado ninguna decisión hasta ahora. Xavi le ha telefoneado demasiadas veces. Por eso él ha hecho lo propio con Dalmau y no ha contestado nadie después de los tres primeros timbrazos, pero tras el cuarto lo ha hecho alguien del personal del hospital Vall d’Hebron. Le han preguntado si era familia suya. Si conocía a Álex. Si sabía el teléfono de algún familiar cercano. Francis ha contestado a todo ello y ha hecho, a su vez, sus preguntas. La única que le han querido responder es que Álex estaba vivo. Grave, inconsciente pero vivo.

—¿Qué ha pasado?

Francis no había tomado una decisión respecto de lo de Marisol hasta que cuelga el móvil y echa a andar su paranoia. Unas bolas magnéticas atraen a otras hacia sí y sabe, sin cómo ni porqué, que Álex está en el hospital por haberse disfrazado de él. Y que ahora entiende por qué le cambiaron de puesto de trabajo. Y aquella visita y el cambio de actitud de Xavi. Y el contrato con don Damián. Y aquella historia que la otra noche a raíz de una canción de los Pixies, le volvió a aparecer en la cabeza, la del rey David llevando a Urías al frente para que le maten. Él no tenía mujer a la que deseaban. Él solo era la pieza perfecta en una partida simple que ni sabe ni entiende pero que tampoco importa ya. Lo único esencial es que Xavi y don Damián le pusieron en el tablero para que acabara en la cama que ahora está ocupando Dalmau. Eso le decide a volver a casa de su padre. Hablar con Marisol. Hacer algo con aquella rabia y aquella desesperación que siente dentro. En esta ocasión no se quedará quieto. No se esconderá. No hará como que no importa.

Se lo habían montado de puta madre.

En eso Xavi no está de acuerdo. Aunque ha ido recibiendo los mensajes previstos, que vino a significar que para ellos la operación se había desarrollado según lo previsto, Xavi vive con la certeza de que todo está descontrolado, como una de esas bolas locas del millón de la que nunca sabes contra qué se va a romper la cabezota. Los colombianos tenían su plan de ruta y eso había funcionado. El retraso en el puerto entraba dentro de lo calculado. Supone que las vías de acceso para la entrega fueron las acordadas porque el robo se hizo sin testigos. Había dos miembros de la mensajería y eso generó algún contratiempo. Luego le acabaron pasando la llamada del encargado a don Damián y quedó informado de lo que había pasado. Que Francis no se había presentado y había enviado a un amigo suyo que había recibido una paliza que lo tenía inconsciente. Unos segundos después ya sabía que era Dalmau ese amigo. A él no le habían hecho nada. Solo el miedo y las horas hasta que los han descubierto. Solo eso. No era poco.

El encantador Francis siempre repartiendo felicidad.

Por fortuna para los que pagan, aquello ha ido moderadamente bien. Pero Xavi sabe que no es así. Ni mucho menos. Porque él no quería ni un solo problema. Ni para él ni para don Damián, al que tanto le había costado conseguir que confiara en él. Y una manera de evitar los problemas era que cuando la policía metiera la nariz en todo aquello, la cosa quedara en un robo, extraño, si se quiere, de material industrial, que diera lugar a una investigación que sería lo profunda y ambiciosa que los recortes en pagas y medios permitieran. Y para evitar que a la policía se le removieran sus peores jugos gástricos, todo tenía que ser normal. La empresa de transporte debía estar fuera de toda sospecha, entendiendo que las participaciones del viejo podían no ser ni investigadas. Y el conductor debía ser un empleado de la misma. Y, a poder ser, que ese empleado fuera un extoxicómano, con poco tiempo en la empresa. Alguien a quien una oferta de dinero rápido y fácil no le podía pasar por delante sin pringarse los dedos. En cuanto los Mossos cayeran en la casilla llamada Francis se iban a quedar para siempre. Tampoco debían ir mucho más lejos porque nadie sabía nada: ni el personal de la agencia de transporte ni los datos facilitados del envío eran susceptibles de sospecha.

Pero eso no ha pasado. El tipo que llevaba la furgoneta no era empleado de la empresa. Los dos que hacían los repartos, uno se había quedado en casa por consejo indirecto de Xavi en forma de rotura de dedos en una, al parecer, pelea absurda en un local también absurdo. La baja médica era impecable. La única buena noticia del plan que debía controlar Xavi. Pero el resto era peor. El segundo tipo, Francis, no se había presentado. En su lugar había enviado al tarado ese que sin ser de la familia de don Damián le había hecho trabajillos de vigilancia en el Heron City y otros centros comerciales, y en la venta de ropa en el mercadillo de Casas Baratas. Ese mismo que ahora está en el hospital con una somanta de palos. Y además, el imbécil del drogota del hermanastro de Marisol va y llama a la oficina para decir que no piensa volver, que se despide, que ya no quiere currar más. Eso es lo que se encontrará la policía si husmea. Una trama chapucera con más agujeros que un colador.

Es decir, mientras enfila su coche hacia el bingo, Xavi debe reconocer que todo había ido bien excepto la parte que dependía de él. Genial. El asunto es si Damián estará al tanto o no. Es probable que no, porque el viejo vive en el limbo desde lo de Marisol, cada vez más encerrado en su mundo de coñac y películas antiguas, protegido por Timón y sus mamporreros. Va hacia el bingo sabiendo que, casi con toda seguridad, don Damián no estará. Como estaba planeado, está en Portugal. Cuando pasan cosas, el viejo anda siempre comprando paños y gallos de terracota. Pero Xavi ya no se fía de nadie. Ni de él mismo. El teléfono no lo coge nadie. Ni el viejo ni ya el encargado de la mensajería ni Francis ni los que han de pagar la chapuza.

Vuelve a intentar todas esas llamadas desde el móvil de prepago con el que ha llevado todo aquello. Nada. En el bingo, los saludos de rigor, el despacho cerrado y todo el mundo cantándole el mismo fado. También Timón, menos venido arriba que las últimas veces. Sale Xavi a la calle y se coloca un cigarro en la boca. Lo prende con la llama del Zippo e inhala aire y nicotina como si algo de eso le fuera a tranquilizar. En realidad, todo aquello le vino grande desde el principio. Él no es uno de esos tipos que sepa delegar cosas, planificar, tenerlo controlado todo. Más vale que le sirva de lección si sale con el culo seco de aquello. ¿Qué le hizo picar en aquel pastel? ¿La ambición? ¿El tedio? ¿Marisol? ¿Qué más da a estas alturas?

Ya volverá a llamar más tarde tanto a don Damián como a Francis. En el fondo, si contestaran todo sería peor, no se solucionaría nada sino que, muy al contrario, iría barranco abajo. Pero sí llama a los que pagan, y ellos sí le atienden. Descuelgan, no dicen nada pero Xavi sabe que están ahí. Cuando hablan su voz suena distorsionada, difícil de rastrear a base de filtros:

—Hola.

Happy Christmas, man.

—Todo bien, ¿no?

—¿Qué quieres?

—¿Cómo cerramos lo nuestro?

—Deberías hablar con tu jefe.

—¿Qué jefe?

—No sé. ¿Cuántos jefes tienes tú?

—En esto, ninguno.

—Mira, no es asunto nuestro, pero creo que sí tienes jefe.

Le cuelga.

Damián, el viejo pirata.

¿Cómo pudo puentearle y acceder a los colombianos don Damián?

Lo infravaloró. No tuvo los ojos puestos en todos los sitios y ahora entiende algunas cosas y se avergüenza de otras. No tiene pruebas de nada pero la actitud de Freddie, su peso ganado desde hace meses. Freddie es colombiano. Es una posibilidad. Algo más para un adicto a la conspiración que nunca sabe ver, como es el caso de Xavi.

Freddie, Damián, hijos de perra.

Está tan furioso que no ve nada a su alrededor. Tampoco que ha anochecido, ni que el cigarro se le está consumiendo entre los dedos. Maldice en medio de la calle como un borracho loco. Su primer impulso es volver al bingo, apalancar a Timón entre dos esquinas, meterle la pipa en el culo y soltarle el enema que necesita. Eso estaría bien pero podría generar que los colombianos lo vieran como una fiera descontrolada y fueran a por él. Por lo tanto, ahora más que nunca, debe pensar con claridad. Hay un dinero que es suyo. Ha de cobrarlo. Que se lo adelante el viejo y acto seguido pilla el coche y se larga de esta ciudad. Quizás con la pasta en el bolsillo sí que se desahogue con el colombiano. Ya lo decidirá. Mucho más dulce la venganza con dinero fresco. Porque si después de todo se mete en un lío a precio cero, la cara de tonto no se le va a quitar en lo que le reste de vida.

Comprueba que lleva más de trescientos euros en la cartera, dos Visas y la pipa en el trasfondo falso de la rueda de recambio. Se sube al coche. En la primera estación de servicio que encuentra, pone a rebosar el depósito y se compra un paquete de chicles que aseguran llevan a un orgasmo de cítricos y un par de cedés de éxitos idiotas del último o el próximo verano porque hay una canción que sale en un anuncio que le gusta y de la que Marisol le dijo el título que aún recuerda. También un Monster helado. Se lo toma al salir de la cabina de la gasolinera mientras un operario le pone el combustible. No sabe cuánto tiempo tardarán en prohibir esa bebida, joder. Espera que aún se lo piensen un poco más. Siempre le ha encantado el olor a gasolina. También ese cielo cuando aún se resiste a pintarse de negro. No tiene ni idea de cuánto se tarda de Barcelona a Lisboa pero deben ser horas y horas de carretera. Dormirá en cualquier hotel Fórmula 1. Busca la canción de los gorgoritos de la negra y todo encaja. Un hombre enamorado de una canción que le recuerda a una mujer que ya no está. Que por primera vez añora a esa mujer como si estuviera muerta. Un dolor como una piedra gigantesca en el pecho. Un coche a tope de gasolina y rabia. Una pistola que canjear por dinero. Y la noche que lo cubre todo. Xavi sabe que hay trozos de eternidad como ese, en el que uno es solo uno y distinto a todos los hombres de la Tierra y hace cosas que solo puede hacer él y, si existe Dios o los marcianos y miran hacia abajo, se fijarían en un individuo que está conduciendo su Volvo como si el mundo fuera una pista de hielo y él un hombre atado a una misión, con una mujer quemada encerrada en una canción.