«JUST YOUR FRIENDS»
1993
Reconoce el pellizco de la melancolía. Es la hora de la lucidez, ese trozo, siempre inesperado, de amarga epifanía. En el caso de Mr. Frankie eso nunca fue buena señal. Parar de correr y dejar que los demonios te atrapen de una vez por todas para devorarte.
Sobre el escenario del Be Good algo que un día fue una banda y que se hace llamar Rey Pachuco para triturar versiones de los Mink DeVille hasta el 81.
Uno sabe que todo ha acabado cuando sobre un escenario toda tu metralla implosiona dentro. Y Francis recuerda la última vez de verdad, el último concierto de veras, el porqué de todas aquellas canciones, las noches que las alumbraron. Pero ahora se siente lejos de todo aquello, perdido dentro de la capa del mago.
Hace tiempo que ninguno de los músicos de Rey Pachuco aguanta ya al resto. Hartos todos del fracaso, de haber llegado tarde, de no haber sido lo suficientemente listos o lo suficientemente egoístas. Hartos y desesperados de no tener dinero, de dormir en sofás prestados, habitaciones siempre enmoquetadas y muertas, los músicos sueñan con motines, atracos a bancos, regreso a Penélope.
A mitad de «Slow drain» Jordi, el cantante, enmudece. En segundos, el apagón recorre la línea como una serpiente y hace callar al resto de los micrófonos, los chivatos, los amplificadores y después la luz de la sala. Las dos docenas de espectadores que han venido esta noche gritan, bromean con aquello pero no lo aceptan en absoluto y se acostumbran a la oscuridad. Un gremlin en forma de técnico de sonido de la sala llega, sube el escenario, mira las conexiones, vuelve a bajar.
Segundos de nada.
Francis se arrodilla. Lleva colgada la acústica. En la banda ha entrado Isi, un guitarra nuevo, más joven y con un Marshall a cuestas, y Francis se ha ido quedando de relleno, con dedos torpes y desfases considerables.
Segundos para nada, sí.
Mr. Frankie sabe que es el fin. El latido se ha detenido, ya no lo oye. Tiene abiertos los ojos sin poder ver nada. Está como dentro de un agujero negro que, en ese mismo momento, está succionando la banda, los sueños, los recuerdos. Es el fin de tu mundo, Francis. Eres invisible, Mr. Frankie. No eres nadie para nadie. Aquello, el rock’n’roll ya no tiene corazón. Él quiere dejar la banda. Todos quieren dejarlo. En realidad, la competición consiste en quién lo hará antes. Pero todos saben que dejarlo es enfrentarse al vacío de ser de un día para otro adulto, uno más entre la nada. Pero para Francis el dolor es aún más profundo. Para él es el final de su suerte de romanticismo. Está allí, de rodillas y trata de recuperar la sensación de abrir la noche en dos, bajar a saltos los escalones, cruzar las aceras para ir a buscar a la chica que te volvía loco, echar a correr para ir y para volver, alcanzar, abandonar, escapar. Francis trata de recuperar al menos el eco de aquel deseo. Aquella forma absurda de amarse sin razón ni beneficio con aquella música poniendo banda sonora a todo ello.
Casi un minuto con el mundo desaparecido. La banda sabe que cuando vuelva la luz ellos ya serán otros. Por eso siguen callados. Esperando nada. Cuando acabe el concierto nadie hablará. Dejarán de llamarse para el próximo ensayo, montarán a trozos otras bandas, alguien afanará la guitarra de otro, ese otro perseguirá a aquel por deudas, por drogas, por favores no pagados.
Pero no solo es eso, ¿verdad Mr. Frankie?
Los espectadores han elevado el volumen de sus conversaciones. El técnico no tiene ni idea de qué ha pasado y anda preguntando a Coco si les queda mucho repertorio y el bajista le contesta que no tocan a peso pero, en fin, tres temas y bises. El técnico le dice que por qué no lo dejan. Seguro que nadie se queja. Francis con los ojos cerrados, arrodillado, escucha la traición entre los olivos.
Francis no piensa, solo siente. Como un púgil del que nadie espera que pueda levantarse de nuevo y por eso mismo, lo hace. Empieza a rasguear la acústica con un único acorde y no lo cambiará hasta que todos callen. Sabe qué quiere tocar y por qué. Sube la intensidad de su rasgueo. Aquel mantra se abre paso. Coco ha dejado de parlotear con el técnico. Jordi reconoce la intro pero nunca han interpretado «Just your friends» y no se va a meter en ese jardín, a cappella y para nada.
Mr. Frankie persiste en ese acorde para, de repente, cambiarlo, volver al anterior hasta escuchar su voz, que entra desafinada y temblorosa como la de Thunders aquella noche, exigiendo respeto por la canción y por lo que hubo dentro de ella, por lo que significó para él desde la misma noche que puso el disco sobre el plato del tocadiscos de su habitación, recién robado al hermano mayor de Liz. Respeto por el trozo de algo bueno y puro, hermoso y libre que aún hay dentro de esa música, aunque esté mal cantada en un bareto rodeado de desconocidos, ojos tan ciegos como los suyos.
Cut me deep
Behind my back, I’m cut in two.
La banda respeta aquello. Odian a Francis por diferentes motivos, causas y argumentos pero aquello es sagrado y lo saben. Lo sienten así. La voz de gato callejero le sale a Francis de dentro. Señor Leg, el batería, sigue el ritmo con el émbolo del tambor y a Jordi ni se le ocurre hacer nada con su vocecita de pájaro flauta. El público también lo ha entendido. Calla. Escucha.
Now it might be
Tell me is it me
Is it just your friends
La voz sube, se quiebra. Se esconde entre grietas de dolor y rabia como una culebra entre las rendijas del suelo. Mr. Frankie no llega a las notas altas, arrastra las bajas pero la acústica aguanta firme como una alfombra mágica y su voluntad de sacar adelante la canción la convierte en imparable. Isi le echa una mano con la guitarra porque en nada llega el crescendo con la armónica que Francis siempre lleva en el bolsillo de la chaqueta, últimamente más un amuleto que un instrumento.
I remember the night,
I remember the rain
I wandered the streets
Lost in the pain over you.
Nadie habla. Nadie quiere que regrese la luz. Mr. Frankie sigue soplando esa armónica como si la vida le fuera en ello y es probable que así sea. Lo hace por todos los amigos muertos y sus promesas rotas, por todas las mujeres idas y su placer también ido, problemas y diversiones, la emoción de la ciudad oscura, ebria, inabarcable, con sus laberintos y sus calles desiertas, sus recuerdos, sus ángeles negros que durante años y años abrieron sus alas para protegerles del tiempo, de ser su padre, de los armisticios y las renuncias, de dejarse ganar con la realidad, con lo tibio y lo correcto.
Allí hay algo pero es tarde para nada, se dice Francis.
Algo que se muere y por eso está más vivo que nunca.
Algo que pide orgullo para una canción cantada a cambio de nada, porque sí, porque hay un lugar donde alguien vive canciones y luego las toca y las canta para regresar al primer instante y el resto, todo lo demás, no importa. Al menos esta noche, no. Al menos no para Francis.
La luz vuelve. Francis deja de tocar. Su chaqueta está empapada, la cara brillante. No mira al público que empieza a aplaudir. Jordi cruza una mirada con Coco porque no sabe cómo seguir después de eso. Mejor dejarlo, ¿no? El bajista, por deferencia a su viejo amigo, decide que acaban e irán a bises si la gente se lo pide.
Francis sale del escenario. Se va limpiando lágrimas y mocos con la manga de la chaqueta. Lleva consigo la acústica. No va hacia la sala que les hace de vestuario. Necesita salir a la calle. Se ahoga allí dentro. Fuera, una ráfaga de viento le refresca. Echa a andar por las calles desiertas rodeadas de almacenes abandonados. No sabe qué hacer ni adónde ir pero reconoce ese andar sin sentido ni control y se asusta de aquella soledad tan suya pero ahora ya definitiva, que le está aplastando contra el suelo, sin piedad alguna. Exige a su cabeza pensar qué tipo le venderá esto o aquello o qué mujer aún le perdonará la mitad de la mierda que le habrá echado encima. Pero en el fondo sabe que hoy no quiere drogas ni sexo. Solo quiere regresar al país donde se enamoraba como en las canciones. Donde las canciones no mentían. Donde uno era inmortal porque deseaba y era deseado y alguien a mil kilómetros de allí había escrito y cantado una canción especialmente para eso, para pasarla en tu cine particular.
En el fondo se conformaría con poder regresar a la última vez que fue generoso.