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DESPEDIRSE DEL PASTOR ALEMÁN

Xavi sale por la boca de metro, cruza el paseo Maragall y enfila la calle Agregació. En una de esas calles repletas de talleres y puticlubs está el local que busca. El barrio es tan gris como el cielo de aquella mañana, de cazo de leche de los de antes, aquellos en los que su abuelo calentaba el desayuno y metía tropezones de pan. Los locales tienen nombres idiotas —Sheik, Arlequín, Dólar— y Xavi cree que podría adivinar qué ganado está dentro —putas bizcas y clientes tarados— en un mundo de caspa y terciopelo rojo, abrasado de manchas de licor y semen triste. Los garajes, por el contrario, no lucen rótulos ni nombres: solo coches para pupilaje, mecánicos cantarines, de bocatas envueltos en papel de periódico y mirada castigada en pintura y chapado.

Debería haberse anotado la dirección. Don Damián aún no ha decidido si sí o si no a lo suyo. Se ha limitado a dejarle hacer. Ha colocado a Francis en ese puesto de trabajo como una concesión tácita, al mismo tiempo que una demostración de habilidad. El viejo se resiste a dejar su reino sin muros, una vez más, sus fronteras. Xavi es ambicioso. El territorio de Damián le parece un juego desfasado, una trampa en la que alguien le reservó una mesa al fondo del local para que se entretuviera con el dominó de medio euro el envite. Ver y no tocar. Por eso Xavi necesita ganar fácil, ya y mucho. Y es ahora, porque lo siente ahora. Nota bajo sus pies el traqueteo del tren que se acerca y sabe que si no se sube él, se subirá otro más listo que él.

Casi al llegar a la plaza del Guinardó ve a mano derecha un pastor alemán mirando hacia el interior de un local. Conoce al perro, hermano de uno de los que Damián tiene en su torre de Terrassa.

Torre dels Pardals.

Xavi recuerda de inmediato el nombre de la calle.

Si es el perro, es el local.

Dit i Fet.

El pastor alemán, hermoso e imponente, se gira hacia él y se le empieza a mover como un péndulo la cola. Qué bueno: lo ha reconocido. Se levanta, va a su encuentro. Xavi le acaricia. Le encantan estos bichos. Leales sin ningún resquicio. Mientras anda acariciando al perro, echa un vistazo al interior del local por si acierta a ver a Francis. Deja de acariciar al pastor alemán con un golpe seco en el lomo y entra. Supone que el perro le seguirá pero se equivoca. Al fondo, queda un mostrador. Detrás de él, un empleado está mirando algo en la pantalla de su ordenador. Carritos metálicos con sobres y cajas. Xavi se acerca al mostrador. Al buenos días del trabajador Xavi pregunta por Francis. Está en la puerta de al lado. Vuelve a salir a la calle para meterse en el garaje que han preparado como almacén. Hay una pequeña furgoneta aparcada dentro. Detrás de ella ve a Francis y a Ginés, su compañero.

—Visita de cortesía.

Xavi sabe que Marisol será el tema inevitable que le encantaría obviar y que llenará de plomo todas las palabras que se digan. Fue al hospital a los dos días de ingresarla y luego a la semana y luego, luego ya no. En ninguna de esas visitas, Marisol pudo enterarse de su presencia. Le enfermaba verla en ese estado. Debía haberla matado en aquella ambulancia. Duele. Mucho. A los dos. La mujer sabe que para él ya no existe. La quiso, la deseó como a ninguna. Estaba encaprichado con ella, pero con los retazos de su piel, con la mirada valiente que ya no tiene, se fue mucho más que dolor y ácido. Uno quiere tener un hijo, no un retrasado, se decía Xavi para agarrarse a algo que le permitiera sentirse algo mejor. Querrá de aquí un tiempo volver a sentirse afortunado, tener un caballo hermoso y salvaje, apenas recién domado por ti, a su lado. Todo eso que fue Marisol y que ya no podrá ser ni para él ni para nadie. Deberá volver a encontrar todo eso en otra Marisol. Esta historia ya ha acabado. Esta Marisol está muerta. Tapiada en vida como ha dicho don Damián.

¿Se puede dejar de amar en minutos? Se puede. Sucede. A él, sin ir más lejos.

—Acabo de desayunar.

—Tú puedes dos veces, fucking zampabollos.

—¿Fucking? Ya hablas como Timón.

—Estoy por la diversidad, fucking man.

Francis se excusa con su compañero y sigue a Xavi. Lleva casi un mes allí. Dentro de nada cobrará su primera nómina y el ambiente es bastante bueno. Es cierto que añora el ambiente del bingo pero, después de lo que pasó con Marisol, nada ha sido igual. Mayka se lo confirma. Cuando ella no tiene turno por la tarde, le viene a buscar. En ocasiones ambos acuden al Vall d’Hebron y miran cómo anda la petita. Y la petita anda como puede. Ha tenido la fortuna de las prótesis y de que, al ser ácido sacado de un carburante, estaba muy diluido con agua, pero se le parte el alma ver aquel saco de huesos, aquel olor a quemado que no se va con nada.

Los hombres al entrar en el bar saludan a la parroquia: viejos, parados y operarios que abren una eterna zanja por todo el barrio.

—¿Qué pasa?

—Nada.

—Marisol bien, ¿no?

¿Ya?

—No toques los cojones, ¿vale?

Francis le clava la mirada. Marisol esperaba más de él y eso, en ocasiones, está seguro la está matando más que el lobo que la muerde desde dentro de las quemaduras cuando los fármacos le empiezan a dejar de hacer efecto. Xavi se ve tentado de desviar la mirada pero no lo hace.

—No me mires así.

—¿Cómo?

—Así.

Llega el camarero y destensa la situación. Piden y hasta que no llegan las dos cañas ninguno de los dos habla. Xavi tiene una orden para él. Y de esa orden dependen muchas cosas. Trata de no olvidar eso. Así que le da algo de cancha.

—Me cuesta ir a verla. Y no sé hasta qué punto le hace bien verme —miente Xavi.

—Yo creo que le haría bien saber que estás ahí.

—Sigue siendo la novia del capo, no lo olvides.

—¿Eso qué más da?

—¿Que qué más da?

—Déjalo, en el fondo no es asunto mío.

—Exacto.

—Tu jefe tampoco se prodiga por el hospital.

—Mayka me ha dicho que envía flores.

—Como Manzanita.

Silencio.

—¿Puedo preguntarte algo? —Francis no espera la respuesta—. ¿A qué ha venido esto de traerme aquí?

—No te entiendo.

—Pues que todo esto tiene toda la pinta de quitarme de en medio.

—Paranoias de yonqui.

—Seguro que sí.

—¿Quieres un poquito de verdad?

—Molaría.

—Está todo lo que te han dicho. Lo del contrato, bla, bla, bla. Pero también está que al viejo no le molaba tu relación con Marisol. La hizo cambiar, en su opinión y también en la mía.

—Menuda gilipollez.

—Demasiado unidos los hermanitos.

—Y tú seguro que encantadísimo.

—¿Yo? A mí me la sudaba.

—¿Te acuerdas de unos dibujos que hacían cuando éramos pequeños que se llamaban Érase una vez el hombre?

—No.

—Seguro que sí.

—Recuerda que eres un montón de años más viejo que yo, compañero.

—Salía un tío grande y malo y otro pequeñajo que no hacía más que meter cizaña. Me recordáis un poco a esos dos. Tú metiéndole basura por la oreja a don Damián, mareándole para que no mire en la dirección correcta.

—Qué mente tan privilegiada. Te equivocas de cabo a rabo pero me ha gustado el juego. Me toca a mí. ¿Sabes a qué me recuerdas tú? A un saco de mierda. Un inmenso saco de mierda en una bolsa de mierda metida en un pozo de mierda. ¿Has visto tú esos dibujos? ¿No? No te creo. Va, confiesa, seguro que los has visto.

Francis calla, furioso. Le encantaría tener la mitad de los huevos que tenía antes y partirle la botella en la jeta a ese imbécil. Pero sabe que no lo hará. Xavi se impacienta. Saca el paquete de cigarrillos y juega haciéndolo girar sobre la superficie de la mesa. Qué estúpido: nada más empezado el partido ha llevado las cosas a uno de los lugares que no le convienen para nada. Xavi sabe que debe cambiar el sentido de las vías ya mismo.

—Oye, lo siento. Esto nos está volviendo locos a todos. Tú lo vives de una manera. Yo, de otra. Don Damián de la suya. Pero me he pasado. Perdona. No eras un problema en nada. Pero distorsionaste a Marisol. Esa es la verdad. Tú y todo lo que le recuerdas. Todo aquello que ella no quiere tener cada día frente a sus narices.

—No pasa nada.

—Ni el viejo ni yo somos de estar las tardes de visita.

—¿Quieres un consejo? No hables por ese hijoputa. Para ella no sois lo mismo.

—Lo sé pero yo necesito tiempo. Díselo si te pregunta. Por el momento mi manera de ayudar a Marisol es hacer justicia. Localizar a ese psicópata y entregárselo trinchado a Marisol en una bandeja.

—¿El viejo se ha puesto también a ello?

—Claro. Puede no importarle ella pero alguien ha jodido algo que creía suyo.

—¿Lo tenéis ya?

—Aún no, pero caerá. Todo el mundo que le conocía nos dice que volvió a su país. Lo que es casi seguro que la pelea de los niñatos fue una jodida casualidad que el moro aprovechó. Te puedo asegurar que no sabían nada de todo eso.

—¿Tú crees que se habrá marchado?

—Pienso que es posible que escapara después. Yo lo hubiera hecho. O que ya estuviera fuera y encargara eso a alguien. A algún familiar o algún amigo. No sé si son cosas que uno ha de hacer por sí mismo o hay un alquiler de quemar la cara. ¿Quién entiende a esos tarados?

Otra vez silencio.

—¿Cómo vas en el curro?

—Bien. Me jode estar metido horas en ese zulo pero es lo que hay, ¿no?

—Debe ser difícil para ti.

—¿El qué?

—Te lo digo de buenas, ¿vale? No te me mosquees otra vez, por favor. Marisol me contó que fuiste famoso cuando eras músico. Y, joder, no sé, debe ser difícil todo esto ahora, ¿no?

—Nunca fui famoso. La gente más allá del barrio no me paraba por la calle, vamos. Pero Marisol era una cría y lo vivió todo de una manera exagerada. Pero sí, fue difícil. La gente, a medida que crece, va asimilando la derrota. Cosas que quiso y que ya no podrá tener, esas historias. Pero en mi caso uno pasa de creer que nunca crecerá, que puede tener todo lo que desee sin necesidad casi de desearlo, a la certeza de que la partida ha acabado ya, para siempre y demasiado pronto.

—Bueno, estás vivo.

—¿Sabes por qué estoy vivo? Porque era un cagado. Me veía hecho una mierda y me acojonaba y lo dejaba un tiempo. Siempre a base de priva. Y luego, unos meses después volvía. Y a mi alrededor, todos cayendo como moscas.

—Bueno, todos los yonquis contáis una historia parecida.

—¿Quieres otra historia parecida de yonquis? Te la digo porque hoy ando romántico. También empiezas a meterte por lo de siempre. Porque te enamoras de una que se mete y meterse se convierte en una forma de quererla, de complicidad, de entrar en su mundo privado. Así de sencillo. Así de gilipollas. Nada muy transgresor. Un coño y dos tetas. Lo de siempre.

—Vas a hacerme llorar.

—Esa es mi intención.

—Por cierto, algo más romántico aún: ¿ya has hecho envíos?

—¿Quieres decir si he salido de reparto? —Xavi asiente—. Sí.

—¿Y qué tal?

—Suelo ir de acompañante, pero un par de veces he hecho el envío solanas. Es fácil. Más allá de los urbanos, claro.

—¿Solo tenéis esa furgoneta?

—Hay otra más grande. Y si no, se alquila a otras empresas. ¿Por…?

—Don Damián tiene previsto ampliar el negocio.

—…

—Sigues preguntándote por qué he venido a verte.

Xavi ha venido para ordenarle o sugerirle que el pedido que de aquí a nada recibirán para el mes que viene lo haga él, con independencia de si le toca como si no. Alguien con un pasado yonqui que se ve metido en un asunto de drogas tanto si el asunto sale bien como si se tuerce, es un cebo suculento para una policía con los salarios recortados. En el primer caso, Francis aparecerá magullado y asustado, maniatado en un camino rural por unos tipos que le habrán robado furgoneta y mercancía. Si hay más lío, pues que lo haya. Y pocas ganas de relacionarlo con algo más que un enchufe para el hermano de su novia por parte de don Damián. Pero Xavi decide que ha de cambiar de táctica porque Francis está alerta. La conversación sobre Marisol ha hecho que Xavi diga más de lo que debía y ahora un encargo sobre un envío concreto no hará más que anclarle en la certeza de que es el saco elegido para los golpes. Y se pondrá de culo. Por todo ello, debe cambiar de táctica. O bien hablará directamente con el encargado, o bien buscará una segunda alternativa. Si opta por hablar con el encargado, la policía conectará la luz en nada. Lo mejor será hacer el pedido y el día de la entrega arreglárselas, gestionar lo que sea para que Ginés, el repartidor oficial, no pueda ir al trabajo y solo quede la opción de Francis. Xavi se relame con la idea que ha surgido en su cabeza como un rayo en la oscuridad de su mente. Es un tipo listo. Ahora solo ha de encontrar una excusa. La busca y cree haberla encontrado.

—Tu padre.

—¿Qué pasa con él?

—Está día y noche allá en el hospital.

—¿Y? Al menos alguien le hace compañía.

—Mala compañía.

—He de volver al curro, Xavi.

—¿No quieres que hablemos de eso?

—Pero ¿de qué coño quieres que hablemos?

—No sé, Francis, no te entiendo. Parece que te guste hacerte el gilipollas. Yo tenía entendido que Marisol y tú ya habríais aclarado algunos conceptos aquella noche.

—¿La noche en que le abrasaron la cara? No, solo nos besamos.

—Seguro. A ver, te trataré como un crío. Me escuchas atento y te dejaré volver a clase, ¿vale? ¿Sabes que tu viejo tiene una sentencia por abusos? ¿No? Y aún tuvo suerte. Tu papi, el señor de los bocatas de atún, se cepillaba a Marisol en cuanto podía.

Los ojos de Francis se clavan en los de Xavi, que no los aparta. Tenso, espera cualquier cosa: que se abalance sobre él, que le arroje el vaso de cerveza. No se fía. Si ese tío hubo un día en que se creyó el rey del mambo aún le debe quedar orgullo, restos de sangre entre la droga en sus venas.

—Eso es una puta mentira.

—No, no lo es y a partir de ahora ya no puedes hacerte el tonto.

¿Eres idiota, Xavi? ¿Ese era el plan? Ni tú entiendes cómo has llegado a ese punto. El objeto de la visita era suavizarlo antes del envío que ha de ser robado. Y en vez de eso, has dicho lo que has dicho y has forzado la situación que has forzado.

—No quiero volver a escucharte ni una vez más esa mierda.

—No será necesario. Tú lo sabes. Yo lo sé. Ya está.

Francis se larga, furioso, roto.

Xavi liquida la Estrella.

Paga y sale a la calle.

¿Por qué le has encabronado, bocazas…?

Joder.

Le hubiera encantado despedirse del perro.