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CARIBOU

De camino al que fuera el Caribou, Francis se deja llevar por aquella vieja sensación de una noche de hace veinte, cien años, ese trozo de algo libre, algo divertido, algo que estaba allí para ser robado. Un coche veloz como un cuchillo. Música suave en la radio. Música de tipos muertos tocando canciones dedicadas a chicas también muertas. Dinero en los bolsillos. Un lugar al que ir como un faro. Un pelín bebidos, drogados con el punto. Todo fácil, todo adormilado, todo ajeno a la realidad, si es que eso significa algo por la noche.

Xavi conduce. No hay más luz que la de su coche y la de la luna allá arriba. Marisol está a su lado y se gira cada dos por tres para hablar con los tres ocupantes del asiento de atrás: Francis, Mayka y una chica del turno de mañana, una tal May, simpática y menuda, de ojos negros como insectos y muchas ganas de llegar, beber, bailar y volver a beber y volver a bailar. Francis está en medio de las dos mujeres. Suena ahora muzak de los ochenta, «Time after time». Pero Marisol mueve el dial, busca otra cosa que, por fortuna, gusta a Francis: guitarras cruzándose, recitado en italiano, Pájaro, Santa Leone. Lamentablemente, Marisol decide regresar a Cyndi Lauper.

Francis está casi seguro de que es tras la siguiente recta. Allí sucedió. Mr. Frankie no puede evitar mirar. Está convencido de que verá a Ona. Pero, como es lógico, no hay nadie en ese lugar. Francis gira la cabeza y al hacerlo se encuentra con la mirada incisiva de Marisol que parece entender algo que no puede saber.

Ya queda poco para el Calamar, antaño Caribou, piensa Francis. Hará lo posible por no meterse ninguna clencha, pero, joder, estaría tan bien hacerlo. Eso sí, se lo piensa beber todo. Aunque se conoce. Últimamente ha tenido dinero, ha salido algunas noches, se ha dejado invitar a cocaína. No mucho. Espaciado. Pero es igual. Mr. Frankie sabe siempre cómo empieza todo aquello, cómo un día la carretera se pone cuesta abajo y ya no puedes frenar.

—Me tienes que volver a dar el teléfono de la bruja. La he llamado mil veces y me sale el contestador —interpela Mayka a Marisol.

—¡Qué raro! Yo la vi el día antes de que don Damián se marchara a Portugal, o sea, hará una semana…

—Diez días —sentencia Xavi.

—Eso.

—¿Cuándo vuelve el viejo? —pregunta Francis por preguntar.

—El sábado o el domingo, creo.

Marisol, golosa, mira a Xavi que no devuelve la mirada. Ella está en este punto que le divierte que lo suyo no sea un secreto, como si esa nueva situación la ungiera de poderes de invencibilidad. Como si el secreto fuera la cadena y no lo que guarda dentro. Ya ha decidido que ella es de Xavi y que el tema con don Damián es una cuestión de cálculo: cuándo, cómo y dónde. Y si puede ser con pasta, mejor. Ya hace tiempo que se le pasa por la cabeza ir cogiendo de aquí y allá dinero y cosas de valor, tanto en la casa de Barcelona como en la torre de Terrassa. Sabe dónde está cada cosa y Damián esconde el dinero en la casa como si fuera una urraca. Esos planes solo los conoce ella. Xavi se desesperaría de conocerlos. La desea. No puede estar sin ella pero sospecha que no lo suficiente como para ponerle delante de una cuestión de lealtad o, mejor dicho, ante la posibilidad de dejar de ganar muchísimo dinero, de heredar el reino de bingos, chiringuitos y chanchullos mil. Tendría que matarlo en cada polvo para compensarle tanta pérdida. O que fuera verdad que la ama como dice, pero los tíos son espuma, el mismo esperma que les sale de la polla les sale de la boca: caliente, incontenible, muerto.

—Vuélveme a dar el número, anda.

Marisol lo hace.

—Creo que tenía otro móvil. Recuérdamelo e intentamos llamarla luego.

—Ok —contesta Mayka. Se gira hacia Francis y le pregunta algo en otro tono, privado, personal que molesta a Marisol—. ¿Qué tal el otro día?

—¿Qué otro día? —contesta Mr. Frankie.

—¿No llevaste a tu hijo a ver a su abuelo?

—No lo dejarías solo con ese mariconazo —comenta Marisol.

—Ese mariconazo es mi padre.

—El mariconazo de tu padre.

—Bueno, el tuyo ni sabes quién es.

—¡Eh, pringao! —Xavi ha reaccionado con la suficiente rapidez como para adelantarse al mismo intento de agresión de Marisol. Ha alargado el brazo sin dejar de mirar la carretera y ha conseguido asir de la cazadora a Francis—. No te pases ni un pelo. Pídele perdón, idiota.

Mayka quiere intervenir pero no sabe cómo. Trata sin éxito de desmontar la garra en la que se ha convertido la mano de Xavi.

—¡Discúlpate!

Si Francis lo hace, el orden quedará establecido. Los actores respetarán su papel asignado. Nadie espera que Francis no recule, que no se disculpe ante Marisol y que no ceda ante el matón. Pero están los ojos de Mayka y también los de Marisol. Y los de Ona desde la cuneta. Mr. Frankie hace ya días que se levantó del suelo. Ahora puede aguantar algún que otro asalto de pie.

—Suéltame, Xavi. Deja de comportarte como un gánster de chiste. ¿Qué pasa? A tu jefe le encantará saber cuánto afán pones en defender a su novia, pero relájate. Esto es cosa de familia. Entre ella y yo.

Transcurren unos segundos. Llega una curva. Xavi afloja el agarrón. Francis se tira para atrás.

—Marisol, no seas tonta. Sabes que no lo decía en serio.

—Vete a tomar por culo.

—Vale, me voy a tomar por culo pero piensa que cada vez que tratas al viejo como a un mierda delante de todos…

—¿Qué?

—¡Joder!

—No tienes ni puta idea de nada, chaval.

—¿Que se pasó de hostias contigo? Si yo te contara… Y entre el viejo y la vieja ni te cuento, pero aquella era otra época. Todos ellos en aquellos años eran poco menos que animales.

—Sigues sin enterarte de una mierda.

—Va, petita, que es mi despedida.

—Eso es lo único bueno.

Llegan a la altura de la entrada al chiringuito. Banderolas y tablas de surf a modo de protección de la Hispaniola. Rockers cuarentones petardean en sus Harleys en dirección contraria. Humo de fritanga. Olas rompiendo, cayendo furiosas desde sus penachos blancos, brillantes como sirenas a la luz de la luna. No hay problemas para aparcar. Se apean Mayka y May. También Xavi, quien le pregunta a Marisol por qué no lo hace ella.

—Este y yo nos vamos a quedar aquí un ratito a aclarar unas cuantas cosas.

—No pierdas mucho tiempo con él.

Se cierran las puertas. Pasan unos instantes. La música llega amortiguada desde los altavoces del chiringuito. El piloto ilumina sus caras pero enseguida se apaga dejándoles en la negrura. Francis duda en salir y sentarse en el lugar del asiento de Xavi pero Marisol se le adelanta y es ella la que hace lo contrario.

—¿Qué quieres decirme que no sepa ya? ¿Que Paco es una bestia? Ya lo sé, joder, soy su hijo.

—No es eso. Tú no sabes lo que pasaba allí. Tú no estabas. Nadie te lo decía. No querías enterarte.

—Y yo que creía que querías quedarte aquí conmigo a solas para seducirme.

—Déjate de mamonadas. Escúchame. Quiero aclarar esto de una vez por todas.

—¿Para qué? ¿Qué haremos luego con todo eso? Con la verdad, con vomitarnos toda la basura, las historias del viejo. ¿Qué coño hago yo con eso? Prefiero besarte.

—Estás puesto, ¿no?

—¿Por qué no? Estamos solos. Estabas loca por mí. Ahora te doy por culo, ok, lo acepto. La batalla ha sido imposible. No hemos atinado con el tiempo ni el lugar. Vale, de acuerdo, pero dame un beso, joder. Esta noche es como las de antes. Quiero cerrar esto. Matar las ganas de ese beso. Y si quieres mañana hablamos y me cuentas lo que quieras.

—¿Y qué gano yo?

—Un beso. Un beso mío.

—¿Y ya está?

—Por supuesto.

—No, lo haremos así. Yo te explico lo que te he de explicar de una puñetera vez y tú, si quieres, luego, me besas.

—¿Truco o trato? Venga, va, acepto.

Mr. Frankie no espera. Le estampa un beso en la boca, en comisuras de los labios de ella, mientras con los brazos la atrae hacia sí. Sigue besándola, en el cuello, en el hombro —«Para, Francis, no seas idiota»— mientras con las manos le ha buscado bajo la blusa sus tetas implantadas, sabrosas, que están consiguiendo algo en Francis que no quiere dejar pasar. La chica sabe que han perdido los papeles y que aquello puede convertirse en una tragedia solo con que Xavi le dé por venir a echar una ojeada. Esa locura, ese hacer lo que no debe donde no debe, tan Mr. Frankie, le divierte. No iba a dejarse follar ni ahí ni en ningún otro lugar. Solo andará por ese alambre un poco más, a tientas, como un animal ciego que está seguro de donde pone los pies.

—Ese no era el trato, subnormal —dice riéndose la chica.

Las manos de Francis han agarrado de la cintura de Marisol y han tirado hacia abajo con el propósito de que quede tumbada sobre el asiento posterior. A Marisol se le borra la sonrisa. Esa parte de la escena ya sería difícil de explicar. Le empuja pero el cuerpo de él es peso muerto. Una mano de Francis quiere colarse bajo el pantalón. Trata de hacerlo suave, acariciándolo. Pero ella no quiere que siga. Y se lo dice. Francis se detiene de inmediato. Se miran a la cara y ambos saben que aquello ha acabado, que ha sido gracioso pero que no volverá a pasar. La chica le revienta como segundo premio un beso fugaz en la boca, eso sí, mientras se endereza recomponiéndose blusa y pantalón.

—Bueno, va, tu parte del trato.

—Ahora ya da igual.

—Estás loca.

—Se me han ido las ganas pero como has sido un fulero de mierda y casi un violador, te destaparé la sorpresa: te vamos a regalar un móvil.

—Hija de puta.

—¡Venga, vamos! Sal tú primero.

Francis sale del coche imitando el paso de un pingüino. Marisol lo mira hasta que no puede reprimir una risa cuando se cruza con Xavi y finge abrocharse la cremallera. Siempre Mr. Frankie jugándose esa hostia que vuela por los aires. Marisol, amparada por los cristales empañados pasa al asiento en el que estaba durante el viaje sentada y sale al exterior en el momento en que Xavi llega y abre la puerta.

—¿De qué va ese mamón?

—No le hagas caso: es un crío. ¿Tienes tabaco?

El hombre le pasa un cigarro.