VELAS NEGRAS
Desde la barra Francis mira mesas y clientes, dispuestos sobre la moqueta gris con dibujos con los que igual alguien quiso recordar a Kandinski. Ve a aquellas personas como colegiales que, atentos, siguen las palabras que la profesora desenmascara del dictado. Pero no son palabras sino números y es Anita quien los canta con aquel tintineo de monedas girando en vasos de metal.
Se ha acabado su primer gin tonic y se pregunta si no será muy pronto para pedir el segundo. Hoy es su día libre y ayer fue su último día de trabajo en el bingo. Cuando don Damián le llamó al despacho y se lo espetó a bocajarro, como si en vez de darle una noticia mala que llevaba dentro una menos mala, le estuviera escupiendo que le quedaban apenas unos meses de vida. No hubo opción. De haberla habido quizás Francis hubiera decidido quedarse en el bingo. Ya los conocía a todos y se llevaba bien con la mayoría. El ambiente era bueno, en ocasiones hasta divertido. Cada vez se sentía más seguro de sí mismo. La gente le buscaba y le escuchaba. Se reían con aquellas cosas locas que aseguraba haber vivido o con las que las vivieron o inventaron otros. No le había costado mucho convertirse en el líder de la gente que cuidaba el parking y uno de los más solicitados para acompañar el cigarro de la mayoría de las chicas que trabajaban en el bingo.
En ese nuevo mundo reinaba en cierta manera Marisol, que cuando tenía el día bueno se mostraba cariñosa y cuando no lo tenía, no se reprimía y era desdeñosa y borde. También estaba Mayka. La mayor parte de las veces era rudo con la sudamericana. No lo podía evitar. A Francis —a pesar de su deterioro— le sigue gustando un determinado tipo de mujer que no es esa mula bonachona, grande e inofensiva. Pero ha de reconocer que tenía su punto. Lo cuidaba. Le sugería prestarle dinero para ir a un dentista que cobraba barato y a plazos. Le sacaba un café con leche calentito al aparcamiento en una de aquellas tardes de frío y humedad. Hacía lo imposible por hacerse un hueco a su lado a la menor oportunidad. Pero esas mismas cosas, en ocasiones, enervaban a Francis de tal modo que generaban en él una cierta crueldad que, al asumirla Mayka, le enfurecía aún más. Luego, Francis se arrepentía, tenía un detalle con la mujer y vuelta a empezar. Ella creía que si perseveraba lo conseguiría. Él sabía que perseverar era la manera más eficaz de no conseguirlo jamás.
Se encuentra allí a la espera de que Mayka, Marisol y un grupo de seis, ocho trabajadores del bingo Verneda acaben turno a las diez para ir a celebrar que deja el trabajo y empieza el lunes próximo en la mensajería Dit i Fet, con contrato y todo.
—¿He hecho algo mal?
—No lo sé. ¿Has hecho algo mal? —le espetó don Damián mientras se pertrechaba en su sillón ergonómico de cuero viejo, restregado y adaptado a su culo y su espalda como una segunda piel. Francis pensó que si alguien que no fuera don Damián se sentara en ese sillón saldría despedido como un dibujo animado.
Estaban en las oficinas del bingo. Francis estaba intimidado ante aquel caimán pero a cada segundo que transcurría se enfurecía más consigo mismo por haber dejado que la vida le hubiera roto la espalda hasta agusanarle. El viejo no parecía tener muchas ganas de explicarse. Francis iba a contestar su pregunta como si solo fuera eso y no una manera de humillarle, de restregarle el hocico por sus propias heces, pero don Damián se le adelantó:
—Empiezas el lunes. Los datos te los dará la niña de contabilidad.
Don Damián sabe que ha de dar más información para esa jugada con la que matará dos pájaros de un tiro. Por un lado le alejará de Marisol y con ello el recuerdo de los manoseos del hijo de puta de su padre, con el que ya se tomará algún asueto un día de estos y por otro, de cara al improbable proyecto de Xavi, que dudaba si acabaría o no en nada, ya que una vez que sabe que Hamburgo está en Alemania le ha informado que la operación se retrasa unos meses. Él ha actuado como si oyera llover. Aún no le ha dicho que vaya a entrar y ni tan siquiera si le dejará que él participe. Espera verlo todo, frío y lejano, y luego decidirá.
—Que no te confundan las casualidades —no quería que Xavi diera tantas cosas por supuestas—: el sacarme de encima al hermanísimo es para tenerlo fuera del entorno de la niña. No es una buena influencia —el viejo aprovechaba cualquier ola— y además, quién sabe, igual es él quien la está poniendo tonta.
La máscara sobre la cara de Xavi ni se inmutó. Don Damián le miró a los ojos y él aguantó. Cuidado, pensó Xavi, las cosas se han empezado a mover.
—¿Sabes conducir? —le preguntó don Damián a Francis.
—Sí.
—Perfecto. No podía tenerte más tiempo sin contrato. ¿Qué te crees? Soy un empresario que respeta los derechos de los trabajadores. Así, cuando seas viejecito podrás tener una pensión para comprar pan duro para tirar a las palomas. Si es que para entonces no nos hemos comido las palomas.
Francis decide que ahora ya sí es tiempo de pedirse el segundo gin tonic. Definitivamente. Quedan diez minutos para el fin del turno. Tiempo suficiente para empezar a incrementar el pedal que coloca su cabeza entre algodones mojados. Se lo sirven. Marisol llega por detrás y bromea con él. Se sienta a su lado. Lleva una blusa verde y un pantalón negro ajustado. Tacones, maquillada, el pelo planchado. Resultona. Se le marcan las tetas. Francis se las mira y ella lo sabe y simula que no se da cuenta, que no le importa, que asume con falsa resignación que él y el resto se las mirarán. Para eso se las puso, ¿no? Se acerca el camarero. No, no va a tomar nada, contesta Marisol a su ofrecimiento con un mohín que Francis reconoce de siempre.
—Estás guapo con tu look vieja gloria.
Marisol se refiere a una chaqueta negra que no se puede abrochar, una camisa color hueso, pantalones negros y zapatos de viejo a los que Francis arrancó las hebillas.
—Por mí me hubiera quedado pero…
—Estarás mejor. Cotizando y eso. Lo que tenías era un apaño, para salir del paso.
—¿Quién viene esta noche?
—No sé.
—¿Xavi viene?
—Por supuesto. Damián no me deja salir solita si él no está en la ciudad —le dice la chica con ademán de querer jugar a no se sabe muy bien qué.
—¿Dónde está el amo?
—El amo está en Portugal.
Marisol le pide un cigarro al camarero y se dirige a la salida. Da por supuesto que Francis la seguirá. Ya se está bien en la calle. Solo tiene un cigarro y son dos los que quieren fumar pero, esta vez, harta del gorrón de su hermanastro no está dispuesta a compartir ni el humo.
—¿Qué tal con Mayka?
—No hay nada con Mayka.
—Ella espera algo.
—¿Sí? No sé. Yo no he prometido nada a nadie. Esa lección sí que la aprendí.
—Te dejas hacer. Muy tuyo.
—¿Y tú qué?
—¿Yo qué de qué?
—¿Qué tal lo tuyo? El ménage. Lo del viejo. Lo del otro.
—No vayas de listo, chico rock’n’roll, que ya no estás en forma ni sabes cómo es el baile que se baila en la actualidad.
—Explícame ese baile.
—¿Quieres saberlo?
—Claro, me estoy aburriendo, petita.
—Los dos me tienen hasta el culo.
Francis lanza una carcajada. Ella le sigue en la risa. Enseguida Marisol la cambia por las ganas de sincerarse, por una cierta prisa que le lleva a seguir hablando hasta que aparezcan Xavi, Mayka y los demás.
—¿Sabes? A veces voy a que me echen las cartas. —Francis se sonríe—. No te burles. Eso ya lo hace todo el mundo. Sé original, Mr. Frankie.
—No me burlo pero esas cosas no tienen ningún sentido, ¿no crees?
—Hay muchas cosas que no tienen sentido porque no sabemos leerlas. ¿Quieres una prueba? La semana pasada fui a la tipa que me las echa —antepenúltima calada al pitillo— y me habló de ti. Me dijo que querías follarme. Literalmente. Que un medio hermano quería tener relaciones conmigo y que me haría daño. Me dejó helada. ¿Cómo podía saberlo ella?
—Se lo contarías tú.
—Jamás le mencioné nada de ti.
—Un medio hermano puede ser cualquier cosa. Además para saber que hay un tío que quiera follarte no hay que ser brujo.
—¡Qué cabrón!
—Oye, tómatelo como un halago.
—¡Vete a la mierda! ¿Sabes qué más me dijo…? Que si quería alejarte encendiera una vela roja.
—¿Y la encendiste? ¿Por eso me cambio de trabajo?
—Claro. Allí en casa está dando buena luz. Una velita roja y dos negras.
—¿Y esas?
—Me dijo también que un amor poderoso e infiel se estaba apoderando de mí. Alguien que trabaja conmigo. Esa tipa tiene un don, eso te lo digo yo. Y nada, lo mismo, que si quería ahuyentarlo debía poner otra vela roja pero que si quería que me consumiera y que nadie lo descubriera comprara dos velas negras y las tuviera encendidas solo por la noche, al irme a dormir y que apagarlas fuera lo primero que hiciera al despertar.
—¿Y a las velas les pusiste alguna señal? ¿Un condón usado de Xavi?
—¡Hijo puta! —Marisol le golpea divertida en el hombro. Le echará a faltar—. ¡Dos velas negras grandes como dos pollones tengo en mi casa! Mayka y tú sois los únicos que sabéis lo nuestro. O sea que ni mu o te clavo en la frente una vela roja.
A la mujer le gustaría tener ahora otro cigarrillo pero se encaminan ya hacia la puerta. De repente, no desea seguir con el tema. Al contrario de lo que pensaba y sin saber por qué, no le ha sentado bien exteriorizar sus miedos y comentarle lo de Lady Claire.
—¿Te han dicho ya adónde vamos luego? Al Calamar. ¿Lo conoces? Antes era el Caribou. Un chiringo en la playa, en Sant Boi, cerca del aeropuerto. Lo regenta uno de los socios de Damián. Antes ponían de lo que te gustaba. Ahora de lo que le gusta a tu futura novia, pero sigue siendo guapo. Está guay: el mar, la luna, la musiquita.
Mr. Frankie se ensombrece por unos instantes.
—¿Qué te pasa?
—No, nada.
Cruzan la puerta del local. Después de tantos años, resulta que no podrá evitar volver allí. Quizás sea otro chiringuito en la misma carretera, en la misma playa. Pero sabe que no. Que pasará por allá y la chica de la curva se acordará de su nombre. Y tendrá un hijo suyo muerto en la barriga y él, apenas llegue, cerrará los ojos hasta que le duelan para no volver a ver a Ona, guapa y fatal.