16

POR UNA MAMADA

Todo se hubiera solucionado con una mamada pero a Marisol de esa manera y en ese momento no le dio la gana de organizar la percha y buscarle la ironía o la caja registradora al asunto. Y sabía todo lo que pasaba cuando se le negaba lo suyo a don Damián. Y que, estando lo de Xavi cada vez más peligroso no era nada inteligente negarle la felación al jefe, pero ella no era ni una puta ni una mansa. Si la sabían orientar bien, el hombre conseguía a veces lo que quería, pero su precio ya no podía ser una cena o más regalos o sentirse reina en aquel territorio, en el fondo cutre y sórdido, nada glamuroso en ningún caso después de verlo y verse con los ojos de Xavi y de Francis. De hecho, ya no había precio para una mamada. Quizás el miedo —a perder la protección, el dinero, todo eso— aún podía valerlo. Pero no hoy.

Buscó cobijo, protección, un hombre rico y bueno, y consiguió cobijo, protección, un hombre rico y, en el arco de su meada, generoso pero no bueno. Pero no más. Ya no. Ahora quiere escapar. Y todo, porque lo ha vuelto a estropear. Lo sabe y lo demás son ganas de acumular excusas y mentiras. De ahí la negativa a chupársela. Piensa que si don Damián le diera tiempo, espacio, algo de cuerda quizás se quedaría más tiempo por aquí. Todo entonces sería mejor, más llevadero. Pero tampoco está segura de ello porque ha vuelto a suceder. Otra vez.

Una gestiona lo cotidiano más o menos bien hasta que se te llena la cabeza de sueños. Hasta que se te enamoran las entrañas. Y entonces irrumpe la luz salvaje y te deslumbra y, por primera vez, ves. Al menos ella funciona así. Le ha vuelto a pasar y todo se va al demonio, rápido, girando como un planeta loco.

Te gustan más los hombres que a un tonto un lápiz, le decía aquella madrastra de cuento que le proporcionó la vida. Y eso que, echando la vista atrás cae en la cuenta que siempre ha sido elegida ella, entregada al vencedor de la puja, como si la premura no le permitiera nunca a ella saber, pensar, decidir. Y ha ido de un lado a otro, escapando de una sexualidad culpabilizada, de un canje eterno y autista, cuyo único culpable era ese cabrón que la violó siendo una cría, como si ser hija de una puta te abocara a serlo, joder. Como si la única manera de conseguir cosas fuera abrirte de patas y gritar. Esa fue la lección y aunque la realidad se la haya confirmado terca, ha de olvidarla, ha de funcionar como si no la supiera. Como si esa verdad fuera, al menos, una verdad que en ocasiones no se cumple. Como mínimo eso, ¿no?

Siempre son los mismos personajes, piensa, o sus contrarios. Sin Paco no habría Damián. Y sin aquel triste criajo con el que abandonó su hogar tampoco hubiera pasado por el macarra aquel o por Amoah. Y claro, ya que estamos desenmascarando parejas… Sin Francis no habría Xavi. Siempre es lo mismo. Escapar para volver al primer amor, al primer corte, el más profundo. No aprendemos nada. Nunca. Lo ha podido comprobar mil veces.

Por cierto… ¿qué pasa con Xavi?

Ella creía que podía controlar aquello. Que era un matarratos. Y durante un tiempo seguro que lo fue. Pero en un momento determinado, como suele pasar, pasó de la indiferencia a la añoranza, del desapego a la adicción. Estaba por ese hombre. De verdad. Pura piel y corazón estrujado. Encelada por saber por dónde estaba y con qué otras se acostaba aunque él lo negara.

Esto es lo que pasa con Xavi: que ya no puede evitarlo.

Y sí, sabe todo lo que debe saber sobre él. Como si todo el vecindario, todas sus amigas —de haberlas tenido—, familiares y gente de bien —de estar vivos o existir gente de esa a su alrededor— le siguieran por todas partes, conformando una orquesta de saxos ululantes y trompetas chillonas, gritándole una y otra vez que ese tipo no le convenía. Que no era de buena pasta. Que era un hombre malo. Que hacía lo que le mandaba el viejo y siempre cualquier cosa por dinero. Que quizás hubiera matado a alguien. Que vendería a su madre al mejor postor. Pero al final de todo eso, en su garganta se esquina la pregunta de siempre: ¿y qué? Ella sabe o cree saber que cuando aquella bestia está con ella es un buey manso que busca sexo pero también cariño, intensidad pero también algo más que un coño entre unas piernas. Él puede ser bueno. Estar tranquilo. Pensar con claridad. Tratar bien a aquello que quiere. De hecho, piensa que están hechos el uno para el otro. Aunque el resto de las circunstancias, las situaciones, los hechos, las hipótesis y la ciudadanía al completo escriban en la pizarra el resultado a su ecuación: cero, nada, infinito de nada. A pesar de eso.

Él está loco por ella.

Ella está loca por él.

Él trabaja para el viejo.

Ella está con el viejo.

El viejo, pues, sobra pero no su reino.

Humo de cigarrillos, cuerpos moviéndose en blanco y negro, ella hermosa, fatal con la espalda al descubierto.

Todo muy peliculero.

Ojalá Damián se muriese, pensaba Marisol. Ojalá algún día algo o alguien lo matara. Un cáncer, un ajuste, la policía. Soñaba con Xavi reventándole la cabeza con una bala. Sigue siendo todo muy de película. Nada muy en serio, la verdad, porque ella es consciente del desagrado que le produce la violencia, porque toda la violencia que ha conocido ha sido ejercida por el fuerte, por el malnacido, por sus hombres.

Sin saber muy bien por qué, la llegada de Francis ha hecho que la historia con Xavi rompiera su muro de contención. Como si la irrupción y la indiferencia hacia la fantasía de su adolescencia significara una liberación de una serie de cadenas invisibles. Ya no siente nada por Mr. Frankie. No le debe nada. No quiere tirárselo ni vengarse de nada. De hecho aquel hombre ya no existe en Francis. Es otra persona con la que hasta puede hablar y estar en la misma habitación sin reparar en que él es un hombre y ella una mujer. Y para Marisol, aquello es algo bueno que no había esperado nunca que sucediera y menos con Mr. Frankie.

Xavi y Francis. Francis y Xavi. Algo sí que les une —más allá de su miel de abeja reina y de ser ella la causa de que se hayan encontrado—, y es que ambos son los ojos que la miran y juzgan, y a los que ella quiere agradar. En eso la relación con su hermano mayor no ha cambiado en todo este tiempo. Todo ello hace cada vez más insoportable su papel de Cleopatra con el Faraón envejecido a su lado cuando ellos la miran. Por eso. Por ellos más que por ella, en una reacción infantil, a veces muestra en público su desagrado a don Damián o le hace desplantes a todas luces excesivos, todo colores chillones. Y luego, a solas, cuando sabe que debe o, al menos, es inteligente mellar aquellas navajas y aquellas malas palabras, jugar con astucia con don Damián hasta confundirle, a Marisol se le resucita el alma de niña de la calle y le dice que no. Que no te la chupo. Que no me apetece. Que me dejes tranquila.

—Sabes que podría obtener cualquier cosa de cualquiera.

—Yo también.

—Estás muy equivocada, niña: tú no tienes nada y lo puedes perder todo. Yo te puedo perder a ti y ya está.

—Me tienes en poco, entonces.

—Te tengo en lo que te tengo y me importas lo que me importas. Cada vez menos, por cierto.

—¿Es una pelea de novios?

—Una vez me dijiste que sabes qué hacer para que te dejen. Lo recuerdo muy bien.

—Esto no chuta.

—Tú no chutas. Tú te follas a otro. O a otros. Y te ríes de mí. Y piensas que soy idiota.

—Eres un paranoico.

—Respétame al menos.

—Eres tan machista que crees que si una mujer no quiere follar contigo es que está follando con otro.

—O eso o ha encontrado a Dios y también se lo está follando.

El viejo parece bromear, pero Marisol sabe que no hay broma sino un cinismo que él destila de la misma cepa que el veneno con el que puede ordenar matarte. Le tiene un miedo en cierto modo inconcreto, sin saber a qué o por dónde vendrá el dolor.

—Mira, no es que esté mal contigo. Estoy rara. Y no me gusta que, sin pensar en mí, te bajes la bragueta y me pidas que me amorre. Eso es todo.

—Mírame, niña… ¿Me ves cara de gilipollas? No, ¿verdad? Pues eso.

Deberías habérsela chupado, idiota, piensa Marisol. Eres una engreída que te crees la más lista y solo eres una imbécil. Se lo creería él ahora si ella accediera, si permitiera que…

—Yo no quiero ni una puta ni una esclava, pero soy viejo y sé por qué estás conmigo. Solo los gagás y los que han leído demasiados libros no lo saben. Pero yo sí. Si fuera pobre, si fuera un desgraciado, no estarías en mi cama. Yo sé lo que te gusta de mí. Pero las apariencias aquí y en todos lados importan. Necesito el teatrillo para no tratarte como una fulana. Para no dejarte el dinero encima de la mesilla. Para respetarte lo suficiente como para no pedirte que te metas una botella por el culo y mi polla por el coño, ¿lo entiendes?

—Fulana… Eso es como antiguo, ¿no?

—Yo soy antiguo y tú, mucho más.

—Lo de la botella, eso me ha sorprendido. Casi me asustas. Creí que con verme mear ya estabas colmado.

—Digamos que soy curioso.

—¿Sabes? Yo no estoy contigo por lo que te crees. Agradezco mucho lo que has hecho por mí. Y he estado bien a tu lado. Aún lo podría estar si no me atosigaras.

—Ahora me pedirás tiempo o espacio, ¿no? Te doy todo lo que quieras. Pero si te vas, te vas. Quiero decir que coges tus bragas y tus zapatitos de mierda y te vas de la ciudad a donde te dé la gana pero bien lejos, de donde nadie pueda venir a explicarme nada de ti. Ese es el plan. Pero hoy mismo. Dejas el curro. Dejas de tener dinero. Dejas a tus amigas. Te largas a Zaragoza o a Bilbao. ¿No tenías primos por allá arriba? Pues ya está. No quiero ni que vengas a despedirte al bingo. Fin. ¿No es eso lo que querías? Ya lo tienes. ¿Ves cómo puedo ser moderno?

Marisol no dice nada. Está pensando adónde puede ir. Con qué dinero cuenta. Qué seguridad puede encontrar en la calle con la amenaza de Amoah aún grabada a fuego en su subconsciente. Se pregunta si le seguirá Xavi o permanecerá a los pies del amo. Damián se dirige a la puerta.

—Te vuelves a tu piso compartido y mañana fuera de la ciudad.

—¿Y si no lo hago? ¿Qué vas a hacerme?

La mujer empieza a dudar a causa de una cierta impotencia, de no poder ser fuerte y romper la cabeza a ese tipo poderoso. Quizás triste por saber que algo de razón tiene ese hijo de perra, porque aún le importan demasiado algunas de las cosas que le da. Porque le gusta no tener que pensar de dónde sacará dinero cuando se acabe el que tiene en la cuenta del banco. Esas pequeñas cosas enormes.

—Y, por supuesto, ni te acerques a Xavi. Eso en el caso de que no me deshaga de Xavi.

—¿Qué pinta Xavi en todo esto?

—¡Basta ya! ¡Hija de la gran puta! Pero ¿quién te crees que soy yo? ¿Un subnormal? ¿Te crees que no me doy cuenta?

—¡Estás loco! ¡No hay nada con Xavi!

Don Damián está tentado de alzar la mano y golpearla, descargar todo el dolor contra aquella tormenta de pelo negro y encrespado. Pero no lo hace. De hecho, no sabe qué quiere hacer. Qué va a hacer. Tiene la polla enamorada de esa víbora mala. Quiere perderla de vista pero no sabe si podría estar sin ella, sabiéndola fuera de su esfera, a los pies de otro. Tampoco sabe qué hará con Xavi. Sigue sin querer verlo claro. Sigue sin saber qué piezas faltan del puzle. Peor aún: sigue sin saber si existe puzle.

Marisol no está acostumbrada a situaciones enconadas con el viejo ni a tomar grandes decisiones. Su vida ha sido encontrar la trampilla de emergencia un segundo antes de que el fuego desmoronara el edificio sobre su cabeza. Todo se ha precipitado. Nada de esto tenía que pasar en estos momentos. Tampoco sabe de la lealtad de Xavi. Ni tan siquiera si no es una bobada creer que esa enfermedad —amor o pasión obsesiva— compensa el volver a no tener casa ni dinero ni seguridad. Ha de encontrar la trampilla. Ha de encontrar el asa antes de que el mundo se le venga abajo. Ha de encontrar algo de eso.

—El problema no es Xavi.

—¿No?

—El problema es Francis. Y ni tan siquiera él es el problema.

El semblante de don Damián cambia por completo. Es la tranquilidad de encontrar la variable que puede solucionar de modo más amable, menos dolorosamente, el problema suscitado. Es como descubrir que estamos en un mal sueño y podemos despertarnos si lo intentamos. Que tu amor no está follando con tu mano derecha. Algo así.

—Siéntate un momento. No quería explicarte eso. De hecho, me cuesta mucho hacerlo. Y por favor, no quiero, bajo ningún concepto, que hagas nada. Que me escuches y que me entiendas. Solo eso. Y que dejes de estar paranoico con Xavi o con quien sea.

—¿Qué pasa con Francis?

—¿Me das tu palabra de que no intervendrás?, ¿que no harás nada?

—Te la doy.

—Júramelo.

—Te lo juro.

—A ver, ¿por dónde empiezo?

Marisol expele una bocanada de aire cansino y triste. Sabe que la explicación ayudará a solventar aquella situación pero, del mismo modo, sabe que nada será igual a partir de ese momento y que, por mucho juramento, no podrá controlar a don Damián. Su verdad será una mentira para ganar tiempo e iniciativa, la distracción necesaria para que Xavi desaparezca de escena. Cuando abandone al viejo no será con una muda limpia y una mano delante y otra detrás. Eso lo tiene claro. Así que Marisol mide sus palabras y trata de ser tan convincente como lista.

—Con la llegada de Francis se me ha removido algo que he tratado de ocultar en mi pasado. No es culpa suya. De hecho, él ni lo sabe. Pero me lo ha removido y por eso estoy así contigo.

—Habla.

Para rematarlo, aquella noche o mejor mañana, Marisol se la chupará.

Como una niña aplicada se tragará el jarabe amargo.

Es un mundo de reglas sencillas.

Mundo Macho, Mundo Idiota.