El encuentro entre Lissa y Christian me había molestado lo suyo, pero al día siguiente me sugirió una gran idea.
—Eh, Kirova… esto, señora Kirova.
Estaba plantada en la puerta de su oficina, sin haberme molestado siquiera en pedirle cita. Ella alzó la vista de algún papelajo, claramente enfadada de verme allí.
—¿Sí, señorita Hathaway?
—¿Mi arresto implica que ni siquiera puedo atender a la misa?
—¿Perdón?
—Me dijo ayer que no podía salir de mi dormitorio cuando no estuviera en clase ni practicando, pero ¿qué pasa con la misa de los domingos? No creo que esté ni remotamente bien mantenerme lejos de mis necesidades… religiosas —o privarme de una oportunidad, no importara lo corta y aburrida que fuera, de estar con Lissa.
Ella empujó las gafas por el puente de su nariz.
—No estaba al tanto de que tuvieses ninguna necesidad de tipo religioso.
—Encontré a Jesús mientras estuvimos fuera.
—Pero ¿tu madre no era atea? —preguntó ella con escepticismo.
—Y mi padre probablemente musulmán, pero yo he seguido mi propio camino, y no estaría bien que me apartara de él.
Hizo un sonido que sonó como una especie de risita burlona.
—No, señorita Hathaway, seguro que no. Muy bien, podrá atender el servicio religioso en domingo.
Sin embargo, la victoria me duró poco, porque la iglesia era tan sumamente sosa como la recordaba cuando asistí al servicio unos cuantos días más tarde. Me senté al lado de Lissa, lo cual me hizo sentir como si hubiera conseguido algún tipo de triunfo. Dediqué la mayor parte del tiempo a observar a la gente. La iglesia era opcional para los estudiantes, pero como había tantas familias de la Europa del Este, muchos internos pertenecían a la Iglesia ortodoxa y asistían o bien porque creían o porque les obligaban sus padres.
Christian se sentaba al lado opuesto del pasillo, fingiendo ser tan devoto como había dicho. A pesar de lo poco que me gustaba su fe ficticia, me hizo sonreír. Dimitri se sentó en la parte posterior, con el rostro delineado por las sombras y al igual que yo, no comulgó. Tenía un aire tan pensativo que me pregunté si llegó a atender a alguna parte del servicio. Yo sólo a ratos.
—Seguir el camino del Señor nunca es fácil —decía el sacerdote en esos momentos—, incluso San Vladimir, el santo patrón de esta escuela, pasó tiempos difíciles. Estaba tan poseído por el espíritu que la gente a menudo se arremolinaba a su alrededor cautivada, tan sólo para escucharle o estar en su presencia. Su espíritu era tan grande que, según dicen los viejos escritos, podía curar a los enfermos, pero a pesar de estos dones, mucha gente no le respetaba y se burlaba de él, alegando que estaba equivocado y confundido.
Lo cual resultaba una bonita manera de decir que le tenían por loco. Todo el mundo lo sabía. Era uno de entre un puñado de santos moroi, así que al sacerdote le gustaba un montón hablar de él. Yo había oído todo lo que había que oír sobre él antes de marcharnos, y muchas veces además. Qué bien. Tenía la sensación de haber pasado una eternidad de domingos escuchando esa historia una y otra vez.
—… y así fue como sucedió con Anna, la bendecida por la sombra.
Levanté la cabeza con brusquedad. No tenía ni idea de lo que estaba diciendo el sacerdote, porque llevaba un buen rato sin atender. Pero esas palabras prendieron un fuego en mi interior. «Bendecida por la sombra». Había pasado tiempo desde la última vez que las había oído, pero jamás las había olvidado. Aguardé, con la esperanza de que continuara con el tema, pero ya había pasado a otra parte del servicio y la homilía se había acabado.
La misa se terminó y cuando Lissa se volvió para marcharse, sacudí la cabeza para indicarle algo.
—Espérame. Tardaré poco.
Me abrí camino a través del gentío hasta la parte delantera de la iglesia, donde el sacerdote hablaba con unos cuantos fieles. Esperé con impaciencia hasta que finalizó. Natalie también estaba allí, preguntándole sobre qué trabajo voluntario podía hacer. Uf. Cuando acabó se marchó y me saludó al pasar.
El sacerdote alzó las cejas cuando me vio.
—Hola, Rose, me alegra mucho verte de nuevo.
—Ah, sí… A mí también —contesté—. Le he oído hablar sobre Anna, sobre que había sido «bendecida por la sombra». ¿Qué quiere decir eso?
Él frunció el ceño.
—No estoy seguro del todo. Vivió hace demasiado tiempo y entonces era normal referirse a la gente por títulos alusivos a alguno de sus rasgos. Probablemente se lo atribuirían para hacerla sonar más temible.
Intenté ocultar mi decepción.
—Ah, vale. ¿Y quién era ella?
Esta vez su ceño resultaba más desaprobador que pensativo.
—Lo he mencionado montones de veces.
—Oh, vaya. Se me debe… mmm… haber pasado.
La desaprobación de su gesto se acentuó y me dio la espalda.
—Aguarda un momento.
Desapareció por la puerta situada junto al altar, la que Lissa había tomado para subir al ático. Consideré la posibilidad de salir pitando, pero pensé que Dios me castigaría por ello. Apenas un minuto más tarde, el sacerdote regresó con un libro que me ofreció. Los santos moroi.
—Aquí puedes aprender cosas sobre ella. La próxima vez que te vea, me gustaría saber si te ha servido de algo.
Puse cara de pocos amigos mientras me marchaba. Qué bien. El sacerdote me había puesto deberes.
En la entrada de la capilla encontré a Lissa hablando con Aaron. Sonreía mientras hablaban y los sentimientos que emitía eran de felicidad, aunque no precisamente románticos.
—Estás de guasa —exclamó ella.
Él sacudió la cabeza.
—No.
Se volvió hacia mí cuando me vio llegar.
—No te lo vas a creer, Rose. ¿Conoces a Abby Badica? ¿Y a Xander? Su guardián quiere dimitir para casarse con otro guardián.
Vaya, aquello era un cotilleo bien jugoso, en realidad, más que chismorreo se trataba de un auténtico escándalo.
—¿De verdad? ¿Van a fugarse juntos o algo así?
Ella asintió.
—Están buscando una casa e intentarán encontrar trabajo entre los humanos, supongo.
Le eché una ojeada a Aaron, que repentinamente se había vuelto tímido en mi presencia.
—¿Y cómo se las están apañando Abby y Xander con el tema?
—Bueno, están avergonzados. Les parece algo estúpido —entonces se dio cuenta de con quién estaba hablando—. Oh, esto, no quería decir…
—No pasa nada —le dediqué una tensa sonrisa—. Es algo estúpido.
Vaya. Estaba aturdida. La parte rebelde que había en mí adoraba cualquier historia donde la gente «luchara contra el sistema». Sólo que en este caso, luchaban contra mi sistema, aquel en el que había sido entrenada para creer durante toda mi vida.
Los dhampir y los moroi mantenían una extraña relación. Los dhampir se habían originado de la mezcla entre humanos y moroi. Por desgracia, los dhampir no podían reproducirse con los de su misma especie o con los humanos. Era un asunto genético bastante extraño. Me habían contado que pasaba lo mismo con los mulos, aunque realmente no era una comparación muy agradable que digamos. Los dhampir y los moroi auténticos sí podían tener hijos juntos y por alguna otra cosa extraña de la genética, sus hijos eran dhampir normales y corrientes, con la mitad de los genes de un humano y la otra mitad de vampiro.
Siendo los moroi los únicos con los cuales se podían reproducir los dhampir, debíamos mantenernos cerca y mezclarnos con ellos. Por ese motivo era tan importante para nosotros la supervivencia de los moroi. Sin ellos, estábamos acabados. Y teniendo en cuenta lo que les gustaba a los strigoi liquidarlos, su perduración se había convertido en una auténtica cuestión de interés para nosotros.
Y así era como se había desarrollado el sistema de los guardianes. Los dhampir no podían realizar magia, pero eran consumados guerreros. Habíamos heredado unos sentidos y unos reflejos muy desarrollados procedentes de nuestros genes vampíricos, mientras que la mayor fuerza y resistencia procedían de nuestros genes humanos. Tampoco estábamos limitados por la necesidad de sangre ni la luz nos causaba problemas. Desde luego, no éramos tan poderosos como los strigoi, pero entrenábamos muy duro y los guardianes hacían un trabajo bien chulo manteniendo a los moroi a salvo. La mayoría de los dhampir sentía que valía la pena arriesgar sus vidas para asegurarse de que nuestra especie pudiera seguir concibiendo bebés.
Como los moroi preferían tener y criar niños de su propia especie, no había una gran cantidad de parejas duraderas compuestas por moroi y dhampir. Era de lo más difícil encontrar muchas mujeres moroi ligando con chicos dhampir, aunque sí era fácil encontrar un montón de jóvenes moroi tonteando alrededor de las dhampir, pese a que luego solían casarse con chicas moroi. Eso solía dejar una gran cantidad de madres solteras dhampir, pero éramos duras de pelar y nos las apañábamos bien.
Sin embargo, esto llevaba a que muchas madres dhampir escogieran no convertirse en guardianas para poder criar a sus hijos. Estas mujeres generalmente desempeñaban trabajos «normales» con moroi o con humanos, y algunas de ellas vivían juntas formando una comunidad. Estas comunidades solían tener mala reputación, y no sé si lo que se contaba era cierto, pero los rumores decían que los hombres moroi las visitaban continuamente para obtener sexo y que algunas dhampir les dejaban beber su sangre mientras el acto tenía lugar. Eran las que se conocían como prostitutas de sangre.
A causa de todo ello, la mayoría casi absoluta de guardianes eran hombres, lo cual quería decir que había un montón más de moroi que de guardianes. La mayoría de los dhampir aceptaban no tener descendencia. Ellos sabían que su trabajo consistía en proteger a los moroi mientras sus hermanas y primas tenían hijos.
Aun así, algunas dhampir, como mi madre, sentían que su deber consistía en ser guardianas, incluso aunque eso significara no poder criar a sus propios hijos. Después de mi nacimiento, me entregó para que me criaran los moroi. Los moroi y los dhampir empezábamos el colegio muy pronto y yo consideraba la Academia como mi madre real cuando cumplí los cuatro años.
Tanto debido a su ejemplo como por la educación que había recibido en la Academia, yo creía a pies juntillas que el trabajo de un dhampir consistía en proteger a los moroi. Era parte de nuestra herencia y la única manera de que continuáramos existiendo. Así de simple.
Y eso era lo que hacía tan sorprendente la elección del guardián de los Badica. Él había abandonado a sus moroi y se había marchado con otra guardiana, lo que implicaba que también ella había abandonado a los suyos. Ni siquiera podrían tener hijos y además habían dejado a dos familias desprotegidas. ¿Dónde estaba la gracia del asunto? A nadie le importaba si los dhampir adolescentes se citaban o si los adultos tenían un lío, pero ¿una relación a largo plazo? Y en especial, ¿una que implicara marcharse? Era un auténtico desperdicio y una verdadera desgracia.
Después de especular un buen rato sobre los Badica, Lissa y yo dejamos a Aaron. Nada más salir de allí resonó un curioso eco similar a un chasquido y luego a un deslizamiento. Me di cuenta ya tarde de cómo un montón de nieve medio derretida se escurría por el tejado de la capilla hacia el lugar donde estábamos nosotras. Era comienzos de octubre y la pasada noche había caído la primera nieve tempranera, la cual había comenzado a fundirse casi de forma inmediata. El resultado fue que lo que nos cayó encima estaba húmedo y muy frío.
Lissa se llevó la peor parte, pero aun así se me escapó un grito cuando el aguanieve me cayó en el cuello y en el pelo. Unos cuantos que también andaban por allí chillaron a su vez, ya que les pilló un poco de la pequeña avalancha.
—¿Estás bien? —le pregunté. Tenía el abrigo mojado y su cabello platino colgaba a los lados de su rostro.
—Sí, sí —me respondió en medio de un castañeteo de dientes.
Me quité el mío y se lo entregué. El material externo era impermeable y había repelido la mayor parte del agua.
—Quítate el tuyo.
—Pero tú te vas a…
—Cógelo.
Al final lo hizo y mientras se ponía mi abrigo percibí el ataque de carcajadas que suele seguir a estas situaciones. Aparté la mirada, y en vez de ello, me concentré en sujetar la chaqueta empapada de Lissa mientras se cambiaba.
—Ya me habría gustado que no llevaras abrigo, Rose —dijo Ralf Sarcozy, un moroi regordete y extraordinariamente corpulento, al que odiaba—. Esa camisa habría tenido un aspecto magnífico mojada.
—Esa camisa es tan fea que deberían quemarla. ¿Se la quitaste a un sin techo?
Alcé los ojos a tiempo de ver acercarse a Mia con el brazo enlazado al de Aaron. Tenía los tirabuzones rubios perfectamente arreglados, y venía montada sobre un formidable par de zapatos de tacón negros que me habrían quedado a mí mucho mejor. Al menos la hacían parecer más alta, eso había que concedérselo. Aaron venía unos cuantos pasos detrás de nosotras, pero se había librado milagrosamente de la nieve. Al verla tan satisfecha de sí misma, comprendí que esta situación no había sido cosa de un milagro.
—¿Supongo que tú te ofrecerías a hacerlo, eh? —pregunté, negándome a que ella supiera lo mucho que me había molestado el insulto. Sabía perfectamente cuánto de mi sentido de la moda se había ido a la porra durante los dos últimos años—. Oh, espera, el fuego no es tu elemento, ¿no? Trabajas con agua. Qué curioso que se nos haya caído encima un poco.
Mia me miró como si la hubiera insultado, pero el brillo de sus ojos dejaba a las claras lo mucho que estaba disfrutando, demasiado para ser una transeúnte inocente.
—¿Qué se supone que pretendes decir con eso?
—Nada, pero probablemente la señora Kirova tendrá algo que decir cuando descubra que has usado magia contra otro estudiante.
—Eso no fue un ataque —se mofó ella—. Y no fui yo, fue un acto divino.
Unos cuantos se echaron a reír, para su disfrute. En mi imaginación yo le respondía con un «pero esto sí lo es» y la estampaba contra el lateral de la iglesia. En la vida real, Lissa me dio un ligero codazo y me dijo:
—Vámonos.
Ella y yo caminamos hacia nuestros respectivos dormitorios, dejando a nuestras espaldas las bromas y las carcajadas sobre nuestro aspecto calado y sobre el hecho de que Lissa ignoraba todo lo referente a la especialización. Yo hervía de indignación para mis adentros. Me di cuenta de que tendría que hacer algo con Mia. Además de la irritación que me producía su mala leche, no quería que Lissa sufriera más estrés del necesario. Habíamos pasado bien la primera semana y yo deseaba que todo siguiera así.
—Pues mira —le dije—. No hago más que pensar en que recobrar a Aaron podría ser una magnífica idea. Eso le enseñaría a muñequita cabrona una buena lección. Y te apuesto que sería la mar de fácil, aún está loco por ti.
—No voy a enseñarle a nadie ninguna lección —replicó Lissa—. Y yo no estoy loca por él.
—Venga ya, no hace más que buscar pelea y hablar de nosotras a nuestras espaldas. Ayer me acusó de haber conseguido mis vaqueros en el Ejército de Salvación.
—Pero si los obtuviste allí.
—Bueno, vale —bufé—, pero eso no le da derecho a reírse del tema cuando ella va vestida de Target.
—Oye, no hay nada de malo en vestirse en Target. A mí me encanta.
—Y a mí, pero ésa no es la cuestión. Ella va luciéndolo como si fuera un puto Stella McCartney.
—¿Y eso es un crimen?
Compuse un rostro solemne.
—Para nada. Pero debes vengarte.
—Ya te he dicho que no estoy interesada en vengarme —Lissa me dedicó una mirada de medio lado—. Y tú tampoco deberías estarlo.
Sonreí tan inocentemente como pude y cuando nuestros caminos se separaron, me sentí aliviada otra vez por que no pudiera leer mis pensamientos.
—¿Y cuándo dices que va a tener lugar la gran pelea de gatas?
Mason me esperaba en la entrada de los dormitorios cuando me separé de Lissa. Tenía un aspecto perezoso pero alerta, reclinado contra la pared con los brazos cruzados mientras me observaba.
—Tengo clarísimo que no sé de qué me hablas.
Él descruzó los brazos y entró conmigo en el edificio, ofreciéndome su abrigo, ya que Lissa se había marchado con el mío.
—Ya os he visto, chicas, peleando en las afueras de la capilla. ¿Acaso no sentís ningún respeto por la casa de Dios?
Yo resoplé.
—Tú sientes tanto respeto como yo, pedazo de pagano. Si ni siquiera vas. Además, tal como has dicho, estábamos fuera.
—Ya, pero no has respondido a mi pregunta.
Yo me limité a ofrecerle la mejor de mis sonrisas y a ponerme su abrigo.
Nos quedamos en la zona común de nuestro dormitorio, un salón bien vigilado con un área de estudio donde los estudiantes masculinos y femeninos podían relacionarse, además de traer a sus invitados moroi. Como era domingo, estaba a tope con aquellos que empollaban en el último momento lo que les habían mandado para el día siguiente. Rebuscamos hasta encontrar una mesa pequeña y vacía, y yo cogí el brazo de Mason y le empujé hacia allí.
—¿No se supone que tendrías que irte derechita a tu habitación?
Yo me agaché un poco en el asiento, mirando alrededor con precaución.
—Hoy hay aquí un montón de gente y les llevará un buen rato localizarme. Dios, me pone mala que me tengan encerrada, y sólo ha pasado una semana.
—A mí también me pone enfermo. Te echamos de menos anoche. Nos fuimos unos cuantos a jugar al billar en los recreativos. Eddie estaba en racha.
Yo gruñí.
—No me cuentes eso. No quiero saber nada de tu glamurosa vida social.
—De acuerdo —apoyó el codo en la mesa y descansó la barbilla en la mano—. Entonces cuéntame lo de Mia. Un día de éstos te volverás y le darás un buen puñetazo, ¿no? Creo recordar que has hecho eso al menos diez veces con gente que te ha molestado.
—Soy una Rose nueva, reformada —repuse, adoptando mi expresión más recatada, lo cual no debió de salirme nada bien, porque él emitió una especie de risita ahogada—. Además, si lo hago, me cargaré la prueba a la que me está sometiendo Kirova. Así que andaremos por la estrecha senda de la salvación.
—En otras palabras, que debes encontrar un modo de devolvérsela a Mia sin meterte en problemas.
Sentí cómo una sonrisa me tironeaba de las comisuras de los labios.
—¿Sabes lo que me gusta de ti, Mason? Piensas igual que yo.
—Un concepto aterrador —replicó con sequedad—. Así que dime que te parece esto: tal vez sepa algo sobre ella, una cosa que probablemente no debería contarte…
Me incliné hacia delante.
—Oh, ya me lo estás chivando, tienes que contármelo a la de ya.
—Puede que esté equivocado —me embromó—. ¿Cómo voy a saber si vas a utilizar esto para algo bueno y no malo?
Batí las pestañas.
—¿Es que puedes resistir este bello rostro?
Se concedió un momento para estudiarme.
—No, en realidad no puedo. Vale, ahí va: Mia no es de sangre real.
Me recliné contra el respaldo de la silla.
—No te pases. Ya sabía eso, porque sé quién es de sangre real desde que tenía dos años.
—Ah, vale, pero es que hay algo más que eso. Sus padres trabajan para uno de los señores Drozdov —sacudí la mano con impaciencia. Había un montón de moroi que trabajan en el mundo de los humanos, pero también había un montón de trabajos en la sociedad moroi para los suyos. Alguien tenía que ocuparlos—. Cosas de limpieza y tal, vaya, que prácticamente son criados. Su padre corta el césped y su madre es doncella.
En realidad yo tenía un respeto más que saludable por cualquiera capaz de soportar una jornada entera de trabajo, fuera cual fuera éste. La gente en todas partes debía remover un montón de porquería para ganarse la vida, pero, como pasaba con lo de Target, era un asunto completamente distinto cuando alguien intentaba hacerse pasar por lo que no era. Y en la semana que llevaba aquí, ya me había dado cuenta de con qué desesperación Mia quería integrarse en la élite de la escuela.
—Nadie lo sabe —comenté, pensativa.
—Y ella no quiere que nadie lo sepa. Ya sabes cómo son los de sangre real —hizo una pausa—. Bueno, quitando a Lissa, claro. Se las harán pasar canutas a Mia.
—¿Cómo te has enterado de todo eso?
—Mi tío es el guardián de los Drozdov.
—Y te has estado guardando el secretito, ¿eh?
—Hasta que tú me lo has sacado. Así que, ¿qué camino escogerás, el bueno o el malo?
—Creo que le mostraré la cortesía de…
—Señorita Hathaway, ya sabe que se supone que no debe estar aquí.
Una de las encargadas del dormitorio se nos echó encima, con la desaprobación bien patente en la expresión de su rostro.
No estaba de guasa cuando dije que Mason pensaba igual que yo. Era capaz de pegársela a cualquiera tan bien como yo misma.
—Tenemos un proyecto de grupo que organizar para nuestra clase de Humanidades. ¿Cómo se supone que vamos a hacerlo si Rose está aislada?
La encargada entrecerró los ojos.
—Pues no tenéis la menor pinta de estar trabajando.
Yo deslicé el libro que me había dejado el sacerdote hasta que estuvo a la vista y lo abrí al azar. Lo había puesto sobre la mesa cuando nos sentamos.
—Bueno, esto… Estábamos trabajando en esto.
Ella aún mostraba una cierta suspicacia.
—Una hora. Os concedo una hora más aquí y más os vale que os vea trabajar.
—Sí, señora —replicó Mason con cara de no haber roto un plato—. Ni lo dude.
Ella se marchó sin quitarnos ojo de encima.
—Eres mi héroe —declaré.
Él señaló el libro.
—¿Qué es eso?
—Algo que me dio el sacerdote. Tenía una pregunta sobre el servicio.
Él se me quedó mirando, atónito.
—Oh, para ya, y trata de parecer interesado en lo que te digo —ojeé el índice—. Estoy intentando encontrar algo sobre una mujer llamada Anna.
Mason cambió de posición su silla y se puso junto a mí.
—Vale, estudiemos pues.
Encontré la página que buscaba y sin que me supusiera una sorpresa, me condujo hasta la sección dedicada a San Vladimir. Leímos el capítulo en diagonal, rastreando el nombre de Anna. Cuando lo encontramos, el autor no parecía disponer de mucha información sobre ella, ya que sólo incluía un comentario escrito por un tipo que aparentemente había vivido en la misma época que el santo:
Y Anna, la hija de Fyodor, siempre estaba con Vladimir. Su amor era tan casto y puro como el que hay entre hermano y hermana y ella le defendió muchas veces de los strigoi que buscaban acabar con él y con su santidad. Por otro lado, era ella quien lo consolaba en los momentos en que el espíritu era demasiado difícil de soportar y la oscuridad de Satán intentaba dominarle y debilitar su salud y su cuerpo. También le defendía contra todo, porque habían estado ligados desde siempre, desde que él le había salvado la vida siendo una niña. Era un signo del amor de Dios el que le enviara al santo Vladimir una guardiana como ella, una que estaba bendecida por la sombra y que siempre sabía lo que había en su mente y su corazón.
—Aquí lo tienes —comentó Mason—. Ella era su guardiana.
—Pero no dice a qué se refiere con lo de «bendecida por la sombra».
—Lo más seguro es que no signifique nada.
A pesar de todo, había algo en mí que me impedía estar de acuerdo. Lo leí de nuevo en un intento de extraer algún sentido a aquel lenguaje arcaico. Mason me observaba con curiosidad, fingiendo estar empeñado en ayudarme.
—Quizás estaban enrollados —sugirió.
Yo me eché a reír.
—Él era un santo.
—¿Y qué? A los santos probablemente también les gustaría el sexo. Ese rollo de «hermano y hermana» seguro que era una fachada —señaló una de las líneas del texto—. ¿Lo ves? Aquí dice que estaban «ligados» —me guiñó un ojo—. Eso está escrito en clave.
Ligados. Aquella palabra era una elección extraña, pero no tenía por qué referirse a que Anna y San Vladimir anduvieran arrancándose la ropa el uno al otro.
—No tiene pinta de ser eso. Simplemente estaban cerca el uno del otro. Los chicos y las chicas pueden ser amigos y nada más —dije esto con toda la intención y él me dedicó una mirada seca.
—¿Ah, sí? Nosotros somos amigos, y yo no sé lo que hay «en tu mente y tu corazón» —Mason puso una falsa expresión filosófica—. Aunque claro, algunos dirían que nadie podría saber jamás qué es lo que hay en el corazón de una mujer…
—Oh, cierra el pico —le gruñí, dándole un puñetazo en el brazo.
—Porque son criaturas extrañas y misteriosas —continuó con su falso tono doctoral—, y un hombre tendría que poder leer las mentes si deseara hacerlas felices alguna vez.
Comencé a reírme entre dientes de forma incontrolable y supe que era imposible que no me volviese a meter en problemas.
—Pues vale, intenta leer mi mente y deja ya de comportarte como un…
Dejé de reír y devolví la mirada al libro.
«Ligados desde siempre» y «siempre sabía lo que había en su mente y su corazón».
Me di cuenta de que ellos tenían una conexión. Habría apostado en ese momento todas mis posesiones —que eran pocas— por ello. La revelación me dejó atónita. Había un montón de vagas historias y mitos sobre cómo los moroi y sus guardianes «establecían lazos», pero ésta era la primera vez que había oído de alguien concreto a quien le hubiera ocurrido.
Mason había notado mi reacción de sorpresa.
—¿Estás bien? Se te ha puesto una cara muy rara.
Me lo quité de encima.
—Oh, sí, muy bien.