VEINTITRÉS

Nunca antes había tenido problema alguno por estar fuera de la mente de Lissa, pero también era cierto que jamás nos habíamos visto involucradas en un jaleo comparable a aquél. Liss albergaba unos sentimientos e ideas tan fuertes que seguían tirando de mí mientras corría todo lo posible por el bosque.

Christian y yo corrimos entre los arbustos y matorrales de la foresta, alejándonos más y más de la cabaña. Dios, cuánto me habría gustado que Lissa se hubiera quedado allí quietecita. Me habría encantado ver el asalto a través de sus ojos, pero ahora eso quedaba atrás. Cuando me puse a correr, valieron la pena las vueltas alrededor de la pista que Dimitri me había obligado a dar. Ella no se movía muy deprisa y yo tenía la impresión de que le estábamos ganando terreno, lo cual me permitía obtener una idea más precisa acerca de su posición. De igual modo, Christian no era capaz de seguirme el paso y ralenticé el ritmo para no dejarle atrás, pero no tardé en darme cuenta de que eso era una sandez.

Y él también.

—Ve —me instó entre jadeos, y reforzó su indicación haciendo un gesto con las manos.

La llamé por su nombre en cuanto llegué a un punto lo bastante próximo como para imaginar que podía oírme, en la creencia de que iba a encontrármela en cualquier revuelta, pero no me contestó Lissa, sino un coro de aullidos y suaves ladridos de perro.

Sabuesos psíquicos. Por supuesto. Victor había dicho que solía cazar con ellos, pues era capaz de dominar a esas criaturas. Comprendí de pronto por qué nadie en la escuela recordaba haber enviado sabuesos psíquicos tras nuestros pasos en Chicago. La Academia no lo había dispuesto, había sido cosa de Victor.

Al cabo de un minuto llegué al calvero donde mi amiga permanecía acurrucada junto a un árbol. A juzgar por su aspecto y las emociones procedentes del vínculo, tendría que haberse desmayado hacía un buen rato y sólo se mantenía despierta gracias a los últimos jirones de su fuerza de voluntad. Permanecía inmóvil y con el rostro lívido, mirando fijamente a los cuatro sabuesos psíquicos que la habían acorralado. Entonces me percaté de que estábamos a plena luz del día, lo cual era otro obstáculo con el que ella y Christian debían lidiar en el exterior.

—¡Eh! —aullé a los canes en un intento de atraer su atención hacia mí.

Victor los había enviado para atraparla, pero yo albergaba la esperanza de que tuvieran autonomía para percibir otra amenaza y responder a ella, especialmente si venía de un dhampir. Los sabuesos psíquicos sienten tanta o más aversión hacia nosotros que otros muchos animales.

La jauría se revolvió hacia mí, tal y como había previsto, mostrando los dientes y chorreando espuma por las fauces. Los canes guardaban un gran parecido con los lobos, salvo por el pelaje castaño y esos ojos iluminados por unas llamas anaranjadas. Era posible que el príncipe les hubiera ordenado no hacer daño a Liss, pero no tenían las mismas instrucciones respecto a mí.

Lobos, igualitos a los de la clase de Ciencias. ¿Qué había dicho la señora Meissner? «Los conflictos se resuelven la mayoría de ocasiones más por una cuestión de personalidad, resolución y fuerza de voluntad». Con esa idea, intenté proyectar una actitud alfa, aunque no terminaba de creerme que la aceptaran. Cualquiera de ellos me aventajaba por mucho. Ah, sí, y también me superaban en número. No, no tenían razón alguna para estar asustados.

Puse cara de póquer, como si aquello fuera otro combate más contra Dimitri, y tomé del suelo una rama del mismo tamaño y peso que un bate de béisbol. Acababa de acomodarlo entre las manos cuando dos perros saltaron sobre mí. Me castigaron con zarpas y dientes, pero conseguí aguantar la posición sorprendentemente bien al mismo tiempo que intentaba recordar y aplicar todo cuanto había aprendido en los dos últimos meses sobre los enfrentamientos contra adversarios de mayor fortaleza y corpulencia.

La idea de herirlos no era de mi agrado, pues me recordaban demasiado a los perros normales, pero era o ellos o yo, y prevaleció el instinto de supervivencia. Logré tumbar a uno, quedó inconsciente o muerto en el suelo, no sabría decirlo, pero el otro seguía acosándome, furioso y muy veloz. Sus compañeros parecían listos para unirse a él, pero entonces irrumpió en escena un nuevo competidor, bueno, más o menos: era Christian.

—Largo de aquí —le ordené a grito pelado mientras me quitaba de encima a mi agresor, cuyas garras rasgaron la piel desnuda de mi pierna. Le había faltado un pelo para hacerme caer. No me había quitado el vestido, aunque me había librado de los zapatos de tacón hacía mucho.

Christian se comportó como todos los tontos enamorados: no me hizo caso y recogió otra rama del suelo para blandirla a continuación ante uno de los sabuesos. De súbito, el bosque estalló en llamas y la manada reculó. Seguían impelidos por las órdenes del príncipe Victor, pero era obvio que temían al fuego.

El cuarto sabueso dio un rodeo para evitar la antorcha y luego atacar a Christian por la espalda y golpearle. El pequeño bastardo era de lo más listo. El incendio desapareció en cuanto Christian soltó la rama y los dos sabuesos restantes se echaron encima de la figura caída. Di buena cuenta de mi atacante —de nuevo me sentí mal por lo que debí hacer para tumbarlo— y me dirigí hacia esos dos, preguntándome si me quedaban fuerzas para enfrentarme a los últimos.

Pero no fue necesario, pues Alberta surgió de entre los árboles y acudió al rescate pistola en mano.

Disparó a los animales sin vacilar. Pesaba como un muerto, tal vez, y era completamente inútil contra los strigoi, quizá, pero contra otros enemigos, resultaba un arma probada y fiable. Los canes dejaron de moverse y se desplomaron junto al cuerpo de Christian.

El cuerpo de Christian…

Las tres nos precipitamos hacia él —Lissa y yo acudimos prácticamente a gatas—. Tuve que desviar la mirada en cuanto le vi. Me dio una arcada y necesité hacer un gran esfuerzo para no vomitar. No estaba muerto todavía, pero le faltaba muy poco.

Los enormes y turbados ojos de Lissa intentaron embeberle. Alargó la mano hacia el moribundo con indecisión, pero la dejó caer.

—No puedo —logró decir con un hilo de voz—, no me queda suficiente fuerza.

El rostro curtido de Alberta reflejaba dureza y compasión mientras le tiraba del brazo.

—Vámonos, princesa. Debemos salir de aquí. Enviaremos ayuda enseguida.

Me giré para ponerme de frente al moribundo y a continuación me obligué a mirarle y a permitir que me inundaran los sentimientos de Lissa hacia él.

—Liss —la llamé, insegura.

Ella me miró sin verme, como si hubiera olvidado mi presencia. Sin decir palabra, me aparté la melena del cuello y ladeé la cabeza para ofrecérselo. Lissa me miró fijamente durante unos segundos con rostro inexpresivo, hasta que le iluminó los ojos una súbita comprensión.

Se acercó y hundió en mi cuello esos colmillos suyos, ocultos tras una hermosa sonrisa. Un gemidito se escapó de mis labios. No me había dado cuenta de lo mucho que echaba de menos aquel dulce y maravilloso dolor, seguido por una sensación de júbilo que derramó sobre mí una bendición mareante y gozosa. Era como estar dentro de un sueño.

No recuerdo del todo cuánto tiempo bebió Lissa de mí. Probablemente, no mucho, pues ella jamás habría considerado siquiera la posibilidad de tomar una cantidad que pudiera matar a alguien y convertirla en una strigoi. Cuando terminó, Alberta me sostuvo en sus brazos porque empecé a balancearme.

Observé con cierto aturdimiento cómo Lissa se arrodillaba junto a Christian y apoyaba sobre él las manos. A lo lejos podía oírse la estrepitosa llegada de los demás guardianes a través del bosque.

El acto de curación no estaba rodeado de lucecitas ni fuegos artificiales. Tenía lugar de un modo invisible. Ocurría entre Christian y Lissa. El mordisco de Liss había liberado endorfinas, cuya euforia me enturbiaba los sentidos, pero aun así, era capaz de recordar la sanación de Victor y los colores maravillosos y la música que debía de estar transmitiendo.

Se obró un milagro delante de nuestros ojos, y Alberta jadeó cuando Christian dejó de sangrar, sus heridas se cerraron y el color volvió a sus mejillas. Los ojos se le llenaron de vida después de un leve parpadeo, miró a Lissa y sonrió. Era como estar viendo una peli de Disney.

Debí de desmayarme después de eso, pues no recuerdo nada más.

Finalmente, me desperté en la enfermería de la Academia, donde estuvieron metiéndome sueros y azúcar mediante goteros durante dos días. Lissa se pasó a mi lado casi todo el tiempo y lentamente se fueron desgranando los detalles del secuestro.

No nos quedó otro remedio que contarles a Kirova y a unos pocos elegidos lo de los poderes de Lissa y explicarles cómo había curado a Victor y a Christian, bueno, y también a mí. La noticia les dejó bastante sorprendidos, pero estuvieron de acuerdo en mantenerla en secreto para el resto de la escuela. Ninguno de ellos se planteó la posibilidad de llevarse a Lissa tal y como había ocurrido con la señora Karp.

La mayoría de los estudiantes estaban al loro de que Victor Dashkov había raptado a Lissa Dragomir, pero no tenían ni idea del motivo. Varios guardianes del príncipe habían muerto durante la operación de rescate encabezada por Dimitri, lo cual fue una verdadera vergüenza si se tenía en cuenta el número realmente bajo de los mismos. El raptor se hallaba en la Academia fuertemente vigilado veinticuatro horas al día, siete días a la semana, hasta que llegara un regimiento de guardias reales para hacerse cargo de él. Tal vez los gobernantes moroi fueran soberanos casi simbólicos en el interior de un país con autoridades de mayores poderes, pero contaban con una administración de justicia y yo había oído hablar de sus cárceles. No era un lugar donde me apeteciera estar.

La cuestión de Natalie era más peliaguda. Seguía siendo menor de edad, pero había conspirado con su padre. Había traído y llevado animales muertos y no le había quitado el ojo de encima a Lissa, incluso antes de nuestra fuga. Además, ella se había especializado en el uso del elemento tierra, como su padre, y fue ella quien pudrió el banco que me rompió el tobillo. Padre e hija comprendieron que necesitaban hacerme daño para salirse con la suya después de ver cómo yo impedía a Liss curar a la tórtola. No tenían otro modo de conseguir que volviera a realizar curaciones. Natalie únicamente había esperado una buena oportunidad. No estaba encerrada ni nada por el estilo, y los directivos no sabían muy bien qué hacer con ella hasta que llegara una orden real.

Me daba pena, no podía evitarlo. Se mostraba tan torpe y cohibida. Cualquiera podía manipularla, ella habría hecho cualquier cosa si la dejaban a solas con su padre, a quien adoraba y cuya atención deseaba atraer casi con angustia. Las malas lenguas comentaban que se había plantado delante del centro de detención y se había puesto a pedir a gritos que le dejaran ver a su padre. Le habían negado la petición y se la habían llevado de allí a rastras.

Entretanto, Liss y yo retomamos discretamente nuestra amistad, como si nada hubiera sucedido, aunque en el resto de su mundo no habían dejado de pasar cosas. Ella parecía haber adquirido un nuevo sentido sobre lo que era realmente importante después de tantos nervios y todo aquel dramón. Rompió con Aaron. Estoy segura de que lo hizo con todo el tacto del mundo, pero debió de ser un palo para él. Le habían dejado dos veces. Probablemente, el hecho de que la anterior novia se la hubiera pegado no iba a ayudarle mucho en su autoestima.

Y luego, sin solución de continuidad ni preocuparse lo más mínimo por su reputación, empezó a salir con Christian. Verlos en público cogidos de la mano me ofreció una doble perspectiva. Él mismo no parecía terminar de creérselo y el resto de nuestros compañeros no salían de su asombro, así que como para comprenderlo. Si apenas eran capaces de digerir la existencia de Ozzera, menos aún el hecho de que saliera con alguien como ella.

En lo sentimental, me iba bastante peor que a ella, si es que podía hablarse de algún tema sentimental, ya que Dimitri no me había visitado durante mi convalecencia y las prácticas se habían suspendido de forma indefinida. No fue hasta el cuarto día después del rapto cuando entré en el gimnasio y nos encontramos solos.

Había regresado en busca de mi bolsa de deportes y me quedé helada al verle, era incapaz de hablar. Echó a andar para irse, pero luego se detuvo.

—Rose… —empezó después de unos momentos bastante incómodos—, debes informar sobre lo sucedido, sobre nosotros…

Había esperado mucho tiempo para hablar con él, pero no era ésa la conversación que había imaginado.

—No puedo hacerlo, te echarán o algo peor.

—Deberían expulsarme. Obré mal.

—No podías evitarlo. Era el hechizo…

—Eso da igual. Fue un error, una estupidez…

¿Un error?, ¿una estupidez? Me mordí el labio mientras intentaba contener las lágrimas que me llenaban los ojos. Hice lo posible para recobrar enseguida la compostura.

—Bueno, mira, tampoco fue para tanto.

—¿Que no fue…? Me aproveché de ti.

—No, no fue así —repuse sin alterar la voz.

Sin embargo, algo debió de revelar la nota de mi voz, ya que él me miró a los ojos con verdadera intensidad.

—Te saco siete años, Rose. Eso no significará demasiado dentro de una década, pero ahora es un abismo. Yo soy un adulto y tú, una chiquilla.

Ay. Di un respingo. Habría preferido recibir un puñetazo suyo.

—No parecías pensar que era una chiquilla cuando estabas encima de mí.

Ahora fue su turno de sobresaltarse.

—Eso fue cosa de tu cuerpo… No es eso lo que hace de ti un adulto. Ocupamos dos posiciones muy diferentes. He estado fuera, en el mundo, y he vivido a mi aire, y he matado, Rose, he matado a personas, no a animales, y tú apenas acabas de empezar. Tu vida está relacionada con los deberes, los trapos y los bailes.

—¿Y tú crees que no me preocupa nada más?

—No, por supuesto que no, no del todo al menos, pero eso forma parte de tu mundo. Aún estás creciendo y debes averiguar quién eres y qué es importante para ti. Necesitas seguir en ello. Debes estar con chicos de tu edad —no quería chicos de mi edad, pero no se lo dije, bueno, por no decir, no dije nada—. Has de comprender que fue un error incluso si optas no informar, y no va a suceder de nuevo —agregó.

—¿Por qué?, ¿porque eres demasiado mayor para mí y te sientes responsable?

—No —respondió con rostro inexpresivo—, porque no me interesas en ese sentido.

Le miré fijamente. El mensaje de rechazo llegó alto y claro. Todo lo sucedido esa noche, todo cuanto yo había creído hermoso y lleno de significado, se convertía en polvo delante de mis ojos.

—Eso únicamente ocurrió por la coerción, ¿lo entiendes?

Estaba abochornada y enfadada, pero me negué a humillarme todavía más discutiendo o implorando. Me encogí de hombros.

—Claro, comprendido.

Me pasé el resto del día enfurruñada e ignoré todos los intentos de Mason y Lissa por sacarme de mi cuarto. Resultaba irónico que no deseara salir ahora que Kirova, impresionada por mi actuación durante el rescate, había levantado mi arresto domiciliario.

Al día siguiente, antes de clase, me dirigí adonde mantenían preso al príncipe Victor. La Academia contaba con unas celdas como Dios manda, con barrotes y una guardia de dos centinelas en el pasillo próximo. Debí usar unas cuantas artimañas y engañifas hasta recibir el permiso y entrar a hablar con él. Ni siquiera Natalie lo había logrado, pero uno de los guardias había viajado en la misma SUV que yo y me había visto padecer la tortura sufrida por Lissa. Necesitaba saber qué le había hecho exactamente, le dije, lo cual era una trola como un piano, pero le di pena y se la tragó. Autorizaron una conversación de cinco minutos siempre que me mantuviera en el pasillo a una discreta distancia, de forma que ellos pudieran verme sin escucharme.

Allí, plantada delante de la celda de Victor, no podía creer que una vez hubiera sentido lástima por él. La contemplación de ese cuerpo suyo, lozano y saludable, me provocó un ataque de rabia. Leía sentado con las piernas cruzadas sobre un camastro estrecho. Levantó los ojos del libro cuando escuchó el ruido de mis pasos.

—Vaya, Rose, qué agradable sorpresa. Tus mañas jamás dejan de sorprenderme. Tenía entendido que no permitían visitas.

Me crucé de brazos e intenté adoptar una pose de guardiana para dar una imagen de fiereza absoluta.

—Quiero que acabe con el hechizo de coerción. Bórrelo.

—¿A qué te refieres?

—El conjuro que lanzó sobre Dimitri y sobre mí.

—Eso se acabó. Se consumió.

Sacudí con la cabeza.

—No, no dejo de pensar en él, y sigo queriendo…

Sonrió sin darse cuenta cuando no terminé la frase.

—Eso ya estaba ahí mucho antes de que yo me pusiera a enredar.

—No era así, antes no era tan malo.

—Tal vez no a sabiendas, pero todo lo demás, la atracción física y la conexión mental, ya estaban en ti, y en él. El conjuro no habría podido funcionar de otra manera. El hechizo no añadió nada realmente nuevo, sólo servía para remover las inhibiciones y fortalecer vuestros mutuos sentimientos.

—¡Miente! Dimitri dice que no siente nada por mí.

—Quien miente es él. El conjuro no habría funcionado de lo contrario, y la verdad, tu guardián lo sabe perfectamente. Belikov no tenía derecho a albergar esos sentimientos. Puede perdonarse esa debilidad en una alumna, pero ¿en él? Debió mostrar más autodominio a la hora de ocultar sus sentimientos. Natalie lo percibió y me lo dijo. Lo observé por mi cuenta y también lo encontré obvio. Eso me proporcionaba la oportunidad perfecta para distraeros a ambos. Yo coloqué en el collar un hechizo para ambos, y vosotros hicisteis el resto.

—Es usted un sucio bastardo… Hacernos eso a nosotros dos… Y a Lissa.

—No tengo el menor remordimiento en lo tocante a ella —manifestó mientras se apoyaba en la pared—. Volvería a hacerlo si estuviera en mi mano. Cree lo que gustes, pero amo a mi pueblo y mi propósito era servir a sus intereses. ¿Y ahora qué? Es difícil decirlo, pero no hay un líder, uno de verdad. En realidad, ninguno de ellos es gente de valía —irguió la cabeza para mirarme con gesto pensativo—. De hecho, Vasilisa podría haber llegado a ser una buena dirigente si se hubiese encontrado a sí misma alguna vez, si hubiera superado la influencia del espíritu y hubiera creído en algo. Es una ironía, la verdad. El espíritu puede convertir a alguien en un líder y también puede borrar esa habilidad suya para seguir siéndolo. El miedo, la depresión y la incertidumbre han predominado en ella y han enterrado su auténtica fuerza en lo más hondo de su ser. Aun así, por sus venas sigue corriendo la sangre de los Dragomir, que no es poca cosa, y te tiene a ti, por supuesto, su guardiana bendecida por la sombra.

—¿Bendecida por la sombra?

Ahí estaba otra vez, se dirigía a mí igual que la señora Karp.

—Estás bendecida por la sombra. Has atravesado el río de la muerte, has pisado la otra orilla y has regresado. ¿Acaso piensas que eso no deja una huella en el alma? Tienes una percepción de la vida y del mundo mayor que la mía, incluso aunque no te des cuenta. Deberías haber muerto y Vasilisa derrotó a la muerte para traerte de vuelta y te ligó a ella para siempre. De hecho, estás ligada por esa atadura y una parte de ti lo va a estar siempre, para que siempre luches por aferrarte a la vida y a cuanto ella ofrece. Por ese motivo eres tan temeraria en todo cuanto haces y no controlas tus sentimientos ni tu pasión ni tu ira. Eso te hace notable y también peligrosa.

Me quedé sin habla, no sabía qué contestar, lo cual pareció resultar de su agrado.

—Eso fue también lo que permitió la creación de vuestro vínculo. Las emociones de Vasilisa tienden a escaparse de su interior y proyectarse sobre los demás. La mayoría de la gente no puede captarlas a menos que la princesa se concentre en ella para ejercer la coerción. Sin embargo, tú tienes una mente extraordinariamente sensible para las fuerzas extrasensoriales, en especial la suya —suspiró, casi con jovialidad. Entretanto, recordé mis lecturas. Vladimir había salvado a Anna de la muerte. Eso debió crear el vínculo entre ellos—. Sí, esta ridícula Academia no tiene la menor idea de lo que tenían aquí ni contigo ni con ella. Yo te habría convertido en parte de mi guardia real en cuanto hubieras tenido la edad de no haber tenido la imperiosa necesidad de matarte.

—Usted jamás habría tenido una guardia real. ¿No se le ha ocurrido pensar lo mucho que le hubiera extrañado a la gente una recuperación tan repentina? Incluso si nadie se enteraba de lo de Lissa, Tatiana jamás le habría hecho rey.

—Tal vez tengas razón, muchacha, pero eso no importa. Existen otras formas de alcanzar el poder. A veces es preciso sortear los caminos establecidos. ¿Acaso piensas que Kenneth es el único moroi que me sigue? Las mayores y más trascendentales revoluciones suelen comenzar en silencio, ocultas en las sombras —me contempló—. Recuerda eso.

En la entrada del centro de detención se produjo un estrépito de lo más desconcertante. Desvié la mirada hacia el camino por el cual había acudido hasta la celda. No había rastro de los guardianes que me habían dejado pasar. Del otro lado de la esquina únicamente se escuchaban unos pocos gruñidos y algunos porrazos. Fruncí el ceño y estiré el cuello a fin de obtener una mayor visibilidad.

El príncipe se puso en pie.

—Por fin.

Un escalofrío de miedo corrió por mi espalda hasta que vi doblar la esquina a Natalie.

Me abrumó una mezcla de ira y compasión, pero me obligué a dedicarle una sonrisa amable. Lo más probable era que no volviese a ver a su padre después de que se lo llevaran. Fuese o no un villano, padre e hija tenían derecho a despedirse.

—Eh —dije al verla acercarse dando grandes zancadas. Había una inhabitual determinación en los movimientos de Natalie y una parte de mi ser presintió que algo no iba bien—. No creo que hayan autorizado tu entrada.

En teoría, tampoco debían haberme dejado pasar a mí, por supuesto.

Ella vino hacia mí y no exagero cuando digo que me lanzó contra la pared más lejana, donde me llevé un porrazo morrocotudo que me hizo ver las estrellas.

—¿Qué…?

Me llevé una mano a la frente e intenté incorporarme.

Natalie se despreocupó de mi persona y abrió la celda de su padre con un juego de llaves que antes había visto colgado del cinto de un guardián. Me acerqué a ella con paso inseguro.

—¿Qué estás haciendo?

Ella alzó la vista y entonces fue cuando distinguí la roja redondez alrededor de sus ojos, la blancura extrema de la piel, demasiado pálida incluso tratándose de una moroi, y la mancha de sangre alrededor de los labios. Aun así, lo más revelador de todo fue su mirada. Esa mirada suya tan fría y tan diabólica estuvo a punto de provocarme un síncope porque revelaba que ya no caminaba entre los vivos, delataba que ahora era una strigoi.