—¿Curarte?
«¿Curarle?», repetí para mis adentros, haciéndome eco de la réplica de Liss.
—Tú eres la única forma —repuso él con paciencia—. No hay otra cura para esta enfermedad mía. Te he observado durante años a fin de asegurarme de que estaba en lo cierto.
Lissa sacudió la cabeza.
—No… no puedo, no puedo hacer algo así.
—Tienes unos poderes de sanación increíbles. Nadie se ha hecho una idea exacta de hasta qué punto son fuertes.
—No sé de qué me hablas…
—Vamos, Vasilisa. Estoy al corriente de lo del cuervo, pues Natalie te vio hacerlo, y no te ha perdido la pista desde entonces, y sé cómo curaste a Rose.
Liss comprendió la inutilidad de negarlo.
—Eso fue… distinto. Rose no estaba tan mal, pero tú… No soy capaz de vencer una enfermedad genética como el síndrome de Sandovsky.
—¿Que Rose no estaba tan mal? —se echó a reír—. No me refiero a la curación de su tobillo, aunque fue impresionante, sino al accidente de coche. En realidad, tienes razón, ¿sabes? Rose no estaba «tan mal». Ella murió.
Dejó que las palabras causaran su efecto.
—Eso no… Rose vivió —se las arregló para decir al final.
—No, bueno, sí, sí vivió, pero he estudiado todos los informes: no había modo alguno de que hubiera sobrevivido, no con semejantes heridas. Tú la curaste y la trajiste de vuelta —suspiró de nuevo en un gesto que denotaba en parte cansancio y en parte sabiduría—. Venía sospechándolo hacía mucho tiempo e intenté que lo repitieras para verificar hasta qué punto eras capaz de controlar ese proceso.
Lissa jadeó al comprender el significado de esas palabras.
—Tú estabas detrás de lo de los animales.
—Con ayuda de Natalie.
—¿Por qué hicisteis algo así? ¿Cómo fuisteis capaces?
—Debía saberlo, Vasilisa sólo me quedan unas pocas semanas de vida y si de verdad puedes resucitar a los muertos, entonces puedes curar el síndrome de Sandovsky. Antes de raptarte necesitaba saber si eras capaz de curar a voluntad o si lo hacías únicamente en arrebatos de pánico.
—Pero ¿por qué raptarme? —una chispa de rabia prendió en el interior de Lissa—. Eres mi tío, un pariente muy cercano. Si piensas que puedo hacerlo y quieres que lo haga, ¿por qué no me lo has pedido? —la alteración de la voz y el torbellino interior de mi amiga revelaban que ella no estaba completamente segura de ser capaz de curarle—. ¿Por qué me has secuestrado?
—Porque no es un asunto de una sola vez. Me ha llevado mucho tiempo averiguar qué eres, y para eso he debido repasar viejas historias y conseguir papiros custodiados en museos moroi. Cuando leí los textos sobre el empleo del espíritu…
—¿El empleo de qué…?
—El espíritu, ése es tu elemento.
—Todavía no me he especializado en ningún elemento. Estás loco.
—¿De dónde crees que vienen esos poderes tuyos? El espíritu es otro elemento, uno que sólo conservan unos pocos.
La mente de Lissa no dejaba de darle vueltas a lo de su secuestro y a la posible verdad de mi resurrección.
—Eso no tiene ni pies ni cabeza, aun cuando no sea nada común, ¡habría oído hablar de ese otro elemento! O de alguien que lo poseyera.
—Ya nadie sabe nada del espíritu. Ha sido olvidado y cuando alguien se decanta por él, los demás no le entienden y llegan a la conclusión de que esa persona no se ha especializado en ningún elemento.
—Mira, si pretendes hacerme sentir… —enmudeció de forma repentina. Estaba enfadada y atemorizada, pero detrás de esos sentimientos, su mente racional había seguido procesando la información sobre los ejercitantes del espíritu y dicha especialización. Entonces lo comprendió todo—. Ay, Dios mío. San Vladimir y la señora Karp.
El príncipe le dirigió una mirada de entendimiento.
—Lo has sabido todo el tiempo.
—¡No, lo juro! Es sólo algo que Rose estuvo investigando… Ella aseguraba que ellos eran como yo.
Las noticias eran demasiado sorprendentes para Lissa y ella pasó de estar asustada a estar completamente aterrada.
—Son como tú. Los libros definen al santo como un hombre «lleno de espíritu» —Victor pareció encontrar eso de lo más divertido. Me entraron ganas de arrearle un guantazo al ver esa sonrisilla suya.
—Pensé… —Liss todavía deseaba que él se equivocara, pues la perspectiva de estar especializada en un elemento tan estrambótico era mucho peor que la de no tener especialización alguna—. Siempre había pensado que se referían al Espíritu Santo.
—Y así lo creen todos, pero no: es algo completamente distinto, un elemento existente en el interior de todos nosotros, un elemento primordial capaz de concederte un control indirecto sobre los demás.
Al parecer, mi teoría sobre la especialización de Lissa en todos los elementos no estaba tan traída por los pelos. Mi amiga tuvo que hacer un gran esfuerzo por asimilar todas esas noticias sin perder la calma.
—Eso no responde a mi pregunta. No importa que yo tenga la cosa esa, el espíritu, o lo que sea. No tenías necesidad alguna de raptarme.
—Como ya has visto con tus propios ojos, el espíritu puede curar heridas físicas, pero, ay, por desgracia, sólo es bueno para cortes y heridas directas. Prodigios de un solo acto como el tobillo de Rose. Heridas de accidentes. Sin embargo, las enfermedades crónicas, como el síndrome de Sandovsky, por ejemplo, requieren una curación continua o de lo contrario se reproducirían, y eso es lo que me sucedería. Te necesito, Vasilisa. Necesito tu ayuda para luchar contra la enfermedad y superarla, y así poder vivir.
—Eso no explica lo del secuestro —arguyó ella—. Te habría ayudado si me lo hubieras pedido.
—No te habrían dejado… El concilio… La escuela… Habrían salido con las monsergas éticas en cuanto hubieran encajado la sorpresa de encontrarse con un especializado en el espíritu. Al fin y al cabo, ¿cómo se elige a quién curar y a quién no? Dirían que no era justo y que era como jugar a ser Dios. Algunos se preocuparían por el precio que tú habrías de pagar.
Ella soltó un respingo, pues sabía muy bien a qué precio se refería Victor.
Éste asintió al ver su expresión.
—Sí, no voy a mentirte. Va a ser duro y te dejará agotada física y mentalmente, pero ha de hacerse. Lo siento. Se te facilitarán proveedores y otros entretenimientos a cambio de tus servicios.
Ella se levantó de un brinco, pero Ben reaccionó en el acto: avanzó un paso y la empujó, obligándola a sentarse de nuevo.
—¿Y luego qué? ¿Vas a mantenerme aquí presa como tu enfermera particular?
Él volvió a abrir los brazos, un gesto de lo más circunspecto.
—Lo lamento. No tengo elección.
Lissa echaba chispas y la rabia hizo retroceder al miedo en su interior.
—Sí —replicó en voz baja—, no tienes elección porque es de mí de quien hablamos.
—Esta vía te conviene más. Bien sabes cómo acabaron los demás: Vladimir pasó los últimos días de su vida loco de remate y tuvieron que encerrar a Sonya Karp. Desde el accidente has experimentado unos traumas que son algo más que el dolor por la pérdida de tu familia. Se deben al uso del espíritu. El percance lo despertó. El temor al ver muerta a Rose le permitió estallar y te permitió curarla. Eso forjó el vínculo existente entre vosotras, pero no es posible reprimirlo una vez fuera. Es un elemento poderoso, y también peligroso. El practicante de la tierra obtiene de ella su poder, e igual sucede con el del aire, pero ¿qué ocurre con el espíritu? ¿De dónde piensas que obtiene el poder? —ella le miró fijamente—. Procede de ti, de tu propia esencia. Has de perder parte de la misma para sanar a otros y cuanto más lo hagas, más vas a destruirte. Ya debes de haberlo empezado a notar. He visto cuánto te perturban ciertas cosas, he presenciado indicios de tu fragilidad.
—No soy frágil —le espetó Lissa—, y no voy a enloquecer. Voy a dejar de usar el espíritu antes de que las cosas vayan a peor.
—¿Vas a dejar de usarlo? —él esbozó una sonrisa—. ¿Podrías dejar de respirar? El espíritu tiene sus propios designios… Siempre sientes la urgencia de ayudar y de curar. Forma parte de tu esencia. Lograste resistirte a los animales, pero no te lo pensaste dos veces a la hora de curar a Rose. Ni siquiera puedes evitar el uso de la coerción, un don para el cual tienes una especial facilidad gracias al espíritu, y siempre va a ser así. No puedes evitar al espíritu. Te conviene más quedarte aquí aislada, lejos de cualquier otra fuente de tensión. Acabarías convirtiéndote en alguien cada vez más inestable si permanecieras en la Academia o empezarían a atiborrarte de pastillas. Te sentirías mejor, pero eso atrofiaría tu poder.
Percibí cómo se asentaban en el interior de Liss una calma y una confianza desconocidas durante los dos últimos años.
—Te quiero, tío Victor, pero soy yo, y no tú, quien ha de tratar con eso y decidir qué debo hacer. Me estás obligando a renunciar a mi vida por la tuya, y eso no es justo.
—Es una cuestión de qué vida tiene más valor. Yo también te quiero, y mucho, pero los moroi se están desmoronando. Nuestro número es cada vez menor e irá a menos mientras permitamos que los strigoi nos den caza. Antes, solíamos perseguirlos con saña, pero ahora Tatiana y los demás líderes prefieren la ocultación. Os mantienen a ti y a tus pares aislados. ¡En los viejos tiempos os habríais entrenado con vuestros guardianes y habríais aprendido a usar la magia como arma! Eso se acabó. Ahora nos mantenemos a la espera. Ahora somos víctimas —Lissa y yo pudimos ver la vehemencia de su pasión en el posterior cruce de miradas—. Yo habría cambiado eso de haber sido rey. Habría traído una revolución como no hubieran imaginado los moroi ni los strigoi. Yo debí haber sido el heredero de Tatiana, y ella estaba dispuesta a elegirme como tal antes de que descubrieran la enfermedad, y entonces ya no lo hizo. Si me curases… Podría tomar mi legítima posición.
Esas palabras dispararon en el fuero interno de Lissa un repentino debate sobre la situación de los moroi. Ella jamás había considerado la opción de su tío: cómo serían las cosas si los moroi y sus guardianes lucharan codo con codo para librar al mundo de la plaga maligna de los strigoi, pero eso también le hizo recordar su credo cristiano y la obligación de no usar la magia como arma. Incluso aunque valorase las convicciones de Victor, ninguna de las dos pensábamos que las mismas valieran tanto como para justificar lo que él pretendía obligarle a hacer a Lissa.
—Lo siento —cuchicheó ella—, lo siento por ti, pero no me obligues a hacer esto, por favor.
—He de hacerlo.
Ella le miró fijamente a los ojos.
—Yo no lo haré.
El príncipe ladeó la cabeza y alguien salió de las sombras de la esquina. Era un moroi a quien no había visto jamás. Dio un rodeo, se puso detrás de Lissa y le liberó las manos.
—Te presento a Kenneth —Victor tendió sus manos hacia las manos recién desatadas de Liss—. Vasilisa, por favor, toma mis manos y haz que tu magia fluya por mi cuerpo tal y como hiciste con Rose.
Ella sacudió la cabeza.
—No.
—Por favor. Vas a curarme de uno u otro modo —esta vez habló con tono menos amable—. Preferiría que lo hicieras al tuyo y no al nuestro.
Liss volvió a negar con la cabeza y el príncipe hizo un leve gesto hacia Kenneth.
Y entonces fue cuando comenzó el dolor.
Ella gritó, y yo también.
Dimitri se movió de forma brusca, sobresaltado, y aferró con más fuerza el volante del SUV. Me miró de refilón e hizo intención de detenerse al costado del camino.
—¡No, no, no pares! —me froté las sienes con las manos—. ¡Debemos llegar ahí cuanto antes!
Alberta se inclinó hacia delante desde su posición en el asiento de atrás y me puso una mano en el hombro.
—¿Qué ocurre, Rose?
Parpadeé para contener las lágrimas.
—La están torturando con… aire. Un tipo nuevo, el tal Kenneth, manipula ese elemento contra ella, en su cabeza. La presión es enloquecedora. Parece que la cabeza va a explotarme, bueno, la suya.
Dimitri me miró por el rabillo del ojo y pisó el acelerador con más fuerza aún.
Kenneth no se conformó con usar la fuerza física del aire, sino que pronto empezó a influir sobre la respiración de Lissa. A veces le hacía respirar de forma irregular y otras le quitaba el aire, dejándola sin resuello. Soportarlo como espectadora era terrible y sufrirlo en carnes propias debía ser peor, por eso tuve claro que yo habría hecho cualquier cosa que me hubieran pedido.
Y al final, Lissa también lo hizo.
Tomó las manos tendidas de Victor a pesar de estar dolorida y tener borrosa la visión. Jamás había estado presente en su mente cuando ella obraba su magia, por lo cual no sabía qué esperar a ciencia cierta. No percibí nada en un primer momento, excepto una cierta concentración, pero luego fue… Ni siquiera sabría describirlo. Aquello era color, luz, música, vida, gozo, amor, y tantas y tantas cosas maravillosas, todas esas sobre las que se cimenta el mundo y gracias a las cuales merece la pena vivir la vida.
Lissa reunió todas esas maravillas, tantas como fue capaz, y se las transmitió a Victor. Una magia suave y deslumbrante fluyó por nuestros cuerpos. Aquello tenía vida propia, era la vida de Lissa, y aunque se percibía como algo maravilloso, ella se debilitaba más y más mientras todas esas maravillas, atadas por ese elemento misterioso, el espíritu, fluían hacia Victor, cada vez más recuperado.
La transformación fue sorprendente. La piel de Victor se alisó. Ya no estaba picado por la viruela ni presentaba arrugas. Los finos cabellos agrisados se espesaron y volvieron a ser negros y sedosos. Los ojos verdes conservaron esa tonalidad jade, pero ahora chispeaban, atentos y llenos de vida.
El príncipe se había convertido en el hombre que ella recordaba de sus días de infancia.
Exhausta, Lissa se desmayó.
Volví a mi cuerpo e hice lo posible por describir lo sucedido a mis compañeros de viaje. El rostro de Dimitri cada vez era más sombrío y empezó a soltar una ristra de palabrotas en ruso cuyo significado no me había enseñado.
Cuando estábamos a cuatrocientos metros de la cabaña, Alberta efectuó una llamada por el móvil y la caravana se detuvo al borde del camino. Los guardianes, más de una docena, salieron de los vehículos y se agruparon a fin de preparar la estrategia de ataque. Uno de ellos se adelantó para explorar y regresó con un informe acerca del número de personas situadas dentro y fuera del cobertizo. Hice ademán de salir del coche cuando el grupo pareció listo para intervenir, pero Dimitri me detuvo.
—No, Roza, tú te quedas aquí.
—Al diablo con esas monsergas. Debo ir en su ayuda.
Me tomó la barbilla entre las manos y fijó sus ojos en los míos.
—Ya la has ayudado. Has hecho tu trabajo, y muy bien además, pero este no es tu lugar. Ella y yo necesitamos que permanezcas a salvo.
Me mordí la lengua al darme cuenta de que una discusión sólo iba a servir para provocar un retraso, de modo que me tragué las protestas y cabeceé. Él me devolvió el asentimiento y se reunió con los otros; luego, todos se adentraron en el bosque, camuflándose entre los árboles.
Suspiré, di un puñetazo al respaldo del asiento del copiloto y me dejé caer sobre el mismo. Estaba reventada y soñolienta, pues para mí era de noche por mucho que el sol atravesara los cristales tintados. Había estado en vela todo el tiempo y habían pasado un montón de cosas. Entre el bajón de adrenalina y compartir el dolor de Lissa, me podía haber desmayado igual que ella.
Excepto que ahora se había despertado.
Poco a poco, sus percepciones fueron dominando a las mías. Yacía en la cabaña, tumbada en un sofá, donde la había depositado uno de los asalariados de Victor tras el desmayo. El príncipe estaba ahora lleno de vigor gracias al abuso al que había sometido a Liss. Se hallaba en la cocina junto al resto de sus hombres e intercambiaban cuchicheos acerca de sus planes. Sólo uno de ellos montaba guardia cerca de Lissa. No iba a ser difícil derribarle cuando Dimitri y sus tipos duros irrumpieran en el interior.
Lissa estudió al único guardián y luego lanzó una mirada de soslayo hacia la ventana. Se las arregló para incorporarse a pesar de estar medio grogui después de la curación. El vigilante se dio la vuelta y la miró con recelo. Ella le miró a los ojos y le sonrió.
—No vas a moverte, haga lo que haga —le ordenó—. Cuando me escape, no vas a pedir ayuda ni a decírselo a los demás. ¿De acuerdo?
El conjuro de coerción se deslizó en la mente del hombre, que cabeceó en señal de asentimiento.
Ella se deslizó hacia la ventana, la abrió y subió la contraventana. No dejaba de darle vueltas a un montón de consideraciones mientras realizaba esos preparativos de fuga. Estaba débil y no sabía a qué distancia se hallaba de la Academia, bueno, de la Academia y de cualquier otro sitio en realidad. Tampoco tenía noción de cuánto iba a poder alejarse antes de que advirtieran su desaparición.
Pero también sabía que no se le iba a presentar otra oportunidad de fuga y no albergaba la menor intención de pasarse el resto de sus días encerrada en ese chamizo en medio del bosque.
Yo habría celebrado su coraje en cualquier otra ocasión, pero no esta vez, no cuando todos esos guardianes iban a entrar a salvarla y habría bastado con que se hubiera estado quieta. Por desgracia, ella no podía oír mi aviso.
Solté un taco a voz en grito cuando se subió a la ventana.
—¿Qué…? ¿Qué es lo que ves? —preguntó una voz detrás de mí.
Salté del asiento como movida por un resorte y me di un golpe en la cabeza contra el techo. Cuando volví la vista atrás descubrí a Christian espiando desde el espacio de carga, detrás de los asientos del fondo.
—¿Qué haces aquí? —inquirí.
—¿Acaso no está claro? Me he colado de rondón.
—Pero ¿no te habían dado un porrazo en la cabeza o algo así?
Se encogió de hombros, como si no le importase. ¡Menudo par de locos estaban hechos Lissa y él! No tenían el menor reparo en lanzarse de cabeza a las mayores gestas incluso estando heridos. Aun así, si Kirova me hubiera obligado a quedarme atrás, yo habría hecho exactamente lo mismo: esconderme con él ahí detrás.
—¿Qué ocurre? —insistió—. ¿Has visto algo nuevo?
Se lo expliqué a toda prisa mientras salía del coche. Él me siguió.
—Liss no sabe que nuestros chicos están a punto de acudir en su ayuda. Voy a ir a por ella antes de que acabe matándose de cansancio.
—¿Y qué hay de los guardianes…? Me refiero a los de la escuela. ¿Vas a informarles de que se ha escapado?
Negué con la cabeza.
—Probablemente ya habrán echado abajo la puerta del refugio. Me voy tras Liss —ella debía hallarse en algún lugar a la derecha de la cabaña. Empezaría por avanzar en esa dirección, pues no podría moverme con mayor precisión hasta encontrarme más cerca, pero debía dar con ella. Al ver el rostro de Christian, no pude evitar dedicarle una seca sonrisa y añadir—: Y sí, ya lo sé: vienes conmigo.