QUINCE

Mason cumplió el encargo.

Llevaba a cuestas una caja de libros cuando me encontró al día siguiente antes de las clases.

—Los tengo —anunció—. Deprisa, tómalos antes de que te metas en algún problema por hablar conmigo.

Solté un gruñido cuando cargué el considerable peso.

—¿Christian te dio esto?

—Sí. Me las arreglé para hablar con él sin que nadie lo advirtiese. A su manera es un tío apañado, ¿te habías dado cuenta?

—Sí, lo había notado —recompensé a Mason con una sonrisa para darle esperanzas—. Gracias, esto significa mucho para mí.

Arrastré el botín hasta mi habitación, muy consciente de lo extraño que resultaba ver a alguien que aborrecía tanto los libros cargada hasta los topes con toda esa mierda polvorienta del siglo XIV. Sin embargo, cuando abrí el primer ejemplar vi que debía de ser una reimpresión de la reimpresión de la reimpresión, probablemente porque nada tan viejo habría soportado tantos años sin caerse a cachos.

Tras una primera criba de volúmenes, clasifiqué los libros en tres categorías: los escritos tras la muerte de San Vladimir, los redactados en vida del santo y un diario de anotaciones manuscritas por él mismo. ¿Qué había dicho Mason sobre las fuentes primarias y secundarias? Lo que yo quería se hallaba en los dos últimos grupos.

Quienquiera que hubiera impreso aquellos tomos, había reescrito las palabras lo suficiente como para no obligarme a leer en inglés antiguo o en otro idioma, como el ruso, pues supuse que San Vladimir había vivido en el antiguo país.

Hoy he curado a la madre de Sava, que sufría hace tiempo de intensas punzadas en el estómago. Ahora su padecimiento ha desaparecido, pero el Todopoderoso no me permite obrar tales prodigios a la ligera. Me encuentro débil y confuso, y el diablo de la locura intenta deslizarse en mi mente. Doy gracias a Dios todos los días por la presencia de Anna, la bendecida por la sombra, pues no habría sido capaz de soportarlo sin ella.

Otra mención a Anna, la bendecida por la sombra. Hablaba de ella a menudo, entre muchas otras cosas. La mayor parte del tiempo el santo escribía sermones similares al de la última vez en la iglesia. Menudo rollazo. Sin embargo, otras veces, el libro podía leerse como las entradas de un diario, donde cada una recogía los hechos de ese día, y si todo aquello no era un montón de patrañas, el tipo se pasaba el tiempo curando a la gente. Heridos. Enfermos. Incluso plantas. Revivía las cosechas en época de hambruna, y a veces hacía brotar flores a su paso por puro gusto.

La lectura de esos textos me reveló por qué le venía tan bien al viejo Vlad que Anna anduviera siempre cerca. Estaba como una regadera. Cuanto más usaba esos poderes suyos, más mella hacían en él. Se enojaba y entristecía sin motivo alguno. Culpaba a los demonios y otras chorradas por el estilo de esos estados de ánimo, pero parecía obvio que sufría una depresión. Llegó a admitir que había intentado suicidarse en una ocasión, pero Anna le detuvo.

Luego, mientras hojeaba las páginas de un libro escrito por un tipo que conoció al santo, leí:

Muchos consideran milagroso el poder que el bendito Vladimir ejerce sobre otros. Los moroi y los dhampir se congregan junto a él y escuchan su palabra, contentos con el simple hecho de estar a su lado. Más de uno diría que no es el Espíritu Santo sino la locura lo que le influye, pero casi todos le adoran y llevarían a cabo cualquiera de sus peticiones. Así es como Dios señala a sus favoritos, y si tales momentos vienen seguidos de alucinaciones y momentos de desesperación, es un minúsculo sacrificio a cambio del inmenso bien ejercido y el liderazgo mostrado ante la gente.

Era muy parecido a lo dicho por el sacerdote, pero tenía la impresión de que todo aquello se conseguía con algo más que con «una encantadora personalidad». Todos le adoraban y cumplían sus peticiones de buen grado. Sí, estaba segura: San Vladimir había empleado la coerción sobre sus seguidores. Muchos moroi tenían ese don en aquellos días previos a la prohibición, pero no lo usaban sobre otros moroi ni sobre dhampir. No podían. Sólo Lissa era capaz de hacerlo.

Cerré el tomo y me recosté sobre la almohada de la cama. Vladimir curaba a plantas y animales y además era capaz de usar la coerción a gran escala, y según todos los registros, el uso de tales poderes le empujaba a la locura y a la depresión.

Y a todo eso se añadía algo aún más extraño, el que todos siguieran llamando a su guardiana «la bendecida por la sombra», una expresión que me incordiaba desde la primera vez que la oí

«¡Tú estás bendecida por la sombra, debes cuidar de ella!».

La señora Karp me había gritado esas palabras mientras me agarraba de la blusa y tiraba de la misma para acercarme a ella. Aquello había sucedido en la escuela secundaria una noche de hacía dos años, cuando entré en el edificio central para devolver un libro. No había un alma en los vestíbulos, pues estaba a punto de empezar el toque de queda. Alcé la vista al oír un tumulto considerable y me topé con la señora Karp, que dobló una esquina con un brillo frenético y enloquecido en esos ojos suyos llenos de lágrimas.

Me empotró contra una pared sin soltarme.

—¿Lo entiendes?

Ya tenía los conocimientos de defensa personal necesarios para sacármela de encima, pero el asombro me impidió reaccionar.

—No.

—Vienen a por mí y vendrán a por ella.

—¿Quién?

—Lissa. Debes protegerla. La cosa empeorará cuanto más use ese don. Debes detenerla, Rose. Detenla antes de que se den cuenta, antes de que lo adviertan y se la lleven también. Sácala de aquí.

—¿Qué…? ¿Qué quiere decir con eso de sacarla de aquí? ¿Pretende que me la lleve fuera de la Academia?

—¡Exacto! Debéis marcharos las dos, pues existe un vínculo entre vosotras. Ése es tu cometido. Llévatela lejos de este lugar.

Sus palabras eran un completo sinsentido. Nadie abandonaba la Academia. Se me puso un cuerpo muy raro mientras ella me miraba a los ojos y me tenía ahí atrapada. Un velo de torpor me enturbió la cabeza y de pronto sus palabras me parecieron el súmmum de la cordura, lo más razonable del mundo. Sí, debía llevarme a Lissa lejos de allí, lejos…

Las pisadas resonaron en el pasillo y un grupo de guardianes dobló la esquina. No los conocía, pues ninguno servía en la Academia. El salvaje zarandeo no cesó hasta que me la quitaron de encima. Uno de ellos me preguntó si estaba bien, pero yo no lograba apartar la mirada de la señora Karp.

—¡No permitas que use el poder! —gritó—. ¡Sálvala, sálvala de sí misma!

Los guardianes me explicaron luego que no estaba bien y que iban a llevarla a un lugar donde pudiera recuperarse. Iba a estar a salvo y atendida, me aseguraron. Se recuperaría.

Salvo que no lo hizo.

Ya de vuelta al presente, contemplé los libros e intenté juntar las piezas del puzle. Lissa. La señora Karp. San Vladimir.

¿Qué debía hacer?

Alguien golpeteó en la puerta y me sacó de mis recuerdos. Nadie venía a visitarme, ni siquiera los responsables de planta, dado mi confinamiento. Vi a Mason en el pasillo nada más abrir.

—¿Dos veces en el mismo día? —pregunté—. ¿Cómo has conseguido subir aquí?

Me dedicó una de esas sonrisas suyas tan despreocupadas.

—Alguien encendió una cerilla en el cubo de basura de los servicios. ¡Qué vergüenza! El personal anda atareadillo con eso. He venido a por ti enseguida, venga.

Sacudí la cabeza. Al parecer, provocar incendios era una nueva muestra de afecto. Primero Christian y ahora Mason.

—Lo siento, pero no me salves esta noche. Como me pillen…

—Son órdenes de Lissa.

Cerré el pico y le dejé que me sacara de extranjis del edificio. Me condujo hasta los dormitorios de los moroi y me llevó hasta la habitación de mi amiga sin que, milagrosamente, nadie me viera. Me pregunté si no habrían provocado otro incendio en el baño de ese edificio también para distraer la atención de las encargadas.

Me encontré una fiesta por todo lo alto en la habitación de Lissa. Sentados por el suelo estaban ella, Camille, Carly, Aaron y un pequeño grupo de miembros de las familias reales. La música estaba a todo volumen y las botellas de whisky no cesaban de circular. No estaba Mia ni Jesse. Descubrí a Natalie al cabo de unos momentos: estaba sentada en un rincón, claramente separada del grupo, sin saber muy bien cómo actuar cerca de todos ellos. Su incomodidad era manifiesta.

Lissa acudió con paso inseguro. Una oleada de mareo me llegó a través del vínculo y la delató: llevaba pimplando un buen rato.

—¡Rose! —se volvió hacia Mason y le dedicó una sonrisa cautivadora—. La has traído.

Él le hizo una reverencia completa.

—Estoy a tus órdenes.

Confiaba en que hubiera hecho todo aquello por la emoción en sí misma y no obligado por ningún acto de coerción. Liss me pasó un brazo por la cintura y me llevó con los otros.

—Únete a la fiesta.

—¿Y qué celebramos?

—No lo sé. ¿Que te parece tu fuga de esta noche?

Unos pocos invitados alzaron los vasos de plástico entre gritos de júbilo y brindaron a mi salud. Xander Badica llenó dos vasos más para luego entregárnoslos a Mason y a mí. Acepté el mío con una sonrisa, pero el reconcome iba por dentro: el giro de los acontecimientos de aquella noche me hacía sentir muy incómoda. Me habría sentido a mis anchas en una fiesta como ésa no hace mucho; es más, habría tardado treinta segundos en apurar mi bebida, pero ahora, sin embargo, había muchas cosas que me perturbaban, como, por ejemplo, que los aristócratas de aquel cuarto trataran a Lissa como a una diosa; o que ninguno de ellos pareciera recordar las acusaciones de que yo era una prostituta de sangre; o la completa infelicidad de Lissa, sin importar cuánto se riera o cuántas sonrisas repartiera.

—¿De dónde habéis sacado el bebercio?

—Del señor Nagy —contestó Aaron, sentado muy cerca de Lissa.

Era de todos sabido que el señor Nagy bebía sin parar después de clase y tenía un escondrijo en el campus cuya ubicación cambiaba a menudo, pero los estudiantes lo localizaban con la misma frecuencia.

Lissa se reclinó sobre el hombro de Aaron.

—Aaron me ayudó a colarnos en la habitación del profesor Nagy y a llevarme las botellas. Las ocultaba en el fondo de un armario de puertas disimuladas en la pared con pintura.

Los demás se echaron a reír mientras Aaron la contemplaba con expresión de verdadera idolatría. Me partí por dentro al darme cuenta de que mi amiga no había necesitado usar coerción alguna sobre él. Aaron la adoraba. Siempre lo había hecho.

—¿Por qué no estás bebiendo? —me preguntó al oído Mason algo más tarde.

Bajé la vista y miré al vaso. Sentí cierta sorpresa al verlo todavía lleno.

—No lo sé. Creo que los guardianes no deberían beber cuando están cerca de sus protegidos, supongo.

—Todavía no eres la guardiana de Lissa y tampoco estás de servicio, y eso va a tardar bastante en suceder. ¿Desde cuándo te has vuelto tan responsable?

En realidad, no estaba siendo juiciosa, pero respetaba las enseñanzas de Dimitri sobre el equilibrio entre diversión y obligación. Me parecía un error dejarme llevar cuando Lissa se hallaba tan vulnerable en los últimos tiempos. Me contoneé un poco hasta lograr salirme de aquel sitio tan estrecho, entre ella y Mason, y me escabullí para sentarme al lado de Natalie.

—Hola, Nat. Esta noche estás muy callada.

Ella sostenía un vaso tan colmado como el mío.

—Y tú también.

Reí por lo bajinis.

—Supongo que sí.

Ladeó la cabeza para observar a Mason y al resto de los patricios como si estuviera efectuando algún experimento científico. Habían consumido un montón de whisky desde mi llegada y el nivel de estupidez se había disparado de forma considerable.

—Es raro, ¿no te parece? Antes tú solías ser el centro de atención y ahora lo es ella.

Parpadeé, sorprendida, pues jamás había considerado el asunto desde esa perspectiva.

—Supongo.

—Eh, Rose —me llamó Xander mientras se dirigía hacia mí, a punto de derramar la bebida—, ¿cómo es?

—¿Cómo es qué?

—Dejar que alguien se alimente de ti.

Los demás presentes enmudecieron por efecto de la expectación.

—Ella no hizo eso —advirtió Lissa con voz admonitoria—, ya te lo dije.

—Ya, ya, nada ocurrió con Jesse y Ralf, eso lo sé, pero vosotras dos lo hicisteis mientras estabais fuera, ¿correcto?

—Déjalo ya —ordenó Lissa, pero la coerción funcionaba mejor cuando había un contacto visual con el sujeto pasivo, y Xander no la miraba a ella, sino a mí.

—Quiero decir, está guay y tal. Hicisteis lo que debíais hacer en esas circunstancias, chicas, ¿vale? No es como si tú fueras una proveedora. Únicamente deseaba saber cómo era. Danielle Szelsky me dejó morderla en una ocasión y aseguró no haber sentido nada.

—¡Puaj! —corearon las chicas.

El sexo y beber sangre con dhampir era una obscenidad, pero se consideraba canibalismo cuando se practicaba entre moroi.

—Menudo mentiroso estás hecho —le espetó Camille.

—No, hablo en serio. Fue un mordisquito de nada. A ella no le puso en órbita como a las proveedoras. ¿Y a ti? —apoyó el brazo libre sobre mi hombro—. ¿Te gustó?

El semblante rígido de Lissa se puso blanco como la cal. El alcohol amortiguaba la intensidad de sus sentimientos, pero pude percibirlos con nitidez. Me llegó un flujo de pensamientos sombríos y de temor acentuados por la rabia. Por lo general, ella solía controlar bien el enfado, no como yo, pero yo ya la había visto estallar antes. Había sucedido en una fiesta muy similar a ésa, unas semanas antes de la detención de la señora Karp.

Un primo lejano de Natalie, Greg Dashkov, daba una fiesta en su cuarto. Al parecer, sus padres conocían a alguien que a su vez conocía a un pez gordo, y me lo creía: Greg tenía una de las habitaciones de mayor tamaño. Había sido amigo del hermano de Lissa antes del accidente y se había mostrado encantado de introducir a la hermana pequeña de André en su círculo de amistades. Greg también se había mostrado encantado de meterme en esa selecta compañía, razón por la cual las dos nos encontrábamos allí esa noche. Para una estudiante de segundo año como yo, era una pasada estar con miembros adultos de la realeza moroi.

Esa noche bebí a espuertas, pero aun así me las arreglé para no perder de vista a Lissa, que siempre experimentaba ansiedad cuando se hallaba en compañía de esa gente. En cualquier caso, nadie lo hubiera pensado: era capaz de conectar a la perfección con ellos. El pesado moscardoneo del alcohol me impedía percibir muchos de sus sentimientos, pero no me preocupé, dado que ella parecía estar bien.

Greg se apartó a mitad de un beso y miró algo por encima de mi hombro. Los dos estábamos sentados en la misma silla, bueno, yo descansaba sobre su regazo. Ladeé la cabeza para mirar.

—¿Qué ocurre?

Él sacudió la cabeza con un sentimiento encontrado de irritación y complacencia.

—Wade ha traído a una proveedora.

Seguí la dirección de su mirada hasta ver a Wade Voda. Se hallaba de pie con el brazo alrededor de una chica de aspecto frágil. Tendría mi edad más o menos. Era una humana bastante guapa de ondulados cabellos rubios y una piel de porcelana, pálida a causa de las continuas sangrías. Unos pocos chicos habían centrado sus atenciones en ella, que no se apartaba de Wade. Éste se reía y no dejaba de tocarle el rostro y acariciarle los cabellos.

—Hoy ya ha alimentado a muchos —comenté al reparar en el aspecto demacrado y completamente confuso que mostraba.

Greg deslizó la mano detrás de mi cuello y me hizo volverme hacia él:

—No van a hacerle daño.

Nos besamos durante un buen rato antes de que alguien me diera unos toquecitos en el hombro.

—Rose…

Al alzar los ojos vi el rostro de Lissa, cuya expresión ansiosa me sobresaltó, pues no fui capaz de percibir las emociones existentes debajo de esas facciones. Había bebido demasiada cerveza. Me bajé del regazo de Greg.

—¿Adónde vas? —inquirió.

—Vuelvo enseguida —le respondí mientras apartaba de allí a Lissa. De pronto, deseé estar completamente sobria—. ¿Qué ocurre?

—Ellos.

Señaló a los chicos situados junto a la proveedora con un movimiento de cabeza y cuando se volvió para mirar a uno de ellos, pude distinguir marquitas rojas recientes diseminadas por el cuello de la chica, en derredor de la cual se había formado un grupo de mordedores que la mordisqueaban por turnos y le hacían propuestas indecentes. Ella consentía, eso era obvio y manifiesto.

—No pueden hacer eso —declaró Lissa.

—Es una proveedora, nadie va a detenerlos.

Lissa alzó hacia mí sus ojos suplicantes, heridos, ultrajados y llenos de rabia.

—¿Tampoco tú?

Yo siempre había sido la agresiva, la que había cuidado de ella desde que éramos crías, y verla allí, tan preocupada e interesada en arreglar las cosas, fue más de lo que pude soportar. Le dediqué un seco asentimiento y me dirigí hacia el grupo dando tumbos.

—¿Tan desesperado estás por comerte una rosca que ahora sales con yonquis, Wade? —le pregunté.

Dejó de repasar el cuello de la muchacha con los labios y apartó de ella los ojos.

—¿Por qué? ¿Has terminado de darte el lote con Greg y aún quieres más?

Me puse de jarras y esperé ofrecerle una imagen fiera, aunque lo cierto es que había bebido tanto que sentía algo de náuseas.

—No hay suficientes drogas en el mundo que me hagan soportable tu compañía —le solté. Mi salida despertó risas entre sus amigotes—. Pero quizás puedas apañarte con la colgada esa que llevas contigo. Y desde luego, me parece que le has sacado ya lo bastante como para satisfacer a un glotón como tú. No creo que la necesites más.

Otros cuantos se echaron a reír.

—Eso no es de tu incumbencia —siseó él—. Ella sólo es manduca.

Únicamente había un insulto peor que llamar a una dhampir prostituta de sangre, y era referirse a un proveedor en términos de comida.

—Ésta no es una estancia de nutrición. Nadie desea verlo.

—Exacto —convino una chica mayor—. Es una vulgaridad.

Varias de sus amigas asintieron.

Wade nos fulminó a todas con la mirada, pero yo me llevé la más dura.

—Genial. No tenéis por qué mirar ninguna. Vamos.

Agarró a la chica por el brazo y la alejó de un tirón. Ella anduvo con torpeza y le siguió a trompicones sin dejar de lloriquear por lo bajo.

—He hecho todo lo posible —me justifiqué ante Lissa.

Ella me miró fijamente, aún sorprendida.

—Sólo la ha sacado de la habitación, pero le va a hacer cosas peores.

—Tampoco a mí me gusta, Liss, pero no es algo por lo que le pueda perseguir ni hacer morder el polvo —me froté la frente—. No sé, quizá podría ir y pegarle, pero ahora mismo me siento a punto de vomitar.

Su semblante se tornó sombrío y se mordió el labio.

—No puede hacerle eso.

—Lo siento.

Regresé a la silla de Greg, sintiéndome mal por cuanto había sucedido. Me apetecía tan poco como a Lissa ver cómo el tipo se aprovechaba más de esa desdichada. Me recordaba demasiado a los moroi que se pensaban que podían hacerles cualquier cosa a las chicas dhampir, pero yo no era capaz de ganar esa batalla, o al menos no esa noche.

Greg me había hecho girar para tener una posición más cómoda sobre mi cuello y al cabo de un rato me percaté de que Liss había desaparecido. Más que bajar, me caía de su regazo y miré a mi alrededor.

—¿Dónde está Lissa?

Él alargó la mano para cogerme.

—Probablemente en los servicios.

No percibía sensación alguna a través del nexo, a causa del letargo producido por el alcohol. Salí al pasillo y respiré aliviada de dejar atrás la música alta y las voces. Allí reinaba un silencio absoluto, únicamente roto por un sonido de golpes a un par de habitaciones de mi posición. La puerta se hallaba entreabierta y me colé dentro.

La proveedora se acuclillaba en un rincón, aterrada, mientras Lissa ocupaba el centro del cuarto con los brazos cruzados y el rostro hirviendo de rabia. Fulminaba con la mirada a Wade, que retrocedía como en trance. Sostenía en las manos un bate de béisbol y a juzgar por el estado de la habitación ya lo había usado. Había roto estanterías, el equipo estéreo, el espejo…

—Rompe la ventana también —le instó Lissa con voz suave—. Venga, vamos, no importa.

En un trance hipnótico, él se encaminó hacia la gran ventana de vidrios tintados, se echó hacia atrás para tomar impulso y la emprendió contra el cristal mientras yo contemplaba la escena, tan boquiabierta de incredulidad que faltó poco para que se me cayera al suelo la mandíbula. Hizo añicos las lunas y las esquirlas de vidrio salieron volando por todas partes, dejando entrar la luz del alba, que de otro modo nunca habría penetrado en la estancia. Parpadeó cuando le dio de lleno en los ojos, pero no se retiró.

—Detenle, Lissa, haz que pare.

—Debería haberse frenado antes.

Apenas reconocí la expresión de su semblante. Nunca la había visto tan turbada y sin duda jamás la había visto hacer algo semejante. Sabía de qué iba la peli, claro, lo sabía a las mil maravillas. Coerción. Y por todo lo que sabía, faltaban segundos para hacer que se comiera el bate.

—Por favor, Lissa, basta, no lo hagas, por favor.

Noté un torbellino de emociones en su interior a pesar del velo de confusión del alcohol. Eran tan intensas que estuvieron a punto de hacerme caer. Malicia. Ira. Inmisericordia. Todos esos sentimientos resultaban sorprendentes al proceder de una persona tan dulce y sensata como Lissa. La conocía desde el jardín de infancia, pero en ese momento apenas si la reconocía.

Y me entró miedo.

—Por favor, Lissa —insistí—. No se merece eso. Ordénale retirarse.

Ella no me miró. Los ojos tormentosos no se apartaban de Wade, que, muy lentamente y con sumo cuidado, alzó el bate y lo agitó por encima de su cabeza.

—Lissa —le imploré. Oh, Dios. Iba a tener que hacerle un placaje o cualquier otra locura para detener a mi amiga—. No lo hagas.

—Debería haberse frenado antes —repitió con voz monocorde. El bate seguía moviéndose y ahora estaba a la distancia exacta para cobrar impulso y golpear—. No debería haberle hecho eso a la chica. Nadie puede tratar a otro de ese modo, ni siquiera aunque sea una proveedora.

—Pero tú la has asustado —repuse yo en voz baja—, mírala.

No pasó nada en un principio, pero luego Lissa dejó que sus ojos contemplaran a la muchacha humana, todavía en cuclillas junto al rincón, abrazándose el cuerpo en ademán protector. Tenía unos enormes ojos azules y la luz entrante arrancaba destellos en el mar de lágrimas de su rostro. La proveedora profirió un sollozo sofocado de pánico.

El rostro de Lissa no se inmutó, pero percibí la batalla por el control librada en su interior, pues una parte de ella no deseaba causar daño alguno a Wade, a pesar de la ira ciega que la llenaba. Cerró los ojos y mantuvo el gesto crispado. Alargó la mano derecha hacia la muñeca del otro brazo y se pellizcó, hundiendo las uñas en la carne con fuerza. El dolor le hizo soltar un respingo, pero gracias al nexo existente entre nosotras pude percibir que la sorpresa causada por el daño apartaba su atención de Wade.

Ella abandonó la coerción y él dejó caer el bate. De pronto, parecía sumamente confuso. Lancé un suspiro con todo el aire que había estado conteniendo hasta ese momento. Se oyeron pasos en el pasillo. Me había dejado la puerta abierta y la rotura de cristales había atraído la atención de un par de miembros de seguridad de la planta. Entraron como un torbellino en el cuarto y se quedaron helados al ver semejante cuadro de destrucción.

—¿Qué ha pasado aquí?

Wade parecía totalmente ido y los demás nos miramos unos a otros. Él contempló el estado del cuarto y el bate para luego mirarnos a Lissa y a mí.

—Yo no sé… No puedo… —centró en mí toda su atención y de pronto se enfadó—. ¡Qué diablos! ¡Has sido tú! No dejaste correr el asunto de la proveedora.

Los encargados de los dormitorios me interrogaron con la mirada y tomé una decisión en cuestión de segundos.

«Debes protegerla. La cosa empeorará cuanto más use ese don. Debes detenerla, Rose. Detenla antes de que se den cuenta, antes de que lo adviertan y se la lleven también. Sácala de aquí».

Vi ante mí el rostro implorante de la señora Karp mientras me suplicaba frenéticamente y le dirigí una mirada altanera a Wade, sabedora de que nadie iba a cuestionar una posible confesión por parte mía y ni siquiera sospecharían de mi amiga.

—Sí, bueno, no habría tenido que montar este pollo si la hubieras dejado marchar —contesté.

«¡Sálvala, sálvala de sí misma!».

Nunca más he vuelto a emborracharme después de esa noche y jamás volví a bajar la guardia en presencia de Lissa. Dos días después de aquello, mientras se suponía que continuaba castigada por «destrucción de la propiedad», tomé a Lissa y nos escapamos de la Academia.

Ahora, de vuelta en la habitación de Lissa, con Xander rodeándome con un brazo y la mirada de Lissa airada y disgustada sobre nosotros dos, no sabía si iba a adoptar alguna decisión drástica otra vez, pero la situación me recordaba demasiado la de hacía dos años, y supe que debía neutralizarla a tiempo.

—Sólo un chupito de sangre —decía Xander en aquellos momentos—. No voy a sorber mucha, lo justo para saber cómo sabe la de una dhampir. A todos los aquí presentes les trae sin cuidado.

—Déjala en paz, Xander —refunfuñó Lissa.

Me escabullí por debajo del brazo del moroi sin perder la sonrisa mientras me devanaba los sesos en busca de una réplica divertida en vez de una que degenerara en pelea.

—Vamos, tuve que atizar al último que me pidió eso y tú eres mucho más mono que Jesse —repuse en tono de broma—. Sería una pena…

—¿Mono? —preguntó él—. Soy abrumadoramente sexy, nada de mono.

Carly se echó a reír.

—Sí, eres monín. Todd me dijo que comprabas un fijador de pelo francés.

Tanto invitado ebrio riendo distrajo a Xander, que se revolvió en defensa de su honor y se olvidó de mí. La tensión se relajó y él acabó por tomarse a bien las bromas acerca de su pelo.

Mi mirada se encontró con la de Lissa, situada al otro lado de la estancia. Sonrió y me dirigió un leve asentimiento de gratitud antes de volver a centrar su atención en Aaron.