Todo se volvió confuso después de aquello. Tuve la vaga sensación de hallarme entre la consciencia y la inconsciencia, de que alguien me hablaba y pronunciaba mi nombre, y de estar de nuevo en el aire. Finalmente, me desperté en la enfermería de la academia y me encontré a la doctora Olendzki, que me observaba.
—Hola, Rose —me dijo. Era una moroi de mediana edad que solía bromear con que yo era su paciente número uno—. ¿Cómo te sientes?
Regresaron a mí los detalles de lo sucedido. Los rostros. Mason. Los demás fantasmas. El terrible dolor de cabeza. Todo eso había desaparecido.
—Bien —dije con cierta sorpresa al oírme pronunciar tales palabras. Por un momento me pregunté si no habría sido todo un sueño. Entonces miré más allá de la doctora y vi a Dimitri y a Alberta, que aguardaban muy cerca. Sus caras me decían que los sucesos del avión habían sido del todo reales.
Alberta carraspeó, y la doctora Olendzki se giró.
—¿Nos permite? —le preguntó Alberta. La doctora asintió, y ambos guardianes dieron un paso al frente.
Dimitri, como siempre, era como un bálsamo para mí. Daba igual lo que hubiese pasado, siempre me sentía más segura en su presencia. Y eso que ni siquiera él había sido capaz de detener lo ocurrido en el aeropuerto. Cuando me miraba como lo estaba haciendo en ese instante, con tanta ternura y preocupación, despertaba en mi interior una serie de sensaciones encontradas. A una parte de mí le encantaba que se preocupase tanto. La otra deseaba ser fuerte para él y no quería causarle preocupaciones.
—Rose… —arrancó Alberta con inseguridad. Podía notar que no tenía ni idea de cómo abordar aquello. Lo que había sucedido iba más allá del reino de su experiencia. Dimitri tomó el mando.
—Rose, ¿qué fue lo que pasó? —antes de que yo pudiese pronunciar palabra, él me cortó—. Y esta vez no nos digas que no fue nada.
Vale, si ya no podía refugiarme en esa respuesta, entonces no sabía qué decir.
La doctora Olendzki empujó el puente de las gafas sobre la nariz y se las colocó mejor.
—Sólo queremos ayudarte.
—No necesito ninguna ayuda —respondí—. Estoy bien —sonaba exactamente igual que Brandon y Brett. Con toda probabilidad me encontraba a un paso de decirles que me había caído al suelo yo sola.
Alberta se recompuso al fin.
—Estabas bien mientras estuvimos en el aire. Cuando aterrizamos, te aseguro que no estabas bien.
—Estoy bien ahora —repliqué con frialdad, sin mirarla a los ojos.
—¿Qué pasó, entonces? —me preguntó—. ¿Por qué los gritos? ¿A qué te referías al decir que había que hacer que se fueran?
Valoré por un instante la posibilidad de recurrir a mi otra excusa, la del estrés, pero sonaba absolutamente estúpida en aquel momento, así que, de nuevo, permanecí en silencio. Para mi sorpresa, empecé a sentir cómo se me formaban lágrimas en los ojos.
—Rose —murmuró Dimitri con una voz suave como la seda contra mi piel—. Por favor.
Algo en aquello pudo conmigo. Qué difícil me resultaba mirarle a los ojos. Giré la cabeza y miré al techo.
—Fantasmas —susurré—. Vi fantasmas.
Ninguno de ellos se esperaba tal cosa, pero sinceramente, ¿cómo podrían? Se hizo un denso silencio. Por fin, la doctora Olendzki me habló con una voz temblorosa.
—¿Q-qué quieres decir?
Tragué saliva.
—Lleva un par de semanas persiguiéndome. Mason. Por el campus. Sé que parece una locura… pero es él. O su fantasma. Eso fue lo que me pasó con Stan. Me quedé bloqueada porque Mason estaba allí, y no supe qué hacer. En el avión… me parece que él también estaba allí… y otros, pero no pude verlos con claridad mientras volábamos, sólo de forma fugaz… y el dolor de cabeza. Pero cuando aterrizamos en Martinville, allí estaba él, entero. Y… y no estaba solo. Había otros con él, otros fantasmas —se me escapó una lágrima, y me apresuré a enjugarla, con la esperanza de que ninguno de ellos la hubiese visto.
Aguardé entonces, sin ninguna seguridad acerca de lo que me podía esperar. ¿Se reirían? ¿Me dirían que estaba loca? ¿Me acusarían de mentir y exigirían que les contase la verdad sobre el incidente?
—¿Los conocías? —preguntó por fin Dimitri.
Me giré y, esta vez sí, le miré a los ojos. Continuaban serios y preocupados, no había burla en ellos.
—Sí… Vi a algunos de los guardianes de Victor y a gente de la masacre. Lissa… La familia de Lissa estaba allí también.
Después de eso nadie dijo nada. Se quedaron así, como si se mirasen los unos a los otros, a la espera quizá de que uno de ellos pudiese arrojar algo de luz sobre el tema.
La doctora Olendzki suspiró.
—¿Podría hablar con ustedes dos en privado?
Los tres salieron de la consulta y cerraron la puerta tras de sí, pero la hoja no terminó de encajarse. Salí casi a gatas de la cama, crucé la habitación y permanecí de pie junto a la puerta. La minúscula rendija resultó suficiente para que mi oído de dhampir captase la conversación. Me sentí mal por escuchar a escondidas, pero es que estaban hablando de mí, y no me podía quitar de la cabeza la idea de que era mi futuro lo que estaba en juego allí.
—… obvio lo que está pasando —siseó la doctora Olendzki. Era la primera vez que la oía hablar en un tono tan airado. Con los pacientes era la viva imagen de la serenidad. Resultaba difícil imaginarla enfadada, aunque estaba claro que ahora tenía un buen cabreo—. Pobre chica. Está sufriendo un episodio de estrés postraumático, y no me extraña, después de todo lo que ha pasado.
—¿Está segura? —preguntó Alberta—. Quizá sea otra cosa… —pero según se desvanecían sus palabras, se notaba que en realidad no sabía qué otra cosa podía explicarlo.
—Analicemos los hechos: se trata de una adolescente que presenció cómo asesinaban a uno de sus amigos y a continuación tuvo que matar a sus asesinos. ¿No le parece traumático? ¿No cree que una cosa así haya podido causar en ella el más mínimo de los efectos?
—La tragedia es algo a lo que todos los guardianes han de enfrentarse —dijo Alberta.
—Quizá no se pueda hacer mucho por los guardianes de servicio, pero aquí, Rose sigue siendo una estudiante. Tenemos recursos que le pueden ser de ayuda.
—¿Como qué? —preguntó Dimitri. Su tono era de curiosidad y preocupación, nada desafiante.
—Orientación. Hablar con alguien sobre lo sucedido puede venirle de perlas. Deberían haberlo hecho cuando regresó, y mientras tanto deberían hacerlo con los demás que estaban con ella. ¿Por qué nadie piensa en estas cosas?
—Es buena idea —dijo Dimitri. Reconocí el tono de su voz, le daba vueltas a la cabeza—. Podría hacerlo en su día libre.
—¿Su día libre? Más bien todos los días. Deberían retirarla de las prácticas de campo. Los falsos ataques strigoi no son la forma de que se recupere de uno de verdad.
—¡No! —sin darme cuenta había empujado y abierto la puerta. Se me quedaron mirando, y de inmediato me sentí estúpida. Acababa de delatarme mientras espiaba.
—Rose —dijo la doctora Olendzki, que regresó a su tono agradable de médico, aunque con una ligera reprimenda—. Deberías acostarte.
—Estoy bien, y no podéis obligarme a dejar las prácticas de campo. Si lo hacéis, no me graduaré.
—No estás bien, Rose, y no hay nada de lo que avergonzarse después de todo lo que te ha pasado. Si tenemos en cuenta las circunstancias, creer que uno ve el fantasma de alguien fallecido no es algo tan descabellado.
Comencé a corregirle su parte sobre pensar que uno ve, pero me mordí la lengua. Era probable que argumentar haber visto de verdad un fantasma no me fuese a hacer un gran favor, aunque estaba empezando a pensar que eso era exactamente lo que veía. Frenética, intenté dar con una razón convincente para seguir en las prácticas de campo. Se me solía dar bastante bien salir airosa de situaciones así a base de charla.
—A menos que me enviéis a orientación las veinticuatro horas del día, lo que conseguiréis es empeorar las cosas. Necesito tener algo que hacer. La mayoría de mis clases están suspendidas ahora mismo. ¿Qué haré? ¿Quedarme sentada? ¿Darle más y más vueltas a lo que ha pasado? Me voy a volver loca… pero de verdad. No quiero quedarme anclada al pasado para siempre. Tengo que seguir avanzando al mismo paso que mi futuro.
Esto los empujó a una discusión al respecto de qué hacer conmigo. Escuché y me mordí la lengua, consciente de que debía mantenerme al margen de aquello. Por fin, y con cierto malestar por parte de la doctora, decidieron que continuaría en las prácticas de campo a media jornada.
Acabó siendo la solución de compromiso ideal para todo el mundo, menos para mí. Yo sólo deseaba que mi vida continuase exactamente igual que antes. Aun así, era consciente de que aquel acuerdo era el mejor que podía conseguir. Decidieron que haría tres días de prácticas de campo a la semana, sin horas de servicio por la noche. Los demás días, tendría que realizar tareas de entrenamiento y estudio que ellos encontrasen para mí.
También tenía que ir a ver a un orientador, y aquello no me entusiasmaba. No es que tuviese algo en contra de los orientadores, Lissa había estado viendo a uno y le había resultado muy útil. Le ayudó hablar las cosas. Era sólo que… bueno, era un tema del que yo no quería hablar.
Pero si se trataba de elegir entre eso o que me echasen de las prácticas de campo, me hacía más que feliz escoger aquello. A Alberta le pareció que podrían justificar que hiciese las prácticas a media jornada. También le gustaba la idea de que viese al orientador mientras continuaba con los ataques fingidos de los strigoi, por si acaso éstos de verdad me traumatizaban.
Tras un breve examen adicional, la doctora Olendzki me dio el alta y me dijo que podía regresar a mi dormitorio. Alberta se marchó tras oír aquello, y Dimitri se quedó para acompañarme de vuelta.
—Gracias por pensar en lo de la media jornada —le dije. Había agua en las aceras porque el tiempo se había templado algo tras la tormenta. No es que hiciera un día como para ponerse el bañador ni nada parecido, pero gran parte del hielo y la nieve se estaba fundiendo. El agua goteaba de los árboles con un ritmo constante, y tuvimos que ir esquivando los charcos.
Dimitri se detuvo de forma abrupta y se volvió, de manera que se quedó de pie frente a mí, obstruyéndome el paso. Di un leve patinazo y me paré, aunque casi me lo llevo por delante. Me agarró por el brazo y me atrajo hacia él aún más de lo que me había imaginado que haría jamás en público. Me estaba clavando los dedos, pero no me hacía daño.
—Rose —me dijo con un tono de voz tan dolido que casi se me para el corazón—. ¡No debería estar enterándome ahora de esto! ¿Por qué no me lo contaste antes? ¿Te imaginas cómo sienta? ¿Sabes cómo fue para mí verte de ese modo y no tener ni idea de lo que estaba pasando? ¿Sabes lo asustado que me sentía?
Estaba perpleja, tanto por su arrebato como por su proximidad. Tragué saliva, incapaz de hablar en un principio. Cuántas cosas había en su rostro, demasiadas emociones. No era capaz de recordar la última vez que lo había visto tan al descubierto. Era maravilloso y aterrador a un tiempo. Entonces dije lo más estúpido del mundo.
—Tú no tienes miedo a nada.
—Me dan miedo montones de cosas. Estaba asustado por ti —me soltó el brazo, y retrocedí. Aún llevaba la pasión y la preocupación escritas en la cara—. No soy perfecto. No soy invulnerable.
—Ya lo sé, es que… —no sabía qué decir. Tenía razón. Yo siempre veía a Dimitri con unas cualidades desproporcionadas. Omnisciente. Invencible. Me resultaba difícil creer que se pudiese preocupar tanto por mí.
—Y encima esto te pasa ya hace un tiempo —añadió—. Ya te pasó con Stan, cuando hablaste con el padre Andrew sobre los fantasmas… ¡Todo ese tiempo te estabas enfrentando a esto! ¿Por qué no se lo contaste a nadie? ¿Por qué no se lo contaste a Lissa… o… a mí?
Miré fijamente aquellos ojos oscuros, muy oscuros, aquellos ojos que amaba.
—¿Me habrías creído?
Frunció el ceño.
—¿Creer qué?
—Que estoy viendo fantasmas.
—Mira… no son fantasmas, Rose. Sólo crees que lo son porque…
—Por eso —le interrumpí—. Por eso no te lo podía contar a ti ni a nadie. Porque nadie iba a creerme, no sin pensar que estoy loca.
—Yo no creo que estés loca —me dijo— sino que has pasado por mucho —Adrian me había dicho casi exactamente lo mismo cuando le pregunté cómo podía yo saber si estaba loca o no.
—Es más que eso —le dije, y arranqué a andar de nuevo.
No llegué a dar siquiera otro paso, y me agarró una vez más. Volvió a atraerme hacia él, pero ahora estábamos aún más cerca. Volvía a mirar a mi alrededor, incómoda; me preguntaba si alguien podría estar viéndonos, pero el campus se hallaba desierto. Era temprano, todavía no se había puesto el sol. Tan temprano que la mayoría de la gente ni siquiera se habría levantado aún para ir a clase. No veríamos nada de actividad por allí en al menos otra hora. Así y todo, me sorprendía que Dimitri se estuviese arriesgando.
—Pues dímelo entonces —dijo—. Cuéntame por qué es más que eso.
—No me vas a creer —le respondí—. ¿No lo captas? Nadie lo hará. Ni siquiera tú… de entre todos ellos —algo en lo que dije hizo que se me quebrara la voz. Había muchísimas cosas de mí que Dimitri entendía. Quería, necesitaba, que también entendiese aquello.
—Yo… lo intentaré, pero sigo sin pensar que realmente comprendas lo que te está sucediendo.
—Sí lo comprendo —le dije con firmeza—. Eso es lo que nadie ve. Mira, tienes que decidir de una vez por todas si de verdad confías en mí. Si crees que soy una cría, demasiado inocente para entender lo que le está sucediendo a su frágil mentalidad, entonces deberías seguir tu camino. Pero si confías en mí lo suficiente como para recordar que he visto cosas y que sé cosas que superan las vivencias de la gente de mi edad… pues entonces también deberías darte cuenta de que quizá, sólo un poco, sepa de lo que estoy hablando.
Una brisa tibia, humedecida con el aroma de la nieve derretida, se arremolinaba a nuestro alrededor.
—Confío en ti, Roza, pero… no creo en fantasmas.
La voluntad estaba ahí. Quería tenderme la mano, comprenderme… pero incluso al hacerlo, eso combatía con una serie de creencias que no estaba aún preparado para cambiar. Resultaba irónico, considerando que las cartas del tarot al parecer le daban escalofríos.
—¿Lo intentarás? —le pregunté—. ¿O intentarás al menos no achacar esto a una psicosis?
—Sí, eso puedo hacerlo.
Así que le hablé de mis primeras dos apariciones de Mason y del miedo que tuve de explicarle a nadie el incidente de Stan. Le hablé sobre las siluetas que vi en el avión y le describí con más detalle lo que presencié al tomar tierra.
—¿No te parece algo, mmm, demasiado específico para tratarse de una reacción aleatoria al estrés? —le pregunté al finalizar.
—No tengo muy claro que podamos esperar que las «reacciones al estrés» sean aleatorias o específicas. Son impredecibles por naturaleza —adoptó esa expresión pensativa suya que tan bien conocía yo, esa que me decía que le estaba dando vueltas a todo tipo de cosas en la cabeza. También notaba que seguía sin tragarse que se tratara de una verdadera historia de fantasmas, pero intentaba con todas sus fuerzas mostrar una mentalidad abierta. Me lo confirmó un instante después—. ¿Por qué estás tan segura de que no son sólo imaginaciones tuyas?
—Al principio sí que pensé que me lo estaba imaginando todo, pero ahora… no lo sé. Tiene algo que parece tan real… aunque sé que no es lo que se dice una prueba tangible; pero ya oíste lo que dijo el padre Andrew, eso de que los fantasmas se quedan por aquí cuando mueren jóvenes o de manera violenta.
Dimitri se mordió la lengua. Estuvo a punto de decirme que no interpretase al padre de forma literal. En cambio, me preguntó:
—¿Piensas, entonces, que Mason ha vuelto para vengarse?
—Lo pensé al principio, pero ahora no estoy segura. Nunca ha intentado hacerme daño. Sólo parece que quiere algo. Y luego… todos esos otros fantasmas también parecían querer algo, incluso los que no conozco, ¿por qué?
Dimitri me miró con cara de perspicacia.
—Tienes una teoría.
—La tengo. Estaba pensando en lo que dijo Victor. Él mencionó que por estar bendecida por la sombra, porque morí, estoy conectada con el mundo de los muertos, que nunca podré librarme de eso.
Su expresión se endureció.
—Yo no le daría mucho crédito a lo que cuenta Victor Dashkov.
—¡Pero sabe cosas! Sabes que es así, con independencia de lo cabrón que sea.
—Muy bien, supongamos que es cierto, que estar bendecida por la sombra te permita ver fantasmas, ¿por qué está sucediendo ahora? ¿Por qué no ocurrió justo después del accidente de coche?
—Ya he pensado en eso —le dije con entusiasmo—. Por otra de las cosas que dijo Victor: que ahora que ya había dado muerte, me encontraba mucho más cerca del otro lado. ¿Y si causar la muerte de alguien hubiese fortalecido mi conexión y ahora hiciese esto posible? Acabo de matar por primera vez. Dos veces, en realidad.
—¿Y por qué es tan caprichoso? —preguntó Dimitri—. ¿Por qué sucede cuando sucede? ¿Por qué en el avión? ¿Por qué no en la Corte?
Mi entusiasmo se redujo un poco.
—Pero tú qué eres, ¿abogado, o qué? —le solté—. Estás cuestionando cada cosa que digo. Creía que ibas a tener una mentalidad abierta.
—Y la tengo, pero tú también tienes que tenerla. Piénsalo. ¿Por qué este patrón en las apariciones?
—No lo sé —admití y me vine abajo, derrotada—. Sigues pensando que estoy loca.
Extendió la mano, me sostuvo la barbilla y me obligó a levantar la cabeza para mirarle.
—No. Nunca. Ni una sola de estas teorías me hace pensar que estés loca. Aunque siempre he creído que la explicación más sencilla es la más lógica. La doctora Olendzki también cree que la teoría de los fantasmas tiene puntos flacos, pero si eres capaz de indagar más… entonces puede que tengamos algo con lo que trabajar.
—¿Tengamos? —pregunté.
—Por supuesto. No voy a dejarte sola en esto, sea lo que sea. Sabes que jamás te abandonaría.
Había algo muy dulce y noble en sus palabras, y sentí la necesidad de corresponderle, aunque más bien acabé sonando como una idiota.
—Y tú sabes que yo jamás te abandonaré a ti, sabes que lo digo en serio… No quiero decir que este rollo te vaya a pasar a ti alguna vez, claro, pero si empiezas a ver fantasmas o algo parecido, yo te ayudaré a superarlo.
Dejó escapar una leve y suave risa.
—Gracias.
Nuestras manos se encontraron, y nuestros dedos se entrelazaron. Y permanecimos así durante casi un minuto entero, sin decir nada, ninguno de los dos. Las manos eran nuestro único punto de contacto. La brisa volvió a soplar de nuevo y, aunque apenas debíamos de estar a entre cinco y diez grados de temperatura, yo me sentí como si fuese primavera. No me hubiera extrañado que todo floreciese a nuestro alrededor. Como si hubiéramos compartido el mismo pensamiento, nos liberamos las manos al tiempo.
Muy poco después llegamos al edificio de mi residencia, y Dimitri me preguntó si iba a estar bien al entrar sola. Le dije que sí y que se marchase a ocuparse de sus cosas. Se fue, pero justo cuando estaba a punto de cruzar la puerta del vestíbulo, me percaté de que me había dejado la bolsa con la ropa en la enfermería. Mascullé alguna que otra cosa que bien me hubiera valido un castigo, me di media vuelta y regresé corriendo por donde acababa de llegar.
La recepcionista de la doctora Olendzki me dejó pasar a la consulta cuando le expliqué el motivo de mi regreso. Recogí la bolsa de la sala, ahora vacía, donde me había examinado y me volví hacia la entrada para marcharme. De pronto, en la sala opuesta a la mía, vi a alguien tumbado en la camilla. No había señal alguna del personal de la enfermería, y mi curiosidad —que siempre podía conmigo— me obligó a echar un vistazo.
Era Abby Badica, una moroi de último año. «Mona» y «desenfadada» eran los adjetivos que solían acudir a mi mente cuando describía a Abby, pero esta vez, era de todo menos eso. Estaba llena de heridas y arañazos, y cuando giró la cara hacia mí, vi que tenía verdugones rojos.
—Déjame adivinarlo —dije—. Te has caído al suelo.
—¿Q-qué?
—Que te has caído tú sola. ¿No es ésa la respuesta estándar?: Brandon, Brett y Dane. Pero déjame que te sea sincera: tenéis que inventaros otra cosa. Me parece que la doctora está empezando a sospechar.
Sus ojos se abrieron de par en par.
—¿Lo sabes?
Fue entonces cuando advertí mi error con Brandon. Me fui a por él a exigirle respuestas, lo que hizo que se mostrase reacio a compartir nada. Aquellos que interrogaron a Brett y Dane se encontraron con reacciones similares. Con Abby, acababa de caer en la cuenta de que debía actuar como si ya conociese las respuestas, y entonces sería cuando ella me soltase la información.
—Pues claro que lo sé. Me lo contaron todo.
—¿Qué? —chilló ella—. Juraron no hacerlo, es parte de las reglas.
¿Reglas? Pero ¿de qué me estaba hablando? Aquel grupo vigilante de asalto de la realeza que yo me estaba imaginando no tenía pinta de ser de los que tienen reglas. Allí estaba pasando algo más.
—Bueno, tampoco es que les quedase mucha elección. No sé por qué, pero después de eso, no paro de encontrarme con más de vosotros. He tenido que ayudar a cubrirles las espaldas. Te lo digo desde ya, no sé cuánto tiempo más va a pasar antes de que alguien empiece a hacer preguntas —me dirigí a ella como si fuese una simpatizante con ganas de ayudar si podía.
—Tenía que haber sido más fuerte. Lo intenté, pero no bastó —parecía cansada. Y dolorida—. Basta con que no digas nada hasta que todo esté listo, ¿vale? Por favor…
—Claro —le dije, aunque me moría de ganas por saber lo que había «intentado»—. No se lo voy a soltar a nadie. ¿Y cómo es que has acabado tú aquí? Se supone que tienes que evitar llamar la atención —o eso pensé yo. Me lo estaba inventando absolutamente todo, sobre la marcha.
Hizo una mueca.
—La supervisora de la residencia se ha dado cuenta y me ha hecho venir. Si lo descubre el resto de los Mâna[2], me voy a meter en un lío.
—Con un poco de suerte, la doctora te mandará de vuelta antes de que ninguno de ellos lo descubra. Está un poco atareada. Tienes las mismas marcas que Brett y Brandon, pero las suyas no eran tan serias —eso esperaba yo—. Las marcas… mmm, las quemaduras fueron complicadas, pero ellos no tuvieron ningún problema.
Con aquel movimiento me la había jugado: no sólo no tenía la menor idea sobre las lesiones de Brett, sino que tampoco sabía en realidad si aquellas marcas que había descrito Jill eran quemaduras. Si no lo eran, me podía haber cargado mi actuación como simpatizante, pero no me corrigió, y sus dedos, sin darse cuenta, tocaron uno de sus verdugones.
—Sí, ya me han dicho que las heridas no duran, sólo tengo que pensar en algo que decirle a Olendzki —en sus ojos brilló un leve atisbo de esperanza—. Me han dicho que no lo harán, pero quizá me dejen probar otra vez.
En ese momento regresó mi buena doctora. Se sorprendió al verme allí y me dijo que tenía que regresar a mi cuarto y dormir. Me despedí de las dos y recorrí de nuevo el frío campo a través, aunque apenas reparé en el tiempo que hacía. Por fin, por fin tenía una pieza del puzle. Mâna.