Cada vez que enciendes tu ordenador o te conectas a internet desde un simple teléfono móvil, ves cómo la ciencia y la tecnología están transformando nuestras actividades cotidianas. Cuando acudes al médico constatas cómo la investigación científica mejora nuestra calidad de vida. Al oír hablar de cambio climático o pandemias, no dudas en considerarla la mejor herramienta para intentar solucionar los problemas globales que afectan a toda la humanidad. Y cuando sientes ansias de comprender el mundo que te rodea recurres primero a las gafas de la ciencia para que te regalen respuestas fiables y descubran nuevos conocimientos que sin ellas ni siquiera sabrías de su existencia.
La ciencia ya envuelve tu entorno y forma parte de tu vida. Deja que también impregne tu manera de pensar. No la limites a saciar tu sed de conocimiento y hacerte el día a día más cómodo. Da un paso más, y permite que algunos valores de la ciencia se integren en tus hábitos de pensamiento y te ayuden a reflexionar desde una perspectiva científica. Algunas lecciones extraídas de su metodología y manera de afrontar problemas pueden ser muy positivas para ti y, sin duda, para los dirigentes que nos gobiernan.
PON UN POCO DE CIENCIA EN TU VIDA
La ciencia es optimista
Ésta es una de las primeras sugerencias que hay que aprovechar. Sin la fuerza del optimismo, los neurocientíficos no pretenderían comprender cómo funciona el cerebro humano, los cosmólogos no investigarían el origen del universo, ni los biólogos lucharían por sortear todas las dificultades en dirigir los avances en células madre hacia unas terapias que en el futuro podrán sanar enfermedades ahora incurables. El entusiasmo les mueve. Pero no a todos; sólo a aquéllos que logran superar las jerarquías armados con sus datos y determinación en superar las adversidades.
Cuando un científico o ingeniero mira al pasado y comprueba todo el conocimiento y las aplicaciones que sus compañeros han sido capaces de construir, siente una renovada confianza y huye del derrotismo y la negatividad que impregnan otros sectores de nuestra sociedad. Con ayuda, tiempo, colaboración, metodología rigurosa, y actitud crítica pero constructiva, no existen problemas irresolubles ni retos inalcanzables. Nadie asume que el camino sea sencillo, pero la confianza y el tener referencias a largo plazo es lo que alimenta sus carreras. Y, sin duda, beneficiaría a quien quisiera tomar ejemplo.
La ciencia piensa a largo plazo
Es algo tremendamente costoso. Nuestro cerebro no ha evolucionado para tomar decisiones en función de qué será mejor de aquí a veinte años. El futuro no estaba garantizado para nuestros antepasados. A título individual, tenemos razones para no desdeñar del todo estas enseñanzas de la selección natural, pero la visión a corto plazo es una de las actitudes más peligrosas de los economistas, los directivos y los líderes políticos. La ciencia está acostumbrada a trabajar a un ritmo lento pero constante, y a hacer predicciones sobre el impacto que sus cometidos tendrán en el futuro. No sabe lo que son las legislaturas de cuatro años. Por eso construye un acelerador de partículas cuyos resultados y beneficios tardarán lustros en llegar, intenta averiguar las consecuencias de fumar un paquete de cigarrillos al día desde los veinte años, construye modelos para prever los efectos de continuar emitiendo dióxido de carbono a la atmósfera, y busca soluciones pensando qué fuente de energía será más rentable a décadas vista. La ciencia ofrece una perspectiva muy valiosa sobre el futuro, que algunos se empeñan en desoír cuando contradice sus creencias o intereses inmediatos.
La ciencia es inconformista
Mira los físicos teóricos que están empecinados en intentar encajar la mecánica cuántica y la relatividad, porque a pesar de que funcionan sumamente bien por separado, cuando las combinan hay algunos detalles que no cuajan por completo. Pero ¡qué diantre les importa! ¿No podrían utilizar una u otra cuando más les conviene y sanseacabó? Pues no; ellos insisten en que algo falla en su comprensión más íntima de la naturaleza, y se inventan supercuerdas o gravedades cuánticas para corregir aquello que no termina de encajarles. Es una actitud loable. De hecho, la misión científica más valiosa no es confirmar lo que ya suponemos, sino desafiar constantemente nuestro conocimiento establecido; buscar flecos y escudriñar en ellos hasta intentar solventarlos. Ese inconformismo, esa irreverencia, ese desafío crítico al orden establecido, es lo que se echa en falta en algunos aspectos de nuestra sociedad cuando claros indicios nos muestran que algo falla en las creencias, las costumbres, o los sistemas que arrastramos de nuestra pesada carga genética o influencia cultural El espíritu contestatario y el no hacer caso de estos nimios desajustes que una vocecita sutil nos insinúa que no encajan es lo que hace crecer a la ciencia, la sociedad, y nuestra riqueza individual.
La ciencia es colaborativa
En plena guerra fría había científicos rusos y estadounidenses que colaboraban, ignorando los conflictos políticos que sus estados mantenían Y lo mismo ocurre ahora con Cuba, Irak, Pakistán, Estados Unidos, o países entre los que en teoría existe más competencia que colaboración. Muchos investigadores están acostumbrados a desdeñar fronteras e intereses nacionales cuando se trata de intercambiar ideas y cooperar en problemas a escala global. Por eso en los últimos años está emergiendo el campo de la diplomacia científica, una disciplina que busca aprovechar las buenas relaciones científicas existentes entre diferentes sociedades para abrir canales de comunicación y pulir asperezas. En los momentos de más tensión de la guerra fría, fueron las organizaciones científicas las que hicieron de puente en el debate sobre el control nuclear. La ciencia es universal por definición, y en su metodología no aparecen las palabras raza, género, religión o nacionalidad. Hay una fuerte motivación en avanzar hacia el bien común y en cooperar siempre que sea posible. Además, debido a su meritocracia y transparencia, goza de una relativa confianza entre la población. La ciencia puede ofrecer esperanza y contribuir a facilitar la diplomacia internacional si conseguimos darle más relevancia en nuestra sociedad.
La ciencia está por encima de la ideología
Todos tenemos ideas, opiniones personales, o hipótesis propias, tanto los científicos como el resto de los mortales. Pero mientras unos las defienden, otros las ponen a prueba experimentalmente. El dogmatismo se basa en atender de manera arbitraria sólo a las evidencias que refuercen tus inflexibles creencias. En cambio, el motor del progreso científico es la predisposición a destronar a tu maestro y rectificar el conocimiento establecido. Es una actitud terriblemente difícil, y que pocos investigadores están preparados para aceptar. Escuchar de manera objetiva, humilde, y reconocer los errores cuando las evidencias te contradicen, sólo está al alcance de aquellos sabios convencidos de que la verdad tiene fecha de caducidad, y que la razón te la otorgan, nunca se impone. Es una lección tan importante a nivel personal y profesional, y que podría beneficiar tantísimo a la sociedad si nuestros políticos la asumieran cuando se enfrentan a problemáticas concretas, que merece un apartado específico.
EL RESPETO POR LA VERDAD: PIENSA COMO UN CIENTÍFICO, NO COMO UN ABOGADO
Ya lo he comentado en apartados anteriores de este libro. Sin intención de ofender a ningún sector profesional, caricaturizamos las categorías de abogado y científico como dos visiones antagónicas a la hora de afrontar conflictos. Es una entelequia, pero lo hacemos para enmarcar ideas e ilustrar nuestra profunda tendencia a actuar como los primeros, y lo positivo que sería tener la mentalidad de los segundos.
¿Qué hace un abogado en su despacho? Llega un cliente y se prepara para defender su caso. ¿Qué ocurre si percibe que su cliente no es del todo inocente? No importa; su trabajo es buscar evidencias que decanten la opinión del juez hasta lograr que su percepción de la realidad sea lo más favorable a su cliente. La «verdad» objetiva detrás del asunto no es lo más importante; se puede distorsionar atendiendo sólo a las pruebas favorables, y esforzándose en desbaratar las de su contendiente, por veraces que sean. «Lo que no está en los autos, no está en el mundo», aprenden en la Facultad de Derecho. Y «hay dos verdades, la real y la del caso», reza otra de sus frases míticas.
No lo percibas como alguien innoble; en realidad es lo que la mayoría solemos hacer —científicos de profesión (que no de alma) incluidos— ante cualquier discusión o circunstancia donde nuestro interés particular esté en juego. Defender tu verdad subjetiva y el beneficio de tus allegados es lo más normal del mundo. Pretender poseer siempre la razón es algo instintivo. Lo extraño es tener alma científica y percibirlo como una falta de respeto a la verdad y un sacrilegio hacia la comprensión íntima de la realidad que subyace en nuestra falaz percepción del mundo. Sin dejarnos arrastrar por visiones utópicas, nuestra sociedad funcionaría considerablemente mejor si lográramos tener más mentalidad de científicos que de abogados. Si huyéramos de ideas predeterminadas y tomáramos decisiones basadas en la evidencia. De nuevo, pedirle a la abuela que no considere a su nieto el más guapo y bondadoso de su pueblo es improcedente. Pero concebir la duda como una aliada metodológica y no como una enemiga pecaminosa es un reflejo de sabiduría. Aprender a escuchar con atención a tus discrepantes es cualquier cosa menos un signo de debilidad. Y mostrarte abierto a rectificar si los datos empíricos así lo sugieren, acortaría discusiones interminables y daría un mayor grado de sensatez a nuestra vida cotidiana. La ciencia ha demostrado holgadamente el éxito de su perspectiva a la hora de resolver problemas y conflictos dejando de lado la ideología y las posiciones inflexibles. Si esta mentalidad científica fuera asumida por una clase política dominada por abogados entrenados en defender a toda costa sus intereses intransigentes, se avecinaría una revolución de impacto sin precedentes.
Como actividad humana que es, la ciencia está contagiada de nuestras propias imperfecciones. No pretendemos idealizarla. Pero en su versión más pura, es una maravillosa fuente de conocimiento y una herramienta que en buenas manos ha estado constantemente incrementando nuestro bienestar. Dejemos que impregne también la cultura, e inmiscuya su proceder en lo más profundo de nuestra sociedad. Otorguémosle por fin el papel central que reclama en la construcción de individuos y comunidades más justas y felices.
NO NOS QUITEMOS LAS GAFAS DE LA CIENCIA
Se acerca el momento de la despedida. Hemos realizado un viaje atosigado por decenas de ciudades diferentes sin detenernos concienzudamente en ninguna. Ojalá os haya estimulado para regresar con tiempo a aquéllas que deseéis visitar con más calma, o exploréis por vuestra cuenta los nuevos parajes científicos que más interés os susciten. La ciencia no se detiene, y cada vez queda más camino por recorrer. Los investigadores están ampliando nuestro conocimiento sobre el cosmos, la vida, la mente o el funcionamiento de las sociedades a un ritmo imposible de abarcar. Por cada respuesta que cierran, abren nuevas preguntas. Nuestra sensación de desconocimiento crece a un ritmo exponencial ¡Es excitante! El trabajo de los científicos es tan lento y minucioso que en ocasiones ellos mismos pierden la perspectiva de lo apasionantes que son sus descubrimientos. Pero tú tienes la oportunidad de seguirlos a cámara rápida y guiado únicamente por tu propio interés. Aprovéchalo. Disfruta de la ciencia como lo haces del arte, la música o la literatura. Es la verdadera aventura intelectual de este siglo. No nos quitemos las gafas de la ciencia, rasquemos donde no nos pique, y ¡busquemos nuevos destinos en el fascinante océano de la ciencia!