1.1. UN RHINOVIRUS SE HA INSTALADO EN MI NARIZ
Era un lunes de diciembre por la tarde. Estaba sentado cerca de la entrada del restaurante Vapiano en Washington D.C., y cada vez que alguien abría la puerta me llegaba una bocanada de aire gélido. Cogí frío, y dos días después me dolía la garganta. ¡Ya está!, alguno de los más de doscientos virus diferentes que pueden causar un resfriado común había logrado vencer mis defensas y se estaba multiplicando en la parte más interna de mi nariz Seguro que me lo pasó M J., Lucie, Spencer Wells, o cualquier otro miembro del equipo del Proyecto Genográfico que el genetista de poblaciones madrileño David Soria me había presentado. Claro, con tantos apretones de manos, a la que alguien se hubiera cubierto un estornudo antes de saludarme, y yo después me hubiera tocado despistado la nariz o los lagrimales de los ojos, ¡rhinovirus en mi cuerpo!
No está claro si el frío que entraba por la puerta influyó demasiado en la flojera del sistema inmunológico que permitió a mi virus acampar con éxito. Dicen que es un mito, y muchas de las investigaciones realizadas no establecen una relación directa entre la infección y las bajas temperaturas (sí, en cambio, con el estrés que también me acompañaba), pero un estudio del centro para el resfriado común de la Universidad de Cardiff vio que los estudiantes inoculados que ponían los pies en agua fría durante veinte minutos se contagiaban el doble de los que los mantenían calentitos. Los científicos proponen que, cuando el cuerpo siente frío, hay zonas en las que disminuye el riego sanguíneo, como la nariz, y puede ser que el virus no encuentre tantas células de defensa oponiéndose a su invasión.
Da igual si ésa fue la causa o no; una vez que la infección se había establecido, ya no la podía detener. Como mucho, podía intentar controlar los síntomas del resfriado mientras mi sistema inmunológico se encargaba de crear más defensas y anticuerpos específicos para el virus concreto que me estaba incordiando. Pero eso requería varios días.
Lo curioso del caso es que los molestos síntomas que sufría e irremediablemente iban a aumentar en breve no los causaba la acción del pobrecito virus; él no pretendía hacerme daño para que pudiera ir por ahí contagiando a otra gente. Los efectos del «resfriado» en verdad los provocaba mi propio sistema inmunológico mientras trataba de vencer al rhinovirus. Digo rhinovirus porque es el más común, pero el desencadenante de mis molestias podía ser un adenovirus, un coronavirus, o cualquiera de las doce familias de virus diferentes que generan lo que entendemos por un constipado. Estuvieran esas malas noticias de ADN envueltas en una cápsula de proteínas u otra, pensara yo que eran un ser vivo independiente o un simple conglomerado de moléculas sin vida propia, se habían instalado inicialmente dentro de las células en el fondo de mi nariz, justo por detrás del paladar. Allí tardaron un par de días en reproducirse y escaparse por millones de cada célula con intención de colonizar mi garganta. Por eso era entonces cuando empezaba a notar el primer síntoma; un dolor de cuello inducido por las citoquinas que los glóbulos blancos de mi sistema inmunológico estaban enviando para avisar de que en esa zona se estaba produciendo una infección. Esas molestas señales de alerta se dedicaban a inflamar la parte superior de mi garganta y estimular los nervios sensitivos; ellas eran las responsables, y no el virus, de la clásica irritación que notaba los primeros días del catarro.
De momento todavía no me dolía la cabeza, pero pronto una citoquina llamada interferón se dirigiría a mi cerebro para hacer que me sintiera fatigado, espeso, sin apetito, con dolor muscular, y quizá incluso me subiría la fiebre. Ella pretendía que descansara, que guardara energía, y colaborara en el proceso de recuperación. Debería haberle hecho caso, pero aunque quizá era contraproducente, yo estaba dispuesto a tomarme algún sobrecito para neutralizar su efecto y poder hacer vida normal.
Ya podía ir comprando pañuelos, porque pronto empezaría a moquear. La inflamación se trasladaría a zonas más centrales de la nariz, y allí los vasos sanguíneos empezarían a dilatarse y supurar agua para tratar de expulsar el máximo de virus posibles. Con el agua también eliminaría los restos del combate, glóbulos blancos destrozados que espesarían el líquido y le darían esa consistencia mucosa y de color verdoso.
Para intentar que la congestión no bloqueara completamente mi nariz, unos nervios del sistema nervioso autónomo harían que las venas de cada agujero de mi nariz se fueran dilatando alternativamente cada tres minutos aproximadamente. Los conductos lagrimales también se inflamarían y harían que me doliera la parte superior de la nariz y mis ojos estuvieran irritados. Si la inflamación alcanzaba partes profundas de la laringe, empezaría a toser para evitar que el moco llegara hasta los bronquios.
Intentando evitar las fases más agudas de la infección, tuve varias dudas en recurrir a las fuentes médicas o la sabiduría popular. En algo tan frecuente como un resfriado, el ensayo y error de nuestras abuelas y todas las abuelas que las precedieron también merece cierto crédito. De todas maneras, opté por buscar en la bibliografía científica más reciente. Como de costumbre, encontré versiones bastante diferentes en las fuentes consultadas, pero terminó de desesperarme un estudio reciente en el que se decía que la vitamina C no evitaba los resfriados ni mejoraba su evolución[32]. No era un estudio aislado cualquiera, sino una revisión de todas las investigaciones publicadas hasta el momento con el objetivo de cerrar los sesenta años de controversia sobre si la vitamina C era o no efectiva como tratamiento para resfriados comunes. Las conclusiones del trabajo decían textualmente: «El fracaso de los suplementos de vitamina C a la hora de reducir la incidencia de resfriados en la población normal indica que las rutinarias dosis elevadas que se utilizan como profilaxis no están racionalmente justificadas para el uso generalizado. Podrían tener sentido en personas expuestas a períodos breves de frío o ejercicio físico severo». No parecía muy severo el frío que había pasado en el Vapiano, pero, por si acaso, a falta de mis naranjas de Tortosa, me tomé una dosis de ésas diez veces superior a la cantidad diaria recomendada. A diferencia de otras sustancias, mi orina expulsaría el exceso sin más problema. Sea la vitamina C, el placebo, o los remedios que me recomendaron los lectores del blog, la verdad es que al final todo quedó en un resfriado de lo más inocente. Eso sí, pasando por todas y cada una de las fases descritas en la literatura médica que consulté. Qué grande es la ciencia.
1.2. RESACA DE METANOL
Qué espabilado el subconsciente. Va el tipo y un 29 de diciembre cualquiera, cuando su aparente dueño está pensando qué post podría compartir con sus lectores, le envía un inesperado mensaje invitándole a buscar información científica sobre la fisiología de la resaca y cuál es la mejor manera de minimizarla[33]. ¿Estaría intuyendo que podía ocurrirle tres mañanas después? No creo; seguro que se trataba sólo de curiosidad intelectual.
Cóctel de síntomas
Además del exasperante dolor de cabeza, cada uno de los síntomas que aparecen a las pocas horas tras dejar de beber, cuando la concentración de alcohol en tu sangre es ya prácticamente nula, tiene diferente explicación y tratamiento.
Te sientes fatigado porque el alcohol induce cambios en el metabolismo de tu hígado que desembocan en una bajada de los niveles de azúcar; una ligera hipoglucemia que mejorará si por la mañana ingieres zumos o alimentos con carbohidratos.
Quizá no te apetezca comer nada porque tengas el estómago hecho polvo. Especialmente si has tomado licores fuertes sin rebajarlos con ningún otro líquido, el alcohol habrá irritado directamente tu sistema gastrointestinal y estimulado la producción de secreciones pancreáticas y ácidos en el estómago. Si la comida previa a las copas hubiera sido contundente y elevada en grasas, tu estómago e intestinos no se habrían irritado tanto y de paso la absorción de alcohol habría sido más lenta.
Bebe agua. Antes, mientras y después, bebe mucha agua. El alcohol es diurético: hace que tu glándula pituitaria segregue menos hormonas antidiuréticas como la vasopresina (cuyo efecto es que los riñones no reabsorban tanto líquido). Como consecuencia aumenta la producción de orina, y tu cuerpo termina eliminando más líquido del que ingiere. Si tomas 50 gramos de alcohol diluidos en un volumen total de 250 mililitros, acabarás perdiendo entre 600 y 1.000 mililitros de agua. Esta deshidratación y pérdida de electrolitos es lo que te provoca la sensación de sequedad, cansancio, sed abundante, y puede (eso se ve que no está tan claro todavía) contribuir al dolor de cabeza por la vasodilatación en el cerebro.
No sólo es culpa del etanol
En tu estómago e hígado tienes un par de enzimas que se encargan de transformar el etanol en algún otro compuesto que tu cuerpo pueda metabolizar sin problemas. La primera enzima se llama alcohol deshidrogenasa (ADH), y le quita un hidrógeno a la molécula de etanol para convertirlo en acetaldehído. Este compuesto es tóxico, por lo que la segunda enzima, la ALDH, debe actuar rapidísimo quitándole otro hidrógeno y transformándolo en un inocente acetato.
Si bebes muy rápido y no permites a la ALDH seguirte el ritmo, o eres una de las personas que tienen una variante genética de la ALDH menos efectiva, tu concentración de acetaldehído en sangre será demasiado alta y sufrirás náuseas, sudores, aceleración del pulso, y malestar generalizado.
Pero además del etanol, las bebidas alcohólicas contienen unas sustancias llamadas «congéneres» que se generan durante el proceso de producción del licor, y contribuyen a la severidad de la resaca. Las bebidas de baja calidad suelen tener más congéneres, por eso dicen que el garrafón es mucho peor. Mezclar diferentes licores también resulta contraproducente porque aumenta la diversidad de congéneres y agrava su efecto.
Calidades aparte, y a igualdad de etanol final consumido, la lista de bebidas que generan de más a menos resaca es la siguiente: coñac, vino tinto, ron, whisky, vino blanco, ginebra, vodka, cerveza y etanol puro diluido en zumo de naranja; orden que concuerda con mayor a menor cantidad de congéneres. El metanol es el peor congénere de todos. Se trata de una molécula de estructura similar al etanol pero un poco más pequeña, y que se descompone con las mismas ADH y ALDH. El problema es que sus productos intermedios (formaldehído y ácido fórmico) son todavía más tóxicos. Hay científicos que consideran al metanol el factor clave en la resaca. Dicen que las enzimas metabolizan primero el etanol (tienen más afinidad química por él), y cuando terminan siguen con el metanol produciendo formaldehído y ácido fórmico. Esto explicaría que los síntomas de la resaca empiecen cuando la cantidad de alcohol en sangre es prácticamente nula. Y, de hecho, también podría explicar que tomar un poco de alcohol por la mañana disminuya momentáneamente sus síntomas, ya que bloquearía de nuevo las ADH y ALDH.
Teoría novedosa
En una revisión publicada en 2008 se plantea otro mecanismo que podría influir en el dolor de cabeza y los cambios de ánimo[34]: la intoxicación etílica del cuerpo activaría de golpe las señales de alarma del sistema inmunológico, induciendo el malestar propio de un resfriado o infección. Las citoquinas que utiliza el sistema inmunológico para comunicarse con el cerebro provocan malestar, debilidad, dolores y aplatanamiento para forzarte a que descanses y contribuyas a tu recuperación. No está comprobado, pero algunos expertos creen que este proceso se puede sobreactivar tras una borrachera y contribuir a la pesadez del día siguiente.
Resumen de recomendaciones
Comer bien antes y dulce después ayuda. Beber agua, aunque sepa peor que la cerveza, es casi imprescindible. Una aspirina o el ibuprofeno por la mañana o antes de ir a dormir disminuirá tu dolor de cabeza. Las vitaminas, especialmente la B6, podrían acortar el tiempo de sufrimiento aunque sea por placebo. El café te despejará, pero su contrapartida es que tiene efecto diurético. Ah, y si por la mañana se te ocurre tomar una cervecita, carajillo, o el mal recomendado bloody mary (a pesar de que el tomate tenga vitamina B6), olvídalo. Es normal sentir un leve síndrome de abstinencia al día siguiente, y quizá sí notarías un alivio momentáneo, pero significaría alargar todavía más el proceso de desintoxicación que debe seguir tu cuerpo.
Hasta aquí un burdo batiburrillo de la ciencia testada. Cada uno tendrá sus remedios caseros, recomendaciones, o truquillos extraídos de la sabiduría popular que a las revisiones de científicos se les hayan podido escapar, pero funcionan por un mecanismo todavía misterioso.
1.3. PUPILAS DILATADAS EN PLENO ORGASMO
Alguien me dijo que cierta mañana estaba haciendo el amor con una chica de ojos claros y, cuando ella estaba alcanzando el orgasmo, se aferró a sus hombros, acercó su cara a pocos centímetros de la suya, le miró fijamente, y de repente sus pupilas se dilataron tanto y tan rápido que el pobre se quedó medio asustado y un poco comedido.
Intrigado por el suceso, recordé que meses atrás durante un congreso de neurociencia había conocido a Mayte Parada, una científica de la Universidad de Concordia en Montreal, que investigaba la estimulación clitoriana en ratas de laboratorio y me había dicho que su jefe era uno de los expertos más reconocidos en fisiología y neuroquímica de la excitación sexual. Contacté con Mayte, y enseguida acordamos una cita telefónica con James Pfaus.
Llamé a la hora establecida a Jim con una pregunta muy clara en mente: ¿se dilataban las pupilas en pleno orgasmo, y por qué? «¡Desde luego! —contestó Jim—, el orgasmo es un acto que activa de golpe el sistema nervioso simpático y modifica drásticamente el estado de todo tu cuerpo».
Tu organismo funciona sin tu permiso consciente. El control de la máquina bioquímica que eres viene dirigido por un sistema nervioso autónomo que se encarga de controlar tus órganos internos, regular el ritmo cardíaco, hacerte sudar si tienes calor, digerir los alimentos, y un sinfín de tareas que son realizadas de manera automática por unos nervios que no quieren interferencia alguna por parte de tu corteza cerebral. Con la espina dorsal y la parte primitiva de cerebro que compartes con una mosca, ya se bastan.
Este sistema nervioso autónomo tiene dos estados posibles: el simpático y el parasimpático. Durante la mayor parte del día estás en modo parasimpático, que es cuando todo está «normal» y puedes tener los músculos relajados, hacer tranquilamente la digestión, excitarte sexualmente, salivar, hacer tus necesidades sin problemas… Pero ante una situación de estrés repentino que requiera acción inmediata (estás conduciendo y de golpe un camión invade tu carril, o paseas por el bosque y te encuentras un oso), se activa de manera automática el modo simpático y tu cuerpo cambia de dueño: incrementa súbitamente el ritmo cardíaco, segregas adrenalina, se estimula el metabolismo glucocorticoide para que llegue más glucosa a tus músculos, dilatas los bronquios para conseguir más oxígeno, abres las pupilas para agudizar tu visión. Tu cuerpo cambia de estado de manera radical para que puedas reaccionar de inmediato a la situación inesperada. La digestión, reproducirte, o ir al baño pasan a ser secundarios; incluso tu poder de decidir «a conciencia» se ve mermado. Son los nervios de tu sistema simpático alojados dentro de la columna vertebral los que tomarán el control de tu organismo y lo dirigirán durante unos instantes, en los que debes actuar rápido y fiándote sólo del éxito evolutivo de todas las especies animales que te han precedido.
Durante ese estado no pensarás en comer, ni en sexo, ni en nada que no sea reaccionar ante la inesperada adversidad. De hecho, «para que la sangre fluya normal por tu pene o clítoris debes estar en el modo parasimpático, porque bajo una situación de estrés no vas a mantener una erección», explicaba Jim Pfaus. Pero a medida que te vas excitando y el acto sexual avanza, se acerca una situación que hará fluir de manera masiva al sistema simpático y bloqueará tu cuerpo durante varios segundos: el orgasmo. La explosión llegará de repente: gemidos, enrojecimiento de tu piel, contracciones en los músculos de la pelvis, espasmos, placer y eyaculación serán las respuestas más notorias, pero si estás haciendo el amor a plena luz del día y te fijas bien, quizá también percibas en tu compañera una repentina dilatación de las pupilas. No te asustes y continúa tranquilo. Señal de que no ha fingido.
Investigando científicamente el orgasmo
Además, la pérdida de control momentánea y la desorientación posterior de tu amante femenina es bien real Si estuvierais practicando sexo mientras un escáner midiera la actividad de vuestros cerebros, veríais que muchas áreas del de ella bajan de actividad cuando alcanza el clímax.
Ésta es una de las investigaciones que en las últimas décadas se están realizando para estudiar el placer sexual no sólo desde el punto de vista conductual, sino también fisiológico. Una de las más curiosas son las pruebas con pacientes que tienen lesiones en la espina dorsal: si muestras imágenes eróticas a alguien con una lesión en la parte alta de la columna vertebral, te dirá que se excita mentalmente, pero no observarás lubricación ni erección en sus genitales, ya que la señal no bajará por la espina dorsal. En cambio, si estimulas físicamente sus partes íntimas, quizá sí consigas que reaccionen debido a que sus nervios de la región sacra están intactos. Por el contrario, en las personas cuya lesión se sitúa en la parte más inferior de la columna ocurre la situación inversa: sí se excitan físicamente ante estímulos visuales, auditivos o mentales, pero el contacto directo con los genitales no genera respuesta alguna. Estos estudios de investigadores como Barry Komisaruk ayudan a caracterizar qué regiones nerviosas están involucradas en el orgasmo, y a entender cómo los impulsos pueden viajar en ambas direcciones entre el cerebro, los órganos sexuales, u otras áreas erógenas del cuerpo cuya estimulación —especialmente en mujeres— puede generar orgasmos sin ninguna necesidad de que el clítoris o la vagina estén involucrados.
Marte y Venus no son tan diferentes
De hecho, solucionado el misterio de las pupilas aproveché para curiosear un poco más —científicamente, claro— con Jim Pfaus. Y quizá lo que más me sorprendió fue constatar lo parecidos que eran en realidad los genitales masculinos y los femeninos, y su rotundidad en afirmar que la distinción entre el orgasmo clitoriano y el vaginal era absurda desde el punto de vista fisiológico.
Pene y clítoris tienen el mismo origen durante el desarrollo embrionario, sólo que uno crece hacia fuera del cuerpo y el otro se queda dentro. Pero su diseño y funcionamiento como órganos del placer son muy parecidos. «Si te muestro la imagen por escáner de un clítoris lleno de sangre, lo primero que pensarás es que se trata de un pene. Y luego dirás:’ Un momento, el glande es más bien pequeño, y el tronco es muy plano.'», aseguraba Pfaus. Mi posible equivocación se debería a que en la imagen estaría viendo tanto la parte externa como la interna del clítoris. El clítoris es en realidad un órgano bastante grande, cuya mayor parte se encuentra dentro del cuerpo y en contacto con la pared superior de la vagina. Si miras las terminaciones nerviosas que contiene, verás que muchas se concentran en la parte externa, pero otras están ramificadas por la parte interna y son parecidas a las que encuentras en la parte dorsal del pene. Estas últimas son las que se excitan durante la penetración, y por lo tanto, en sentido estricto, ya sea por estimulación clitoriana o vaginal, estás excitando el mismo órgano: el clítoris.
Desde luego que las sensaciones pueden ser muy diferentes, pero todo forma parte del mismo sistema. Y respecto a si resulta más placentera la estimulación externa del clítoris, la penetración, o una combinación de ambas, Jim Pfaus y Mayte Parada lo tienen clarísimo: en sus ratas de laboratorio los orgasmos conseguidos al aunar penetración y fricción clitoriana son claramente más placenteros. «Hombre, no nos vas a comparar con ratitas.», fue mi inocente reacción. «¡Claro que nuestro comportamiento sexual está diversificadísimo! —respondió Jim—, pero hay aspectos básicos de nuestra fisiología, señales químicas y circuitos cerebrales primitivos asociados al sexo que están muy conservados en ratas, macacos, lagartos o humanos». Desde un punto de vista evolutivo, tiene muchísimo sentido. Hay temas en los que la selección natural no se la juega, y la reproducción es uno de ellos. Evidentemente, y por suerte, hemos desarrollado una enorme diversidad de maneras, combinaciones y costumbres para disfrutar del sexo con plenitud, pero los circuitos del placer y esas reacciones fisiológicas fundamentales cuando se activa el sistema nervioso simpático no son tan frentes entre mamíferos. Son demasiado importantes.
Medicina sexual basada en la evidencia
Y a esto se acoge James Pfaus para defender el uso de modelos animales con los que estudiar la fisiología y la neuroquímica del placer sexual. En su laboratorio de la Universidad de Concordia en Montreal estimulan ratas por diferentes puntos, frecuencias, intensidad, y analizan su comportamiento. Testan sustancias químicas, e intentan esclarecer todo lo que físicamente excita o inhibe el apetito sexual y la consecución del orgasmo. El objetivo final, evidentemente, es avanzar en este demasiado reciente campo que es la medicina sexual. Todos sabemos que el componente psicológico está detrás de un gran número de disfunciones sexuales, pero claramente también hay factores físicos involucrados, y en algunos casos la medicina podría ayudar mucho a las terapias psicológicas convencionales, ya sea para conocer mejor el origen del problema o para corregirlo. Pfaus cita la viagra (SiUenaS) como una mejora drástica en la calidad de vida de muchos hombres que vivían atormentados por la impotencia, y explica que buscan algo parecido para las mujeres. Pero es más complicado. La disfunción eréctil que soluciona la viagra en hombres no se da por falta de excitación, sino porque no hay suficiente flujo sanguíneo en el tejido esponjoso del pene. Es un problema físico que la viagra corrige, y de hecho también funciona en mujeres con falta de irrigación en el clítoris. Pero esto interfiere poco en el deseo. El deseo sexual está controlado por dos sistemas cerebrales que regulan la excitación y la inhibición. Y ahí es donde sí se encuentran diferencias notables entre hombres y mujeres: la inhibición es mucho más frecuente en el género femenino. Comprender todos los aspectos relacionados en la salud sexual de manera multidisciplinar es fundamental para atajar esas disfunciones desde un punto de vista médico, integrando las perspectivas de urólogos, endocrinos, terapeutas, psicólogos y científicos de laboratorio en el camino hacia una medicina sexual basada en la evidencia. La ciencia ha empezado muy tarde a investigar el sexo, pero ya forma parte de su dominio y seguro que nos ofrecerá una inestimable cantidad de nuevo y útil conocimiento.
Los bufets libres de la ciencia
En ocasiones saber lo que quieres es un error. A Mayte Parada la encontré de pura casualidad en el mayor congreso de neurociencia del mundo, en el que se presentaban 10.000 trabajos diferentes y se gastaron un total de 110.000 chinchetas en colgar pósters científicos. ¿Cómo te planteas una visita a tal acontecimiento? Lo que suelen hacer los científicos y los periodistas que asisten es planificar bien a qué sesiones quieren asistir. Buscan en la base de datos por palabras clave lo que más les interesa de su campo de investigación, e intentan encajar una apretada agenda de manera que les dé tiempo para hacer networking con sus compañeros de temáticas afines. «¡Es desbordante! No tengo tiempo de asimilar lo de mi área, imagínate el resto», acostumbran a decir. Un explorador científico se lo toma de manera completamente diferente. Él se despoja de cualquier presión, y se desplaza por los acontecimientos científicos como si fueran un bufet libre exquisito en el que pudiera probar platos nuevos que ni sabía que existían Él ya sabe dónde buscar lo que le interesa; lo que espera de una oportunidad así es descubrir qué más puede añadir a su lista de intereses. De ese modo descubrió a Mayte y terminó visitando meses después su laboratorio en Montreal El rascar donde no pica puede resultar adictivo, pero no se le conocen efectos secundarios adversos. Todo lo contrario.
1.4. GORDITOS POR CULPA DEL ESTRÉS
La comida te engorda, de eso no hay ninguna duda. Lo que yo no sabía hasta asistir al congreso científico «Factores de riesgo no tradicionales para la obesidad», realizado en los Institutos Nacionales de la Salud de Estados Unidos, es que el estrés y ciertos virus también Incluso quizá algunos contaminantes químicos y el tipo de flora bacteriana que tengas.
Estrés: más allá del picoteo
No me lo invento. Justo la semana anterior a este congreso, una amiga me decía que cuando pasaba una temporada estresada le salía «pancita». Yo repliqué que en mi caso era lo contrario, y que parecía mucho más lógico perder peso si tu metabolismo iba más acelerado de lo habitual, y dormías menos y peor.
La ponente Elissa Epel, de la Universidad de California, nos dio la razón a los dos, pero aseguró que la situación de mi amiga era mucho más frecuente. Sus estudios en mujeres relacionan claramente el estrés con ganar unos kilitos de más. ¿Razones? Por una parte, los cambios de hábitos: cuando estás estresada comes más veces a deshoras, tienes mayor apetencia por los dulces y los alimentos grasos, y disminuye tu capacidad de autocontrol Pero la relación del estrés con la obesidad va mucho más allá de los factores conductuales. El estrés incrementa los niveles de insulina y de una hormona llamada cortisol que —especialmente en mujeres— provoca un aumento de grasa abdominal, aunque no modifiques tu dieta en absoluto.
Infectobesity
¿Un virus que te haga engordar? Sí, hay varios candidatos. Por ejemplo, el adenovirus AD-36 que hace tiempo estudia Nikhil Dhurandhar.
Casi por casualidad, dicho investigador descubrió que los pollos infectados con este virus de origen aviar eran considerablemente más gordos de lo normal. Luego comprobó que si inoculaba el AD36 a ratones y monos, éstos aumentaban los niveles de grasa corporal Y, por último, demostró que este adenovirus relativamente inocuo para los humanos está presente en el 30 por ciento de las personas obesas, y sólo en el 5 por ciento de los no obesos.
En su intervención no se atrevió a asegurar que la causalidad estuviera del todo demostrada, pero todo hace pensar que éste y otros virus pueden jugar cierto papel en el aumento de peso. En cultivos celulares se ha visto que los adipocitos infectados con AD-36 se dividen más y acumulan una cantidad de grasa mucho mayor.
Obesogen en el desarrollo embrionario
Si fumas durante el embarazo, tu hijo nacerá con menor peso, pero de adulto tendrá mayor tendencia a sufrir obesidad. Esto está más que demostrado según Jerry Heindel, del Instituto Nacional de Ciencias de Salud Ambiental. Existe la hipótesis (y recalco la palabra hipótesis) de que otras sustancias químicas denominadas obesogenes también podrían regular la expresión génica durante el desarrollo embrionario, y dejar marcas epigenéticas que condicionen a un mayor peso corporal de adultos.
Un ejemplo es el diethylstibestrol (DES), un estrógeno que durante treinta años se dio a unos 10 millones de embarazadas estadounidenses hasta descubrir que aumentaba la probabilidad de cáncer vaginal en sus hijas. Además de este efecto tan negativo, algunos investigadores observaron que las hijas de madres prescritas con DES también parecían sufrir más obesidad. Evidentemente, no se ha podido comprobar mediante estudios clínicos en humanos, pero en ratas el efecto es clarísimo: si le das DES a la rata madre, la rata hija será obesa. No porque coma más ni haga menos ejercicio, sino porque cambia su expresión génica.
«Obesogen» es un término establecido por un científico que estudiaba los efectos del tributyltin —un fungicida utilizado en instalaciones marinas y recibimiento de barcos— en el metabolismo de los animales marinos. Durante sus investigaciones se dio cuenta de que incrementaba el número de adipositos. Cuando después hizo pruebas con animales de laboratorio, comprobó que, efectivamente, provocaba obesidad. Al igual que éstos, los investigadores tienen una larga lista de compuestos químicos sospechosos.
Bacterias en tu intestino
El tipo de bacterias que tengas en tu intestino puede hacer que absorbas más comida, o que la metabolices de manera más eficiente. El Proyecto del Microbioma Humano intenta averiguar la diversidad de estos 10-100 billones de seres que viven en tus tripas, y muy bien podrían ser considerados parte de tu organismo. Los resultados publicados en Nature y presentados en el congreso fueron contundentes: comiendo el mismo número de calorías, los ratones que tenían un tipo de bacterias intestinales determinadas aprovechaban mucho más la energía de la dieta, y terminaban engordando más que otros ratones con flora intestinal diferente. Todo hace pensar que el efecto es idéntico en los humanos.
Es obvio que la obesidad depende de la cantidad de calorías que ingieras, de las que gastes haciendo ejercicio, y de las características físicas que hayas heredado de tus padres. Pero hay evidencias que sugieren hacer caso al sugestivo lema del congreso («Exploring roads less travelled)» y explorar carreteras menos conocidas. Con suerte te llevarán a parajes inesperados.
1.5. SPRAY DE OXITOCINA PARA ENAMORAR
Poco a poco la oxitocina se está asentando como «la hormona del amor». Varios estudios han demostrado su influencia en el apego de las madres hacia sus hijos, en la solidez de las relaciones de pareja, y en la confianza que nos generan otras personas. Hasta tal punto que quizá algún día nos rociaremos con oxitocina para conseguir establecer vínculos más fuertes en nuestras relaciones sociales.
¿¿Algún día?? ¡Pero si ya se puede comprar por internet! Boquiabierto me quedé cuando descubrí el maravilloso… ¡Liquid Trust! («confianza líquida»), un espray creado por la empresa estadounidense VeroLab, y anunciado como la sustancia que hará que tus clientes o amistades te perciban como una persona mucho más de fiar. ¿Gracioso? Pues permitidme que traduzca del apartado de instrucciones de su web: «Construye relaciones instantáneamente en sólo tres simples pasos: 1) aplícate Liquid Trust mientras te vistes antes de una reunión importante o de salir por la noche a conocer gente; 2) todo aquel con quien te encuentres detectará de inmediato y de manera inconsciente la oxitocina humana que llevas encima; 3) sin saber por qué, los que te rodean sentirán una fuerte confianza hacia ti No se puede explicar, pero sabrás ¡que Liquid Trust está haciendo su magia!».
Impresionante. ¡Ah!, y también podéis comprar la nueva fórmula enriquecida con feromonas para —textualmente— «conseguir mujeres que estaban fuera de tu alcance» (chicas, no parece haber versión para vosotras.).
Ok, ok, me lo estoy tomando un poco a cachondeo, y la idea que hay detrás del producto sí tiene una base científica respaldada por investigaciones serias. Que el susodicho espray del amor nos sirva por lo menos para dar un repaso rápido a los principales estudios serios que han convertido a la oxitocina en la hormona del amor y la con fianza.
Todo empezó hace unos veinticinco años, cuando un grupo de científicos se encaprichó en averiguar por qué ciertas ratitas de campo llevaban una vida enteramente monógama (algo muy extraño entre los mamíferos), y en cambio otra especie muy parecida a ellas no formaba ningún tipo de pareja permanente. Los investigadores ya sospechaban de la oxitocina, pues sabían que se segregaba durante el parto y estaba muy relacionada con el apego que sentían las madres hacia sus hijos, y también que se liberaban grandes cantidades durante las relaciones sexuales, especialmente en el momento del orgasmo. Ligando estos dos conceptos, pensaron que la oxitocina podría estar relacionada con la unión monógama entre las parejas de ratoncillos. Para confirmarlo, hicieron dos experimentos: primero inyectaron oxitocina en los cerebros de los ratones promiscuos y, efectivamente, vieron que con el tiempo empezaban a formar enlaces estables. El segundo experimento fue bloquear el efecto químico de la oxitocina en los ratones de la especie monógama y, sorpresa, dejaron de ser fieles a sus parejas.
Después se descubrió que una hormona muy parecida a la oxitocina, la vasopresina, estaba íntimamente relacionada con la conducta fiel de los ratones machos. En los monógamos el gen que codificaba los receptores de vasopresina se expresaba mucho más, y en una zona específica del cerebro en la que los polígamos no tenían tales receptores. Estimulando la expresión del gen AVPR1A, los científicos consiguieron que los machos promiscuos se comportaran como sus primos fieles[35].
Los humanos también tenemos este gen AVPR1A, pero hay dos variedades distribuidas por la población, una más activa y otra menos. En 2008 un grupo de investigadores suecos publicó un artículo en el que se decía que los hombres con la versión menos activa del gen tenían el doble de posibilidades de ser solteros y de sufrir más crisis matrimoniales en caso de casarse[36]. Suena absurdo, y quizá lo es, pero hasta que alguien no refute este experimento, de las mil y una cosas que están relacionadas con nuestra tendencia a la fidelidad, esa una podría ser el gen AVPR1A.
¿Rebuscado? Todavía puede serlo más: hace unos años se empezó a pensar que si la oxitocina estaba relacionada con el apego de madres a hijos y la cohesión entre las parejas, quizá también podía tener un efecto en el resto de las relaciones sociales. Varios estudios demostraron que, efectivamente, los índices de oxitocina estaban relacionados con la confianza que nos genera otra persona. Quizá el experimento más lamoso fue el que publicaron en Nature unos investigadores suizos en 2005, en el que comprobaron que la administración intranasal de oxitocina hacía que confiaras más en los desconocidos[37]: a un par de grupos de voluntarios les pedían que invirtieran dinero en el proyecto que les proponía un desconocido, y vieron que los que habían sido rociados con oxitocina daban una cantidad un 17 por ciento mayor que los rociados con un análogo neutro. Este estudio y otros posteriores que parecen confirmarlo son la base «científica» del espray del amor con que he iniciado este apartado[38]. Quién sabe, quizá sí sirva y logre aumentar la confianza, aunque sea la del que lo utilice.