La última semana de abril de 2009 aparecía en varios de los periódicos con más tirada de Estados Unidos un anuncio a toda página encabezado por el siguiente fragmento de un discurso de Barack Obama pocos días después de haber sido elegido presidente de Estados Unidos: «Pocos retos afronta Estados Unidos y el mundo más urgentes que luchar contra el cambio climático. La ciencia está fuera de disputa, y los hechos son claros».
Bajo estas palabras se podía leer en letras bien grandes la frase: «Con todos los respetos, señor presidente, esto no es verdad».
Y continuaba un texto que decía: «Los científicos abajo firmantes mantenemos que la alarma por el cambio climático es exagerada. […] Los cambios de temperatura en este siglo han sido modestos […] en la última década no ha existido calentamiento.[[22], [23] […] No han incrementado los daños por cambios climáticos[24]. […] Los modelos informáticos de predicción no explican el comportamiento reciente del clima […][25]».
Los numeritos eran referencias a cuatro artículos científicos que avalaban dichas afirmaciones, y estaban citados justo después de una extensa lista de cien científicos escépticos que suscribían este texto de la campaña promovida por el Instituto Cato.
Sonaba convincente. Decidí no menospreciarlo, y pasé una tarde entera rastreando atentamente quiénes eran esos cien científicos, y qué decían los cuatro artículos científicos citados por el anuncio.
Primera sorpresa: muchos de los científicos firmantes no hacían precisamente investigación puntera en cambio climático. ¡Ni siquiera no puntera! Bastantes de ellos se dedicaban a otros ámbitos, estaban ya retirados, o formaban parte de la industria. Me resultó sospechoso, pero no quise sacar conclusiones precipitadas. Los nombres no son lo más trascendente teniendo a mano cuatro citas científicas publicadas en revistas de referencia. Eso fue lo verdaderamente revelador: dichos artículos, ¡no sustentaban las frases del texto que acompañaban! Increíble. El engaño era flagrante y se volvió en contra de los negacionistas. Los periódicos y las páginas especializadas se llenaron inmediatamente de réplicas contundentes de una comunidad científica indignada. Sin entrar en demasiado detalle, los autores de los dos primeros artículos [[26], [27]] decían literalmente estar evaluando la variabilidad interna del clima, y que sus resultados no contradecían la tendencia al aumento global de la temperatura a largo plazo que estábamos sufriendo. La tercera referencia[28] no era un artículo científico revisado por pares, sino una simple carta del boletín de la American Meteorological Society, que por si fuera poco no aseguraba que las preocupaciones por un cambio climático abrupto estaban bien justificadas. Y el cuarto artículo[29] se refería sólo a los trópicos, era antiguo, y había sido rebatido[30] por investigaciones posteriores. Inconcebible.
Algo olía muy mal… porque más allá de la artimaña, si los negacionistas preparaban un ataque de esas dimensiones… ¿No tenían nada mejor que ofrecer? ¿Eran ésas las evidencias científicas más sólidas que tenían para oponerse al cambio climático? No salía de mi asombro. Pero todavía quedaban más motivos para la suspicacia. Daba la casualidad de que los dos primeros trabajos científicos estaban publicados en revistas de la American Geophysical Union, institución en cuyo Departamento de Comunicación trabajaba la periodista amiga M. J. Viñas. Le pregunté esa misma tarde por el asunto, y no dejó lugar a dudas. Su institución declaraba que tales artículos estaban completamente sacados de contexto, y algunos de los autores ya se habían manifestado en contra de la tergiversación de sus resultados.
El asunto daba mucho que pensar. Era obvio que la frase de Obama «La ciencia está fuera de disputa» no era demasiado agraciada. Ciertamente existen lagunas en la comprensión de este complejo fenómeno llamado cambio climático, y controversias científicas entre resultados más concluyentes y menos. Nadie conoce el alcance que puede llegar a tener el calentamiento global, y bien podría ser que las catástrofes que a veces nos anticipan fueran exageradas. Pero lo que no parecía debatible eran los principios básicos a los que se refería el presidente Obama: 1) el CO2 y otros gases de efecto invernadero han aumentado debido a la actividad humana; 2) el efecto de estos gases es un calentamiento del planeta, y 3) las consecuencias de seguir emitiendo CO2 al ritmo que lo hacemos podrían ser graves.
Casi nada en la ciencia está fuera de disputa. Pero, desde luego, estas tres afirmaciones no quedaban contradichas por las tristes pruebas aportadas por los negacionistas en su desafortunada campaña.
Para mí fue un momento clave, un punto de inflexión Decidí abandonar de manera definitiva mi polémica interna y pública sobre el escepticismo sano en torno al cambio climático. Ya no me interesaba. Podía no sentirme seguro al ciento por ciento. Quizá estaba equivocado, pero ya tenía suficiente. Había llegado el momento de pasar página de tanto debate científico paralizante y pensar en las actuaciones que había que seguir. La pregunta que planteaba a los todavía no convencidos era clara: «Si estuvieras en un organismo con el presupuesto y la capacidad para tomar decisiones al respecto, ¿qué harías?, ¿empezarías planes de mitigación y adaptación, o esperarías algunos años o décadas a que todos los entresijos científicos estuvieran resueltos? Yo lo veía claro. Pero residiendo en Washington D.C., tenía la oportunidad de preguntar a alguien que estaba justo en esa posición.