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«Escépticos, depende; negacionistas, no»

«El escepticismo en la ciencia es bueno. Más que bueno; es necesario. Más que necesario; es un requerimiento, una obligación de cualquier persona que pretenda observar el mundo desde una perspectiva científica. Por eso, en el post donde criticaba a los que niegan la existencia de un cambio climático provocado por la actividad humana no cité a los escépticos (un término y una actitud intelectual que respeto), sino a los deniers (un término y una actitud intelectual que repruebo). El escéptico es una persona formada, crítica con la información que le llega, y que no duda en argumentar utilizando datos científicos objetivos. En ocasiones puede resultar un tozudo y mostrarse arrogante, pero en el fondo está abierto a cambiar su manera de pensar si las evidencias se lo indican. Los negacionistas, en cambio, son personas cuyo escepticismo se ha ensuciado de ideología, y mantienen una postura dogmática y activista en contra del cambio climático. Cada negacionista radical tiene sus razones no científicas para ello.

»Aquí no decimos que, sin lugar a dudas, el calentamiento global vaya a desembocar en una situación catastrófica. Ni negamos que haya incertidumbres por resolver todavía. Nadie dice que el dióxido de carbono sea el único responsable, ni que los modelos climáticos sean perfectos, ni que sepamos con certeza cómo reaccionará la naturaleza a un posible aumento de la temperatura. Pero sí creemos en el mensaje básico que la inmensa mayoría de los investigadores nos llevan diciendo desde hace años: la actividad humana es responsable de un cambio inusual en el clima, y en un mundo con cada vez más demanda energética, si no nos esforzamos en reducir la emisión de gases de efecto invernadero, las consecuencias a medio plazo pueden ser muy graves. Ir a contracorriente es tentador. Aquéllos que deseen mantener una posición escéptica y desconfiar del consenso científico siempre encontrarán algún fleco por donde alimentar su inconformismo provocador. De nuevo, tienen todo el derecho intelectual de hacerlo, pero también deben considerar las peligrosas consecuencias paralizantes que pueden conllevar sus acciones. Si las dudas en la opinión pública sirven como excusa a los gobiernos para retrasar las acciones destinadas a mitigar el cambio climático, y al final resulta que tenía razón la casi totalidad de los expertos que están advirtiendo de sus posibles consecuencias, quizá habremos reaccionado demasiado tarde. Las decisiones políticas no se toman bajo certezas incontestables. No podemos permitirnos la insensatez de esperar a ver qué ocurre. Las discusiones sobre el calentamiento global no pueden ser tratadas de la misma manera que el debate entre los genes y el entorno, la teoría de cuerdas, el futuro de la inteligencia artificial, la coexistencia de la ciencia y la religión, o las características de los homínidos que nos precedieron En ocasiones toca posicionarnos y actuar, estemos plenamente convencidos o no».

Escribir te clarifica las ideas. Sobre todo si lo haces con el cuidado de saber que mucha gente va a leerte. Mi posición se estaba consolidando: el negacionista que todavía rechazara la influencia humana en el cambio climático estaba profundamente desactualizado. El que pensara que la situación tampoco era tan grave podía tener razón si vivía en una zona acomodada no costera del primer mundo y no le importaban las sequías, las pandemias, la intensificación de huracanes, la desaparición de especies, o el menor rendimiento agrícola en los países pobres. Y quien creyera que era un problema de imposible solución, que se apartara y no interfiriera en los que sí pretendían intentarlo.

Continuaba creyendo que las dudas alrededor del cambio climático eran legítimas, pero demasiado débiles como para frenar por más tiempo la toma de decisiones. Sin embargo, dos sucesos me hicieron ver que muchas de esas dudas no eran ni siquiera legítimas. El primero fue una cena privada con una persona cuyo nombre sería injusto airear, muy influyente políticamente, respetado académicamente en el campo de la economía y el mundo en vías de desarrollo, y que se había manifestado repetidamente en público en contra del cambio climático. Acudía al encuentro intrigado por escuchar los argumentos escépticos que podía esgrimir alguien tan bien asesorado y con tanta responsabilidad social Qué decepción Quedé boquiabierto cuando a mi primera pregunta respondió con cierto desdén: «Eso es el Sol». «¿Cómo? —repliqué—. Está demostradísimo que los ciclos solares no explican las subidas de las últimas décadas». Continuó: «Llevamos un par de años menos cálidos, y el invierno pasado fue muy frío», insistió ante mi asombro. No podía creer tanta simplicidad. Tras refutar un par de tópicos más, terminó con un tajante: «Mira, hay cosas más urgentes por las que preocuparse en el mundo». Innegable pero cortoplacista, e insuficiente para negar la existencia de un cambio climático como él había estado haciendo alegremente en sus artículos. Me sentí perplejo; ¿cómo podía una persona tan indudablemente capacitada y lúcida mostrarse convencida con argumentos tan débiles? Alan Leshner, editor de la revista Science y presidente de la Asociación Americana para el Avance de la Ciencia, me respondió a esa inquietud cuando la comentamos meses después durante una entrevista en su despacho de Washington D.C.: «Los únicos que se aferran a los datos experimentales son los científicos. En general, la gente antepone sus propias ideas a lo que diga la ciencia. La tendencia natural es posicionarte desde un principio a un lado de la discusión, por el motivo inicial que sea, y luego atender sólo a los argumentos que lo refuercen, y desoír los que te contradigan A ti y a mí nos puede parecer lógico cambiar de manera de pensar porque un científico nos lo diga, pero en la mayoría de las personas no funciona así».

Era una explicación, pero también una advertencia. ¿No estaría cayendo yo en el mismo error? Tuve la oportunidad de ponerlo a prueba gracias a un segundo suceso que iba a afianzar todavía más algunas de mis ideas…