Poco me imaginaba un martes de noviembre de 2007, mientras me dirigía a la Kennedy School of Government de Harvard, que quien nos iba a impartir dos horas de seminario sobre ciencia, economía y política del cambio climático se convertiría poco más de un año después en el asesor científico directo de un inesperado presidente Barack Obama.
El encuentro con John Holdren fue extraordinario. Yo acudía a un Estados Unidos todavía comandado por George W Bush esperando encontrar cierta resistencia a la necesidad de atajar políticamente un fenómeno tan complejo y polarizado como el cambio climático. Sin embargo, Holdren fue contundente al resumir la posición científica consensuada por la mayoría de los expertos en esta disciplina: «Tenemos incertidumbres, claro está. Pero de lo que no dudamos es de que el cambio climático es real, ya está causando daños significativos, se está acentuando, y su principal causa son los gases de efecto invernadero que nuestra manera de obtener energía emite a la atmósfera. Los países industrializados debemos empezar a reducir el uso de combustibles fósiles y las emisiones de dióxido de carbono. En las próximas décadas lidiaremos con tres opciones en la balanza de la lucha frente al cambio climático: mitigación (las medidas que adoptemos para frenar el calentamiento global), adaptación (prepararnos ante los efectos adversos del cambio climático), y sufrimiento (consecuencias negativas que no estaremos a tiempo de paliar). Sin duda, tendremos una combinación de estos tres factores. En nuestras manos está decidir cuál tendrá más peso. Cuanta más mitigación, menos adaptación necesitaremos para evitar el sufrimiento».
Tanta rotundidad me asustaba. Yo sabía que la verdad en ciencia no es democrática, y que ni el consenso ni la mayoría son quienes deciden dónde reside la razón. Si quería profundizar en el problema del cambio climático debía alejarme de certezas absolutas e ideas preconcebidas, y empezar a estudiar las diferentes fuentes con una mente bien abierta. Aunque mi intuición suscribía las palabras de Holdren, no era el momento todavía de hacérmelas mías sólo por un principio de autoridad.
Por eso atendí con exquisito detalle los argumentos científicos con que pretendió avalar sus convicciones, antes de analizar las diferentes fases por las que estaba transitando el movimiento escéptico. Hagamos lo propio, y empecemos revisando cuál es la base científica consensuada por la mayoría de los investigadores que intentan vislumbrar la evolución del clima en nuestro planeta.