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Patentes: investigar para curar o para enriquecer

Imagina que vas al médico y le dices: «Mire, mi madre y mi abuela sufrieron cáncer de mama, y una amiga me ha dicho que debería comprobar si tengo mutados los genes BRCA 1 y BRCA 2, que al parecer están relacionados con éste y otros cánceres… ¿Es eso cierto?». Doctor: Sí, sí, sería muy conveniente hacerte las pruebas, pero el test cuesta 3.500 dólares. Tú: ¿Tanto? ¿Por qué es tan caro?

Doctor: Porque esos genes están patentados desde 1995, y los análisis sólo puede hacerlos una compañía al precio que ellos dicten.

En marzo de 2010 esto ocurría en Estados Unidos. La compañía se llama Myriad Genetics, fue fundada por los investigadores de la Universidad de Utah que descubrieron las mutaciones BRCA 1 y 2 en 1993, y en esos momentos se enfrentaba a una demanda judicial impulsada por dos organizaciones que luchan por los derechos civiles: American Civil Liberties Union (ACLU) y Public Patent Foundation (PUBPAT). Los abogados de ambas organizaciones argumentaban que los genes humanos no son algo que pueda ser patentado, y si se hizo en su momento fue porque la legislación todavía no estaba desarrollada. Pero esto debe ser rectificado de inmediato por el bien de la población.

La demanda fue presentada «en nombre de investigadores, consejeros genéticos, pacientes, grupos de apoyo a las enfermas de cáncer de mama, y asociaciones científicas representando a 150.000 genetistas, médicos y profesionales de la salud». El veredicto del juez podía sentar un importante precedente que afectaría a los miles de patentes genéticas aprobadas por la Oficina de Patentes y Marcas Registradas de Estados Unidos (PTO), y que dan derecho a sus titulares a impedir que alguien investigue o haga tests con «su» gen específico.

¿Qué os sugiere esta situación? Antes de pensar en términos de protección de la propiedad intelectual, tengamos en cuenta que no estamos hablando de un videojuego o una obra musical, sino de hacer negocio con una información que puede salvar vidas. ¿Deberían limitarse los derechos de aquellas compañías que han invertido capital privado para encontrar genes asociados a enfermedades?

Sé lo que estáis pensando: en otros lugares del mundo hay problemas de acceso a los medicamentos básicos muchísimo más dramáticos que éste. Pues vayamos a ellos. Alejémonos del caprichoso mundo desarrollado y adentrémonos en el espinoso asunto de las patentes en la industria farmacéutica.

INCONVENIENTES DE LAS PATENTES FARMACÉUTICAS

Éste es el territorio de Judit Rius, abogada de la organización no gubernamental Knowledge Ecology International (KEI), profesora adjunta en la Facultad de Derecho de la Universidad de Georgetown, y una de las personas que he conocido en Washington D. C. cuyo trabajo es digno de admiración.

Desde hace años, algo chirría en el funcionamiento de las compañías farmacéuticas. El objetivo de Judit y un creciente número de expertos en todo el mundo es muy claro: buscar alternativas al sistema de patentes que compensen a la industria, pero resulten más justas con la sociedad. Se trata de promover la innovación médica en las áreas de salud prioritarias, y garantizar el acceso a los más necesitados. Para ello, la propiedad intelectual y los derechos exclusivos deben dejar de ser el único mecanismo que incentiva a una empresa a invertir en investigación.

¿Cuál es el problema fundamental que pervierte la innovación en el desarrollo de nuevos medicamentos? Uno tan claro como éste: el coste de la investigación se recupera con el precio final en las ventas. Te puede parecer obvio que así sea, pero olvídate del músico que gana su jornal vendiendo CD. La responsabilidad social de la industria farmacéutica es diferente. Y la manera en que está organizado el sistema de patentes actual conlleva una serie de consecuencias negativas:

En fin, si otorgamos derechos exclusivos a las compañías farmacéuticas para recuperar los costes de la innovación, su comportamiento en el mercado tiende a ser monopolista, imponiendo barreras a la competencia para retardar la entrada de productos genéricos en el mercado. En Europa, la Comisión Europea se ha percatado del problema y está investigando el funcionamiento del sector farmacéutico con el objetivo de «averiguar por qué las farmacéuticas no fabrican medicamentos innovadores y por qué no aparecen genéricos alternativos más baratos».

No perdamos la perspectiva: los beneficios que la farmacología moderna ha aportado a las sociedades desarrolladas son inconmensurables. No albergamos duda alguna sobre ello. El reto actual es que ocurra lo mismo en los países en vías de desarrollo.

Pero para conseguirlo no puede ser gestionada como cualquier otra actividad económica cuyo objetivo es maximizar beneficios, ni regirse sólo por leyes proteccionistas de incentivo a la innovación. Debe contemplar otros valores.

Tampoco somos ingenuos. El sector privado es de lejos más eficiente que el público. Y si no hay beneficios a la vista, tampoco hay investigación previa. Los incentivos económicos son imprescindibles. La cuestión es: ¿de dónde vienen? Si proceden sólo del precio de las ventas, la misión de «garantizar el acceso e innovar en medicamentos para quienes más lo necesitan» se pervierte a favor del «para quienes más puedan pagarlo».

Myriad Genetics debe ser compensada por su contribución al hallazgo de los genes BRCA 1 y BRCA 2, pero sin pasarse, y no necesariamente otorgándole un monopolio.

El punto clave según muchos especialistas como Judit es contundente: desvincular los costes de la innovación al precio final de mercado. Para ello, debe haber una alternativa al sistema de patentes como mecanismo para promover la innovación.

Atención: no estamos hablando de eliminar las patentes por completo. Las farmacéuticas pueden continuar patentando crecepelos o sobrecitos contra los síntomas del resfriado y hacer su negocio, faltaría más. Pero en asuntos importantes de salud pública a escala global, se necesita otro modelo.

ALTERNATIVAS A LAS PATENTES

Hay varios modelos en discusión En concreto en el que trabaja Judit con el think tank Knowledge Ecology International es el de premios en lugar de patentes.

La idea es sustituir el monopolio de las patentes por un sistema de premios o recompensa a la I+D que, sin perjudicar la economía de las farmacéuticas, dirija la investigación hacia donde más se necesite y cambie la distribución de presupuestos entre marketing/investigación Por ejemplo: crear fondos dirigidos a innovar en una problemática concreta y premiar a la industria que lo consiga. Luego el conocimiento se hace público, varias empresas producen genéricos, y los precios bajan Nadie dice que sea fácil, pero lo que sí está claro es que el sistema actual de protección basado en patentes no incita a este fin. Debe ser revisado.

Hay muchas más iniciativas, como acortar períodos de explotación, compra directa de patentes, fortalecer alianzas público-privadas, conglomerados de patentes en que se aúnan esfuerzos y comparten licencias, compromisos anticipados de gobiernos en subvencionar futuras compras de medicamentos para países en vías de desarrollo, mecanismos de financiación extendida que dirijan más recursos a los países pobres y los conviertan en mercados atractivos para las farmacéuticas… Es un asunto candente y en plena discusión, porque, definitivamente, algo chirría: la vanagloriada revolución de la biomedicina no puede coexistir con las carencias tan vergonzosas que hay en tantas regiones de nuestro mundo.

El reto implica un cambio de paradigma importante en un país como Estados Unidos, donde la salud es vista como una oportunidad de negocio y el precio de los fármacos es pagado por los que tienen la mala suerte de necesitarlos. A escala global ocurre algo parecido. En definitiva, se trata de repartir la suerte si realmente creemos que eso es lo más ético.

ANÉCDOTA PERSONAL EN DAKAR

A los seguidores del blog «Apuntes científicos» en El País quizá les resultará curioso saber que la foto de mi perfil es un recorte de otra tomada en el verano de 2006 durante un viaje a Senegal Fui invitado a la boda de M. y Pap, el mayor de seis hermanos de una familia de clase media de Dakar. Clase media allí no es lo mismo que en España. No pasaban penurias, pero el arroz con pescado y el cordero que la madre de Pap preparó entre su habitación y la diminuta cocina para celebrar la boda de su hijo era un verdadero lujo. Dinero no tenían, pero dignidad no les faltaba. Al día siguiente, visitándoles en el barrio alejado del centro donde todos los niños me miraban como si hubieran visto un fantasma, me dijeron que una de las sobrinas de Pap estaba enferma. Tenía fiebre y dolores en la tripa. «¿No la lleváis al médico?», pregunté. Cuando respondieron cabizbajos «Vamos a esperar un poco», me sentí un verdadero niñato estúpido. ¿No me daba cuenta de dónde estaba? En la calle de al lado podías comprar tabaco, pero acceder a los medicamentos para una niña de seis años era más complicado, y caro. Sólo me atreví a decir en voz baja: «¿Os puedo ayudar?», a lo que respondieron: «Gracias, de momento no te preocupes». Esa niña en concreto se recuperó, pero como buen paleto occidental que yo era, necesité vivir tal experiencia en primera persona para entender que entre los grandes retos de la medicina del siglo XXI quizá el más importante es hacerla llegar a quienes más la necesitan.