Uno de los estudios que más me hizo reflexionar a mí y a los lectores del blog «Apuntes científicos desde el MIT» fue el citado por Wayne Jonas durante una conferencia sobre los efectos fisiológicos de la sugestión, en los Institutos Nacionales de la Salud (NIH) de Estados Unidos. Jonas era director del Centro Nacional de Medicina Complementaria y Alternativa, el instituto gubernamental que se dedica a investigar científicamente qué hay de bueno, neutro y malo en la medicina tradicional y las terapias alternativas.
El estudio era un ensayo clínico randomizado que analizó la eficacia de la acupuntura como terapia para el dolor de espalda crónico en la zona lumbar, una dolencia para la que el tratamiento farmacológico convencional es poco satisfactorio[12].
Se dividió en tres grupos a 1.162 pacientes cuyo historial médico reflejaba un mínimo de ocho años de dolor de espalda. Al primer grupo se le aplicó dos sesiones de treinta minutos de acupuntura por semana durante un par de meses, siguiendo los principios de la medicina tradicional china. Al segundo se le hizo exactamente lo mismo pero con acupuntura «falseada»: aunque los pacientes creían que recibían un tratamiento normal de acupuntura, los pinchazos se realizaban de manera superficial, y en puntos que los expertos reconocían como inactivos. El tercer grupo siguió una terapia convencional con medicación y tabla de ejercicios.
Los resultados me parecieron reveladores: los dos grupos que recibieron acupuntura, tanto la verdadera como la falseada, experimentaron el mismo grado de reducción del dolor de espalda, ¡casi el doble que con la terapia convencional! Las conclusiones son obvias: los pinchazos estratégicos para conectar meridianos y equilibrar el yin y el yang no parece que sean el elemento clave para quitar el dolor de espalda. Sin embargo, sí hay «algo» en la acupuntura (podría ser un efecto placebo más poderoso, pero no se sabe todavía) que en este caso específico hace que funcione.
¿Qué hacemos entonces?, ¿apostamos por la acupuntura o no? Wayne Jonas dijo que depende del día y la piel del profesional en la que se mete tiene diferentes sentimientos. Yo diría que hay tres posicionamientos básicos que, evidentemente, no son estancos:
El escéptico: «Este estudio demuestra que la acupuntura no tiene sentido. Si pinchar al tuntún conlleva el mismo efecto que las sesiones conducidas por un experto, la base sobre la que se sustenta la acupuntura no es sólida, y por tanto no debería ser aplicada».
El médico: «Yo lo que quiero es mejorar la calidad de vida de mis pacientes. Viendo este estudio, si me encuentro con una persona cuyo dolor de espalda lumbar no cesa con el tratamiento convencional, y me pregunta por la acupuntura, no le desanimaré en absoluto».
El científico: «¡Uau!, qué interesante, ¡yo lo que quiero es averiguar qué está pasando! Sin duda aquí está actuando algo que desconocemos y merece mucho la pena ser investigado. Discutid vosotros, yo me voy al laboratorio a buscar más información sobre el tema».
Las categorías son artificiosas y se admiten múltiples combinaciones. Son términos sólo «para entendernos», y en ningún caso representan la postura de un perfil profesional determinado. Pero si tuvierais que identificaros con una de las posiciones descritas (escéptico, médico o científico), ¿cuál escogeríais? Más profesionales de los que te imaginas lo tienen claro.
MÉDICOS QUE RECETAN PLACEBOS
Un estudio realizado por la Harvard Medical School y el Departamento de Bioética de los NIH encuestó a 679 reumatólogos y especialistas en medicina interna estadounidenses[13]. El 62 por ciento de ellos afirmaron que era éticamente aceptable «engañar» a los pacientes con placebo si no se disponía de un remedio mejor que la sugestión para ayudarles. Y, de hecho, la mitad de ellos reconocieron hacerlo de manera habitual.
Las sustancias más utilizadas eran analgésicos (41 por ciento) y vitaminas (38 por ciento), unos pocos recetaban píldoras salinas o de azúcar, y hasta el 13 por ciento daban antibióticos.
El 86 por ciento de los que seguían esta estratagema los solía presentar a sus pacientes como un medicamento que les iba a ayudar, el 9 por ciento como un fármaco sin efectos conocidos para su enfermedad, y sólo el 5 por ciento confesaban que les estaban recetando un placebo.
Un placebo es una sustancia que el enfermo se toma creyendo que es una medicina, pero que no tiene ninguna actividad terapéutica relacionada con la dolencia que pretende tratar. A pesar de ello, la sugestión crea un «efecto placebo» que hace mejorar los síntomas del paciente.
La existencia tanto del efecto placebo como del nocebo (empeoramiento por creer que algo inocuo te va a provocar un daño) está harto demostrada. En los ensayos clínicos diseñados para comprobar la eficacia de un fármaco, a una parte de los participantes se les da el medicamento, y a la otra algo parecido pero sin el principio activo. Justamente porque si a una parte de los enfermos les das el placebo y a la otra nada de nada, los que creen haber sido medicados evolucionan significativamente mejor.
Pero el efecto placebo sólo funciona si estás realmente engañado, si de verdad crees que te estás tomando un fármaco que va a curarte. Esta triquiñuela no es reprochable en un estudio clínico, pero ¿y en las consultas con pacientes de verdad? Como reconocen el 62 por ciento de los profesionales encuestados. ¿Os parecería ético que si un médico no dispone de una opción mejor, os mintiera por vuestro bien?
Es curioso que desde la medicina convencional tan a menudo se critiquen —y muchas veces con razón— ciertas prácticas alternativas diciendo que son una estafa porque los efectos positivos no son más que residuos de un efecto placebo temporal, y este estudio demuestre que tantos médicos recurren a este mismo engaño.
AYUDITAS INOCENTES A TU TERAPIA CONVENCIONAL
Pero ricemos un poco el rizo. ¿Cuál es el recurso sobrenatural que más ha sido utilizado en la historia para intentar recobrar la salud? Las plegarias religiosas. Rezar, o cualquier otro rito en el que se le pida a un ser superior que te ayude a ti o a los tuyos. Diría que bastantes creyentes habrán pedido en algún momento de sus vidas que su Dios preferido interfiera a distancia en las reacciones bioquímicas de sus cuerpos, o les dé fuerzas milagrosas para superar la enfermedad. No pretendo en absoluto tomarme a broma esta opción personal tan lícita. Utilizo estos términos demasiado sarcásticos para exponer que por muy irracional que pueda parecer, ¡funciona!
Los científicos han demostrado que tener fe en que un ser supremo escucha tus oraciones y está dispuesto a ayudarte puede mejorar la recuperación de una enfermedad. Quién sabe los mecanismos por los que esto ocurre. La hipótesis de que tal Ente superior exista y se apiade de ti no es contemplada por la ciencia; pero sí se propone que la sugestión puede activar algunas áreas cerebrales, o liberar cierto tipo de moléculas en mayor cantidad, o regular la expresión génica, o potenciar el sistema inmunológico…
Es obvio que llevar una vida religiosa conlleva otros factores no espirituales que harán que las monjas vivan más que la media de ateos, pero no es sólo eso. Hay realmente algo más, porque el efecto protector observado en varios estudios epidemiológicos es innegable.
Retomemos de una vez los ejemplos iniciales y seamos un pelín provocadores: ¿podría entonces la fe estar justificada como una aplicación médica? Recuerdo aquí las conclusiones que una parte sustancial de lectores del blog hicieron en los posts sobre acupuntura y uso de medicamentos placebo: «Lo importante no es que sea un engaño o no, sino que funcione», «No me importa que el médico me recete un placebo si lo hace por mi bien, y aunque inexistente, me ayude». ¿Aplicaríais la misma lógica en el caso de la religión? Imaginaos que sois un médico y tenéis un paciente muy creyente, ¿potenciaríais su fe sabiendo que eso le puede ayudar? ¿Le sugeriríais que rezara como parte de la terapia?
Dicho debate apareció también en la revista Time. Como en el caso de la acupuntura, había tres posiciones muy bien definidas. El doctor Richard Sloan era el escéptico que opinaba: «Los médicos no deben involucrarse de ninguna manera en asuntos espirituales». George Handzo era un sacerdote —muy elocuente científicamente y nada dogmático— que sugería: «Ambas, ciencia y religión, son útiles, y sí podría resultar beneficioso integrar la fe en la práctica de la medicina». Luego estaba el psiquiatra Andrew Newberg, interesadísimo en comprender qué diablos ocurre en el cerebro de las personas religiosas: «Quiero hacer escáneres cerebrales de gente que está sintiendo a Dios, y saber interpretar cuidadosamente qué está pasando». Como era de esperar, al retomar el profundo debate «¿tenéis alma de médico, escéptico o científico?», y trasladar al blog la pregunta de hasta qué punto debemos potenciar o inhibir las creencias sobrenaturales que uno tenga, muchas menos personas opinaron que la religión podría ser utilizada como terapia placebo. Quizá pensando en sus efectos secundarios.