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Puertas, cabras, coches y sinsentido común

Utilizar el sentido común para resolver problemas es de sentido común; lástima que nos confunda en tantas ocasiones. Una de las más graciosas es el «Monty Hall Problem», un juego ya antiguo que planteé a los lectores del blog, y desesperó a más de uno.

El ««Monty Hall Problem» es la reproducción de un sencillo concurso de la televisión estadounidense llamado Let’s Make a Deal («Hagamos un trato»), en el que el presentador mostraba tres puertas a los concursantes y les ofrecía escoger una para quedarse con el premio que escondía. Intentemos visualizarlo.

Imagínate que estás en dicho concurso, y Monty Hall te muestra tres puertas cerradas, diciendo que una esconde un coche, y detrás de las otras dos hay una cabra en cada una. Entonces te pide que elijas una, y tú escoges la del medio. Pero justo antes de desvelar su contenido, el presentador abre una de las dos puertas restantes, y te muestra una cabra. A continuación te pregunta: «¿Quieres modificar tu elección?» Congelemos el tiempo en ese preciso momento. ¿Importa realmente cambiar de puerta o no? La lógica te dice que no; es como si la elección empezara de cero otra vez La puerta abierta ya no existe. Lo que tienes enfrente son dos puertas, una que esconde un coche y otra una cabra: el 50 por ciento de posibilidades cada una. Da igual una que otra. ¿Correcto? ¡No! Si cambias, tendrás más posibilidades de ganar. «¿¿¿Cómo??? ¿Por qué? Hay dos puertas, no importa cuál me quede.» ¡¡¡¡Noooooo!!!! ¡¡Tienes que cambiar!! «Pero… si podría haber elegido la otra, cambiar o no cambiar no tiene sentido en estos momentos». Sí lo tiene. Deja que me explique.

Imaginemos que el coche se esconde en la puerta A, y analicemos qué ocurre cuando cambias de puerta, y cuando no cambias:

Repásalo si quieres. El truco que nos puede pasar desapercibido es que cuando al presentador le toca abrir una puerta para mostrar una cabra, si no has acertado inicialmente sólo tiene una opción, y por tanto te dejará el premio en bandeja. Está afectando a las posibilidades futuras. ¿No es sorprendente? Si yo hubiera participado en el concurso antes de leer esto, mi lógica me habría dicho que no importaba cambiar o no. ¡Incluso hubiera argumentado que era un planteamiento absurdo! Ahora mi cerebro está completamente convencido de lo contrario. Es fantástico.

Pero lo verdaderamente relevante del caso es constatar que, ¡nuestra inclinación natural es a no cambiar! Incluso creyendo que las posibilidades sean idénticas, cuando ya hemos tomado una decisión, nuestra tendencia natural es a reforzarla y quitar valor a lo rechazado. Éste es un efecto que en psicología de toma de decisiones se llama disonancia cognitiva: cuando escoges entre dos opciones, inconscientemente rebajas el valor del objeto desestimado. Es decir; te muestran tres regalos X, Y y Z sobre los que a priori no tienes ninguna preferencia. Para ti tienen el mismo valor y te da igual cuál quedarte. Entonces te piden que escojas entre X y Z. Aunque sea al tuntún, el que rechaces perderá un poco de interés. Si eliges X, cuando luego te hagan escoger entre Z o Y, es mucho más probable que te quedes Y, porque Z ya lo habías rehusado antes. Hace más de cincuenta años que los psicólogos tienen en cuenta esta disonancia cognitiva en los estudios sobre la toma de decisiones. Pero, según un trabajo de Keith Chen en Yale, este efecto podría influir mucho menos de lo que se ha estado considerando, y bastantes de los estudios en psicología deberían rediseñarse porque estaban aquejados de una especie de Monty Hall Problem. Ya sé que esto último te deja indiferente, pero esta revisión de algo tan bien asumido como la disonancia cognitiva es algo que puso en alerta a muchos psicólogos, especialmente aquéllos que trabajan en algo tan de moda como entender qué criterios utiliza nuestro frágil cerebro para tomar decisiones equivocadas.