18

Un peligro común

—Hace tanto ruido que nos escucharán hasta en la Antípoda Oscura —le susurró Catti-brie a Bruenor, refiriéndose a los chirridos de la armadura del camorrista. Pwent, consciente del riesgo que significaba el ruido, los había dejado muy atrás y aumentaba la ventaja, porque Catti-brie y Wulfgar no podían ver en el espectro infrarrojo, y en consecuencia avanzaban con la lentitud del caracol, cogidos de la mano de Bruenor. Sólo Guenhwyvar, algunas veces en la vanguardia, pero más a menudo moviéndose como un emisario silencioso entre Bruenor y el camorrista, mantenía el vínculo entre los integrantes de la pequeña tropa.

Otro chirrido procedente de la vanguardia hizo aparecer una expresión de disgusto en el rostro de Bruenor. Oyó el suspiro resignado de Cattibrie y compartió sus sentimientos. Aun así, no pudo menos que reconocer que todo era inútil. Pensó en pedirle a Pwent que se despojara de la armadura pero le pareció una pérdida de tiempo; aunque caminaran desnudos, sus pisadas sonarían como un redoble de tambor para los finos oídos de los elfos oscuros.

—Enciende la antorcha —le ordenó a Wulfgar.

—No lo dirás en serio —protestó Catti-brie.

—Nos tienen rodeados —replicó Bruenor—. Puedo olerlos, y nos ven en la oscuridad con la misma facilidad que con luz. No tenemos ninguna probabilidad de pasar sin otra batalla y por lo tanto más nos valdrá pelear en las condiciones que más nos favorezcan.

Cattibrie movió la cabeza a un lado y al otro, aunque no podía ver nada en la oscuridad. De todos modos sabía que Bruenor tenía razón, que las siluetas silenciosas se movían a su alrededor, cerrando el lazo que los atraparía. Un segundo después tuvo que protegerse los ojos ante el vivo resplandor de la antorcha de Wulfgar.

Las sombras en movimiento reemplazaron la oscuridad total. La muchacha se sorprendió al ver lo tosco que era el túnel, mucho más natural y áspero que los otros. La tierra se mezclaba con la piedra en el techo y las paredes, y Cattibrie perdió la confianza en la solidez del lugar. Fue consciente de los miles de toneladas de roca y tierra que colgaban sobre su cabeza, y de que cualquier desprendimiento podía aplastar a todo el grupo en un abrir y cerrar de ojos.

—¿Qué ocurre? —le preguntó Bruenor, al ver la ansiedad de su hija. Se volvió hacia Wulfgar y vio que el bárbaro también se mostraba inquieto—. Sólo son túneles sin trabajar —comentó el enano cuando comprendió la causa de la intranquilidad de los jóvenes—. No estáis habituados a las profundidades salvajes. —Puso su áspera mano sobre el brazo de su hija y notó las gotas de sudor frío—. Ya te acostumbrarás —prometió Bruenor con voz cariñosa—. Sólo recuerda que Drizzt está solo aquí abajo y necesita nuestra ayuda. Piensa únicamente en eso y te olvidarás de la piedra sobre tu cabeza.

Cattibrie asintió decidida, respiró con fuerza y se secó el sudor de la frente. Bruenor se adelantó para ver dónde se encontraba el camorrista, que había desaparecido hacía rato.

—Drizzt nos necesita —le dijo Wulfgar a Catti-brie en cuanto se marchó el enano.

La muchacha se volvió sorprendida por el tono. Por primera vez en mucho tiempo, el bárbaro le había hablado sin el menor asomo de superioridad o cólera en la voz. Wulfgar se acercó y, rodeándole los hombros con un brazo, la animó a caminar. Ella acomodó el paso al de su novio mientras miraba su atormentado rostro.

—Cuando todo esto se acabe, tenemos muchas cosas que discutir —añadió en voz baja. Catti-brie se detuvo y lo miró con aire de sospecha, y esto pareció herir todavía más al gigante—. Tengo que disculparme con mucha gente —declaró Wulfgar en un intento por explicarse—. Le debo una excusa a Drizzt, a Bruenor, pero sobre todo a ti. ¡Dejar que Regis… Artemis Entreri… me engañara de esta manera! —El entusiasmo de Wulfgar se esfumó cuando hizo una pausa para mirar con atención a Catti-brie y vio el brillo decidido en sus azules ojos.

—Sin duda el asesino y el pendiente mágico tienen parte de culpa en todo lo ocurrido durante las últimas semanas —dijo la muchacha—, pero creo que el problema ya existía antes de la llegada de Entreri. Es lo primero que debes admitir.

—Lo discutiremos todo —le prometió Wulfgar después de una breve pausa.

—Después de que acabemos con los drows —repuso Catti-brie. Una vez más el bárbaro asintió—. Y no olvides tu lugar en el grupo —agregó la joven—. Tienes tu puesto, y no es asunto tuyo preocuparte de mi seguridad. Haz tu trabajo y todo saldrá bien.

—Lo mismo digo —replicó Wulfgar con una sonrisa que provocó una reacción de cariño en Catti-brie, un recordatorio de las muchas cualidades que la habían llevado a enamorarse del bárbaro.

La pareja reanudó la marcha y esta vez Cattibrie caminaba a la par del hombre sonriente, y no detrás.

—Te he dado todo esto —afirmó Entreri, acercándose poco a poco a su rival, con la espada resplandeciente y la daga enjoyada extendidas a uno y otro lado como si le estuviera enseñando un tesoro—. Gracias a mis esfuerzos, una vez más tienes esperanzas, puedes caminar por estos túneles con una cierta convicción de que volverás a ver la luz del día. —Drizzt, con las cimitarras en las manos, vigiló al asesino, sin pronunciar palabra—. ¿No estás agradecido?

—Por favor, mátalo. —Drizzt escuchó el susurro de Regis, tal vez el ruego más lastimero que el vigilante había escuchado en toda su vida. Miró al halfling; lo vio temblar de pánico mientras se mordía el labio inferior y se retorcía las hinchadas manos. El drow no quiso pensar en los horrores que había pasado su amigo en manos de Entreri.

Drizzt miró al asesino; Centella brilló amenazadora.

—Ahora estás preparado para pelear —comentó Entreri con su habitual sonrisa cruel—. ¿Y preparado para morir?

El drow apartó la capa de los hombros y se adelantó, porque no quería enfrentarse a Entreri cerca del halfling, consciente de que el asesino era muy capaz de lanzar la daga contra Regis, por el placer de atormentarlo, de provocar su cólera.

La mano de Entreri hizo el ademán de lanzar la daga, y Drizzt se agachó instintivamente levantando las cimitarras en una posición defensiva. El asesino no lanzó la daga y su sonrisa demostró que nunca había tenido la intención de hacerlo.

Dos pasos más colocaron a Drizzt al alcance de la espada del asesino. Las cimitarras comenzaron su danza mortal.

—¿Nervioso? —lo provocó el asesino, tocando con la punta de la espada la hoja de Centella—. Claro que sí. Ese es el problema de tener el corazón tan tierno, Drizzt Do’Urden, la debilidad de tu pasión.

Drizzt atacó con un astuto golpe a través, para después pasar a una trayectoria descendente que obligó al asesino a hundir el estómago, al tiempo que empleaba la daga para detener el avance de la cimitarra.

—Tienes mucho que perder —añadió Entreri, al parecer poco preocupado por el ataque—. Sabes que, si mueres, también morirá el halfling. Demasiadas distracciones, amigo mío, demasiadas cosas para poder concentrarte en el duelo. —El asesino atacó mientras pronunciaba la última palabra, moviendo la espada a diestro y siniestro, de una cimitarra a la otra, en un intento por encontrar una brecha en las defensas de Drizzt que le permitiera colar la daga.

No había huecos en las defensas de Drizzt. Cada maniobra, por muy hábil que fuera, dejaba a Entreri en la misma situación de antes, y poco a poco las cimitarras pasaron de la defensa al ataque, obligando al asesino a retirarse y hacer una pausa.

—¡Excelente! —exclamó Entreri—. Ahora luchas con el corazón. Este es el momento que esperaba desde nuestro duelo en Calimport.

—No pienso desilusionarte —replicó Drizzt y reanudó el ataque, girando sobre sí mismo con las cimitarras colocadas como la rosca de un tornillo; era la misma maniobra que había utilizado en la caverna del nivel superior. Una vez más Entreri no supo cómo responder a este movimiento y no tuvo otra opción que mantenerse fuera del alcance de las cimitarras.

Drizzt acabó los giros a la izquierda del asesino, del lado de la mano que empuñaba la daga. El vigilante se zambulló para rodar por el suelo, justo por debajo del ataque de Entreri, y se levantó de un salto para atacar por la espalda, forzando al rival a dar media vuelta mientras movía la espada a un lado y a otro para detener los golpes de las cimitarras.

Entreri ya no sonreía.

Consiguió de milagro no recibir una estocada, pero Drizzt insistió en el ataque sin darle tiempo a recuperarse.

Entonces se escuchó el suave chasquido de una ballesta procedente de algún lugar del túnel. Los rivales saltaron hacia atrás simultáneamente y rodaron por el suelo mientras el dardo pasaba por encima de sus cabezas.

Cinco figuras entraron en la caverna con las espadas en alto.

—Tus amigos —comentó Drizzt, sin alzar la voz—. Al parecer, nuestro duelo quedará para mejor ocasión.

Entreri observó a los elfos oscuros con una mirada cargada de odio.

Drizzt comprendió la frustración del asesino. ¿Le daría Vierna la oportunidad de otro combate cuando había otros enemigos poderosos que buscaban a Drizzt en los túneles? Además, en el caso de que ella lo permitiera, Entreri debía entender que, como en el duelo anterior, no podría obligar a Drizzt a luchar con el mismo empeño, a la vista de que el resultado no lo beneficiaría en nada.

Sin embargo, las próximas palabras del asesino pillaron a Drizzt por sorpresa.

—¿Recuerdas nuestra pelea contra los duergars? —Entreri lo atacó mientras los soldados drows avanzaban. Drizzt paró los ataques, rápidos pero mal dirigidos—. Hombro izquierdo —susurró el asesino. La espada siguió a las palabras en busca del hombro de Drizzt. Centella subió por la derecha para detener el golpe, pero falló, y la hoja atravesó la capa del vigilante.

Regis gritó; Drizzt dejó caer una cimitarra y se inclinó sin ocultar el dolor. La punta de la espada de Entreri se acercó a diez centímetros de su garganta, y Centella estaba demasiado lejos para impedir la estocada final.

—¡Ríndete! —gritó el asesino—. ¡Suelta el arma!

Centella cayó al suelo y Drizzt continuó con la postura exagerada como si fuera a desplomarse de un momento a otro. Detrás de él Regis soltó un gemido e intentó alejarse, pero sus miembros sin fuerzas y heridos no le permitieron ni siquiera arrastrarse.

Los elfos oscuros se acercaron con cautela a la zona iluminada por la antorcha, sin dejar de comentar entre ellos las alternativas del duelo y alabando la capacidad de Entreri.

—Nosotros nos encargaremos de entregarlo a Vierna —dijo uno de ellos en lengua común.

Entreri comenzó a asentir, y entonces se volvió bruscamente para hundir la espada en el pecho de su interlocutor.

Drizzt, ileso y agachado para estar cerca de las armas, recogió las cimitarras y, girándose, lanzó una cimitarra después de la otra en un golpe horizontal contra el vientre del drow más cercano. El elfo oscuro herido intentó retroceder, pero Drizzt era demasiado rápido. Invirtió la trayectoria de la segunda cimitarra y lanzó un revés ascendente para clavar la punta del arma por debajo de las costillas y atravesarle los pulmones.

Entreri ya se enfrentaba al tercer drow, que intentaba por todos los medios mantener a raya la espada y la daga del rival. El asesino quería acabar deprisa, y todas sus maniobras eran exclusivamente ofensivas, destinadas a conseguir una muerte rápida. Pero el contrincante, un soldado con muchos años en Bregan D’aerthe, no era ningún novicio y conocía todos los trucos para montar una barrera defensiva difícil de superar.

El asesino gruñó enfadado manteniendo el acoso, a la espera del más mínimo error por parte del oponente.

Drizzt se vio emparejado contra dos, y uno de ellos mostró una sonrisa perversa mientras levantaba la ballesta. No le sirvió de nada porque el vigilante demostró ser más rápido. Colocó la cimitarra delante mismo del arma de forma tal que, cuando el drow disparó, el dardo chocó contra la hoja y se perdió en el aire.

El drow arrojó la ballesta al rostro de Drizzt, lo que lo forzó a retroceder y le dio el tiempo que necesitaba para desenfundar el puñal que servía de complemento a la espada.

El otro drow aprovechó la aparente desventaja de Drizzt y atacó con la tizona y la espada corta.

Los metales chocaron una docena de veces, a medida que Drizzt, aunque parecía imposible, paraba cada ataque. Entonces el segundo drow se sumó al combate, y Drizzt se vio en apuros a pesar de su habilidad. Centella paró la espada corta, siguió hacia adelante para desviar el golpe de la tizona y, pasando al otro lado, consiguió parar el ataque del puñal.

Los movimientos se repitieron a un ritmo frenético. Los soldados de Bregan D’aerthe trabajaban en armonía; cada uno coordinaba el ataque de acuerdo con lo que hacía el otro y proporcionaba la defensa adecuada cuando el compañero parecía vulnerable.

Drizzt no estaba muy seguro de poder vencer a estos dos, y sabía que se enfrentaba a una batalla muy larga. Echó una rápida mirada por encima del hombro y vio cómo Entreri abandonaba el ataque furibundo para adoptar un ritmo más llevadero contra su experto oponente.

El asesino advirtió la mirada de Drizzt y comprendió cuál era su problema. Movió la cabeza, y Drizzt captó el movimiento sutil de la mano que empuñaba la daga.

Drizzt se adelantó de pronto en un ataque furioso contra el drow que empuñaba la espada y el puñal, con lo que lo obligó a retroceder; después se volvió contra el segundo rival, moviendo las cimitarras de abajo hacia arriba para forzarlo a levantar la tizona.

Sin perder un segundo, el vigilante abandonó el ataque, apartó las cimitarras de la hoja de la tizona, y retrocedió dos pasos.

El drow, sin captar el sentido de la maniobra, mantuvo la tizona en alto por un instante —un instante demasiado largo— antes de pasar a la ofensiva.

Las joyas de la daga de Entreri dejaron una estela multicolor mientras el arma atravesaba el aire para ir a clavarse en las costillas del drow, debajo del brazo alzado. El elfo oscuro dejó escapar un gruñido y saltó a un lado; chocó contra la pared pero no perdió el equilibrio y mantuvo las armas en posición de defensa.

Su camarada se adelantó en el acto, comprendiendo el plan de Drizzt. La espada atacó primero abajo, después arriba, y a continuación subió un poco más para descargar un mandoble alto.

Drizzt paró, volvió a parar, y después se coló por debajo del previsible tercer ataque para hacerse a un lado, mientras lanzaba golpes rápidos y cortos con las cimitarras para abrir las defensas del drow herido. Una cimitarra se hundió en la carne del enemigo al lado de la daga y la otra la siguió de inmediato para rematar el trabajo.

Instintivamente, Drizzt movió la primera cimitarra a un lado y después hacia arriba, y se oyó el sonido del metal cuando detuvo el mandoble descendente de la espada del segundo drow.

El elfo oscuro que se medía con Entreri pasó a la ofensiva en cuanto el asesino se desprendió de la daga. Las espadas atacaron el arma de Entreri por arriba y por abajo, a un lado y al otro. Cuando el drow tuvo al asesino en la posición deseada, y convencido de que tenía el triunfo a su alcance, atacó con un doble golpe recto, las dos espadas en paralelo apuntadas al cuerpo del rival.

Con la velocidad del rayo, la espada de Entreri paró los dos ataques; golpeó la espada de la derecha una vez más con un revés que casi arrebató el arma de la mano del drow, y luego una tercera que obligó al enemigo a levantar el arma.

Drizzt retiró la segunda cimitarra del pecho del drow muerto, pero no la utilizó para defenderse del rival. En cambio, metió la punta por debajo de la cruz de la daga y, cuando vio a Entreri preparado para cogerla, empujó hacia arriba para enviarle la daga.

Entreri la cogió con la mano libre y con el mismo movimiento la hundió en las costillas desprotegidas del drow, que permanecía con las espadas en alto. El asesino dio un paso atrás, y el drow moribundo lo contempló incrédulo.

«Qué visión más deplorable», pensó Entreri, al ver que el enemigo intentaba levantar las espadas con sus brazos sin fuerzas. Encogió los hombros desdeñoso mientras el drow caía muerto al suelo.

En un combate mano a mano, el drow restante no tardó en comprender que no era rival para Drizzt Do’Urden. Continuó con los movimientos defensivos, buscando situarse a un lado, cuando de pronto se le ocurrió una idea desesperada. Sin dejar de hacer paradas y fintas para mantener a raya las cimitarras, cogió el puñal por la hoja como si fuera a lanzarlo.

De inmediato Drizzt aprestó una cimitarra para interceptar la trayectoria del lanzamiento mientras que con la otra mantenía el ataque.

Pero el oponente tenía la atención puesta en el halfling, que yacía indefenso a unos pocos pasos de distancia.

—¡Ríndete o mataré al halfling! —gritó el malvado elfo oscuro.

Los ojos lila de Drizzt resplandecieron furiosos.

Una cimitarra golpeó la muñeca del drow e hizo caer el puñal; la otra apartó la espada para seguir una trayectoria que le permitió alcanzar la rodilla del enemigo. Centella se movió como un relámpago azul para apartar la espada mientras la otra, siempre a media altura, hería al elfo oscuro en el muslo.

El drow condenado hizo una mueca y se tambaleó, en un intento por apartarse, por decir una palabra de rendición que le permitiera salvar la vida. Pero la amenaza contra Regis había sacado a Drizzt de las casillas.

El avance del vigilante fue lento y mortífero. Lo único que veía el oponente de Drizzt eran sus ojos, y nada de lo que había visto antes el drow, ni los látigos de cabezas de serpientes de las sacerdotisas o la furia desencadenada de una madre matrona, había anunciado la muerte con tanta claridad.

Agachó la cabeza, gritó con todas sus fuerzas, y, dominado por el terror, se lanzó adelante desesperado.

Las cimitarras lo alcanzaron en el pecho. Centella le atravesó los bíceps del brazo que sostenía la espada, y la otra cimitarra le ensartó la barbilla y le levantó la cabeza para que, en el momento de la muerte, pudiera ver una vez más los ojos lila.

Drizzt, con el pecho agitado por la descarga de adrenalina, los ojos encendidos por el fuego interior, apartó el cadáver de un empellón y miró a un lado, ansioso por acabar de una vez por todas el duelo con Entreri.

Pero el asesino se había esfumado.