El peso de la amistad
Drizzt se sentía muy vulnerable con las cimitarras enfundadas, y se detuvo varias veces convencido de que cometía una estupidez. Sin embargo, lo que estaba en juego —la vida de los amigos— lo empujaba a seguir, y con mucha cautela colocó mano sobre mano, para subir por el sinuoso y resbaladizo tobogán. Años atrás, cuando él también era una criatura de la Antípoda Oscura, había sido capaz de levitar y podía superar obstáculos como éste con gran facilidad. Pero aquella capacidad, aparentemente vinculada a las extrañas emanaciones mágicas de las regiones más profundas, la había perdido al poco tiempo de llegar a la superficie de Toril.
No sabía la distancia que había bajado y dio gracias a su diosa, Mielikki, por haber salido con bien de la caída. Subió unos treinta metros, unos cuantos por pendientes suaves y otros casi verticales. Con la agilidad de un ladrón, el drow continuó el ascenso.
¿Qué sería de Guenhwyvar?, se preguntó Drizzt. ¿Habría respondido a su llamada urgente? ¿Habría aprovechado la ocasión alguno de los drow, quizá el malvado Jarlaxle, para recoger la estatuilla y convertirse en amo de la pantera?
Poco a poco, Drizzt se acercó a la entrada del tobogán. No habían colocado la manta, y reinaba un silencio siniestro en la habitación. Sabía que el silencio no significaba gran cosa respecto a su gente. Él había dirigido patrullas a lo largo de más de ochenta kilómetros de túneles sin hacer el menor ruido. Preocupado, Drizzt imaginó a una docena de elfos oscuros instalados junto a la boca del tobogán con las armas preparadas, esperando el regreso del insensato prisionero.
Pero Drizzt tenía que subir. Por el bien de los amigos en peligro, debía controlar el miedo a que Vierna y los demás todavía estuvieran en la caverna.
Presintió el peligro a medida que acercaba la mano al borde. No vio nada en concreto; el único aviso provenía de los instintos guerreros.
Drizzt trató de no hacerles caso aunque no pudo evitar que la mano se moviera más lentamente. ¿Cuántas veces sus intuiciones —él prefería llamarlo suerte— lo habían salvado?
Los dedos se deslizaron con mucha suavidad sobre la piedra. El vigilante dominó el ansia de mover la mano, sujetar el borde, encaramarse y hacer frente al peligro que pudiera aguardarle. Se detuvo al notar algo apenas perceptible contra la punta del dedo medio.
¡No podía retirar la mano!
En cuanto desapareció el susto inicial, Drizzt comprendió la naturaleza de la trampa de la telaraña y se tranquilizó. Conocía los muchos usos de las telarañas mágicas: la casa primera de Menzoberranzan estaba rodeada por una cerca de telaraña y los filamentos eran irrompibles. Ahora, bastaba con que la punta del dedo estuviera en contacto con los hilos mágicos, para que Drizzt se viera prisionero.
Permaneció inmóvil, en el más absoluto silencio, concentrado en el movimiento de los músculos para repartir el peso del cuerpo contra la pared casi vertical. Poco a poco movió la mano libre hasta la capa, primero en busca de la cimitarra, pero después cambió de opinión y cogió uno de los pequeños dardos que le había quitado al drow muerto en el túnel inferior.
Drizzt se quedó de una pieza al oír voces drows en la habitación.
Apenas si podía escuchar la mitad de las palabras, pero comprendió que hablaban de él ¡y de sus amigos! Al parecer, Cattibrie, Wulfgar y alguien más que los acompañaba habían conseguido escapar.
Y la pantera también estaba libre. Drizzt escuchó varios comentarios referentes a Guenhwyvar, temerosas advertencias sobre el «malvado felino».
Más decidido que nunca, Drizzt acercó la mano libre a Centella, convencido de que debía cortar la barrera mágica, salir del tobogán y correr en ayuda de los amigos. Sin embargo, el momento de desesperación sólo duró el tiempo que tardó Drizzt en descubrir que, si Vierna había sellado esta salida con todo su grupo en la habitación, tenía que haber otro camino, no muy lejos, que comunicaba los niveles.
Las voces drows se alejaron, y Drizzt aprovechó para asegurar un poco más su precaria posición. Entonces sacó el dardo, lo frotó contra la piedra, y después contra la ropa en un esfuerzo por quitar la pócima somnífera de la punta. Con mucho cuidado acercó la punta al dedo pegado, apretó los dientes para no gritar, clavó el dardo debajo de la piel y la despegó de la carne.
Drizzt sólo podía confiar en que había quitado toda la pócima, que no se quedaría dormido; de otro modo, corría el riesgo de caer hasta el fondo y matarse. Buscó dónde sujetarse bien fuerte con la mano libre y, armándose de valor, tiró con todas sus fuerzas para cortar el trozo de piel.
Casi se desvaneció de dolor y estuvo a punto de perder el equilibrio, pero consiguió sostenerse y acercó el dedo a la boca para chupar y escupir la sangre envenenada.
Cinco minutos más tarde se encontraba otra vez en el túnel de abajo, con las cimitarras en las manos, sin dejar de mirar a un lado y al otro en busca de su archienemigo y también para adivinar la dirección que debía seguir. Sabía que Mithril Hall estaba hacia el este y que sus captores lo habían llevado hacia el norte. Por lo tanto, si de verdad había otro camino al nivel superior, probablemente lo encontraría más allá del tobogán, más hacia el norte.
Envainó a Centella —no quería verse delatado por la luz azul de la cimitarra— pero conservó la otra mientras avanzaba sigilosamente por el pasillo. No había más que unos pocos pasajes laterales y Drizzt lo agradeció, consciente de que cualquier cambio de dirección que decidiera hacer, sin ninguna indicación fiable, hubiese sido una pura adivinanza.
Entonces llegó a un cruce, y por el rabillo del ojo divisó una sombra fugaz que se movía deprisa por un túnel paralelo a la derecha.
Drizzt intuyó que era Entreri, y supuso que el asesino sabía dónde estaba la salida de este nivel.
Sin vacilar se dirigió a la derecha con paso cauteloso, convertido ahora en perseguidor.
Hizo una pausa cuando llegó al túnel paralelo, inspiró con fuerza y asomó la cabeza. La figura, que se movía deprisa y estaba bastante lejos, torció de pronto otra vez a la derecha.
Drizzt consideró el cambio de dirección con mucha suspicacia. ¿No tendría Entreri que haber seguido por la izquierda, sin apartarse del camino que supuestamente debía seguir Drizzt?
Entonces sospechó que el asesino conocía la presencia del perseguidor y lo conducía a un lugar que Entreri consideraba favorable. El vigilante no podía permitirse ninguna demora por hacer caso a sus sospechas, cuando estaba en juego la seguridad de sus amigos. Se encaminó a la derecha sólo para descubrir que no había ganado terreno porque el rumbo de Entreri los había llevado a ambos a un laberinto de pasillos entrecruzados.
Con el asesino fuera de la vista, Drizzt se concentró en el suelo. Gracias a que se había mantenido bastante cerca del perseguido todavía resultaba visible, aunque débilmente, el calor residual de las pisadas de Entreri. Comprendió que corría un riesgo al avanzar con la cabeza gacha, sin saber a qué distancia estaba Entreri por delante o atrás, porque no dudaba que el asesino lo había guiado hasta aquí con la intención de poder volver sobre sus pasos y atacarlo por la espalda.
Siguió el rastro de Entreri por los estrechos túneles hasta llegar a una zona de cavernas naturales. Aunque las huellas se enfriaban deprisa, Drizzt se las apañó para seguirlas.
Un grito débil delante de él lo obligó a detenerse. No se trataba de Entreri, pero no creía haber avanzado tanto como para que fueran sus amigos.
Entonces, ¿quién era?
Drizzt utilizó los oídos en lugar de los ojos para precisar la dirección del sonido entre los ecos y oyó algo que parecía un gimoteo constante. Agradeció los años de entrenamiento drow, los años pasados estudiando el comportamiento del eco en los túneles.
El gimoteo sonó más claro, y Drizzt supo con certeza que la fuente se encontraba al otro lado de la próxima curva, en lo que parecía ser una pequeña cámara oval.
Con una cimitarra en alto y la otra mano sobre la empuñadura de Centella, el drow rodeó la esquina.
¡Regis!
Golpeado y malherido, el rechoncho halfling yacía contra la pared más alejada con las manos atadas, una mordaza bien apretada en la boca, y las mejillas cubiertas de sangre seca. Drizzt estuvo a punto de echar a correr en socorro del amigo, pero se contuvo, atento a cualquiera de las muchas trampas del astuto Entreri.
Regis advirtió su presencia y lo miró desesperado.
Drizzt ya conocía aquella expresión, y reconoció su sinceridad por encima de cualquier imitación que Entreri, con o sin máscara, hubiese podido realizar. Un segundo más tarde estaba junto al halfling para librarlo de las cuerdas y arrancarle la mordaza.
—Entreri… —jadeó el halfling sin aliento.
—Lo sé —dijo Drizzt con calma.
—No —exclamó Regis reclamando la atención al drow—. Entreri… acaba…
—Acaba de pasar por aquí —manifestó Drizzt por él, dispuesto a que Regis no se esforzara más de lo necesario.
Regis asintió mientras miraba a un lado y al otro como si esperara que el asesino apareciera de improviso para matarlos.
En cambio a Drizzt le preocupaban más las heridas del halfling. Ninguna parecía grave pero en su conjunto representaban un riesgo bastante serio. El vigilante dejó que Regis descansara unos momentos para que la sangre volviera a circular con normalidad por las manos y pies de su amigo, y después lo ayudó a levantarse.
Regis sacudió la cabeza; lo invadió un terrible mareo y se habría desplomado de bruces de no haber estado Drizzt para sostenerlo.
—Déjame —le rogó Regis en una muestra de altruismo inesperada.
Poco dispuesto a abandonar al amigo, el drow sonrió y apretó a Regis contra su cuerpo.
—Nos iremos juntos —respondió tranquilamente—. No te dejaré, así como tú tampoco lo habrías hecho.
El rastro del asesino se había enfriado, y Drizzt tuvo que seguir a ciegas, confiando en encontrar alguna pista que lo condujera hasta el paso al nivel superior. Desenvainó a Centella, y se valió de la luz mágica para evitar las pequeñas grietas en el suelo y facilitar la marcha de Regis. Ya no podían avanzar en sigilo porque el halfling no dejaba de gemir y caminaba arrastrando los pies.
—Pensé que… me… mataría —comentó Regis cuando consiguió retener el aire suficiente para pronunciar una frase completa.
—Entreri sólo mata cuanto tiene algo que ganar —replicó Drizzt.
—¿Por qué… me trajo hasta aquí? —preguntó Regis, con un tono de preocupación—. ¿Y por qué… dejó que me encontraras? —Drizzt miró a su amigo, extrañado—. Te guio hasta mí —explicó el halfling—. El… —Regis se tambaleó, pero el fuerte brazo de Drizzt lo mantuvo erguido.
Drizzt conocía muy bien el motivo por el que Entreri lo había guiado hasta el halfling. El asesino sabía que Drizzt cargaría con Regis; para Entreri, esta era la diferencia entre él y el drow. Entreri consideraba la compasión como la debilidad del elfo oscuro. Sin la ventaja del factor sorpresa, Drizzt tendría que jugar al gato y ratón según las reglas de Entreri, con la preocupación añadida de cuidar del amigo. Incluso si por azar encontraba el acceso al nivel superior, Drizzt tendría dificultades para reunirse con los compañeros antes de que Entreri diera con él.
Pero, más importante que comprometerlo a cuidar de Regis, lo que pretendía el asesino era asegurarse una pelea honrada. Drizzt tendría que luchar por obligación, no podría evitarlo, si no quería dejar al halfling indefenso.
Regis perdió el conocimiento varias veces a lo largo de la media hora siguiente, y Drizzt lo cargó a hombros sin protestar. El vigilante sabía cómo moverse en los túneles y no dudaba que había escogido el camino correcto para salir del laberinto.
Llegaron a un pasaje largo y recto, un poco más ancho y con el techo más alto que los demás. Drizzt acomodó a Regis con la espalda apoyada en la pared y estudió el suelo. Advirtió que la piedra tenía una ligera pendiente hacia el sur, pero el hecho de que ellos, que iban en dirección norte, se desviaran un poco no lo preocupó.
—Este es el túnel principal de la región —afirmó por fin. Regis lo miró, extrañado—. En otros tiempos servía de riera —le explicó Drizzt—, y atravesaba la montaña para desembocar en alguna cascada en el norte.
—¿Bajamos? —preguntó Regis.
—Sí, pero creo que, si seguimos por este camino, encontraremos un pasaje que nos llevará a los niveles inferiores de Mithril Hall.
—Excelente deducción —declaró de pronto una voz no muy lejana. Una silueta delgada salió de un pasadizo lateral, sólo a unos cuantos metros delante de Drizzt y Regis.
Las manos de Drizzt volaron automáticamente hacia el interior de la capa: sin embargo, seguro de su habilidad con las cimitarras, las apartó mientras se aproximaba el asesino.
—¿Te he dado la oportunidad que buscabas? —preguntó Entreri, en tono de burla. Murmuró algo inaudible, probablemente un hechizo para su arma, porque la espada resplandeció con una luz verde azulada, que iluminó la grácil silueta del asesino que avanzaba con paso airoso hacia el enemigo.
—Una oportunidad que lamentarás —replicó Drizzt sin perder la calma.
—Ya lo veremos —afirmó Entreri con una amplia sonrisa que dejó ver la blancura de los dientes.