9

Cortes precisos

—¿Goblins? —preguntó Regis. Drizzt se inclinó sobre el cadáver de unos de los enanos, sacudiendo la cabeza aun antes de acercarse lo suficiente para inspeccionar las heridas. Sabía que los goblins no habrían dejado a los muertos tal como estaban, con todas las valiosas armaduras y las armas intactas. Además, los goblins nunca se llevaban los cuerpos de los compañeros muertos, y, sin embargo, los únicos cadáveres en el túnel eran enanos. Por muy numerosa que hubiese sido la fuerza atacante y aunque hubiesen tenido de su parte el factor sorpresa, resultaba increíble que los goblins pudieran haber acabado con los enanos sin sufrir ni una sola baja.

Las heridas visibles en la víctima más próxima parecían confirmar las sospechas del drow. Los cortes, muy finos y precisos, no podían haber sido hechos por las rudimentarias armas de los goblins. Una hoja afilada como una navaja y probablemente encantada, había cortado la garganta del enano. El tajo mortal apenas era visible, incluso después de que Drizzt limpiara la sangre de la herida.

—¿Quién los mató? —insistió Regis, impaciente. Pasaba el peso del cuerpo de un pie al otro, al tiempo que cambiaba de mano la antorcha una y otra vez.

La mente de Drizzt se negaba a aceptar lo que parecía obvio. ¿Cuántas veces durante los años vividos en Menzoberranzan, cuando formaba parte de las patrullas drows, Drizzt Do’Urden había visto heridas similares a estas? Ninguna otra raza en todos los reinos, a excepción de los elfos de la superficie, utilizaban armas tan bien afiladas.

—¿Quién los mató? —repitió Regis, con voz temblorosa.

—No lo sé —contestó Drizzt, francamente. Se acercó a otro cadáver, que aparecía sentado contra la pared. A pesar de la abundancia de sangre, la única herida que encontró el drow era un corte limpio en diagonal en el lado derecho de la garganta, un tajo fino como el papel pero muy profundo—. Pueden haber sido los duergars —añadió el elfo, refiriéndose a la malvada raza de los enanos grises. No era una suposición descabellada, porque los duergars habían servido al dragón Tiniebla Brillante y habían habitado en estos sectores hasta unos pocos meses atrás, cuando las fuerzas de Bruenor habían conseguido expulsarlos. De todos modos, Drizzt sabía que este razonamiento se basaba más en el deseo que en la realidad. Los codiciosos duergars habrían despojado a los muertos y se habrían llevado el valioso equipo minero. Además, los duergars, como todos los enanos de la montaña, preferían utilizar el hacha de combate. La herida que presentaba aquel enano no era de hacha.

—Tú sabes que no es verdad —declaró Regis a sus espaldas. El drow no se volvió; agachado se acercó a otro de los muertos. La voz de Regis se convirtió en un susurro, pero Drizzt escuchó el último comentario del halfling con la claridad de un toque de campana—. Crees que es obra de Entreri.

El elfo no había pensado en esta posibilidad porque ningún guerrero solitario, por muy capacitado que fuese, podría haber hecho una matanza de estas características. Miró a Regis, que permanecía impasible con la antorcha en alto y la mirada atenta a las reacciones del drow. A Drizzt le resultó curioso el razonamiento de halfling, y se le ocurrió como única explicación el pavor del compañero a que Entreri lo hubiera seguido desde Calimport.

El drow sacudió la cabeza y volvió a ocuparse de la investigación. En el cadáver del tercer enano encontró la pista que reducía el número de presuntos autores a una sola raza.

Un dardo pequeño sobresalía en un costado del cuerpo, debajo de la capa. Drizzt inspiró profundamente para serenarse antes de coger el dardo, porque sabía qué era y explicaba la facilidad con que se había cometido la matanza. El dardo untado con una sustancia soporífera se disparaba con una ballesta de mano, una de las armas favoritas de los elfos oscuros.

Drizzt se irguió en el acto y empuñó las cimitarras.

—Debemos salir de aquí —susurró con aspereza.

—¿Qué ocurre? —preguntó Regis.

El elfo, con todos los sentidos atentos a cualquier peligro en la oscuridad del túnel, no respondió.

Desde algún lugar detrás del halfling sonó el rugido ronco de la pantera.

Drizzt deslizó un pie hacia atrás y retrocedió lentamente, convencido de que cualquier movimiento brusco provocaría un ataque. ¡Elfos oscuros en Mithril Hall! De todos los horrores que Drizzt podía imaginar —y en Faerun, eran innumerables— ninguno superaba al de los drows.

—¿En qué dirección? —murmuró Regis.

La luz azul de Centella resplandeció súbitamente.

—¡Corre! —gritó Drizzt, al comprender la advertencia de la cimitarra. Dio media vuelta y vio a Regis sólo por un instante, porque el halfling desapareció en medio de un globo mágico de oscuridad que también ocultó la llama de la antorcha.

Drizzt se lanzó al suelo y rodó sobre sí mismo para refugiarse detrás del cadáver del enano. Cerró los ojos, para forzarlos a pasar a la visión infrarroja, y sintió los impactos en el cuerpo del enano. Eran dardos.

Una mancha negra emergió del globo a sus espaldas; el túnel se iluminó un poco cuando Regis salió por el otro lado de la zona oscurecida y la antorcha alumbró aquel sector.

El halfling no gritó, cosa que sorprendió a Drizzt y le hizo pensar que habían capturado al compañero.

Guenhwyvar pasó a su lado como una flecha corriendo primero hacia la izquierda y después a la derecha. Un dardo envenenado se estrelló contra el suelo entre las patas del animal. Otro se hundió entre las costillas de la pantera sin conseguir demorar su carrera.

Drizzt vio las siluetas de dos figuras esbeltas a muchos metros de distancia, cada una con un brazo extendido, como si estuviesen tomando puntería con las ballestas. El elfo apeló a sus habilidades mágicas innatas y lanzó un globo de oscuridad por delante de la pantera para ofrecerle protección. Entonces él también se levantó y echó a correr detrás de Guenhwyvar, confiando en que Regis hubiera podido escapar.

Entró en la zona oscura sin aminorar la marcha porque recordaba perfectamente bien la disposición del túnel, y esquivó el cadáver de otro enano. Cuando salió del globo mágico, vio la boca oscura de un pasaje lateral a la izquierda. Guenhwyvar había pasado de largo y ahora se acercaba a los drows, pero Drizzt, entrenado en las tácticas de su raza, intuyó que el pasaje lateral no debía de estar expedito.

Oyó un ruido de algo que se arrastraba, como el de muchas patas de bordes duros, y entonces retrocedió, sorprendido y asustado, cuando un monstruo de ocho patas, mitad drow y mitad araña, apareció en el recodo. La criatura encontraba apoyo para las patas con la misma facilidad en el suelo que en las paredes, y en las manos, que en algún tiempo habían sido delicadas como las de los demás drows, esgrimía sendas hachas.

En todo el mundo, no había nada más repulsivo para un elfo oscuro, incluido Drizzt Do’Urden, que una draraña.

El rugido de Guenhwyvar, acompañado por los chasquidos de varias ballestas, devolvió a Drizzt a la realidad a tiempo para detener el primer ataque de la draraña. El monstruo avanzó agitando las patas delanteras —para hacer que Drizzt perdiera el equilibrio— y descargó las hachas en un veloz golpe doble contra la cabeza del rival.

Drizzt se apartó del alcance de las patas con el tiempo justo para esquivar las hachas, pero, en lugar de continuar la retirada, enganchó un brazo alrededor de una pata y la utilizó como punto de giro para avanzar, mientras conseguía, gracias a un golpe de Centella, apartar una segunda pata. Esto le permitió ganar el espacio suficiente para ponerse de rodillas debajo de la bestia.

La draraña retrocedió con un chillido furioso, y buscó hundir las hachas en la espalda de Drizzt.

Sin embargo, la otra cimitarra ya estaba en posición, nivelada horizontalmente detrás del vulnerable cuello. Desvió la trayectoria de una de las hachas y enganchó la otra en el lugar donde el mango encajaba en la hoja. Drizzt se apoyó bien firme y se volvió hacia un lado mientras se erguía, con las puntas de las armas hacia arriba. Continuó la trayectoria de la segunda cimitarra, haciendo girar el hacha enganchada hasta desprenderla de la mano del monstruo. Al mismo tiempo, lanzó una estocada con Centella, encontró una grieta en el exoesqueleto de la criatura y hundió la hoja casi hasta el mango en la carne. Un líquido ardiente empapó el brazo de Drizzt; la draraña profirió un alarido de dolor y se sacudió violentamente.

Las patas empujaron a Drizzt de aquí para allá. Estuvo a punto de soltar a Centella y retiró la hoja de la herida para no perderla. Entre los barrotes de la celda formada por las patas, el elfo vio que más sombras oscuras salían del pasaje lateral. Eran drows que le apuntaban con las ballestas.

Se volvió como un rayo cuando disparó el primero. Por fortuna, su gruesa capa flotó en el aire y atrapó el dardo entre los pliegues. Pero, cuando acabó la maniobra desesperada, descubrió que su cuerpo asomaba por debajo de la draraña, y que la criatura se había movido lo suficiente para poder utilizar el hacha que le quedaba. Para colmo, un segundo drow lo tenía bien apuntado en la mira de la ballesta.

El hacha inició su trayectoria mortal —aunque Drizzt se sorprendió al ver que lo atacaba por la parte roma—, y el elfo se vio forzado a realizar una parada. Esperaba escuchar el chasquido de la ballesta, pero en cambio escuchó un gemido ahogado cuando el corpachón de la pantera sepultó al elfo oscuro.

Drizzt desvió el hacha con una cimitarra, después con la otra, y consiguió el tiempo necesario para apartarse de la draraña. Se puso de pie justo para detener la estocada del drow que tenía más cerca.

—¡Suelta las armas y ríndete! —gritó el rival, armado con dos espadas, en un idioma que Drizzt no había escuchado durante más de una década, un lenguaje que le hizo recordar a la hermosa y perversa Menzoberranzan. ¿Cuántas veces Zaknafein, su padre, armado de la misma manera, había aparecido ante él, dispuesto a un duelo de práctica?

Un gruñido inconsciente escapó de los labios de Drizzt; ejecutó una serie de combinaciones ofensivas que dejaron al rival sorprendido y fuera de equilibrio en una fracción de segundo. Una de las cimitarras atacó bajo y por un costado, la segunda en una trayectoria alta y recta; de pronto, la primera se desvió para golpear a la altura del hombro.

El drow lo miró boquiabierto al comprender que estaba perdido.

Guenhwyvar pasó junto a los combatientes, embistió a la draraña y las dos bestias rodaron por el suelo en una confusión de garras y patas.

Drizzt sabía que se acercaban más elfos oscuros por el túnel y el pasaje lateral. Renovó el ataque con nuevos bríos para evitar que su enemigo pudiese pasar a la ofensiva.

Encontró una brecha a la altura del cuello del oponente pero no tuvo el valor para matarlo. No se enfrentaba a un goblin, sino a un drow, a uno de su propia raza, quizás alguien como Zaknafein. El joven recordó la promesa hecha cuando había abandonado la ciudad de los elfos oscuros. Dejó pasar la ocasión, y en cambio torció la trayectoria para golpear una de las espadas enemigas. Centella siguió el ataque, contra la misma espada, y entonces con la otra descargó un golpe con el canto que hizo volar el arma por los aires. El malvado drow dio un paso atrás, y a continuación lanzó una estocada en la esperanza de hacer retroceder a Drizzt y recuperar la espada caída.

Un revés tremendo de Centella le arrebató la segunda espada; Drizzt, sin dudar de la efectividad del golpe, ya había avanzado antes de que Centella tocara el acero enemigo.

Podría haber rematado al elfo oscuro en el acto, pero Drizzt Do’Urden recordó una vez más la promesa hecha en el momento de dejar Menzoberranzan, una promesa que justificaba su partida: nunca más volvería a matar a nadie de su raza.

La cimitarra encontró su blanco en la rodilla del oponente, y el drow se desplomó con un aullido, sujetándose la rodilla destrozada.

Guenhwyvar se encontraba debajo de la draraña, con uno de los flancos desgarrados por las patas asesinas del monstruo.

—¡Vete, Guenhwyvar! —gritó Drizzt, mientras corría sin apartarse de la pared. En cuanto llegó junto a la bestia, comenzó a descargar mandobles contra las patas de aquel lado. Oyó el chillido de dolor de la draraña cuando una de las cimitarras se hundió en una de las extremidades y estuvo a punto de cercenarla.

La pantera recibió otro hachazo pero no respondió al ataque ni siguió a Drizzt.

—¡Vete, Guenhwyvar! —repitió el elfo desesperado, y la pantera volvió la cabeza lentamente para mirarlo. Drizzt comprendió la demora de la pantera al ver cómo se sacudía con los impactos de los dardos.

Los instintos de Drizzt le avisaron que debía enviar a la pantera al plano astral antes de que sufriera más heridas, pero no tenía la estatuilla.

—¡Guenhwyvar! —gritó otra vez, al ver que los elfos oscuros se acercaban a la carrera por el túnel. Fiel a su compañera, Drizzt decidió volver sobre sus pasos y luchar junto a la pantera hasta el final.

La criatura de ocho patas chilló victoriosa mientras levantaba el hacha para descargarla sobre el cuello de la pantera, tembloroso e indefenso. El arma inició la trayectoria mortal, pero cuando llegó a destino sólo se encontró con una nube de humo gris.

—¡Así me gusta! —oyó Drizzt que Regis decía a su espalda. El vigilante suspiró de alivio al advertir que la pantera estaba a salvo.

En aquel momento la draraña se volvió hacia él, y por primera vez, a la luz de la antorcha de Regis, Drizzt pudo ver con toda claridad el rostro de la criatura.

Aun así, no tuvo tiempo para identificarlo. Dio media vuelta, exagerando el movimiento para hacer flotar la capa (que recibió el impacto del dardo destinado a su espalda), y echó a correr.

El túnel se oscureció de inmediato, volvió a iluminarse, y otra vez quedó a oscuras, a medida que Regis atravesaba los globos de oscuridad. Drizzt se arrojó a un costado en cuanto penetró en su propio globo de oscuridad, y oyó el golpe de un dardo contra la piedra a unos pasos más allá. A toda carrera alcanzó a Regis después de pasar el tercer globo, y continuaron la huida juntos. Pasaron por la cámara donde se encontraban los enanos muertos, y doblaron por el túnel siguiente en dirección a la superficie, siempre con Drizzt en la vanguardia.