¡Cuántos caminos peligrosos he recorrido en mi vida! ¡Cuántos senderos retorcidos han pisado mis pies, en mi tierra natal, en los túneles de la Antípoda Oscura, a través de las tierras del norte en la superficie, e incluso en la marcha siguiendo a mis amigos!
No dejo de asombrarme. ¿Es que todos los rincones del ancho mundo pertenecen a gentes tan absortas en sí mismas que no pueden permitir a los demás que se crucen en sus vidas; personas tan llenas de odio que persiguen a los demás en busca de una venganza por algo que interpretan como un ataque, incluso cuando no ha sido más que una defensa legítima contra sus propios actos malvados?
Dejé a Artemis Entreri en Calimport, lo dejé allí después de saciar mi propio deseo de venganza con toda justicia. Nuestros caminos se han cruzado y separado, para mejoramiento de los dos. Entreri no tiene ningún motivo real para perseguirme, no tiene nada que ganar excepto quizá la posible reparación del orgullo herido.
¡Qué loco es!
Ha buscado la perfección del cuerpo, ha trabajado sus habilidades para el combate hasta alcanzar la perfección. Pero la necesidad de perseguirme revela su debilidad. A medida que descubrimos los misterios del cuerpo, también debemos descubrir la armonía del espíritu. Pero Artemis Entreri, a pesar de los progresos físicos, jamás conocerá la capacidad de su propio espíritu. Tendrá que escuchar celoso la armonía de los demás, atormentado con la idea de destruir todo aquello que amenace su tan ansiada superioridad.
Es muy parecido a mi gente, y también a muchos otros que he conocido de las diversas razas: jefes bárbaros cuyo poder depende de la capacidad de ganar guerras contra enemigos que no lo son; reyes enanos que atesoran riquezas inimaginables, cuando con sólo compartir una mínima parte de sus tesoros podrían mejorar la vida de todos aquellos que los rodean, lo que a su vez les permitiría desmontar la maquinaria militar defensiva y librarse para siempre de la paranoia que los consume; elfos engreídos que desvían la mirada de los sufrimientos de aquellos que no pertenecen a su pueblo, considerando que las «razas inferiores» son responsables de sus propios males.
He huido de estas gentes, he pasado junto a ellas, y he escuchado infinidad de historias sobre ellas de boca de los viajeros de todas las tierras conocidas. Y ahora sé que debo luchar contra ellas, no con la espada o con un ejército, sino permaneciendo fiel a lo que sé en el fondo de mi corazón que es el curso correcto para la consecución de la armonía.
Por la gracia de los dioses, no estoy solo. Desde que Bruenor recuperó el trono, los pueblos vecinos confían en sus promesas de que los tesoros de Mithril Hall beneficiarán a toda la región. La devoción de Cattibrie a sus principios es tan fuerte como la mía, y Wulfgar le ha enseñado a su pueblo guerrero el camino de la amistad, el camino de la armonía.
Ellos son mi coraza, mi esperanza en lo que vendrá para mí y todo el resto del mundo. Y los fracasados como Entreri encontrarán sus caminos ligados inexorablemente una vez más con los míos. Recuerdo a Zaknafein, pariente de sangre y alma. Recuerdo a Montolio y me estimula saber que hay otros que conocen la verdad, que, si perezco, mis ideales no morirán conmigo. A través de mis amigos, de la gente honorable que he conocido, sé que no soy el héroe solitario de causas perdidas. Sé que, cuando muera, aquello que es importante seguirá vivo.
Este es mi legado; por la gracia de los dioses, no estoy solo.
DRIZZT DO'URDEN