Sombras

No hay sombras en la Antípoda Oscura.

Sólo después de pasar años en la superficie he llegado a comprender la importancia de ese hecho aparentemente insignificante, la importancia del contraste entre la luz y la oscuridad. No hay sombras en la Antípoda Oscura, ni zonas de misterio donde sólo la imaginación puede entrar.

¡Qué cosa tan maravillosa es una sombra! He visto mi propia silueta caminar debajo de mí a medida que el sol alcanzaba su cenit; he visto un geomís crecer de tamaño hasta parecer un oso, con la luz del ocaso a sus espaldas proyectando y agrandando su silueta en el suelo. He caminado a través de los bosques al anochecer, y mi mirada pasaba alternativamente de las zonas más claras que atrapan la última luz del día, donde el verde de las hojas va tornándose gris de manera paulatina, a esos parches sombríos de terreno, esas zonas que sólo puedo ver con los ojos de mi imaginación. ¿Habrá un monstruo allí? ¿Un orco o un goblin? ¿O tal vez un tesoro —algo tan magnífico como una espada encantada o tan simple como la madriguera de un zorro— estará escondido al abrigo de la penumbra?

Cuando recorro los bosques al anochecer, mi imaginación camina a mi lado, agudiza mis sentidos, abre mi mente a cualquier posibilidad. Pero no hay sombras en la Antípoda Oscura, y la imaginación con sus fantasías no tiene cabida en ella. Todo está atenazado por un silencio opresivo, constante, amenazador, y un peligro muy real y siempre presente.

Imaginar un enemigo agazapado o un tesoro oculto es un modo placentero de ejercitar las sensaciones, de provocar un estado de alerta a propósito, de experimentar el estímulo de sentirse vivo. Pero cuando ese enemigo es más veces real que imaginario, cuando cada saliente en la piedra, cada escondrijo potencial se convierte en una fuente de tensión, entonces el juego deja de ser divertido.

Uno no puede caminar por los corredores de la Antípoda Oscura con su imaginación por compañera. Imaginar un enemigo detrás de una roca impedirá ver a un enemigo real detrás de otra. Soñar despierto impide estar alerta, y en la Antípoda Oscura estar desprevenido significa morir.

Esta fue la transición más difícil para mí cuando regresé a esos oscuros corredores. Tenía que convertirme otra vez en el cazador primitivo, tenía que sobrevivir manteniendo ese estado de alerta constante, ese estado de tensión en el que la descarga continua de adrenalina hace del cuerpo una máquina siempre presta para entrar en acción. El presente era lo único que importaba a cada paso del camino, la búsqueda de escondrijos potenciales desde los que enemigos potenciales podían tender emboscadas. No podía permitirme el lujo de imaginarme tales enemigos. Tenía que esperarlos, estar preparado para su aparición, reaccionar ante cualquier movimiento.

No hay sombras en la Antípoda Oscura, no hay cabida para la imaginación en este mundo de tinieblas. Es un lugar en el que se vive alerta, pero sin sentirse vivo; un lugar en el que no caben la esperanza ni los sueños.

DRIZZT DO'URDEN