9

Dos noches de retraso

La senda que recorrían era estrecha y pedregosa, por lo que iban más tiempo a pie, conduciendo a los caballos por las riendas, que montados. Cada palmo del camino era un tormento para Catti-brie. Había divisado la luz de una hoguera de campamento la noche anterior, y en el fondo del corazón supo que era Drizzt. Se había acercado a su yegua con intención de ensillarla y ponerse en marcha utilizando la luz como un faro que la guiaría hasta el drow, pero Fret la había detenido, explicándole que las herraduras mágicas de sus monturas no impedían que los animales se agotaran. También le recordó los peligros que podía encontrar en las montañas durante la noche.

Entonces Catti-brie había regresado junto a su propia hoguera, sintiéndose muy desdichada. Pensó en llamar a Guenhwyvar y enviar a la pantera en busca de Drizzt, pero desechó la idea enseguida. La hoguera no era más que una pequeña lucecita en algún punto de las sendas más altas, a muchos kilómetros de distancia, y tampoco tenía una razón lógica para estar segura de que se trataba de Drizzt.

Ahora, sin embargo, mientras subían lenta y penosamente por la senda alta, en la misma dirección donde había lucido la hoguera, Catti-brie temió haberse equivocado al no actuar la noche anterior. Observó a Fret, que se rascaba la blanca barba mientras recorría con la mirada el monótono paisaje, y deseó disponer de aquella luz para que los guiara.

—¡Llegaremos allí, no te preocupes! —le decía a menudo el pulcro enano al fijarse en su gesto abatido.

La mañana dio paso a la tarde y las sombras se alargaron en el paisaje.

—Tenemos que acampar —anunció Fret al acercarse el ocaso.

—Seguimos adelante —se opuso la joven—. ¡Si lo que vimos anoche era la hoguera de Drizzt, entonces nos saca ya un día de ventaja, con herraduras mágicas o sin ellas!

—¡Sería imposible encontrar la cueva en la oscuridad! —replicó el enano—. Eso sí, podríamos encontrar un gigante o incluso un troll, o los lobos que sin duda abundan por estos contornos, pero ¿una cueva? —Al reparar en el gesto ceñudo de Catti-brie, Fret se preguntó si había sido juicioso por su parte hacer este comentario sarcástico.

»¡Oh, está bien! —gritó el impoluto enano—. Seguiremos buscando hasta que caiga la noche.

Continuaron senda adelante, pero llegó un momento en que Catti-brie apenas si veía la yegua que caminaba a su lado, y el caballo de Fret estuvo a punto de despeñarse por un precipicio. Finalmente, la testaruda joven tuvo que dar su brazo a torcer y accedió a detenerse y acampar.

Después de instalarse, la muchacha se acercó a un árbol, un pino alto, y se encaramó hasta las últimas ramas para montar guardia a la espera de alguna señal. Si se encendía alguna hoguera, decidió la joven, se pondría en camino o, al menos, enviaría a la pantera.

Pero aquella noche no brilló ninguna lumbre. Tan pronto como se lo permitió la luz de amanecer, los dos compañeros emprendieron la marcha. Apenas transcurrida una hora, Fret palmeó sus limpias manos muy excitado, pues le parecía que había encontrado un sendero que le resultaba familiar.

—Ya estamos cerca —prometió a la joven. La senda continuó subiendo y bajando, serpenteando por cañadas llenas de árboles y ascendiendo de nuevo entre rocas peladas por la acción del viento. Fret ató su caballo a la rama de un árbol y empezó a trepar un escarpado terraplén, asegurando a Catti-brie que habían dado con el sitio que buscaban. Pero, después de trepar durante dos horas, descubrieron que se habían equivocado de ladera.

A media tarde comprobaron que la promesa hecha por Fret horas antes de que «no estaban lejos» era acertada. Cuando había hecho tal afirmación, la cueva que el enano buscaba estaba a menos de un kilómetro de su posición. Sin embargo, encontrar una cueva específica en un territorio montañoso no es tarea fácil, ni siquiera para un enano, y Fret había estado en ese sitio una sola vez, hacía más de veinte años.

Por fin la encontró, cuando la sombras empezaban a alargarse otra vez en las montañas. Catti-brie sacudió la cabeza mientras inspeccionaba la entrada y el hoyo de la lumbre utilizado dos noches atrás. Se notaba que la hoguera había sido preparada y atendida con gran cuidado, del modo que lo haría un vigilante.

—Estuvo aquí —dijo la joven al enano—. Hace dos noches.

Catti-brie se apartó del hoyo, se retiró de la cara los mechones castaño rojizos, y miró al enano como si él tuviera la culpa. Volvió la vista hacia el exterior de la cueva, a la zona de la montaña donde habían acampado dos noches antes, al punto desde el que había divisado esta misma lumbre.

—No habríamos podido llegar esa noche —respondió el enano—. Por mucho que te hubieses apresurado, correr o cabalgar en la oscuridad…

—La luz de la lumbre nos habría guiado —lo interrumpió Catti-brie.

—¿Durante cuánto tiempo? —replicó Fret—. Dio la casualidad de que nos encontrábamos en una posición ventajosa, un hueco entre las elevadas cumbres. Tan pronto como hubiéramos entrado en un barranco o hubiéramos llegado a la ladera, la luz habría dejado de verse. ¿Qué habríamos hecho entonces, testaruda hija de Bruenor?

De nuevo, la expresión ceñuda de Catti-brie hizo enmudecer al enano, que lanzó un profundo suspiro mientras alzaba las manos en un gesto impotente.

La joven sabía que Fret tenía razón. Aunque sólo se habían internado en las montañas unos cuantos kilómetros desde esa noche, los senderos habían sido traicioneros, subiendo, bajando y retorciéndose como una serpiente por las crestas rocosas. El enano y ella habían recorrido, por lo menos, una veintena de kilómetros para llegar allí; aun en el caso de que hubiera llamado a Guenhwyvar, habría sido imposible que la pantera hubiese conseguido alcanzar a Drizzt.

La lógica del razonamiento no sirvió para apaciguar la frustración que hervía dentro de la muchacha. Había jurado seguir a Drizzt, encontrarlo y traerlo de vuelta a casa; pero ahora, de pie al borde de la solitaria cueva perdida en un paraje agreste, se enfrentaba a la entrada de la Antípoda Oscura.

—Volveremos junto a la dama Alustriel —dijo Fret—. Quizá tiene aliados que estén mejor preparados para localizar al drow.

—¿A qué te refieres? —quiso saber Catti-brie—. Fue un valeroso intento —contestó Fret—. Tu padre se sentirá orgulloso del empeño que has puesto, pero…

Catti-brie se plantó frente al enano en dos zancadas, lo apartó de un empellón y se encaminó a la parte posterior de la cueva, hacia la oscura entrada de un túnel descendente. Se dio un fuerte golpe en los dedos del pie al tropezar con una irregularidad del suelo, pero se negó a gritar, ni siquiera a gemir, pues no quería que Fret pensara que era una chiquilla. No obstante, mientras revolvía el petate buscando el yesquero, la lámpara y el aceite, Catti-brie se sintió así precisamente, como una ridícula chiquilla.

—¿Sabes que le caes bien? —comentó Fret como sin darle importancia.

El comentario hizo que la muchacha dejara de hurgar en el petate. Se volvió para mirar al enano, que sólo era una pequeña y oscura silueta recortada contra la grisácea luz del exterior.

—Me refiero a Alustriel —añadió Fret.

Catti-brie no supo qué contestar. No se había sentido a gusto en presencia de la magnífica dama de Luna Plateada, ni mucho menos. Ya fuera de manera intencional o no, Alustriel la había hecho sentirse pequeña, totalmente insignificante.

—De verdad —insistió Fret—. Y no sólo eso. Además te admira.

—Y un cuerno —resopló Catti-brie, convencida de que el enano se burlaba de ella.

—Le recuerdas a su hermana —continuó Fret, sin cejar en su empeño—. Paloma Garra de Halcón, una mujer enérgica donde las haya.

Catti-brie no replicó en esta ocasión. Había oído muchas historias de la hermana de Alustriel, una vigilante legendaria, y, a fuer de ser sincera, se las daba de ser un poco como Paloma. De pronto, las afirmaciones del enano no le parecieron tan sarcásticas.

—Ah, pobre Alustriel —suspiró Fret—. Le gustaría ser más como tú.

—¡Y un cuerno! —barboteó Catti-brie sin poderlo remediar. La idea de que Alustriel, la fabulosa dama de Luna Plateada, pudiera sentir el menor asomo de envidia por ella resultaba absurda.

—Y dos, si quieres —replicó Fret—. ¿Qué os ocurre a los de vuestra raza que ninguno parece tener la justa medida de lo que vale? ¡Unos se valoran más de lo que merecen y otros menos de lo que sería razonable! Alustriel te aprecia, repito. Incluso te admira. Si no fuera así, si pensara que tú eres tonta y tus planes una estupidez, ¿por qué iba a haberse tomado tantas molestias? ¿Por qué iba a enviarme a mí, un valioso sabio, como tu acompañante y guía? ¿Y por qué, hija de Bruenor Battlehammer, te habría proporcionado esto?

Fret levantó una mano en la que sostenía algo delicado que Catti-brie no distinguía qué era. Guardó silencio un momento, para digerir lo que el enano le había dicho, y luego se acercó a él.

Fret sostenía una fina banda de plata, una especie de diadema con una gema engastada.

—Es preciosa —admitió Catti-brie mientras admiraba la piedra preciosa de un tono verde pálido, por cuyo centro corría una línea negra.

—Más que eso —dijo Fret, indicándole con un gesto que se la pusiera.

La joven se la colocó de manera que la gema quedara apoyada en el centro de su frente. Entonces sufrió un fuerte mareo, pues las imágenes a su alrededor fluctuaron y se hicieron borrosas de repente. Podía ver al enano, y no sólo su silueta, sino los rasgos. Miró en derredor con expresión incrédula, enfocando el fondo de la cueva. Parecía que estaba bañada por la luz de las estrellas; no con excesiva nitidez, pero Catti-brie podía distinguir los salientes y las oquedades con bastante claridad.

La joven, por supuesto, no lo veía, pero la fina línea negra que atravesaba la parte central de la gema se había dilatado como si fuera una pupila.

—Entrar en la Antípoda Oscura con una brillante antorcha no es lo más sensato —comentó Fret—. Una simple vela pondría de manifiesto que eres una extraña en ese lugar y te haría vulnerable. Además ¿cuánto aceite podrías llevar, de todas formas? Antes de que acabara el primer día, tu lámpara ya no te serviría de nada. El Ojo de Gato elimina ese inconveniente, ¿comprendes?

—¿El Ojo de Gato?

—El ágata —explicó Fret señalando la gema—. Alustriel en persona realizó el hechizo. Por regla general, una piedra preciosa dotada con tal encantamiento te mostraría únicamente matices grises, pero la dama prefiere la luz de las estrellas. Pocos en los Reinos pueden presumir del honor de haber recibido semejante regalo.

Catti-brie asintió en silencio, sin saber qué decir. El remordimiento y la sensación de culpabilidad la asaltaron mientras analizaba sus sentimientos hacia la dama de Luna Plateada, y se consideró ridícula por haber siquiera llegado a dudar. Por dejar que los celos ofuscaran su criterio.

—Se me ordenó que intentara disuadirte de seguir adelante con tu peligroso plan —continuó el enano—. Pero Alustriel sabía que fracasaría. Realmente, tienes mucho en común con Paloma. Las dos sois testarudas e imprudentes, y actuáis como si os creyeseis inmortales.

»Aunque teme por ti, Alustriel sabía que no renunciarías, que no te detendrías ante nada, que incluso entrarías en la Antípoda Oscura. —En el tono del enano no había sarcasmo ni menosprecio, y, una vez más, sus palabras cogieron por sorpresa a la joven—. ¿Pasarás la noche en la cueva? —preguntó Fret—. Puedo encender lumbre, si quieres.

Catti-brie sacudió la cabeza en un gesto negativo. Drizzt ya le llevaba mucha ventaja.

—Lo suponía —musitó el pulcro enano en voz queda.

La joven no lo oyó, pues ya se encaminaba al fondo de la cueva, hacia el túnel. Se detuvo para llamar a Guenhwyvar, consciente de que necesitaba el apoyo de la pantera para emprender la marcha. Mientras el animal se materializaba, Catti-brie volvió la cabeza hacia la boca de la cueva para decirle al enano que le diera las gracias a Alustriel, pero Fret ya se había marchado.

—Vamos, Guen —musitó la joven con una sonrisa tirante en el rostro—. Tenemos que encontrar a Drizzt.

La pantera husmeó la entrada del túnel brevemente y luego se puso en movimiento, aparentemente, en la pista.

Catti-brie se detuvo un instante y giró la cabeza hacia la entrada de la cueva, con la mirada prendida en el cielo estrellado. Se preguntó si alguna vez volvería a ver esas estrellas.