La sorpresa de Catti-brie
—Creí que te habían desmontado de tu lagarto —comentó Drizzt, intentando aparentar una seguridad que ocultaba su decepción. Berg’inyon clavó una mirada ardiente en el impetuoso renegado, pero no respondió.
—Un disparo excelente —se mostró de acuerdo Dantrag—, pero sólo era un lagarto, al fin y al cabo. Un precio muy bajo a cambio de la diversión que tus insignificantes amigos y tú nos habéis proporcionado.
Sin variar su actitud despreocupada, Dantrag alargó la mano y cogió la larga lanza mortal que su hermano Berg’inyon sostenía.
—¿Preparado para morir, Drizzt Do’Urden? —preguntó mientras inclinaba la mortífera punta.
Drizzt adoptó una postura agazapada, buscando el equilibrio de su cuerpo, y cruzó las cimitarras ante sí. Se preguntó dónde estarían Catti-brie y Entreri, y temió que hubieran encontrado resistencia —los soldados de Dantrag— en el corredor.
Un profundo desánimo se apoderó de él al pensar que Catti-brie podía estar muerta, pero al punto desechó esa idea recordándose que debía confiar en la joven, en su capacidad para cuidar de sí misma.
El lagarto de Dantrag saltó hacia adelante de improviso y a continuación se deslizó a lo largo de la pared. Drizzt no tenía ni idea de por dónde lo atacaría al llegar a su altura; quizá volvería al suelo o tal vez continuaría por la pared. También cabía la posibilidad de que se encaramara al techo para situar a su jinete justo encima del blanco.
Dantrag sabía que Drizzt había estado en la superficie —donde no había techos— muchos años. ¿Habría optado por esta alternativa pensando que era la más ventajosa para él?
Drizzt inició un desplazamiento hacia el muro opuesto, pero en lugar de completarlo se tiró de rodillas al suelo en el mismo instante en que Dantrag instaba a su montura, lanzada a toda carrera, a subir al techo. La punta de la lanza pasó rozando la cabeza del vigilante, que se incorporó mientras el jinete pasaba por encima de él e intentó agarrar el astil del arma.
Sintió un pinchazo en los riñones y se volvió para ver a Berg’inyon que, todavía sentado tranquilamente en su montura, cargaba de nuevo la ballesta de mano.
—¡No tiene por qué ser una lucha limpia, Drizzt Do’Urden! —explicó Dantrag con una carcajada y, haciendo dar media vuelta a su bien entrenado lagarto, lo condujo de regreso al suelo del túnel, y aprestó la lanza una vez más.
Espada y daga atacaron con salvaje rapidez en un intento de Entreri de acabar con el empecinado drow. Pero era un guerrero experimentado al que se enfrentaba, y ejecutó los golpes defensivos con celeridad y precisión. Detrás del drow, otros elfos oscuros avanzaban paso a paso hacia Entreri, cobrando confianza al presenciar el modo en que su compañero paraba y desviaba los diabólicos ataques del asesino.
—¿Qué estás haciendo? —interrogó Entreri a Catti-brie al verla arrodillada junto a un gran pilar rocoso.
La joven se incorporó y disparó una flecha contra la piedra, luego una segunda, y a continuación volvió a ponerse de rodillas.
—¿Qué demonios haces? —demandó Entreri con más énfasis.
—Deja de protestar y acaba de una vez con el drow —replicó Catti-brie con fiereza, y el hombre la miró desconcertado, sin saber qué pensar de esta sorprendente criatura. Como si fuera una ocurrencia de último momento, la joven dejó la estatuilla de ónice en el suelo y con una voz entre burlona y calmosa llamó—: Regresa, Guenhwyvar. Mi heroico compañero necesita tu ayuda.
Entreri soltó un gruñido rabioso y atacó a su adversario con renovada furia… Justo la reacción que la astuta joven esperaba provocar con su pulla. La espada inició un movimiento circular, y la daga enjoyada arremetió a fondo a cada oportunidad que se le presentaba.
El elfo oscuro gritó algo, y uno de los que estaban más cerca de él hizo acopio de valor y se adelantó para unirse a la contienda. Entreri gruñó otra vez y, de mala gana, retrocedió un paso en el corredor.
Una flecha plateada pasó volando frente al asesino y lo dejó momentáneamente cegado; cuando el hombre recobró la vista, sólo se enfrentaba a un drow, y los otros que observaban la pelea desde atrás, a un lado del pasadizo, habían desaparecido.
Entreri dirigió a Catti-brie una mirada sarcástica, pero la muchacha estaba ocupada de nuevo en disparar a la roca (y hablando con la pantera que había reaparecido) y no vio su gesto.
Drizzt sintió el ardor del veneno drow en su espalda, pero también notó el cosquilleo de las pociones curativas que había tomado recientemente. Empezó a tambalearse adrede y oyó que Dantrag se reía de él y lo zahería. El previsible chasquido de la ballesta de mano de Berg’inyon sonó y Drizzt se dejó caer al suelo, de manera que el dardo pasó sobre él y cortó de raíz el regocijo del arrogante maestro de armas al chocar contra la pared a escasos centímetros de su cabeza.
La carga de Dantrag se inició aun antes de que Drizzt acabara de incorporarse, y, esta vez, el maestro de armas arremetió directamente de frente. Drizzt se agachó sobre una rodilla, se levantó como un resorte y, girando sobre sí mismo, golpeó frenéticamente la peligrosa y encantada lanza al pasar esta por debajo de su brazo más levantado. Dantrag, sobre la marcha y con una rapidez increíble, disparó un golpe de revés con la mano que alcanzó a Drizzt en la cara. El vigilante, que blandía las dos cimitarras para mantener a raya la lanza, no pudo responder al golpe.
El maestro de armas atacó de nuevo con una celeridad sorprendente, y Drizzt tuvo que zambullirse hacia un lado mientras la poderosa lanza dibujaba un profundo arañazo en la piedra. Drizzt giró al lado contrario de inmediato, esperando alcanzar a su adversario con un golpe mientras pasaba a su lado; pero, una vez más, Dantrag fue demasiado rápido para él y, desenvainando su propia espada, no sólo consiguió desviar el ataque de Drizzt, sino que contraatacó con un golpe seco que alcanzó la mano extendida del vigilante. La espada volvió entonces a la funda, demasiado deprisa para que los ojos de Drizzt pudieran seguir los movimientos.
El lagarto dio media vuelta y se encaramó a una pared para lanzarse al siguiente ataque, lo que forzó a Drizzt a realizar una voltereta desesperada hacia el lado opuesto.
—¿Durante cuánto tiempo más, Drizzt Do’Urden? —preguntó el engreído maestro de armas, consciente de que la constante actividad del vigilante para esquivar sus asaltos estaba agotándolo.
Drizzt gruñó y no pudo rebatir sus palabras; pero, mientras se levantaba del suelo y se giraba para seguir los movimientos del lagarto, el vigilante atisbó un destello de esperanza por el rabillo del ojo: la grata imagen de cierta pantera negra que aparecía por el recodo del túnel.
Dantrag hacía que su montura diera media vuelta para iniciar su quinto ataque cuando Guenhwyvar se abalanzó sobre ellos como un tornado. El lagarto se tambaleó por el impacto, con Dantrag sujeto a la silla de montar por la correa de seguridad. El maestro de armas se las ingenió para desabrochar la tira de cuero, y los dos animales salieron dando tumbos por el suelo; Dantrag se puso de pie, tembloroso, y se volvió hacia Drizzt.
—Ahora es una lucha justa —declaró el vigilante.
El dardo de la ballesta de mano pasó silbando junto a Dantrag, rozó la cimitarra que Drizzt había levantado para desviar el tiro, y se clavó en el hombro del vigilante.
—Ni mucho menos —objetó Dantrag, que había recobrado la sonrisa.
Más deprisa de lo que pudo seguir la vista de Drizzt, desenvainó las dos espadas e inició un avance comedido. En su mente, repitiendo sus palabras como un eco, resonó el asenso telepático de su sensitiva espada, quizá más deseosa de este combate que el propio maestro de armas:
Ni mucho menos.
—¿Qué te propones? —gritó Entreri cuando Guenhwyvar pasó a su lado como un rayo sin mirar siquiera a su oponente.
El encolerizado asesino descargó su frustración en el único drow que le hacía frente, atacando al infortunado soldado con una combinación de tres estocadas que le hizo perder el equilibrio en tanto que uno de sus brazos sangraba con profusión. Probablemente, Entreri podría haber puesto fin a la lucha en ese momento, pero parte de su atención estaba puesta en Catti-brie.
—Estoy haciendo unos agujeros —contestó la joven, como si con aquello lo explicara todo.
Varios disparos más siguieron en una rápida sucesión, haciendo saltar lascas de una enorme estalactita. Entonces, una flecha atravesó la piedra y entró en la caverna que estaba debajo.
—Hay lucha en el túnel —gritó Entreri—. Y los elfos oscuros no tardarán en flotar hasta el agujero del techo.
—¡Entonces haz tu trabajo! —le chilló Catti-brie—. ¡Y deja que yo haga el mío!
Entreri se mordió los labios y contuvo a duras penas la siguiente réplica; si seguían vivos cuando todo esto acabara, Catti-brie iba a lamentar no estar muerta.
El drow que combatía con el asesino atacó de repente, pensando que su adversario estaba distraído y que podía alcanzar una victoria fácil. Pero la espada de Entreri arremetió a derecha, a izquierda y de frente y, desviando las dos armas del elfo oscuro, lo alcanzó de nuevo, aunque superficialmente, en el brazo herido.
Eran una bola rodante de pelaje negro y escamas; Guenhwyvar y el lagarto subterráneo estaban enzarzados en un revoltijo de dentelladas y zarpazos. Con su cuello más largo, el lagarto tenía la cabeza girada hacia un lado y mordía a Guenhwyvar en el flanco, pero la pantera mantenía cerradas las mandíbulas en la base del cuello del lagarto con firme tenacidad. Todavía más efectivas eran sus garras que, al tener a su alcance el cuerpo del reptil, le daban una clara ventaja mientras rodaban por el suelo. Las zarpas delanteras de la pantera se mantenían firmemente clavadas para sujetar al lagarto, en tanto que las posteriores arañaban y abrían tajos.
La victoria estaba al alcance de la asediada pantera, pero entonces Guenhwyvar sintió una dolorosa punzada en la espalda: la punta de una espada.
La pantera giró bruscamente la cabeza, frenética, y sus fauces arrancaron un pedazo del hombro del lagarto; pero el dolor trajo la oscuridad, y Guenhwyvar, muy castigada ya durante la huida por los puentes, tuvo que darse por vencida y, diluyéndose en una niebla insubstancial, siguió el túnel de regreso al plano astral.
El malherido lagarto rodó sobre sí mismo, con el cuello sangrándole y las tripas colgando al tener desgarrada la piel del abdomen. Se arrastró tan deprisa como pudo, buscando un agujero en el que esconderse.
Berg’inyon apenas prestó atención al reptil. Se limitó a sentarse de nuevo en su montura y se dispuso a presenciar el inminente duelo con un interés más que pasajero. Empezó a cargar la ballesta de mano, pero lo pensó mejor y no hizo nada.
A Berg’inyon se le acababa de ocurrir que, venciera quien venciera en este duelo, él saldría ganando.
El maestro de armas, con las manos levantadas y las hojas de sus espadas descansando sobre los hombros, adelantó unos pasos hasta plantarse ante Drizzt. Empezaba a decir algo, o eso es lo que pensó Drizzt, cuando una de sus armas se descargó repentinamente. El vigilante alzó la cimitarra para frenar el golpe y sonó el vibrante choque de acero contra acero; Dantrag impulsó la otra espada en un barrido hacia afuera al tiempo que, con un giro de muñeca, arremetía con la empuñadura de la primera hacia adelante.
Drizzt apenas vio los movimientos. Levantó a Centella a tiempo de parar la segunda espada, y recibió un fuerte golpe en la cara. Se descargó un segundo golpe sobre su rostro cuando la otra mano de Dantrag se disparó hacia arriba, demasiado rápida para que Drizzt la viera venir.
El vigilante se preguntó qué clase de magia poseía, pues no podía creer que nadie fuera capaz de moverse con tanta rapidez.
El aguzado filo de una de las espadas de Dantrag empezó a brillar con una clara línea rojiza, aunque a los ojos de Drizzt tenía la apariencia de un borrón reluciente ya que el maestro de armas seguía con sus ataques relampagueantes. Todo cuanto podía hacer Drizzt era reaccionar a cada movimiento, blandiendo sus cimitarras aquí y allí, sintiendo cierto alivio cuando oía el sonido metálico de los aceros. Quedaba desechada toda idea de contraatacar; a Drizzt sólo le cabía esperar que Dantrag se cansara enseguida.
Pero el maestro de armas sonreía, consciente de que Drizzt, como cualquier otro drow, no podía moverse lo bastante deprisa para contraatacar.
Centella detuvo una estocada que venía por la izquierda; la otra espada de Dantrag, la que brillaba, trazó un amplio arco hacia la derecha, y Drizzt se quedó un poco desequilibrado al tener que levantar la segunda cimitarra en perpendicular para frenar el ataque. La espada chocó con la cimitarra cerca de la punta, y el vigilante supo que no tenía fuerza suficiente para detener del todo ese golpe en un ángulo tan precario. Se zambulló de cabeza en el mismo momento en que la punta de su arma se inclinaba por el impacto y la espada pasaba silbando sobre su cabeza, seguía la trayectoria mientras Drizzt rodaba sobre sí mismo, y golpeaba —¡y abría un profundo tajo!— en la pared de piedra.
El vigilante casi gritó de sorpresa al ver el increíble filo de aquella espada; ¡había cortado la pared como si en lugar de ser piedra fuera uno de los malolientes quesos que tanto gustaban a Bruenor Battlehammer!
—¿Cuánto tiempo podrás aguantar? —le preguntó Dantrag con sorna—. Tus movimientos ya empiezan a ser más lentos, Drizzt Do’Urden. Tendré tu cabeza muy pronto.
El maestro de armas se adelantó, sintiéndose muy seguro de sí mismo, y más ahora que había visto en acción al legendario renegado.
Drizzt había sido cogido por sorpresa, a la defensiva, y temeroso de las consecuencias de su derrota. Se obligó a hacer este razonamiento, a entrar en una especie de trance en el que su único foco de atención fuera su enemigo. No podía seguir reaccionando a los fulgurantes movimientos de Dantrag; tenía que profundizar más, comprender los métodos de su astuto y diestro adversario, como lo había hecho cuando el maestro de armas cargó con el lagarto. Entonces había adivinado que Dantrag lo atacaría por el techo, porque había analizado la situación desde la perspectiva del maestro de armas.
Y así ocurrió ahora. Dantrag arremetió con una combinación de estocadas a izquierda, derecha, izquierda e izquierda, pero las cimitarras de Drizzt interceptaron todos y cada uno de los golpes; de hecho, Drizzt inició las fintas defensivas incluso antes de que Dantrag empezara los ataques, que, en el fondo, no eran tan diferentes de los de Zaknafein durante todos aquellos años de entrenamiento. Si bien Dantrag se movía mucho más deprisa que cualquier otro drow con el que Drizzt se había enfrentado, el vigilante empezó a sospechar que al maestro de armas le resultaba imposible improvisar en medio de una maniobra ni rectificar un movimiento ya iniciado.
Interceptó un ataque por lo alto y efectuó un giro completo para lanzar a Centella en una trayectoria cruzada y desviar la previsible estocada de la segunda espada. Entonces supo que su suposición era acertada; Dantrag estaba tan prisionero de su propia velocidad como lo estaban sus adversarios.
Llegó una peligrosa estocada a fondo, pero Drizzt ya estaba de rodillas, con una cimitarra situada sobre su cabeza para mantener alta la trayectoria del arma de Dantrag. El segundo golpe del maestro de armas estaba ya en camino, pero se descargó una décima de segundo después de que Centella se adelantara e infligiera un fino corte en la espinilla de Dantrag, lo que lo obligó a retroceder de un salto en lugar de completar el golpe.
Con un rugido de rabia, el maestro de armas se lanzó de nuevo al ataque y golpeó las armas de Drizzt de manera que el vigilante tuvo que levantarlas poco a poco. Respondió a todos los movimientos, siguiendo los pasos del ataque. Al principio, su mente se adelantó a los acontecimientos para hallar un contraataque efectivo, pero entonces vio el objetivo que escondía la maniobra de Dantrag, una estrategia con la que Drizzt estaba familiarizado por haberla practicado con su padre.
Dantrag no podía saber —nadie lo sabía, salvo Zaknafein y el propio Drizzt— que el vigilante había encontrado la solución a esta maniobra ofensiva en apariencia invencible.
Las cimitarras subieron más y más, obligadas por las estocadas a fondo y hacia arriba de Dantrag. El ataque se llamaba doble golpe bajo, y su propósito era hacer que las armas del adversario estuvieran altas para después apoyar el peso en el pie retrasado y a continuación lanzarse con una doble estocada a fondo.
Drizzt saltó hacia atrás y realizó la cruz invertida, la única parada posible para el astuto golpe. Pero Drizzt estaba contraatacando a la par que hacía la parada, cargando el peso en el pie adelantado mientras que con el retrasado lanzaba un puntapié entre las empuñaduras de sus cimitarras, contra la frente de Dantrag.
El golpe alcanzó entre los ojos al sorprendido maestro de armas, que retrocedió varios pasos, trastabillando. Drizzt se abalanzó sobre él, convertido en un torbellino de furia. Ahora fue él quien tomó la iniciativa y descargó una lluvia de golpes continuos para que el maestro de armas se viera imposibilitado de pasar de nuevo a la ofensiva y no pudiera sacar todo el partido posible a su increíble velocidad.
Cambiadas las tornas, ahora era Dantrag el que tenía que reaccionar a los fulgurantes ataques de Drizzt, cuyas cimitarras lo acosaban desde cualquier ángulo imaginable. Drizzt no sabía durante cuánto tiempo sería capaz de mantener este ritmo frenético, pero era consciente de que no podía permitir que Dantrag pasara otra vez a la ofensiva y lo obligara de nuevo a retroceder.
En honor a la verdad, hay que decir que Dantrag se las arregló bien para guardar el equilibrio lo bastante como para desbaratar los ataques, y el maestro de armas paró y desvió cada vez que alguna de las cimitarras buscaba un hueco en sus defensas. Drizzt advirtió que sólo las manos de Dantrag parecían poseer aquella velocidad inexplicable; el resto del cuerpo del drow se movía con agilidad y equilibrio, como era de esperar de un maestro de armas de la casa Baenre, pero no más rápido de lo que lo hacía Drizzt.
Centella se lanzó a fondo, y la espada de Dantrag la frenó lateralmente. El astuto Drizzt torció la cimitarra y utilizó el filo curvado para girar sobre la espada del maestro de armas y alcanzarlo en el brazo.
Dantrag saltó hacia atrás, intentando soltar su arma trabada, pero Drizzt mantuvo las distancias y sus cimitarras no le dieron cuartel. Otra vez más, y una tercera, Drizzt convirtió las paradas perfectas de Dantrag en pequeños golpes a su favor merced a los gráciles movimientos de las hojas curvas, que giraban sobre las rectas de las espadas.
¿Es que Dantrag era incapaz de prever sus movimientos tan bien como él había previsto los del maestro de armas?, se preguntó Drizzt, sarcástico, y la idea lo hizo sonreír con malicia. Una vez más, Centella atacó a fondo, y la espada se adelantó en el previsible golpe de parada, la única defensa posible. Drizzt comenzó a torcer la cimitarra, y Dantrag empezó a echar el brazo hacia atrás.
Pero el vigilante frenó el movimiento repentinamente e, invirtiendo la trayectoria, impulsó a Centella en un golpe a través tan fulgurante que Dantrag no tuvo tiempo de reaccionar. La mortífera cimitarra abrió un profundo tajo en el otro antebrazo del maestro de armas en su movimiento hacia fuera y luego retrocedió siguiendo la misma trayectoria a la inversa e infligió un corte horizontal en el vientre de Dantrag.
Con un gesto de dolor, el maestro de armas se las ingenió para retroceder de un salto y apartarse de su peligroso adversario.
—Eres bueno —admitió, y, aunque intentaba conservar su aire de aparente seguridad, el leve temblor de su voz le hizo comprender a Drizzt que el último golpe había sido serio. Dantrag sonrió inesperadamente—. ¡Berg’inyon! —llamó mientras miraba hacia un lado. Sus ojos se desorbitaron por la sorpresa al ver que su hermano ya no estaba allí.
—Me parece que quiere ser el maestro de armas —comentó Drizzt con calma.
Dantrag gritó encorajinado y, adelantándose de un salto, descargó una serie de violentos ataques con los que pasó de nuevo a la ofensiva.
La espada se alzó centelleante, y el iracundo asesino se adelantó mientras su daga enjoyada absorbía con ansiedad la fuerza vital de su adversario. Entreri extrajo el arma y volvió a hundirla; luego retrocedió un paso y dejó que el cuerpo del drow muerto se desplomara en el suelo.
El asesino tuvo el sentido común de saltar hacia un lado del pasaje lateral de inmediato, y sacudió la cabeza en un gesto irritado cuando varios dardos se estrellaron contra el muro que había frente a la salida del pasaje.
Entreri se volvió hacia Catti-brie, que seguía arrodillada, y de nuevo exigió saber qué se traía entre manos.
La joven, con su engañoso aire de inocencia, sonrió ampliamente y le mostró el último de los relojes de arena cargados; luego lo colocó en uno de los agujeros abiertos por las flechas.
El asesino palideció al comprender cómo había conseguido Catti-brie derrumbar antes el puente de la caverna y vio con toda claridad lo que se proponía hacer ahora.
—Más vale que salgamos corriendo —comentó la muchacha mientras se incorporaba, con Taulmaril en la mano.
Entreri ya se había puesto en movimiento y ni siquiera miró al corredor lateral cuando pasó por delante.
Catti-brie lo seguía de cerca y reía sin parar. Se detuvo unos instantes junto al agujero abierto en el suelo del túnel desde el que se veía parte de la caverna, justo lo suficiente para gritar a los elfos oscuros, que ascendían levitando en su dirección, que no les iba a gustar el recibimiento que les esperaba.
Mandoble a la izquierda, mandoble a la derecha, estocada a fondo a la izquierda, estocada a fondo a la derecha. El ataque de Dantrag se produjo con una rapidez y una dureza brutales, pero las cimitarras de Drizzt estaban colocadas adecuadamente para realizar las paradas y las fintas oportunas. Una vez más, el astuto vigilante recurrió a su tercera arma —el pie— para contraatacar, y lanzó una patada al vientre, ya herido, del maestro de armas.
Dantrag no pudo evitar doblarse de dolor y de nuevo tuvo que pasar a la defensiva, sin más posibilidad que reaccionar desesperadamente a las insistentes y constantes arremetidas de Drizzt.
Entreri apareció por el recodo.
—¡Corre! —gritó y, aunque el asesino necesitaba a Drizzt para llevar a cabo la huida, ni siquiera se detuvo para hacer que el vigilante lo siguiera.
Catti-brie llegó a continuación, justo a tiempo de ver las cimitarras de Drizzt centellear en una doble estocada a fondo que detuvo las espadas cruzadas de Dantrag. La rodilla del vigilante se alzó mucho más deprisa que la del maestro de armas cuando los cuerpos de los dos adversarios se aproximaron inevitablemente, siguiendo el impulso del movimiento, y, en medio de una súbita explosión de dolor, Dantrag comprendió que no podía frenar a Drizzt.
El vigilante hizo que Centella girara sobre la espada que la frenaba, de manera que la punta del arma quedó vuelta hacia las costillas de Dantrag. Pareció que los dos hombres hacían una pausa, mirándose a los ojos.
—Zaknafein te habría derrotado —afirmó el vigilante con acritud, y hundió la cimitarra en el corazón de Dantrag.
Drizzt se volvió hacia Catti-brie, que venía corriendo en su dirección, y se preguntó qué despertaba en ella el terror que asomaba a sus ojos.
De pronto, la joven saltó hacia él de una manera extraña, y el vigilante tardó un segundo en advertir que Catti-brie venía lanzada por el aire, impulsada por la fuerza de una onda explosiva.