10

Viejos amigos

La marcha continuó a lo largo de estrechos túneles y a través de cavernas que se perdían de vista por los lados y por arriba. Mantenía un trote rápido sobre roca desnuda o suelos embarrados sin hacer el menor ruido, sin chapoteos. Cada paso que daba en los túneles profundos de la Antípoda Oscura refrescaba un poco más la memoria de Drizzt Do’Urden, lo llevaba de vuelta a los días en que había sobrevivido en las salvajes e inhóspitas soledades, cuando se había convertido en el cazador.

Tenía que encontrar ese otro yo agazapado en lo más hondo de su ser, la criatura primitiva y salvaje que había en él, la que se guiaba por el dictado de sus instintos. No había lugar para el raciocinio en las agrestes soledades de la Antípoda Oscura; sólo había tiempo para actuar.

Drizzt detestaba la perspectiva de someterse a esa parte salvaje, detestaba toda esta aventura, pero tenía que continuar, ya que, si fracasaba, si lo mataban en los agrestes territorios deshabitados antes de llegar a Menzoberranzan, su misión resultaría perjudicial para sus amigos. Habría desaparecido, pero los elfos oscuros no lo sabrían y se lanzarían contra Mithril Hall. Por el bien de Bruenor, de Regis y de la querida Catti-brie, tenía que seguir adelante, y tenía que convertirse otra vez en el cazador primitivo. Trepó hasta el techo de un elevado pasadizo para hacer su primer alto en el camino y se sumió en un intranquilo duermevela, colgado cabeza abajo, con las piernas encajadas hasta las rodillas en una estrecha hendidura y las manos metidas en el cinturón, cerca de las cimitarras.

El eco de un sonido en un túnel distante lo despertó cuando apenas llevaba una hora dormitando. Había sido un ruido muy leve, quizás una pisada en el barro succionador, pero Drizzt se mantuvo totalmente inmóvil, percibiendo la alteración en el aire quieto, escuchando los levísimos ecos residuales y determinando la dirección con absoluta exactitud.

Sacó las piernas de la grieta, giró sobre sí mismo, y se dejó caer los cuatro metros y medio que lo separaban del suelo. Tuvo el cuidado de tocar éste con las punteras de las flexibles botas en primer lugar para absorber el impacto y no hacer el menor ruido. Echó a correr para alejarse de aquellos ecos, ya que no quería verse envuelto en más conflictos antes de llegar a la ciudad drow.

La confianza en sí mismo se incrementó con cada paso que daba. Estaba recuperando sus instintos, junto con sus recuerdos de aquel tiempo que había pasado en la soledad de los túneles de la Antípoda Oscura.

Llegó a otra zona embarrada donde el aire era cálido y sonaba el siseo y el borboteo de agua efervescente. El área estaba salpicada de brillantes estalactitas y estalagmitas húmedas, que creaban un laberinto y aparecían como fuentes de calor a la visión infrarroja del drow.

Drizzt conocía este lugar, lo recordaba de su viaje hacia la superficie. Aquel hecho causó alivio e inquietud por igual en el elfo oscuro. Se alegraba de estar en el buen camino, pero no podía negar el miedo que esa misma certeza despertaba en él. Se dejó guiar por el sonido del agua, sabiendo que encontraría los túneles correctos al otro lado de las fuentes termales.

La temperatura aumentó de manera paulatina hasta hacerse desagradable, pero Drizzt siguió con la capa echada y bien ajustada al cuerpo, no queriendo verse sorprendido en esta peligrosa zona sin otra cosa que una cimitarra en sus manos.

Y el drow sabía bien que esta área era sumamente peligrosa. Todo tipo de monstruos podía estar agazapado tras los pilares, y a Drizzt le costó un gran esfuerzo avanzar en silencio a través del espeso fango. Si dejaba el pie en un mismo sitio durante unos segundos, el pegajoso barro se adhería en torno a la bota y, consecuentemente, alzar el pie atascado tenía como resultado inevitable un sonido de succión. En una de tales ocasiones, Drizzt hizo un alto mientras levantaba muy despacio el pie, intentando descubrir la pauta de los ecos. Sólo tardó un segundo en comprender que los sonidos repetidos que oía los producían otros pies que no eran los suyos.

Drizzt escudriñó la zona rápidamente y observó la temperatura del aire y la intensidad del brillo de las estalagmitas. Las pisadas se hicieron más nítidas, y el drow comprendió que un grupo numeroso se acercaba. Su mirada recorrió escrutadora cada túnel lateral, y la rápida conclusión fue que ese grupo no llevaba ninguna fuente de luz.

El elfo oscuro se deslizó hacia una afilada estalactita cuya punta se encontraba a poco más de un metro del suelo. Dobló las piernas y se puso de rodillas debajo de ella; luego colocó la capa a su alrededor de manera que simulara una silueta cónica, asegurándose de que no hubiera formas irregulares, como por ejemplo un pie sobresaliendo demasiado del contorno. A continuación, el drow alzó la vista hacia la estalactita, estudiando su forma; levantó las manos hasta tocar la punta y la rodeó con los dedos, uniéndose a ella suavemente y procurando que la punta siguiera siendo la parte más ahusada.

Cerró los ojos y metió la cabeza entre los antebrazos; luego se meció varias veces, comprobando su equilibrio y suavizando los bordes de su silueta.

Drizzt se había convertido en el pilar de una estalagmita.

Enseguida escuchó a su alrededor ruidos de chapoteos y unas voces rechinantes, que sonaban como gruñidos y que reconoció como pertenecientes a goblins. Miró a hurtadillas una sola vez y sólo durante un instante para asegurarse de que no llevaban ninguna luz, pues su presencia habría resultado obvia si una antorcha lo hubiera iluminado.

Ocultarse en este negro mundo subterráneo era muy diferente de esconderse en un bosque, incluso en una noche oscura. El truco estaba en distorsionar las distintivas líneas del calor corporal, y Drizzt estaba convencido de que el aire en torno a él y las estalagmitas era, como mínimo, tan caliente como el que irradiaba su capa.

Oyó las pisadas de los goblins a pocos palmos de distancia, y supo que un grupo numeroso —al menos unos veinte, calculó Drizzt— estaba a su alrededor. Consideró los movimientos exactos que tendría que hacer para llevar las manos a las cimitarras lo más rápidamente posible. Si uno de los goblins se rozaba contra él, el juego habría terminado y él tendría que convertirse en un torbellino de acción, arremetiendo para abrirse paso entre sus filas e intentar dejarlos atrás antes de que pudieran darse cuenta de que estaba allí.

No tuvo que hacerlo. El grupo de goblins siguió su camino a través del bosque de estalactitas y estalagmitas y del drow que no era un pilar de roca.

Drizzt abrió los ojos de color de espliego, en los que brillaba el fuego interno del cazador. Permaneció totalmente inmóvil unos instantes más para asegurarse que no había rezagados, y luego se alejó corriendo, silencioso como una sombra.

Catti-brie supo de inmediato que Drizzt había acabado con esta bestia semejante a una pantera, pero con seis patas y tentáculos. Arrodillada junto al cuerpo, examinó los tajos profundos y curvados y dudó que cualquier otro hubiera podido ejecutar unos golpes tan precisos.

—Era Drizzt —le susurró a Guenhwyvar, y la pantera contestó con un quedo rugido—. Hace cosa de dos días.

El monstruo muerto le recordó lo vulnerable que podía ser. Si Drizzt, con todo su sigilo y sus conocimientos de la vida en la Antípoda Oscura, se había visto forzado a combatir, ¿cómo podía esperar pasar inadvertida?

La joven se reclinó en el musculoso flanco de la pantera, necesitando su apoyo. No podía mantener a Guenhwyvar junto a ella mucho más tiempo, lo sabía. El mágico animal era una criatura del plano astral y necesitaba volver a él con frecuencia para descansar. Catti-brie tenía la intención de pasar la primera hora en el túnel sola, tenía la intención de salir de la cueva sin la pantera a su lado, pero había perdido el valor nada más dar unos cuantos pasos. Necesitaba el respaldo tangible de su aliada felina en este lugar extraño. A medida que pasaba el día, Catti-brie empezó a sentirse un poco más a gusto en aquel entorno y decidió dejar marchar a Guenhwyvar tan pronto como el camino se hiciera más evidente, tan pronto como encontraran una zona con menos pasajes laterales. Al parecer, habían llegado a un sitio así, pero también habían hallado los restos de la bestia.

La joven emprendió la marcha a paso vivo, indicando a Guenhwyvar que se mantuviera cerca de ella. Sabía que tenía que dejar marchar a la pantera, que no debía agotar la fuerza del animal en previsión de que lo necesitara en una emergencia, pero justificó su retraso convenciéndose de que muchos animales carroñeros, u otros felinos de seis patas, podían rondar por las cercanías.

Veinte minutos más tarde, con los túneles oscuros y silenciosos a su alrededor, la joven se detuvo y se obligó a sacar fuerzas de flaqueza. Ordenar a la pantera que se marchara fue uno de los actos más valientes que había llevado a cabo nunca, y, cuando la niebla se disipó y Catti-brie guardó de nuevo la estatuilla en su bolsa, agradeció de todo corazón el regalo que Alustriel le había hecho.

Estaba sola en la Antípoda Oscura; sola en los profundos túneles repletos de mortíferos enemigos. Pero, al menos, podía ver, y la ilusoria luz de estrellas —hermosísima incluso aquí, sobre la roca gris— le levantó el ánimo.

Inspiró profundamente y se tranquilizó. Recordó a Wulfgar y repitió su promesa de que no perdería a ningún otro amigo. Drizzt la necesitaba; no podía permitir que sus miedos la vencieran.

Cogió el guardapelo en forma de corazón y lo apretó entre sus dedos para que el calor mágico la guiara en la dirección correcta. Echó a andar de nuevo, obligándose a dar un paso tras otro y a dejar cada vez más atrás el mundo donde brillaba el sol.

Drizzt aceleró la marcha una vez que hubo cruzado la zona de aguas termales, ya que ahora recordaba el camino y, también, los muchos enemigos que tenía que evitar.

Los días transcurrían sin incidentes; pasó una semana y luego otra, pero el drow seguía manteniendo un trote constante. Años atrás, había tardado más de un mes en llegar a la superficie desde Blingdestone, la ciudad enana que se encontraba a unos setenta u ochenta kilómetros al oeste de Menzoberranzan, y ahora, convencido de que el peligro era inminente para Mithril Hall, estaba decidido a acortar ese tiempo.

Llegó a unos túneles tortuosos y angostos, y encontró una bifurcación que le era familiar, un corredor que se dirigía hacia el norte y otro que continuaba hacia el oeste. Drizzt estaba seguro de que el ramal del norte lo llevaría antes hasta la ciudad drow, pero siguió en dirección oeste confiado en que obtendría mayor información si seguía una ruta más conocida, y con la secreta esperanza de encontrarse, tal vez, con viejos amigos en el camino.

Seguía corriendo un par de días después, pero ahora se paraba a menudo y acercaba el oído a la piedra esperando escuchar el sonido de un golpeteo rítmico. Drizzt sabía que Blingdestone no estaba lejos, y era posible que las cuadrillas de enanos mineros anduvieran por los alrededores. Sin embargo, los túneles seguían en silencio, y Drizzt empezaba a darse cuenta que ya no le quedaba mucho tiempo. Pensó en ir directamente a la ciudad enana, pero finalmente decidió no hacerlo. Ya había empleado demasiado tiempo en el trayecto; era hora de acercarse a Menzoberranzan.

Una hora más tarde, al doblar un recodo en un corredor inferior que estaba tapizado de liquen brillante, los agudos oídos de Drizzt captaron un ruido distante. Al principio, el drow sonrió pensando que había encontrado a los escurridizos enanos, pero al prestar más atención y escuchar sonidos de metal chocando contra metal, e incluso un grito, su expresión cambió por completo.

Se sostenía una batalla a corta distancia.

Drizzt echó a correr, guiándose por los ecos cada vez más fuertes. Llegó a un callejón sin salida y tuvo que volver sobre sus pasos, pero enseguida recuperó el rumbo. Desenvainó las cimitarras al llegar a una bifurcación del corredor; los dos túneles continuaban en una dirección similar, aunque uno de ellos ascendía bruscamente, y en ambos resonaba el fragor de la batalla.

El vigilante decidió tomar el ramal que ascendía, y echó a correr en una postura agazapada. Al doblar un recodo divisó una abertura y supo que había llegado al lugar de la batalla. Salió del túnel, que desembocaba en una cornisa situada a seis metros sobre una amplia cámara; el suelo era muy accidentado, lleno de grietas y pilares, y por todas partes las formas de svirfneblis y drows luchaban entre sí.

¡Svirfneblis y drows! Drizzt se recostó con pesadez en la pared, las cimitarras colgando flojamente a sus costados. Sabía que los svirfneblis, los enanos de las profundidades, no eran malvados, y no le cabía la menor duda de que eran los drows los que habían instigado esta lucha, probablemente tendiendo una emboscada a la cuadrilla de enanos mineros. El corazón le gritaba que saltara de la cornisa y ayudara a los acosados enanos, que estaban en clara desventaja, pero era incapaz de moverse. Había luchado contra drows, había matado drows, pero nunca con la conciencia tranquila. Eran gentes de su propia raza, de su propia sangre. ¿Y si entre ellos había otro Zaknafein? ¿Otro Drizzt Do’Urden?

Un elfo oscuro, que perseguía enardecido a un enano herido, trepó por el costado de un pilar rocoso y se encontró con que la piedra había cobrado vida en la forma de un elemental terrestre, aliado de los enanos. Los enormes brazos pétreos rodearon al elfo oscuro y lo estrujaron, sin que los golpes propinados por las armas del drow, inofensivas contra su armadura natural de roca, hicieran mella en el elemental.

Drizzt se encogió ante la espantosa escena, pero en cierto modo se sentía aliviado al ver que los enanos se defendían bien. El elemental se giró lentamente, derribando una estalagmita que obstruía su camino, y desgajó el suelo para liberar los enormes trozos de piedra que configuraban sus pies.

Los enanos empezaron a agruparse detrás de su aliado gigante, intentando organizarse de nuevo en algo parecido a una formación de combate en medio del caos general. Sus esfuerzos estaban dando resultado, ya que muchos de ellos zigzagueaban entre el laberinto de estalagmitas para reunirse con la fuerza central cada vez más numerosa, en tanto que los elfos oscuros retrocedían inevitablemente ante el peligroso gigante. Un fornido enano, sin duda un capataz de las prospecciones mineras, ordenó un avance directo a través de la caverna.

Drizzt se agazapó en la cornisa. Desde su ventajosa posición podía ver a los habilidosos guerreros drows extendiéndose en abanico alrededor de los enanos, flanqueando su formación y escondiéndose tras los pilares. Otro grupo se deslizó furtivamente hacia la salida más alejada, el punto de destino de los enanos, y se situó en posiciones estratégicas. Sin embargo, si el elemental resistía, los svirfneblis tenían muchas posibilidades de abrirse paso, y, una vez en el corredor, podrían dejar al elemental en la retaguardia para que les cubriera las espaldas mientras corrían hacia Blingdenstone.

Tres mujeres drows salieron a descubierto para enfrentarse al gigante. Drizzt suspiró al ver que vestían las inconfundibles túnicas adornadas con los blasones de la araña pertenecientes al culto de Lloth. Drizzt las identificó como sacerdotisas, posiblemente de rangos altos, y supo que los enanos no escaparían.

Una tras otra, las mujeres entonaron una salmodia y, extendiendo las manos ante sí, lanzaron una rociada de fina llovizna. Cuando el líquido pulverizado alcanzó al elemental, el gigante empezó a disolverse y unas vetas de barro reemplazaron la piedra sólida.

Las sacerdotisas prosiguieron con sus cánticos y sus ataques. El pétreo gigante se adelantó bramando encolerizado, sus rasgos deformados por el cieno chorreante.

Una ráfaga de agua pulverizada lo alcanzó de lleno en el pecho, y, de inmediato, una ancha franja de barro empezó a deslizarse por el torso del gigante, pero la sacerdotisa que había llevado a cabo el ataque estaba demasiado absorta en su maniobra y no retrocedió con suficiente rapidez. Un brazo pétreo se disparó y la alcanzó, rompió huesos y la lanzó por el aire contra una estalagmita.

Las dos drows restantes alcanzaron otra vez al elemental; las piernas del ser se disolvieron, y el gigante se desplomó con estruendo en el suelo. Las extremidades empezaron a reconstruirse de inmediato, pero las sacerdotisas continuaron lanzando su mortífera llovizna. Al ver que habían perdido a su aliado, el cabecilla de los enanos ordenó una carga, y los svirfneblis se lanzaron al ataque y derribaron a una de las sacerdotisas antes de que los elfos oscuros situados a los flancos tuvieran tiempo de cerrar el cerco. La batalla se libraba de nuevo con ímpetu, esta vez justo debajo de Drizzt Do’Urden.

El vigilante contuvo el aliento mientras presenciaba el espectáculo; vio a un enano que gritaba al recibir las cuchilladas de tres drows y luego se derrumbaba muerto en el suelo.

Drizzt ya no tenía excusas. Sabía la diferencia entre el bien y el mal, el significado de la presencia de las sacerdotisas de Lloth. Un fuego interno brilló en sus ojos, de color de espliego; las cimitarras salieron de sus fundas, y Centella cobró vida con un destello azulado.

Localizó a la sacerdotisa restante a su izquierda. Se encontraba junto a una estalagmita alta y estrecha, y su brazo extendido tocaba a un svirfnebli. El enano estaba parado ante la mujer, incapaz de hacer movimiento alguno de ataque, gimiendo y estremeciéndose de dolor por las arremetidas mágicas de la sacerdotisa. Una energía negra chisporroteaba a lo largo del brazo de la mujer mientras absorbía, literalmente, la fuerza vital de su infortunada víctima.

Sujetando a Centella bajo el brazo con el que manejaba la otra cimitarra, Drizzt saltó en el aire, se agarró a la punta de aquella estalagmita y descendió por ella en una rápida espiral. Cuando sus pies tocaron el suelo se encontraba al lado de la sacerdotisa; enarboló las armas con presteza.

La drow, sobresaltada, articuló una serie de órdenes concisas, confundiendo a Drizzt con un aliado. Centella se hundió en su corazón.

El enano, medio consumido, miró a Drizzt con curiosidad y después se desmayó. Drizzt echó a correr, advirtiendo a gritos a los enanos, en su propia lengua, que los elfos oscuros estaban apostados cerca de la salida a la que se dirigían. El vigilante procuró no ponerse al descubierto, consciente de que cualquier svirfnebli que topara con él lo atacaría, y que cualquier drow que lo viera podría reconocerlo.

Intentó no pensar en lo que acababa de hacer, intentó no pensar en los ojos de la mujer, tan parecidos a los de su hermana Vierna.

Se metió detrás de un pilar y se mantuvo con la espalda pegada a la dura superficie, rodeado por el estruendo de la batalla. Un enano salió de detrás de otra estalagmita, blandiendo un martillo con actitud amenazadora, y, antes de que Drizzt tuviera tiempo de explicar que no era un enemigo, otro drow apareció rodeando el pilar donde se encontraba, y se situó junto a Drizzt, respaldándolo.

El enano se frenó, vacilante, y miró en derredor buscando una vía de escape, pero el recién llegado se abalanzó sobre él.

Moviéndose por puro instinto, Drizzt arremetió contra el brazo armado del otro drow y su cimitarra le abrió un profundo corte. El elfo de piel negra dejó caer su espada y se giró a medias para mirar con horror a este drow que no era un aliado. Tambaleándose, el sorprendido drow volvió la cabeza justo a tiempo de recibir en plena cara un martillazo.

El enano, desde luego, no entendía lo ocurrido y, mientras el primer elfo oscuro se desplomaba, lo único que pensó fue aprestar de nuevo el martillo para atacar a su segundo enemigo. Pero Drizzt ya no se encontraba allí.

Con la sacerdotisa muerta, un chamán enano corrió hacia el elemental caído. Puso una piedra en lo alto del montón de cascotes, la machacó con un contundente golpe de su zapapico y empezó a entonar una salmodia. Poco después, el elemental estaba formado de nuevo, grande e impresionante como antes, y cargó como una avalancha en movimiento en busca de enemigos. El chamán lo siguió con la mirada, pero debería haber vigilado su propia posición, ya que otro elfo oscuro se deslizaba a sus espaldas, con la maza enarbolada para descargar un golpe mortal.

El chamán sólo se percató del peligro que corría cuando la maza se precipitó sobre él… y fue interceptada por una cimitarra.

Drizzt apartó al enano de un empujón y se plantó frente el desconcertado drow.

¿Amigo?, preguntaron rápidamente los dedos de la mano libre del drow.

Drizzt sacudió la cabeza, y acto seguido blandió a Centella contra la maza del elfo oscuro, a la que desvió lateralmente. La segunda cimitarra del vigilante siguió presta el camino de la primera; chocó estrepitosamente contra la maza metálica y la apartó aún más a su izquierda.

La ventaja que la sorpresa le daba a Drizzt no era tan grande como él había supuesto, sin embargo, ya que la mano izquierda del drow se había movido rápidamente hacia el cinturón y desenvainaba una estilizada daga. La nueva arma apareció entre los pliegues de la piwafwi del drow, en una arremetida directa al corazón de Drizzt, mientras el malvado drow celebraba con un gruñido su aparente victoria.

Drizzt giró a la derecha y retrocedió un paso, al tiempo que movía la cimitarra más próxima en un golpe oblicuo de arriba abajo y de dentro afuera, enganchaba la cruz de la daga y desviaba el arma. Completó el giro pegando la espalda al pecho de su oponente, obligándolo a doblar el brazo alrededor de su cuerpo. El drow intentó arremeter en ángulo con la maza para alcanzar a Drizzt, pero este era más rápido y estaba en mejor posición. Fintó hacia adelante y de nuevo retrocedió, al tiempo que alzaba el codo y golpeaba a su contrincante en la cara una, dos veces, y luego una tercera, en una rápida sucesión.

Drizzt retiró bruscamente la mano del drow que blandía la daga y, sensatamente, giró en sentido contrario y alzó a Centella justo a tiempo de detener la trayectoria descendente de la maza. El otro brazo del vigilante se disparó hacia adelante, y la empuñadura de la cimitarra se estrelló contra el rostro del drow.

El perverso elfo oscuro intentó mantener el equilibrio, pero estaba muy aturdido por el golpe. Un rápido giro de muñeca y un golpe de Centella lanzó la maza por el aire, y Drizzt disparó el puño izquierdo de manera que la guarnición de Centella alcanzó al drow en la mandíbula y lo dejó tumbado en el suelo, sin sentido.

El vigilante miró al chamán enano, que estaba boquiabierto y manoseaba con nerviosismo su martillo. A su alrededor, la lucha se había convertido en una completa derrota para los drows, con el elemental conduciendo a los svirfneblis a una victoria decisiva.

Otros dos enanos se unieron al chamán y observaron a Drizzt con recelo y temor. El vigilante vaciló mientras recordaba las palabras en el idioma svirfnebli, un lenguaje que tenía modulaciones melódicas similares al de los elfos de la superficie, junto con fuertes sonidos de consonantes más propios de la lengua enana.

—No soy enemigo —dijo y, para demostrar la veracidad de sus palabras, arrojó sus cimitarras al suelo.

El drow desplomado a su lado gimió. Un enano se acercó de un salto a él y levantó su pico sobre el cráneo del elfo oscuro.

—¡No! —gritó Drizzt al tiempo que se adelantaba para interceptar el golpe.

Pero el vigilante se frenó en seco cuando un repentino y lacerante dolor le estalló en su columna vertebral. Vio cómo el enano remataba al drow caído, pero no tuvo ocasión de considerar la brutal escena ya que una serie de punzadas dolorosas descendían por su espina dorsal. El pico curvo de algún tipo siniestro de garrote de bordes planos pasaba sobre sus vértebras del mismo modo que el palo manejado por un chiquillo travieso golpetea rítmicamente las tablas de una cerca.

Las torturantes descargas cesaron y Drizzt permaneció inmóvil durante lo que le parecieron unos instantes interminables. Sintió un hormigueo en las piernas, como si se le hubieran quedado dormidas, y luego perdió toda sensación de cintura para abajo. Luchó por mantener el equilibrio, pero se tambaleó y cayó de bruces al suelo, donde se quedó arañando la piedra y boqueando como un pez fuera del agua.

Sabía que la oscuridad de la inconsciencia —o quizás una oscuridad más tenebrosa— se apoderaba rápidamente de él, ya que casi era incapaz de recordar dónde estaba o por qué se encontraba aquí.

Oyó hablar al chamán, pero lo que dijo no sirvió de consuelo para aquel leve destello de conciencia que aún quedaba en Drizzt.

—Matadlo.