El ambicioso
El mercenario se recostó contra el pilar en el que se afianzaba la amplia escalera de Tier Breche, en el sector norte de la gran caverna que albergaba a Menzoberranzan, la ciudad drow. Jarlaxle se quitó el sombrero de ala ancha y se pasó la mano sobre la suave piel de su rapada cabeza mientras mascullaba unas cuantas maldiciones en voz baja.
Había muchas luces encendidas en la ciudad. Las antorchas titilaban en las altas ventanas de las casas esculpidas en las formaciones de estalagmitas naturales. ¡Luces en la ciudad drow! Muchas de las trabajadas estructuras llevaban mucho tiempo decoradas con el suave fulgor de los fuegos fatuos, la mayoría de tonalidades púrpuras y azules, pero esto era diferente.
Jarlaxle cambió el peso sobre el otro pie e hizo un gesto de dolor al sentir la carga en la pierna recientemente herida. Triel Baenre en persona, la dama matrona de Arach-Tinilith, una de las grandes sacerdotisas de mayor rango de la ciudad, había cuidado la herida, pero Jarlaxle sospechaba que la perversa sacerdotisa había dejado inacabado su trabajo a propósito, que había dejado un poco de dolor para recordar al mercenario su fracaso en la captura del renegado Drizzt Do’Urden.
—El resplandor me hiere los ojos.
El irritado comentario sonó a espaldas del mercenario. Jarlaxle se volvió y vio a la hija mayor de la matrona Baenre, la propia Triel. Era más baja que la mayoría de los drows, unos veinticinco centímetros más baja que Jarlaxle, pero se conducía con una dignidad y un aplomo innegables. El mercenario conocía sus poderes (y su temperamento voluble) mejor que la mayoría, y, ni que decir tiene, trataba a la menuda mujer con muchísimo cuidado.
Observando fijamente la ciudad con los ojos entrecerrados, la sacerdotisa se puso a su lado.
—Maldito resplandor —rezongó.
—Es una orden de tu matrona —le recordó Jarlaxle. Su ojo descubierto evitó la mirada de ella; el otro quedaba tapado por un parche oscuro que se ataba en la parte posterior de la cabeza. Se puso de nuevo el amplio sombrero, inclinándolo más hacia adelante, al tiempo que intentaba disimular su sonrisa de satisfacción al ver la mueca de la mujer como respuesta a su comentario.
Triel no estaba contenta con su madre. Jarlaxle se había dado cuenta de ello desde el momento en que la matrona Baenre había empezado a dar a entender sus planes. Posiblemente, Triel era la más fanática de las sacerdotisas de la reina araña y no iría en contra de la matrona Baenre, la primera madre matrona de la ciudad… a menos, claro, que Lloth se lo ordenara.
—Vamos —gruñó la sacerdotisa. Giró sobre sus talones y echó a andar por Tier Breche, en dirección al edificio más grande y ornamentado de los tres de que constaba la Academia drow, una enorme estructura configurada de manera que semejaba una araña gigantesca.
Jarlaxle se quejó intencionadamente mientras caminaba cojeando, y se fue retrasando con cada paso. Aún así, su intento de obtener un poco más de magia curativa no tuvo resultado, pues Triel se limitó a pararse en la entrada de la gran estructura y lo esperó con una paciencia impropia de ella, ya que Triel nunca esperaba por nada ni por nadie, y Jarlaxle lo sabía.
Tan pronto como el mercenario entró en el templo, lo asaltó un sinnúmero de olores, desde el aroma del incienso al de la sangre de las últimas víctimas que empezaba a secarse, y los cánticos llegaban desde cada pórtico lateral. Triel hizo caso omiso de todo ello; pasó indiferente ante las escasas novicias que se inclinaban a su paso al cruzarse con ella en los corredores.
La resuelta hija Baenre se dirigió a los pisos más altos, a los alojamientos privados de las damas de la escuela, y cruzó un pequeño vestíbulo, cuyo piso estaba cuajado de reptantes arañas (entre las que Jarlaxle vio unas cuantas tan grandes que le llegaban a la altura de las rodillas).
Triel se detuvo entre dos puertas igualmente decoradas e indicó a Jarlaxle con un ademán que entrara en la de la derecha. El mercenario vaciló, aunque disimuló bien su desconcierto, pero Triel esperaba esta reacción y, agarrando a Jarlaxle por el hombro, lo obligó a girar sobre sí mismo con brusquedad.
—¡Habías estado aquí antes! —lo acusó.
—Sólo cuando me gradué en la escuela de guerreros —repuso el mercenario al tiempo que se apartaba de la mujer—. Como todos los graduados de Melee-Magthere.
—Has estado en los pisos superiores —dijo con un gruñido Triel, mirando fijamente a Jarlaxle. El mercenario soltó una risita—. Vacilaste cuando te indiqué que entraras en la cámara —prosiguió la sacerdotisa—, porque sabías que la de la izquierda es mi alojamiento privado, y era ahí adonde esperabas ir.
—Ni siquiera imaginaba que iba a ser citado en este lugar —replicó Jarlaxle intentando cambiar de tema. A decir verdad, lo había cogido un poco por sorpresa que Triel hubiese estado tan atenta a su reacción. ¿Acaso había subestimado la inquietud de la sacerdotisa ante los recientes planes de su madre?
Triel lo observó larga e intensamente, sin pestañear.
—Tengo mis propias fuentes de información —admitió el mercenario finalmente.
Se hizo otro largo silencio y Triel seguía sin pestañear siquiera.
—Me pediste que viniera —le recordó Jarlaxle.
—Te lo ordené —corrigió Triel.
Jarlaxle se inclinó en una exagerada reverencia al tiempo que se quitaba el sombrero con un floreo. Los ojos de la hija Baenre centellearon de cólera.
—¡Basta! —gritó.
—¡Basta también de juegos! —replicó Jarlaxle—. Me pediste que viniera a la Academia, un lugar en el que no me siento a gusto, y aquí me tienes. Tienes algunas preguntas que hacer y yo, quizá, tengo las respuestas.
La condición implícita en esta última frase hizo que Triel estrechara los ojos. Jarlaxle era siempre un oponente cauteloso, y la sacerdotisa lo sabía tan bien como cualquier otro habitante de la ciudad drow. Había tratado con el astuto mercenario muchas veces, y todavía no estaba muy segura de haber salido a la par con él. Se dio media vuelta y le indicó con un gesto que entrara por la puerta de la izquierda. El mercenario, tras otra cortés reverencia, cruzó el umbral y entró en una habitación, bien decorada y provista de una gruesa alfombra, iluminada con un suave resplandor mágico.
—Quítate las botas —ordenó Triel al tiempo que se descalzaba antes de pisar la mullida alfombra.
Jarlaxle sólo había avanzado un paso y se quedó parado junto a la pared adornada con un tapiz, mirándose los pies con gesto dubitativo. Todo el mundo que conocía al mercenario sabía que sus botas eran mágicas.
—Está bien —cedió Triel, que cerró la puerta y pasó a su lado para tomar asiento en un inmenso sillón profusamente acolchado. A su espalda había un escritorio con tapa corrediza, colocado delante de uno de los muchos tapices que adornaba la estancia. Este en particular representaba el sacrificio de un elfo de la superficie a manos de una horda de drows danzantes. Por encima del elfo de la superficie se cernía el espectro casi traslúcido de una semidrow, una criatura mitad elfo mitad araña, de semblante hermoso y sereno.
—¿Así que no te gustan las luces de tu madre? —preguntó Jarlaxle—. Pues tu habitación está bastante iluminada.
Triel se mordió el labio inferior y volvió a estrechar los ojos. Casi todas las sacerdotisas mantenían sus aposentos tenuemente iluminados a fin de poder leer sus libros. La infravisión, adecuada para percibir la banda infrarroja emitida por el calor, servía de poco a la hora de ver las runas en una página. Había ciertas tintas que mantenían una temperatura distintiva durante años, pero eran muy costosas y difíciles de conseguir, incluso para alguien tan poderoso como Triel.
Jarlaxle sostuvo impasible la ceñuda mirada de la sacerdotisa. Triel siempre estaba furiosa por una cosa o por otra, reflexionó el mercenario.
—Las luces parecen adecuadas para lo que tu madre planea —añadió.
—Ah, ¿sí? —comentó la mujer con tono cortante—. ¿Tan arrogante eres que crees entender los motivos de mi madre?
—Su intención es volver a Mithril Hall —dijo con franqueza el mercenario, convencido de que Triel había llegado a la misma conclusión mucho tiempo atrás.
—¿De veras? —contestó Triel con gesto taimado.
El enigmático comentario confirmó las sospechas del mercenario, que se dirigió hacia otro sillón menos acolchado con pasos ruidosos a pesar de caminar sobre la mullida alfombra.
Triel esbozó una mueca burlona, sin dejarse impresionar por las mágicas botas. Era de dominio público que Jarlaxle podía caminar tan silenciosamente o tan ruidosamente como quisiera en cualquier tipo de superficie. Sus numerosas joyas, brazaletes y aderezos parecían estar también encantados, pues repicaban y tintineaban o no hacían el menor ruido, a capricho del mercenario.
—Si has hecho un agujero en mi alfombra, lo rellenaré con tu corazón —prometió Triel a Jarlaxle, que se arrellanaba cómodamente en el forrado sillón de piedra, al tiempo que alisaba un pliegue del reposabrazos de manera que el tejido mostrara el dibujo, amarillo y negro, de una araña gee’antu, la versión de una tarántula de la superficie en la Antípoda Oscura.
—¿Por qué crees que tu madre no irá? —preguntó Jarlaxle, pasando por alto, intencionadamente, la amenaza de la sacerdotisa, aunque, conociendo a Triel Baenre, se preguntó cuántos otros corazones habría entretejidos ya en las fibras de la alfombra.
—¿Lo creo? —preguntó a su vez Triel.
Jarlaxle soltó un sonoro suspiro. Había supuesto que la reunión sería controvertida, que habría una porfía en la que Triel intentaría sonsacarle la información que había conseguido a cambio de proporcionarle muy poca de la que ella tenía. Aun así, cuando Triel insistió en que Jarlaxle se reuniera aquí con ella en lugar de seguir la costumbre de encontrarse con él fuera de Tier Breche, el mercenario había abrigado la esperanza de obtener algo sustancial. Sin embargo, se estaba haciendo evidente que la única razón de que Triel quisiera reunirse en Arach-Tinilith era que, en este lugar seguro, ni siquiera los vigilantes oídos de su madre escucharían su conversación.
Y ahora, después de tantos arreglos concienzudos, esta reunión de suma importancia se había convertido en una inútil sesión de sarcasmos e ironías.
Triel parecía igualmente disgustada. Se adelantó de repente en el sillón, la expresión fiera.
—¡Desea un legado! —afirmó la mujer.
Los brazaletes de Jarlaxle tintinearon al unir las manos y tamborilear unos dedos contra otros, pensando que por fin llegaban a alguna parte.
—La regencia de Menzoberranzan ya no es suficiente para alguien como la matrona Baenre —continuó Triel, ya más calmada. Se recostó de nuevo en el sillón—. Tiene que ampliar su campo de poder.
—Tenía entendido que las visiones de tu madre eran inspiradas por Lloth —comentó Jarlaxle, que estaba sinceramente desconcertado por el manifiesto desdén de Triel.
—Tal vez —admitió la sacerdotisa—. La reina araña celebrará la conquista de Mithril Hall, sobre todo si hacerlo conduce a la captura del renegado Do’Urden. Pero hay otras consideraciones.
—¿Blingdenstone? —preguntó Jarlaxle, refiriéndose a la ciudad de los svirfneblis, los enanos de las profundidades, enemigos tradicionales de los drows.
—Esa es una de ellas —repuso Triel—. Blingdenstone no está lejos del camino a los túneles que llevan a Mithril Hall.
—Tu madre ha mencionado que puede ocuparse de los svirfneblis adecuadamente en el camino de regreso —apuntó el mercenario, imaginando que tenía que ofrecer alguna golosina si quería que Triel siguiera tan abierta con él. En su opinión, la sacerdotisa tenía que estar muy disgustada para mostrarle de una forma tan sincera sus emociones y temores más íntimos.
Triel asintió con un gesto, aceptando las noticias estoicamente y sin sorprenderse.
—Hay otras consideraciones —repitió—. El cometido que la matrona Baenre está emprendiendo es enorme, y requerirá aliados a lo largo del camino, quizás incluso aliados illitas.
A Jarlaxle le pareció acertado el razonamiento de la sacerdotisa. Durante largo tiempo, la matrona Baenre había tenido un consorte illita, una bestia fea y peligrosa como Jarlaxle había visto pocas. El mercenario nunca se había sentido a gusto cerca de los humanoides cuyas cabezas semejaban las de los pulpos. Jarlaxle sobrevivía porque entendía y superaba en astucia a sus enemigos, pero sus aptitudes resultaban penosamente parvas en lo concerniente a los illitas. Los desolladores mentales, como se llamaba a los miembros de esta perversa raza, simplemente no pensaban igual que otras etnias, y actuaban conforme a unos principios y reglas que nadie, aparte de un illita, parecía conocer.
Con todo, a menudo los elfos oscuros se habían encargado de la comunidad illita con éxito. Menzoberranzan albergaba veinte mil guerreros expertos, mientras que los illitas de la región apenas llegaban a un centenar. Los temores de Triel parecían un tanto exagerados.
No obstante, Jarlaxle no le dijo lo que pensaba. Dado el carácter voluble y sombrío de la sacerdotisa, el mercenario prefería escuchar más y hablar menos.
Triel seguía sacudiendo la cabeza y manteniendo su habitual expresión agria. Se incorporó del sillón con brusquedad; sus ropajes negros y púrpuras, adornados con dibujos de arañas, susurraron mientras caminaba en pequeños círculos.
—No será sólo la casa Baenre —le recordó Jarlaxle con la esperanza de animarla—. Muchas casas tienen luces en sus ventanas.
—Madre ha hecho un buen trabajo al unir la ciudad —admitió Triel, y el ritmo de sus nerviosos pasos se hizo más lento.
—Pero sigues teniendo miedo —razonó el mercenario—. Y necesitas información para así estar preparada para cualquier contingencia. —Jarlaxle no pudo evitar soltar una risita burlona. Triel y él eran enemigos desde hacía mucho tiempo y no confiaban el uno en el otro… ¡y con razón! Ahora lo necesitaba. Era una sacerdotisa en una escuela retirada, lejos de muchos de los rumores que corrían por la ciudad. Normalmente sus oraciones a la reina araña le habrían proporcionado toda la información que necesitaba, pero ahora, si Lloth autorizaba las acciones de la matrona Baenre (y tal cosa parecía obvia), Triel quedaría, literalmente, relegada a las sombras. Necesitaba un informador y, en Menzoberranzan, Jarlaxle y su red de espionaje, Bregan D’aerthe, no tenían parangón.
—Nos necesitamos el uno al otro —contestó Triel intencionadamente mientras se volvía para mirar de lleno al mercenario—. Madre pisa un terreno peligroso, eso es más que evidente. Si vacila, piensa quién ocupará el sillón de la primera casa regente.
Cierto, concedió para sus adentros Jarlaxle. Triel, como hija mayor de la casa, era, indiscutiblemente, la siguiente en el linaje detrás de matrona Baenre y, como dama matrona de Arach-Tinilith, ostentaba la posición más poderosa en la ciudad detrás de las madres matronas de las ocho casas regentes. Triel ya había establecido una impresionante base de poder. Pero en Menzoberranzan, donde la supuesta ley no era más que la fachada de un caos subyacente, las bases de poder tenían la misma estabilidad que un estanque de lava.
—Me enteraré de lo que pueda —respondió Jarlaxle, y se levantó para marcharse—. Y te informaré de lo que me entere.
Triel entendió la verdad a medias en las astutas palabras del mercenario, pero tenía que aceptar su oferta.
Un poco más tarde, Jarlaxle caminaba libremente por las amplias y sinuosas avenidas de Menzoberranzan, pasando ante la mirada vigilante y las armas dispuestas de los guardias de las casas, apostados en casi todos los pilares de las estalagmitas, así como en las balconadas circulares de muchas estalactitas que colgaban bajas. El mercenario no tenía miedo, pues su sombrero de ala ancha lo identificaba claramente a todo el mundo de la ciudad, y ninguna de las casas deseaba entrar en conflicto con Bregan D’aerthe. Era la banda más secreta —pocos en la ciudad podían siquiera calcular el número de sus componentes— y sus bases estaban escondidas en muchos nichos y grietas de la amplia caverna. Sin embargo, la reputación de la compañía era de dominio público, tolerada por las casas regentes, y la mayoría de los habitantes de la ciudad habrían incluido a Jarlaxle entre los varones más poderosos de Menzoberranzan.
Tan a sus anchas estaba Jarlaxle que apenas se fijó en las miradas persistentes de los peligrosos guardias. Iba sumido en sus pensamientos, intentando descifrar los sutiles mensajes de su entrevista con Triel. El supuesto plan de conquistar Mithril Hall parecía muy prometedor. Jarlaxle había estado en la fortaleza enana, había presenciado sus tácticas defensivas. Aunque formidables, sus fuerzas parecían exiguas contra la potencia del ejército drow. Cuando Menzoberranzan conquistara Mithril Hall con la matrona Baenre a la cabeza de las fuerzas, Lloth se sentiría sumamente complacida, y la casa Baenre alcanzaría la cumbre de su gloria.
En palabras de su hija, la matrona Baenre tendría su legado.
¿La cumbre de poder? La idea persistía en la mente del mercenario. Se detuvo junto a Narbondel, el inmenso pilar que marcaba el paso de las horas en Menzoberranzan, con una sonrisa cada vez más amplia en su rostro, de piel negra como el ébano.
—¿La cumbre de poder? —repitió en un quedo susurro.
De pronto Jarlaxle comprendió la inquietud de Triel. Tenía miedo de que su madre sobrepasara sus límites, que pudiera estar poniendo en juego un imperio, ya impresionante, en aras de otra adquisición. Mientras consideraba la idea, Jarlaxle vio un significado más profundo en todo ello. ¿Y si la matrona Baenre tenía éxito, se conquistaba Mithril Hall, y a continuación Blingdenstone?, reflexionó. ¿Qué enemigos quedarían entonces que amenazaran la ciudad drow, que mantuvieran unida la inestable jerarquía de Menzoberranzan?
En realidad, ¿por qué se había permitido que Blingdenstone, un asentamiento enemigo tan cercano a Menzoberranzan, sobreviviera durante todos estos siglos? Jarlaxle sabía la respuesta. Sabía que los enanos servían, sin querer, como freno que mantenía a raya las casas de Menzoberranzan. Con un enemigo común tan cerca, las constantes luchas internas de los drows tenían que mantenerse bajo control.
Pero ahora la matrona Baenre amenazaba con romper ese equilibrio al aspirar a expandir su imperio incluyendo no sólo Mithril Hall, sino también a los fastidiosos enanos. Triel no temía que los drows fueran derrotados; tampoco tenía miedo de una alianza con la reducida colonia de illitas. Tenía miedo de que su madre tuviera éxito, que consiguiera su legado. La matrona Baenre era muy mayor, vieja incluso para los cánones drows, y Triel era la siguiente en la línea sucesoria al solio de la casa. En la actualidad, sería un puesto realmente satisfactorio, pero se volvería mucho más inestable y peligroso si se tomaban Mithril Hall y Blingdenstone. El obligado enemigo común que mantenía a raya a las casas dejaría de existir, y además Triel tendría que preocuparse del lejano mundo de la superficie, donde las represalias a manos de los aliados de Mithril Hall sería inevitables.
Jarlaxle comprendía lo que la matrona Baenre quería, pero ahora se preguntaba qué sería lo que Lloth, respaldando los planes de la marchita mujer, tenía en mente.
—El caos —decidió.
Menzoberranzan había estado tranquila mucho, mucho tiempo. Algunas casas luchaban, eso era inevitable. La casa Do’Urden y la casa DeVir, ambas regentes, habían sido destruidas, pero la estructura general de la ciudad había permanecido firme, sin que nada amenazara su estabilidad.
—¡Ah, qué fantástica eres! —exclamó Jarlaxle, expresando en voz alta sus pensamientos sobre Lloth. De repente sospechó que lo que la reina araña deseaba era un nuevo orden, una limpieza a fondo de una ciudad que empezaba a volverse aburrida. No era de sorprender que Triel, heredera del legado de su madre, se mostrara tan poco contenta.
El rapado mercenario, amante de la intriga y el caos, se rio de buena gana y miró a Narbondel. El calor del reloj estaba muy atenuado, indicando que la noche en la Antípoda Oscura estaba avanzada. Jarlaxle taconeó el suelo y se encaminó hacia Qu’ellarz’orl, la alta meseta del muro oriental de Menzoberranzan, la zona que albergaba la casa más poderosa de la ciudad. No quería llegar tarde a su entrevista con la matrona Baenre, a quien informaría de su encuentro «secreto» con su hija mayor.
Jarlaxle consideró cuánto debería contarle a la vieja madre matrona, y cómo podía tergiversar sus palabras para sacar el mayor provecho.
¡Cómo amaba la intriga!