Atado al deber

Ninguna raza en todos los Reinos entiende mejor que los drows la palabra «venganza». La venganza es su postre diario en la mesa, el dulce que saborean en sus sonrientes labios como si fuera el mayor y más delicioso placer. Y con esta ansia vinieron los drows por mí.

No puedo evitar la rabia y la culpabilidad que siento por la muerte de Wulfgar, por el dolor que los enemigos de mi oscuro pasado han ocasionado a los amigos que me son tan queridos. Cada vez que miro el rostro de Catti-brie, veo una profunda y perpetua tristeza que no debería estar ahí, una carga que está fuera de lugar en los chispeantes ojos de una criatura.

Afligido por una pena similar, no tengo palabras de consuelo para ella, y dudo que exista palabra alguna que pueda procurar alivio a ese dolor. Es pues mi cometido seguir protegiendo a mis amigos. He llegado a comprender que debo sobreponerme a la pérdida de Wulfgar, a la tristeza que se ha adueñado de los enanos de Mithril Hall y de los esforzados hombres de Piedra Alzada[1].

Por la descripción hecha por Catti-brie de aquel aciago combate, la criatura con la que luchó Wulfgar era una «yochlol», una doncella de Lloth. Con esa siniestra información, debo mirar más allá del pesar inmediato y tener en cuenta que la tristeza que temo está aún por llegar.

No comprendo los juegos caóticos de la reina araña —dudo que incluso la perversa gran sacerdotisa conozca los verdaderos designios de esa vil criatura— pero la presencia de una yochlol tiene una trascendencia que ni siquiera a mí, el peor de los estudiantes religiosos drows, me pasa inadvertida. La aparición de la doncella pone de manifiesto que la persecución contaba con el favor de la reina araña. Y el hecho de que la «yochlol» interviniera en la lucha no es un buen presagio para el futuro de Mithril Hall.

Es una suposición, desde luego. Ignoro si mi hermana Vierna actuaba de común acuerdo con cualquiera de las otras fuerzas oscuras de Menzoberranzan, o si con la muerte de Vierna, la muerte de mi último familiar, mi vínculo con la ciudad de los drows volverá a tenerse en cuenta.

Cuando miro a Catti-brie a los ojos, cuando veo las espantosas cicatrices de Bruenor, se me recuerda que una suposición esperanzada es algo frágil y peligroso. Mis perversos congéneres ya han matado a uno de mis amigos.

No matarán a ninguno más.

No puedo hallar respuestas en Mithril Hall; nunca sabré con seguridad si los elfos oscuros aún tienen sed de venganza, a menos que otra fuerza de Menzoberranzan venga a la superficie para reclamar mi cabeza como trofeo. Con el peso de esta verdad sobre mis hombros, ¿cómo podría viajar a Luna Plateada o a cualquier otra ciudad cercana, reanudando mi forma de vida normal? ¿Cómo podría dormir en paz mientras en mi corazón existiera el temor de que los elfos oscuros podían volver en cualquier momento y poner de nuevo en peligro a mis amigos?

Aquí, en la aparente serenidad de Mithril Hall, al grato abrigo de su tranquilidad, no descubriré nada de los proyectos futuros de los drows. Sin embargo, por el bien de mis amigos, debo conocer esas oscuras intenciones. Me temo que sólo me queda un lugar en el que buscar.

Wulfgar dio su vida para que sus amigos pudieran vivir. En conciencia ¿podría ser menor mi sacrificio?

DRIZZT DO'URDEN