Cuando volvía por el camino después de haber escoltado a Dick Blanton, me entró la tiritera al acercarme al punto de su trayectoria donde desemboca la senda que sube a la cabaña de los McGraw. Si había alguien en el mundo con quien no quería encontrarme en ese momento, ésa era Gloria McGraw. Lo rebasé y solté un suspiro de alivio, y justo cuando lo hice oí un caballo, y mirando por encima del hombro vi que salía al camino.
Me escabullí entre los árboles y ella, para hacerme rabiar, espoleó su caballo y me siguió. Montaba un rápido cayuse, pero cavilé que si seguía mi camino estaría a salvo, pues pronto llegaría a un lugar más densamente arbolado, donde ella no podría seguirme a lomos de un caballo. Apreté el paso porque ya había recibido de ella toda la mortificación que podía soportar. Y entonces, mientras avanzaba echando de cuando en cuando la vista atrás, me estampé contra una rama de roble que crecía a mi altura y casi me revienta la sesera. Cuando las cosas dejaron de dar vueltas a mi alrededor, me encontré sentado en el suelo y Gloria McGraw me miraba desde lo alto de su caballo.
—¿Qué te ocurre, Breckinridge? —preguntó en tono burlón—. ¿Por qué huyes de mí? ¿Acaso me tienes miedo?
—¡Yo no estaba huyendo de ti! —gruñí mirándola a la cara—. Ni siquiera sabía que andabas por aquí. Me pareció ver a uno de los novillos de pá merodeando entre los árboles y estaba tratando de atraparlo. ¡Ahora que lo has ahuyentado me iré!
Me levanté y me sacudí el polvo de la ropa con mi sombrero, y ella dijo:
—He oído hablar mucho de ti, Breckinridge. Parece que te estás convirtiendo en un hombre famoso.
—¡Hum! —murmuré con la mosca detrás de la oreja.
—Pero, Breck —susurró ella inclinándose hacia mí sobre la silla—, ¿dónde está esa linda muchacha de ciudad que ibas a traer a Bear Creek como tu flamante compañera?
—No hemos fijado la fecha aún —murmuré mirando para otro lado.
—¿Es bonita, Breckinridge? —me sondeó Gloria.
—Bonita como un cántaro —le aseguré—. No hay ninguna chica en Bear Creek que pueda compararse a ella.
—¿Dónde vive? —insistió Gloria.
—En War Paint —dije, pues fue la primera ciudad que me vino a la mente.
—¿Cuál es su nombre, Breck? —siguió interrogándome Gloria, y sabía que si no era capaz de pensar rápidamente en un nombre de chica sería fusilado.
Tartamudeé y me debatí, y mientras trataba desesperadamente de encontrar algún nombre para darle, ella reventó a reír.
—¡Menudo galán estás tú hecho! —se chanceó ella—. Ni siquiera eres capaz de recordar el nombre de la chica con la que vas a casarte... porque vas a casarte con ella, ¿no es así, Breckinridge?
—¡Por supuesto que sí! —grité—. ¡Tengo una novia en War Paint! ¡Voy a ir a verla ahora mismo, en cuanto pueda volver a mi corral y ensillar mi caballo! ¿Qué opinas de eso, señorita sabelotodo?
—¡Opino que eres el mayor mentiroso de Bear Creek! —exclamó ella con tono burlón, y en eso dio media vuelta y se marchó mientras yo me consumía de rabia impotente—. ¡Dale saludos de mi parte a tu novia de War Paint, Breckinridge! —gritó por encima del hombro—. ¡Tan pronto como recuerdes su nombre!
No dije nada. Ya había hablado demasiado. En aquel momento deseé que Gloria McGraw hubiera sido un hombre... aunque sólo fuera durante cinco minutos. Ella se esfumó antes de que pudiera ver correctamente, y mucho menos hablar o pensar razonablemente. Empecé a aullar como un perturbado, arranqué una rama de un árbol tan gruesa como la pierna de un hombre y empecé a golpear los arbustos a mi alrededor, mientras arrancaba a mordiscos la corteza de los árboles que logré alcanzar; para cuando me enfrié un poco el bosquecillo aparentaba haber sido arrasado por un ciclón de montaña. Pero me sentía un poco mejor y me dirigí a casa a la carrera maldiciendo a las mofetas, gatos monteses y panteras que salían disparados hacia las alturas cuando me veían acercarme.
Me encaminé hacia el corral, y cuando salí al claro escuché un bramido como el de un toro rabioso procedente de la cabaña, y vi a mis hermanos Buckner, Garfield, John y Bill salir corriendo de nuestro hogar en dirección al bosque, así que supuse que pá debía sufrir uno de sus ataques de reumatismo. Eso le ponía de un humor de mil diablos. Pero yo seguí a lo mío y ensillé a Capitán Kidd. Estaba decidido a hacer valer lo que le dije a Gloria. No tenía ninguna novia en War Paint pero, ¡mira por dónde!, me agenciaría una y no regresaría de vacío a Bear Creek la próxima vez. Iría a War Paint y lacearía a una chavala aunque tuviera que zumbarle en los morros a todo el pueblo.
Pues bien, justo cuando salía del corral con Capitán Kidd, mi hermana Brazoria se asomó a la puerta de la cabaña y gritó:
—¡Oh, Breckinridge! Sube a la choza, que pá quiere hablarte.
—¡Mierda! —mascullé—. ¿Qué tripa se le habrá roto al viejo?
Me acerqué a la cabaña, ate a Capitán Kidd y entré. A primera vista me pareció que pá había rebasado la fase del mal humor y entraba en la del remordimiento. El reumatismo le afecta siempre de esa manera. Pero tales remordimientos son siempre por acciones realizadas hace mucho tiempo. No parecía en absoluto arrepentido por haberle roto un yugo de bueyes en la cabeza a su hermano Garfield aquella misma mañana.
Estaba acostado sobre su piel de oso con una jarra de licor de maíz a su lado, y dijo:
—Breckinridge, los pecados de mi juventud patean duramente mi conciencia. Cuando era joven yo era libertino y despreocupado en mis hábitos y así lo atestiguan numerosas lápidas plantadas en ilimitadas praderas. A veces me pregunto si no me precipité un poco al disparar a algunos caballeros que no estaban de acuerdo con mis principios. Tal vez debí controlar mi furia y limitarme a zurrarles un poco la badana.
»Acuérdate del tío Esaú Grimes, por ejemplo —y entonces pá bufó como un toro antes de continuar—. Hace muchos años no lo veo. Él y yo nos despedimos con palabras duras y cañones humeantes. Me he preguntado a menudo si aún me guarda rencor por plantarle en el trasero esa remesa de perdigones.
—¿Qué ha sido de tío Esaú? —pregunté entonces.
Pá manoseó una carta que tenía en la mano y respondió:
—Me he acordado de él por esta carta que Jim Braxton me ha traído de War Paint. Es de mi hermana Elizabeth, allá en Devilville, Arizona, donde vive tío Esaú. Dice que tío Esaú va camino de California y que debería pasar por War Paint sobre el diez de este mes... eso es mañana. Ella no sabe si tiene la intención de dar un rodeo para verme o no, pero sugiere que me reúna con él en War Paint y haga las paces con él.
—¿Y bien? —pregunté, porque por la manera en que pá se peinó la barba con los dedos y me miró, yo sabía que pretendía pedirme que hiciera algo por él.
—Verás —dijo pá dando un sorbo largo de la jarra—, quiero que esperes a la diligencia mañana por la mañana en War Paint, e invites a tío Esaú a venir aquí a visitarnos. No aceptes un «no» por respuesta. Tío Esaú es tan quisquilloso como el diablo y más raro que un perro verde, pero creo que le gustarás. Especialmente si mantienes la boca cerrada y no haces gala de tu ignorancia.
—Bueno —repuse—, la faena que pide encaja con mis propios planes. Justo estaba a punto de salir para War Paint. Pero, ¿cómo demonios voy a reconocer a tío Esaú? No lo visto en mi vida.
—No es un hombre grande —me explicó pá—. La última vez que lo vi lucía unos hermosos bigotes rojos. Tú tráelo a casa a toda costa. No hagas caso de sus amenazas y protestas. Es condenadamente suspicaz porque tiene un montón de enemigos; quemó mucha pólvora en sus tiempos mozos a lo largo del camino desde Texas a California. Ha estado metido en más peleas y guerras de clanes que ningún hombre que haya conocido. Se supone que tiene mucho dinero escondido alguna parte, pero eso no tiene nada que ver con nosotros. Yo no tomaría su maldito dinero ni regalado. Todo lo que quiero es hablar con él y obtener su perdón por rellenarle el pellejo de perdigones en un arrebato de ardor juvenil.
»Si él no me perdona —añadió pá después de echar otro trago de licor de maíz—, le doblaré el cañón de mi .45 sobre su vieja y terca calavera. ¡Andando!
Así pues me apresuré a través de las montañas, y a la mañana siguiente me encontraba desayunando a las puertas de War Paint con un viejo cazador y trampero de nombre Bill Polk, que había acampado allí temporalmente.
War Paint era una ciudad nueva que había surgido de la nada a resultas de una reciente fiebre del oro; en cuanto al trampero, era un viejo cascarrabias.
—¡Un antro del infierno es lo que es! —refunfuñó—. Estropean el paisaje y ahuyentan a los animales con sus estúpidas casas y concesiones mineras. El año pasado abatí un ciervo justo donde ahora se levanta ese saloon —aseguró mirándome como si yo tuviera la culpa.
No dije nada y me limité a masticar el venado que habíamos estado cocinando en el fuego.
—Nada bueno saldrá de aquí, recuerda mis palabras. Estas montañas acabarán convirtiéndose en un lugar inhabitable. Estos campamentos atraen la escoria como un caballo muerto a los buitres. Decenas de forajidos cabalgan ya hacia aquí desde Arizona, Utah y California... por si no tuviéramos bastante con los de aquí. Grizzly Hawkins y sus bandidos se esconden arriba en las montañas, y sabe Dios cuántos más llegarán. Me alegro de que atraparan a Badger Chisom y su banda después de que robaran ese banco en Gunstock. Ésa es una banda que ya no nos molestará, porque están todos entre rejas. Si al menos alguien acabara con Grizzly Hawkins, entonces...
—¿Quién es esa chica? —exclamé de pronto perdiendo el apetito de la emoción.
—¿Quién? ¿Dónde? —exclamó desconcertado el viejo mirando a su alrededor—. ¡Oh! ¿Esa muchacha que pasa justo ahora frente al restaurante Golden Queen? Ah, es Rixby Dolly, la chica más bonita de la ciudad.
—Es guapa a reventar —dije yo.
—Nunca has visto a nadie tan hermosa —dijo él.
—Sí que lo he hecho —dije distraídamente—: a Gloria McGraw... —entonces caí en la cuenta de lo que estaba diciendo y arrojé mi desayuno al fuego con disgusto—. ¡Pues claro que es la chica más bonita que he visto! —bufé—. Ninguna muchacha de las Humbolts podría hacerle sombra. ¿Cómo dice usté que se llama? ¿Dolly Rixby?... Un nombre muy bonito también.
—No te valdrá de nada mirarla con ojos de carnero degollado —me aconsejó—. Tiene a una docena de machos jóvenes babeando a su alrededor. Creo sin embargo, que Blink Wiltshaw es el mejor posicionado para marcarla con su hierro. Ella no miraría a un palurdo montañés como tú.
—Yo podría deshacerme de esa competencia... —sugerí.
—Será mejor que no ensayes los rústicos métodos de Bear Creek en War Paint —me advirtió él—. La ciudad apesta a ley y orden. De hecho he oído decir que te meterán en el calabozo si disparas a un hombre dentro de los límites de la ciudad.
Aquello me indignó. Más tarde descubrí que se trataba sólo de un embuste propagado por los ciudadanos de Chawed Ear —envidiosos como estaban de War Paint—, pero en ese momento me disgustó tanto aquella declaración que casi temía entrar a la ciudad por miedo a ser arrestado.
—¿Adonde va la señorita Rixby con ese cubo? —le pregunté al trampero.
—Le lleva un balde de cerveza a su viejo, que trabaja en una concesión aguas arriba del arroyo —me explicó Bill Polk.
—Bueno, escuche —le propuse—. Usté ocúltese detrás de esos matorrales, y cuando ella se acerque haga ruido como si fuera un indio.
—¿Pero qué clase de mamarrachada es ésta? —protestó—. ¿Quieres que provoque una estampida en el campamento?
—No haga demasiado jaleo entonces —le dije—. Sólo el suficiente para que ella lo escuche.
—¿Estás majareta? —preguntó.
—¡No, maldita sea! ¡Métase ahí de una vez y haga lo que yo le diga! —le urgí de malos modos, porque ella se acercaba a toda prisa—. Yo vendré corriendo desde el otro lado y aparentaré rescatarla de los indios y eso hará que se vuelva loca por mí. ¡Andando!
—Insisto en que eres un jodido loco —refunfuñó—. Pero lo haré.
El viejo se coló entre los matorrales junto a los que ella debía pasar, y yo di un amplio rodeo para que no me viera hasta que estuviera listo para salir corriendo y salvarla de perder su cabellera. Pues bien, apenas ocupé yo mi posición cuando oí una especie de gritito de guerra muy leve; sonaba como el de los pies negros sólo que no tan fuerte. Pero inmediatamente se escuchó la detonación de un arma y otro grito que no sonaba ahogado como el primero, sino vigoroso y enérgico. Corrí hacia los matorrales, pero antes de que pudiera alcanzar siquiera el sendero, el viejo Bill salió tarifando de detrás del macizo agarrándose con las manos la humeante trasera de sus pantalones.
—¡Tú planeaste esto a propósito, víbora despreciable! —vociferó—. ¡Apártate de mi camino!
—¿A qué viene eso, Bill? —pregunté yo—. ¿Qué ha sucedido?
—Apuesto a que sabías que guardaba una Derringer en la liga —gruñó mientras corría delante de mí—. ¡Esto es culpa tuya! Cuando grité, ella la sacó y disparó a los matorrales. ¡No me hables! Tengo suerte de estar vivo... ¡Pero esto me lo vas a pagar aunque tarde un centenar de años en encontrarte!
El viejo se internó en el bosquecillo, y yo corrí alrededor de los matorrales y vi a Dolly Rixby mirando en su interior con su pistolita humeando aún en la mano. Ella levantó la vista cuando me acerqué por el camino; me quité el sombrero y le dije todo finolis:
—Buen día, señorita; ¿puedo ser de «ninguna » ayuda para usté?
—Acabo de dispararle a un indio —respondió—. Lo oí gritar. Puedes meterte ahí y arrancarle la cabellera, si no es mucha molestia. Me gustaría conservarla como recuerdo.
—Lo haré encantado, señorita —dije de todo corazón—. Y también la curtiré yo mismo para usté.
—¡Oh, muchas gracias! —respondió descubriendo unos adorables hoyuelos mientras sonreía—. Es un placer conocer a un auténtico caballero como tú.
—El placer es todo mío —le aseguré, y me adentré entre los matorrales y pateé un poco por aquí y por allá; luego salí y dije:
»Lo siento muchísimo señorita, pero no encuentro a esa criatura por ninguna parte. Seguramente sólo lo hirió. Sin embargo, si lo desea puedo seguir su rastro hasta capturarlo.
—Oh, yo no pensaría siquiera en ponerte en un aprieto —repuso ella para mi alivio, porque de haber insistido en su demanda de una cabellera, me hubiera visto obligado a dar caza al viejo Bill para arrancarle la suya, y me habría sentado fatal tener que recurrir a eso.
Pero ella me miró con admiración en sus ojos y dijo:
—Yo soy Dolly Rixby. ¿Quién eres tú?
—La reconocí en el mismo instante en que la vi —respondí—. La fama de su belleza se ha extendido por las Humbolts. Yo soy Breckinridge Elkins.
Sus ojos relampaguearon un momento, y al cabo exclamó:
—¡Yo también he oído hablar de ti! ¡Tú domaste a Capitán Kidd, y también limpiaste Wampum!
—Sí, señorita —respondí, y justo en ese momento vi la polvareda que levantaba la diligencia bajando por la carretera del este, y añadí:
—Perdone, tengo que recibir a esa diligencia, pero me gustaría volver a verla cuando a usté le convenga.
—Bueno —respondió ella—, estaré de vuelta en la cabaña en aproximadamente una hora. ¿Qué te parece entonces? Yo vivo a unas diez varas al norte del salón de juego The Red Rooster.
—Allí estaré —le prometí yo, y ella esbozó una amplia sonrisa que acentuó sus encantadores hoyuelos y prosiguió su camino cargando con su viejo cubo de cerveza; yo me dirigí al lugar donde había dejado a Capitán Kidd. Mi cabeza daba vueltas y mi corazón latía con fuerza. Y aquí, pensé yo, es donde le demostraré a Gloria McGraw de qué pasta están hechos los Elkins. ¡Sólo espera a que esté de vuelta en Bear Creek con mi novia Dolly Rixby!
Entré a caballo en War Paint justo cuando la diligencia se detenía en la oficina de la compañía, que también hacía las veces de estafeta de correos y cantina. Se apearon tres pasajeros y ninguno de ellos parecía forastero. Dos eran tipos grandes de aspecto rudo, y el otro era un fulano enjuto de aspecto anticuado con bigotes colorados, así que comprendí inmediatamente que se trataba del tío Esaú Grimes. Se dirigían al saloon cuando yo desmontaba; los tipos grandes primero y tras ellos el carcamal del mostacho rojo. Pensé que lo mejor sería llevarlo a él a Bear Creek en primer lugar y regresar después para pelar la pava con Dolly Rixby.
Le toqué en el hombro y se giró veloz como un rayo empuñando un pistolón, me miró con aire suspicaz y me interrogó:
—¿Qué quieres tú?
—Soy Breckinridge Elkins —le expliqué—. Quiero que venga conmigo. Le he reconocido nada más verle...
Entonces me llevé una sorpresa morrocotuda, pero no tan inesperada como lo hubiera sido de no haberme advertido pá que el tío Esaú era rarito para sus cosas.
—¡Bill, Jim, a mí! —gritó, y apretó su seis plomos contra mi cabeza con todas sus fuerzas.
Los otros dos tipos se giraron y sus manos se crisparon en las culatas de sus armas, así que derribé a tío Esaú para que no lo alcanzara una bala perdida y disparé a uno de ellos en el hombro antes de que pudiera desnudar su artillería. El otro me raspó el cuello con plomo caliente, así que le agujereé el brazo y un muslo y cayó sobre su compañero. Como vi que eran amigos de tío Esaú tuve cuidado de no perforarles ningún órgano vital; pero cuando las armas salen a pasear no hay tiempo para andarse con teoremas y explicaciones.
Mientras los hombres gritaban y salían corriendo de las cantinas, yo me agaché para ayudar a tío Esaú, que andaba un poco aturdido tras golpearse la cabeza contra un poste de amarre en su caída. Gateaba alrededor de mí jurando en arameo y cananeo, tratando de encontrar el arma que había perdido al caer. Cuando lo agarré para levantarlo, comenzó a morder, a patalear y a gritar, y yo le advertí:
—No haga eso tío Esaú. Se acerca un montón de tipos, y el sheriff puede presentarse en cualquier momento y arrestarme por disparar a esos idiotas. Tenemos que largarnos. Pá le espera arriba en Bear Creek.
Pero se limitó a patalear más fuerte y a gritar mucho más alto, así que lo cogí en volandas, salté sobre Capitán Kidd, coloqué a tío Esaú boca abajo sobre el arzón de la silla y me dirigí a las colinas. Muchos de los hombres gritaron que me detuviera y algunos hasta comenzaron a dispararme, pero yo no les presté atención.
Di de espuelas a Capitán Kidd y salimos tarifando hacia la carretera, doblamos la primera curva y ni siquiera aflojé un poco para cambiar de posición a tío Esaú, porque no me apetecía que me arrestaran. Mis posibilidades de llegar a tiempo a mi cita con Dolly Rixby se esfumaban... me pregunto si alguien ha tenido familiares tan chiflados como los míos.
Justo antes de que alcanzáramos el punto donde el sendero de Bear Creek desemboca en la carretera, vi a un hombre plantado en el camino delante de mí, y debía haber escuchado los disparos y los alaridos de tío Esaú porque giró su caballo y bloqueó la carretera. Era un viejo ridículo y flaco con bigotes grises.
—¿Adonde vas con ese hombre? —gritó mientras me acercaba a un paso atronador.
—A ningún lugar que te interese —repliqué—. ¡Apártate de mi camino!
—¡Ayuda! ¡Ayuda! —gritó tío Esaú—. ¡Que me secuestran, que me asesinan!
—¡Suelta a ese hombre, maldito forajido! —rugió el forastero acompañando sus palabras con acciones.
El carcamal y yo desenfundamos al mismo tiempo, pero mi plomo salió una fracción de segundo antes que el suyo. Su bala me silbó cerca de la oreja, pero su sombrero salió volando y se cayó de la silla como si lo hubieran golpeado con un mazo. Vi un hilillo de color rojo resbalándole por la sien cuando pasé como un rayo junto a él.
—¡Eso te enseñará a no interferir en mis asuntos familiares! —rugí, y dejé la carretera para coger el sendero que asciende a las montañas.
—No vuelva a gritar así —le dije irritado a tío Esaú—. Casi hace que me disparen. Ese tipo pensó que yo era un criminal.
No escuché lo que dijo, pero miré hacia atrás y hacia abajo sobre las cuestas y barrancos y vi a los hombres saliendo en tropel de la ciudad a toda velocidad; el sol destellaba sobre los cañones de rifles y revólveres, así que espoleé a Capitán Kidd y cubrimos las siguientes millas a un ritmo vertiginoso.
Tío Esaú seguía tratando de hablar, pero no paraba de brincar arriba y abajo y todo lo que pude captar fueron sus blasfemias, que eran generosas y variadas. Por fin, exclamó:
—Por el amor de Dios, apártame al menos del arzón; el cuerno de tu maldita silla me está haciendo un agujero en la barriga.
Así que tironeé de las riendas y, al no ver ninguna señal de mis perseguidores, dije:
—Muy bien, puede usté montar en la silla y yo me pondré detrás. Pensaba alquilar otra montura en la caballeriza, pero tuvimos que salir tan precipitadamente que no hubo ocasión.
—¿A dónde me llevas? —preguntó.
—A Bear Creek —le contesté—. ¿A dónde si no?
—¡Yo no quiero ir a Bear Creek! —rugió con fiereza—. ¡No iré a Bear Creek!
—Irá usté —le aseguré—. Pá me ordenó que no aceptara un «no» por respuesta. Me deslizaré a la parte de atrás de la silla y usté podrá sentarse en ella.
Así pues saqué mis pies de los estribos y me acomodé sobre el borrén trasero, él se incorporó sobre el asiento y... lo primero que supe fue que había sacado un cuchillo de su bota y que trataba de enterrarlo en mis carnes.
Yo respeto a mis familiares, pero hay un límite para todo. Puse el cuchillo lejos de su alcance, pero en el forcejeo, impedido como me veía al no querer hacerle daño, perdí las riendas y Capitán Kidd se salió del camino y se desbocó a través de los pinos y la maleza durante muchas millas. Conmigo tratando de agarrar las riendas y evitando al mismo tiempo que tío Esaú me matara, y ninguno de los dos en los estribos, era inevitable que ambos acabáramos en el suelo, y de no habérmelas arreglado para agarrar las riendas como lo hice, nos habría esperado una larguísima caminata.
Conseguí detener a Capitán Kidd después de haber sido arrastrado por él unas setenta y cinco yardas, y a continuación fui hacia donde se encontraba tío Esaú, que estaba tirado en el suelo tratando de recuperar el resuello, pues, por una fatal coincidencia, servidor le había caído encima.
—¿Qué manera de comportarse es esa de tratar de clavarle un cuchillo al hombre que sólo intenta hacerle el trayecto más cómodo? —le dije en tono de reproche. Lo único que hizo fue jadear, así que continué—: Bueno, pá me advirtió que era usté un vejestorio chiflado y cascarrabias, así que supongo que lo único que puedo hacer es ignorar sus extravagancias.
Escudriñé a mi alrededor para tratar orientarme, pues Capitán Kidd se había alejado considerablemente del camino. Estábamos al oeste del mismo, en una región muy salvaje, pero divisé una cabaña entre los árboles y dije:
—Iremos allí y veremos si podemos comprar o alquilar un caballo para que pueda usarlo usté. Eso será lo más conveniente para ambos.
Lo aupé de nuevo a la silla y el tipo, aún aturdido, protestó:
—¡Éste es un país libre, no tengo porqué ir a Bear Creek si no quiero!
—Pues bien —repuse gravemente—, debería querer después de todas las molestias que me he tomado yendo a buscarlo e invitándolo, y renunciando a una cita con la chavala más guapa de War Paint por su culpa. Acomódese en el asiento. Me sentaré en la grupera detrás de usté, pero seré yo quien sujete las riendas.
—Te arrancaré el pellejo por esto —me prometió sediento de sangre, pero yo lo ignoré porque pá me había dicho que tío Esaú era un tipo «peculiar».
Muy pronto alcanzamos la cabaña que vislumbrara entre los árboles. No había nadie a la vista, pero vi un caballo atado a un árbol frente a la choza. Me llegué hasta la puerta y llamé, pero nadie respondió. Como vi que salía humo de la chimenea, decidí entrar sin más.
Desmonté y llevé conmigo a tío Esaú, porque del brillo de sus ojos colegí que tenía la intención de huir con Capitán Kidd a la menor oportunidad. Lo agarré firmemente por el cuello, porque había decidido que sería nuestro invitado en Bear Creek aunque tuviera que llevarlo al hombro como un ternero, y entré en la cabaña con él.
No encontramos a nadie allí, a pesar de que una gran olla de frijoles hervía sobre algunas brasas en la chimenea; vi algunos rifles en un armero en la pared y un cinturón canana con dos pistolas colgado de una percha.
Entonces escuché los pasos de alguien detrás de la cabaña, la puerta trasera se abrió y apareció un hombre enorme con negros mostachos, un cubo de agua en la mano y una mirada de asombro en su rostro. No llevaba ningún arma encima.
—¿Quién demonios sois vosotros? —preguntó, pero tío Esaú empezó a balbucear y exclamó:
—¡Grizzly Hawkins!
El tipo enorme saltó y miró a tío Esaú, entonces las cerdas de su bigote negro se erizaron en una mueca feroz y dijo:
—Oh, ¿eres tú? ¡Jamás hubiera pensado que nos encontraríamos aquí!
—Grizzly Hawkins, ¿eh? —tercié yo, comprendiendo que había dado con la guarida del peor forajido de aquellas montañas—. Así que ya se conocen, ¿no es así?
—¡Yo decidiré lo que haremos! —retumbó la voz de Hawkins, que miraba a tío Esaú con los mismos ojos que le pone un lobo a un gordo potrillo.
—Había oído que estabas de Arizona —comenté yo con mucho tacto—. Me parece que ya hay suficientes ladrones de ganado en estas colinas para que vengan forasteros a hacerles la competencia. Pero tu honestidad no es asunto mío. Quiero comprar, alquilar o tomar prestado un caballo para que lo monte este caballero de aquí.
—Oh no, ¡eso es imposible! —dijo Grizzly—. ¿Crees que voy a dejar que una oportunidad así se me escape de las manos? Sin embargo, te diré lo que voy a hacer: iré a pachas contigo. Mis hombres se dirigen a Chawed Ear en este momento, pero no tardarán en volver. Tú y yo nos lo trabajaremos antes de que regresen y nos quedaremos con todo el botín.
—¿Qué quieres decir? —pregunté alucinado—. Mi tío y yo vamos de camino a Bear Creek...
—¡Oh, no te hagas el inocente conmigo! —resopló disgustado—. ¿Tu tío? ¡Las narices! ¿Crees que me chupo el dedo? ¡Como si no viera que lo llevas prisionero por la forma en que lo tienes agarrado por el pescuezo! ¿Crees que no sé lo que te propones? Sé razonable. Dos tipos pueden hacer este trabajo mejor que uno. Yo conozco muchas maneras de hacer que un hombre hable. Te apuesto lo que quieras a que si le masajeamos un poco sus partes con un hierro de marcar al rojo, nos dirá enseguida dónde tiene escondida la pasta.
Tío Esaú empalideció bajo sus bigotes y yo exclamé absolutamente indignado:
—¿Qué dices, mofeta asquerosa? ¿Cómo te atreves a pensar que tengo secuestrado a mi propio tío por su plata? Debería meterte una bala entre la única ceja que tienes.
—Así que eres codicioso, ¿eh? —gruñó enseñando los dientes—. Quieres todo el botín para ti solo, ¿no es así? ¡Yo te enseñaré! —y rápido como un gato volteó el cubo de agua por encima de su cabeza y lo lanzó sobre mí. Yo me agaché a tiempo y le acertó en toda la cabeza a tío Esaú, que quedó tieso en el suelo y completamente empapado; Hawkins dio un rugido y se lanzó a por uno de los .45-90 de la pared. Se volvió con él y se lo arranqué de las manos de un balazo. Acto seguido se abalanzó sobre mí con los ojos desorbitados, blandiendo un cuchillo de monte que había sacado de la bota, y quemé mi siguiente cartucho cuando estaba ya encima de mí y antes de que pudiera usar de nuevo mi arma.
La dejé caer y forcejeé con él; rodamos por toda la cabaña y de vez en cuando tropezábamos con tío Esaú, que trataba de arrastrarse hacia la puerta, y la forma en que chillaba resultaba muy desagradable de oír.
Hawkins perdió su cuchillo en la melé, pero era casi tan corpulento como yo y tan duro como un gato montés. Nos pusimos de pie y nos atizamos con ambos puños, hecho lo cual nos abrazamos y volvimos a rodar por el suelo mordiéndonos, arañándonos y escupiéndonos, y en una de éstas pasamos sobre el tío Esaú y lo dejamos planchadito como un panqueque.
Finalmente Hawkins se apoderó de la mesa, que levantó como si fuera una tabla y la convirtió en astillas sobre mi cabeza; aquello me sacó de mis casillas, así que agarré la olla que estaba en el fuego y le golpeé la cabeza con ella, y alrededor de un galón de frijoles hirviendo se escurrieron por su espalda y se dejó caer en un rincón; y tan pesadamente, que los estantes temblaron soltándose de los troncos de la pared y todas las armas colgadas cayeron al suelo.
Se levantó con una pistola en la mano, pero sus ojos estaban tan cubiertos de sangre y frijoles calientes que falló el primer disparo, y antes de que pudiera apretar de nuevo el gatillo lo golpeé en la barbilla con tanta fuerza que le fracturé la mandíbula y, torciendo los tobillos, se derrumbó quedando fuera de combate.
Entonces miré en torno en busca de tío Esaú; había desaparecido y la puerta principal estaba abierta. Salí corriendo de la cabaña y ahí estaba él, tratando de montar a Capitán Kidd. Le grité que esperara, pero pateó a Capitán Kidd en las costillas y salió disparado perdiéndose entre los árboles. Sólo que no se dirigía hacia el Norte, de vuelta a War Paint, sino al Sudeste, aparentemente en dirección a Hideout Mountain. Recogí mi pistola del suelo y salí a escape tras él, aunque no tenía muchas esperanzas de atraparlo. El cayuse de Grizzly era un buen caballo, pero no podía compararse a Capitán Kidd.
No lo habría alcanzado de no haber sido por la determinación de Capitán Kidd a no ser montado por nadie más que por mí. Tío Esaú debía ser un jinete fenomenal para aguantar tanto tiempo como lo hizo.
Pero finalmente, Capitán Kidd se cansó de aquella mamarrachada, y en el preciso instante en que cruzó el camino que habíamos estado siguiendo cuando se desbocó, inclinó la cabeza y comenzó a contorsionarse violentamente, frotándose los belfos contra la hierba y tratando de cocear las nubes del cielo con sus talones.
Podía ver los picos de las montañas entre tío Esaú y la silla, y cuando Capitán Kidd empezó a encabritarse y retorcer su cuerpo de un lado a otro parecía la ira desatada del Día del Juicio; pero de alguna manera tío Esaú consiguió aguantar hasta que Capitán Kidd se empeñó en despegarse de la tierra como si quisiera echarse a volar, y tío Esaú abandonó la silla con un grito de desesperación y salió disparado contra un roble rojo.
Capitán Kidd soltó un bufido de desprecio, trotó hasta un parche de hierba y comenzó a mordisquearla; yo por mi parte desmonté y procedí a sacar a tío Esaú de entre las ramas. Su ropa estaba desgarrada, y su piel tan arañada como si hubiera sido acariciado por una jauría de gatos monteses; un buen mechón de su mostacho ondeaba al viento enganchado a una rama.
Pero estaba lleno de odio y hostilidad.
—Ya entiendo el porqué de este tratamiento —dijo amargamente, como si yo tuviera la culpa de que Capitán Kidd lo lanzara contra el roble—, pero no te daré ni un centavo. Nadie más que yo sabe dónde está oculto el botín; puedes arrancarme de cuajo las uñas de los pies si lo deseas, pero no diré nada.
—Sé que tiene dinero escondido —repliqué muy ofendido—, pero no lo quiero.
Resopló con aire escéptico y repuso en tono sarcástico:
—¿Entonces por qué me arrastras por estas malditas colinas?
—Porque pá desea verle —repliqué—. Pero es inútil que siga haciéndome todas esas estúpidas preguntas. Pá me dijo que mantuviera la boca cerrada.
Miré en torno en busca del caballo de Grizzly y vi que se había alejado. Seguro que no había sido entrenado correctamente.
—Ahora tengo que ir a buscarlo —le dije con disgusto—. ¿Se quedará aquí hasta que lo traiga de vuelta?
—Claro —asintió—. Claro... Ve y trae a ese animal. Yo te esperaré aquí.
Pero lo observé atentamente y sacudí la cabeza.
—No quiero que parezca que desconfío de usté —dije—, pero veo un brillo en sus ojos que me hace pensar que tiene la intención de huir en cuanto vuelva la espalda. Odio tener que hacer esto, pero mi deber es llevarle sano y salvo a Bear Creek; así que lo mantendré atado con mi reata hasta que regrese.
Pues bien, me mantuve firme a pesar de los horribles gritos que profería y, cuando me alejé de allí con Capitán Kidd, estaba convencido de que no sería capaz de desatar los nudos que hice. Lo dejé tendido en la hierba junto al camino y su retórica era dolorosa de escuchar.
Ese condenado animal se había apartado más de lo que yo imaginaba; se desplazó un trecho hacia el norte a lo largo del sendero y luego se volvió y se condujo en dirección oeste. Después de un rato escuché caballos al galope en alguna parte a mi espalda, y me inquietó pensar qué pasaría si la banda de Hawkins hubiera regresado a su guarida, y su jefe les hubiera hablado de nosotros y enviado tras nuestra pista para capturar al pobre tío Esaú y torturarlo hasta que revelara dónde había escondido sus ahorrillos. Lamenté no haber tenido suficiente sentido común para ocultar a tío Esaú en la espesura y evitar que fuera visto por cualquier jinete que pasara por el camino, y había resuelto dejar ir al caballo y regresar, cuando lo vi ramoneando entre los árboles justo en frente de mí.
Lo agarré y lo llevé de vuelta al camino, con la intención de soltarlo a unas pocas yardas al norte de donde había dejado a tío Esaú; pero antes de avistarlo siquiera, escuché golpeteo de cascos y crujir de sillas de montar delante de mí.
Me detuve en lo alto de una cuesta y avizoré el camino, y allí vi a un grupo de hombres cabalgando hacia el norte... ¡y tío Esaú iba con ellos! Dos de los jinetes avanzaban en paralelo y a él lo llevaban en un caballo que marchaba entre ambos. Le habían quitado las ligaduras que le puse, pero no parecía muy contento. Al instante comprendí que mis temores eran ciertos. La banda de Hawkins nos había seguido y ahora tenían al pobre tío Esaú entre sus garras.
Solté el caballo de Hawkins y eché mano de mi arma, pero no me atreví a abrir fuego por temor a herir a tío Esaú, pues sus captores lo flanqueaban estrechamente. En vez de eso me adelanté, arranqué una rama de roble tan gruesa como mi brazo y cargué cuesta abajo al grito de:
—¡Yo lo salvaré, tío Esaú!
Aparecí de forma tan repentina e inesperada que aquellos tipos no tuvieron tiempo de hacer otra cosa que gritar antes de que los embistiera. Capitán Kidd cayó en tromba sobre sus monturas como una avalancha a través de árboles jóvenes, y marchaba tan ciegamente que fui incapaz de controlarlo a tiempo de evitar que se llevara por delante al caballo de tío de Esaú. El pobre hombre aterrizó en la hierba con un chillido.
Todos los hombres a mi alrededor aullaban empuñando y disparando sus armas. Yo me incorporé sobre los estribos y empecé a repartir estacazos a diestro y siniestro; astillas de madera y corteza de roble y cuajarones de sangre llovían en abundancia, y en un segundo el suelo quedó tapizado de cuerpos retorciéndose de dolor... los gritos y maldiciones eran algo terrible de escuchar. Los cuchillos relampagueaban y las pistolas rugían, pero los ojos de los forajidos estaban demasiado llenos de sangre y virutas para poder apuntar; y en el fragor de la lucha, mientras las armas vomitaban el plomo de sus entrañas, las bestias relinchaban, los hombres gritaban y mi estaca de roble iba y venía —¡crack, crack, crack!— rebotando de cráneo en cráneo, ¡otra banda se abalanzó desde el norte y sus miembros aullaban como hienas rabiosas!
—¡Ahí está! —gritó uno de los recién llegados—. Lo veo gateando en círculo bajo esos caballos. ¡A por él muchachos! ¡Tenemos más derecho que nadie a su plata!
Al cabo de un instante irrumpieron entre nosotros enzarzándose con los miembros de la otra banda y machacándoles la cabeza con sus pistolas; en un periquete se lió allí la trifulca a tres bandas más encarnizada que podáis imaginar; hombres luchando en el suelo y a caballo, todos mezclados y enredados: dos bandas tratando de exterminarse mutuamente y yo repartiendo mamporros generosamente a los miembros de una y otra.
Mientras tanto tío Esaú permanecía en el suelo debajo de nosotros, jurando en arameo y cananeo y a merced de las bestias, pero finalmente liberé suficiente espacio con un movimiento devastador de mi tarugo y me agaché, lo agarré con una mano, lo colgué cabeza abajo de la silla y comencé a abrirme camino a estacazo limpio.
Sin embargo, un tipo enorme perteneciente a la segunda banda vino cargando hacia nosotros a través de la melé aullando como un indio, con la sangre de un corte en su cuero cabelludo corriéndole por el rostro. Me disparó un cartucho vacío y luego, inclinándose en su silla, agarró a tío Esaú por un pie.
—¡Vamos! —aulló—. ¡Esta carroña es mía!
—¡Suelta a tío Esaú antes de que te haga daño! —rugí tratando de liberar a tío Esaú, pero el forajido lo tenía bien enganchado y tío Esaú chillaba como un gato montés atrapado en un cepo para lobos. Así que alcé lo que quedaba de mi garrote y lo quebré sobre la cabeza del bandido, y éste rindió su alma a Dios con un gorgoteo. Entonces di media vuelta a Capitán Kidd y lo hice galopar como el viento. Aquellos tipos estaban demasiado ocupados luchando entre sí para percatarse de mi huida. Alguien me disparó con un Winchester, pero lo único que consiguió fue agujerearle la oreja a tío Esaú.
Los sonidos de la matanza se desvanecían detrás de nosotros conforme avanzábamos por el camino en dirección sur. Tío Esaú parecía furioso por algo. Nunca he visto a nadie refunfuñar de esa manera, pero sentí que no había tiempo que perder, así que no me detuve hasta varias millas más allá. Entonces frené a Capitán Kidd y le pregunté:
—¿Qué decía usté, tío Esaú?
—¡Soy un hombre roto! —jadeó—. Toma mi secreto y deja que me entregue a la patrulla. Todo lo que quiero ahora es una cómoda y segura estancia en prisión.
—¿Qué patrulla? —pregunté yo pensando que debía estar bebido, aunque no podía imaginar de dónde había sacado el alpiste.
—La patrulla de la que me liberaste —aclaró—. Cualquier cosa es preferible a verse arrastrado a través de estas infernales montañas por un palurdo homicida.
—¿Patrulla? —repetí como un bobo—. Pero, ¿y la segunda banda?, ¿quiénes eran?
—Los rufianes de Grizzly Hawkins —dijo, y agregó con amargura...
—Incluso ellos serían preferibles a lo que estoy sufriendo. Me rindo. Yo sé cuándo estoy vencido. El botín está escondió en un roble hueco a tres millas al oeste de Gunstock.
No presté ninguna atención a sus palabras, porque mi cabeza era un torbellino. ¡Una patrulla! Por supuesto; el sheriff y sus hombres nos habían seguido desde War Paint a lo largo del camino de Bear Creek, encontraron a tío Esaú atado y creyeron que había sido secuestrado por un forajido en vez de ser invitado a visitar a sus parientes. Probablemente estaba demasiado enojado para desmentirles. Yo no lo había rescatado de los bandidos: ¡se lo había arrebatado a una patrulla que pensaba que lo estaba rescatando!
Entretanto tío Esaú no paraba de gritar:
—Bueno, déjame ir, ya te he dicho dónde está el dinero. ¿Qué más quieres?
—Tienes que venir a Bear Creek conmigo... —empecé a decir; y tío Esaú aulló y fue preso de una especie de convulsión, y lo primero que supe es que se había contorsionado, sacado mi pistola de su funda y disparado, tan cerca de mí cara, que me chamuscó el flequillo. Agarré su muñeca y Capitán Kidd se desbocó como hace siempre que tiene la oportunidad.
—¡Todo tiene un límite! —grité—. ¡Por muy familiar mío que sea! ¡Es usté un viejo maníaco!
Marchábamos sobre crestas y repechos a una velocidad vertiginosa peleándonos a lomos de Capitán Kidd... yo para quitarle el arma y él para asesinarme con ella.
—Si no fuera usté pariente mío, tío Esaú —le advertí iracundo—, ¡ya habría perdido los estribos!
—¿Por qué sigues llamándome por ese nombre? —gritó echando espumarajos por la boca—. ¿Quieres añadir sal a la herida?... —Capitán Kidd se desvió repentinamente y tío Esaú se derrumbó sobre su cuello. Lo agarré de la camisa y traté de detenerlo, pero la tela se desgarró. Cayó de cabeza a tierra y Capitán Kidd lo pasó por encima. Me detuve tan pronto como pude y di un suspiro de alivio al ver lo cerca que estábamos de casa.
—Ya estamos llegando, tío Esaú —le dije, pero él no hizo ningún comentario. Estaba como frío.
Poco después remontaba la cuesta de la cabaña familiar con mi excéntrico pariente colgando del arzón, y echándomelo al hombro entré y me dirigí a pá, que estaba tirado en su piel de oso; solté mi carga en el suelo con disgusto y le dije:
—Bueno, ¡aquí está!
Pá lo miró y dijo:
—¿Quién es éste?
—Cuando le limpie la sangre —respondí—, verá que es el tío Esaú Grimes. Y —añadí amargamente— la próxima vez que quiera invitarlo a que nos visite, hágalo usté mismo. Es el viejo más ingrato que haya visto nunca. «Peculiar» no es calificativo para él; está más loco que una cabra.
—¡Pero si éste no es el tío Esaú! —exclamó pá.
—¿Qué quiere decir? —pregunté irritado—. Ya sé que su ropa está desgarrada, que su jeta está un poco arañada, desollada y deformada por los golpes, pero si se fija bien en sus mostachos verá que son de color rojo... a pesar de la sangre.
—Los bigotes rojos se vuelven grises con el tiempo —dijo una voz, y yo me giré y desnudé mi artillería cuando un hombre apareció por la puerta.
Era el viejo del mostacho gris con el que había intercambiado plomo en las cercanías de War Paint. No echó mano de su arma, se limitó a retorcerse el bigote y mirarme como si yo fuera un fenómeno de circo o algo así.
—¡Tío Esaú! —exclamó pá.
—¿Qué? —grité—. ¿Usté es tío Esaú?
—¡Ciertamente lo soy! —me espetó.
—Pero no llegó en la diligencia... —empecé a decir.
—¡La diligencia! —resopló tomando la jarra de pá y vertiendo el licor sobre el hombre en el suelo—. Eso está bien para las mujeres y los niños, pero yo viajo a caballo. Hice noche en War Paint y esta misma mañana salí para Bear Creek. De hecho, Bill —se dirigió a pá—, venía hacia aquí cuando este muchachote me salió al paso —señaló un vendaje en su cabeza.
—¿Quieres decir que Breckinridge te disparó? —exclamó pá.
—Parece que es cosa de familia —gruñó tío Esaú.
—Pero entonces, ¿quién es éste? —grité señalando al hombre que yo había confundido con tío Esaú, que empezaba a volver en sí.
—¡Soy Chisom Badger! —dijo agarrando la jarra con ambas manos—. Exijo ser apartado de ese lunático y entregado al sheriff.
—Él, Bill Reynolds y Jim Hopkins robaron un banco en Gunstock hace tres semanas —explicó el tío Esaú, el auténtico, quiero decir—. Una patrulla los capturó, pero habían escondido el botín en algún lugar y no revelaron dónde. Se fugaron hace unos días, y no sólo la justicia los buscaba, también todas las bandas de forajidos para descubrir dónde habían ocultado el botín. Hubo una gran redada. Debieron pensar que abandonar la región en diligencia sería lo último que se esperaría de ellos y que no serían reconocidos en War Paint.
—Pero yo reconocí a Billy Reynolds cuando volví a War Paint para que me vendaran la cabeza después de que me dispararas, Breckinridge. El médico estaba remendándolo y también a Hopkins. Conocí a Reynolds en Arizona. El sheriff y la patrulla salieron detrás de ti y yo los seguí cuando me arreglaron la cabeza. Por supuesto, yo no sabía quién eras tú. Aparecí cuando el pelotón se enfrentaba a la banda de Hawkins y con mi ayuda acorralamos a los forajidos. Entonces seguí tu rastro de nuevo. Bonita jornada de trabajo, acabando con dos de las peores bandas de forajidos del Oeste. Uno de los hombres de Hawkins dijo que Grizzly se encontraba en su cabaña y la patrulla se hizo cargo de él.
—¿Qué vais a hacer conmigo? —clamaba Chisom.
—Bueno —dijo pá—, limpiaremos tus heridas, te vendaremos y entonces le diré a Breckinridge que te lleve de vuelta a War Paint... Eh, ¿qué le pasa ahora?
Badger Chisom se había desmayado.