—¡Aah! —chillé al verme acorralado.
El profesor Tetrikus se agachó y me agarró con fuerza por uno de los tobillos.
—No escaparás de mí, Jerry —dijo fríamente.
—¡Suélteme! ¡Suélteme! —Intenté escabullir-me, pero tenía una fuerza increíble. Y no conseguía liberarme—. ¡Socorro! ¡Que alguien me ayude! —chillé con todas mis fuerzas para que mi voz se oyera a pesar de los pianos.
—Quiero tus manos, Jerry —continuó—. Tus maravillosas manos.
—¡No puede hacer eso!
La puerta se abrió de golpe.
El señor Toggle entró corriendo en la sala, con expresión confusa. Echó una rápida ojeada al enorme auditorio.
—¡Señor Toggle! —exclamé sintiendo un gran alivio—. ¡Ayúdeme! ¡Está loco!
—¡Tranquilo, Jerry! —gritó el señor Toggle.
—¡Ayúdeme! ¡Rápido!
—¡Tranquilo! —repitió.
—Jerry, no podrás huir de mí —dijo el profesor Tetrikus sujetándome fuertemente.
Mientras luchaba por liberarme, vi que el señor Toggle corría hacia la pared del fondo. Abrió un armario de metal, tras el que había un panel de control.
—¡Tranquilo! ¡Tranquilo! —no dejaba de repetir.
Desconectó uno de los mandos del panel.
Al instante, el profesor Tetrikus me soltó.
Me arrastré, resoplando por el esfuerzo.
El profesor se quedó estático. Los brazos le colgaban a ambos lados del cuerpo. Tenía los ojos cerrados y la cabeza inclinada de un modo muy extraño.
Estaba completamente inmóvil.
«¡Es como un robot!», pensé asombrado.
—¿Estás bien, Jerry? —preguntó el señor Toggle, que había corrido a mi lado.
Yo temblaba de pánico. La música martilleaba dentro de mi cabeza. Todo empezó a darme vueltas.
Me llevé las manos a los oídos, intentando mitigar ese horripilante estruendo.
—¡Que paren de tocar! ¡Dígales que paren! —grité.
El señor Toggle se apresuró de nuevo hacia el panel de control y tiró de otro cable.
La música cesó. Las manos pararon en seco de tocar y los profesores dejaron de balancear la cabeza.
—¡Robots! ¡Todos son robots! —murmuré todavía tembloroso.
El señor Toggle se acercó de nuevo a mí.
—¿Estás bien? —insistió preocupado.
—El profesor Tetrikus… es un robot… —susurré.
—Sí, él es mi creación más preciada —declaró el señor Toggle sonriendo. Puso su mano sobre el hombro sin vida del profesor Tetrikus—. ¿A que parece de verdad?
—Todos… son robots —balbucí señalando a los profesores, totalmente estáticos junto a los pianos.
El asintió.
—¡Bah! Ésos son muy anticuados —prosiguió orgulloso, apoyándose sobre el profesor—. No son modelos tan avanzados como mi buen amigo, el profesor Tetrikus.
—¿Usted ha hecho todo esto? —pregunté.
El señor Toggle asintió satisfecho:
—Sí, todos y cada uno de ellos.
No conseguía dejar de temblar. Me sentía mal. Quería salir de allí.
—Gracias por detenerlos. Supongo que el profesor Tetrikus se ha estropeado, o algo parecido. Bueno…, ahora tengo que irme —dije en voz baja.
Me dirigí hacia la puerta. Me sentía débil.
—Todavía no —dijo. Me puso la mano en el hombro con delicadeza.
—¿Cómo? —Me giré hacia él.
—Aún no puedes irte —dijo con tono grave—. Verás, necesito tus manos.
—¿Qué?
Señaló un piano que había en una de las paredes. Junto a él, había un profesor como los demás, sonriente, estático. Pero no se veían ningunas manos sobre aquel teclado.
—¡Ése será tu piano, Jerry!