—¡Suélteme! —chillé.

Haciendo caso omiso de mi súplica y apretándome la muñeca con más fuerza, me lanzó una mirada de amenaza.

—Estas manos son perfectas, perfectas… —murmuró.

—¡Noo!

Finalmente conseguí liberarme, me levanté de un salto y eché a correr hacia la puerta.

—¡Vuelve aquí, Jerry! —gritó él muy enfadado—. ¡No tienes escapatoria!

Empezó a perseguirme, corriendo a grandes zancadas a pesar de la rigidez de su cuerpo.

Empujé la puerta y miré desesperado a ambos lados del oscuro pasillo que, como siempre, estaba vacío. Sólo se oía el estrépito de los pianos.

—¡Vuelve, Jerry! —vociferó.

—¡Noo! —grité de nuevo.

Dudé unos instantes. Intentaba recordar el camino correcto, el que llevaba a la salida. Sin pensarlo más, salí de estampida.

El ruido de mis pasos retumbaba a lo largo del pasillo. Corrí tan rápido como pude, más rápido de lo que jamás había corrido en mi vida.

Tanto, que oía la música de los pianos como un zumbido lejano.

Pero, para mi sorpresa, el profesor Tetrikus seguía detrás de mí.

—¡He dicho que vuelvas, Jerry! —gritó de nuevo. Su voz no denotaba que estuviera cansado—. ¡Vuelve! No podrás escapar de mí.

Volví la vista atrás y vi que cada vez lo tenía más cerca.

Presa del pánico, sentí como si fuera a asfixiarme. Me costaba respirar, me dolían las piernas, el corazón me latía con tanta fuerza que parecía a punto de estallar.

Doblé otra esquina y seguí corriendo por otro pasillo.

¿Dónde estaba? ¿Me había vuelto a perder?

No podía saberlo. Aquel pasillo era exactamente igual que todos los demás.

«Quizás él tenga razón. ¡Quizá no pueda salir nunca de aquí!», pensé aterrorizado, sintiendo el pulso en las sienes.

Me introduje en un nuevo corredor. ¡Ojalá encontrara al señor Toggle! Tal vez él me ayudaría. Pero no había nadie. Sólo música y más música.

—¡Vuelve, Jerry! ¡No te servirá de nada intentar escapar!

—¡Señor Toggle! —chillé con voz aguda, casi sin aliento—. ¡Señor Toggle, ayúdeme! ¡Ayúdeme, por favor!

Al doblar una nueva esquina, casi me caigo. El suelo estaba resbaladizo. Me detuve para hacer una inspiración profunda y vi una enorme puerta frente a mí. ¿Sería la salida?

No lograba recordarlo. Aún jadeando, empujé con ambas manos para tratar de abrirla.

—¡No! —Oí el grito del profesor Tetrikus detrás de mí—. ¡No, Jerry! ¡No entres en el auditorio!

Demasiado tarde. Ya estaba dentro.

Era una sala inmensa, poco iluminada.

La música allí era ensordecedora, como el retumbar de truenos interminables.

Al principio, no podía ver con claridad, pero, poco a poco, empecé a distinguir las cosas.

Había largas hileras de pianos. Y junto a cada uno de ellos, un profesor. Todos eran muy parecidos. Todos movían alegremente la cabeza al compás de la música.

Esta no cesaba de sonar.

Todos los pianos tocaban a la vez, pero yo no conseguía ver quién los tocaba.

De repente, me quedé paralizado de terror. ¡Eran manos!

¡Manos!

¡Manos humanas que se deslizaban solas sobre los teclados!