Ambos nos volvimos hacia el piano.

Bonkers estaba paseándose sobre el teclado.

Kim sonrió aliviada.

—Qué gracioso, Jerry. He estado a punto de creerte —dijo.

—Pero… Kim… —farfullé.

La estúpida gata me había hecho quedar mal.

—Nos vemos en la escuela —dijo Kim—. Me encantan tus historias de fantasmas.

—Gracias —dije resignado.

Inmediatamente después me dirigí a la sala de estar para echar a Bonkers del piano.

Aquella noche no pude dormir bien. El piano volvió a despertarme.

Me incorporé y vi que la cama estaba totalmente deshecha.

Las sombras del techo parecían moverse al compás de la música.

Al escuchar de nuevo aquella melodía que me resultaba tan familiar, me despejé del todo.

Esta vez no se trataba de Bonkers. Seguro que era el fantasma.

Me levanté de la cama. Fuera, el viento sacudía las desnudas ramas de los árboles.

Desde la puerta de mi habitación, oí la música con más claridad.

¿Debía bajar a la sala de estar?

¿Tenía el valor suficiente?

¿Desaparecería el fantasma al verme?

Lo cierto es que me horrorizaba volver a ver aquella espeluznante calavera.

No obstante, decidí que no podía quedarme allí, en la puerta. Tampoco podía volver a la cama como si nada sucediera. Tenía que resolver aquel enigma de una vez por todas.

Una fuerza invisible me impulsó a bajar.

Mientras atravesaba el pasillo, pensé que quizás en esta ocasión papá y mamá oirían también la música.

Puede que incluso vieran al fantasma. ¡Ojalá por fin me creyeran!

Cuando empecé a bajar las escaleras, la imagen de Kim me vino a la cabeza. Ella tampoco me creía. Pensaba que sólo pretendía hacerme el gracioso.

Pero la realidad era que sí había un fantasma en mi casa. Un fantasma que tocaba el piano. Y yo era el único que lo sabía.

Atravesé la salita y continué hasta llegar al comedor.

La melodía sonaba tranquila, apacible, aunque a mí me parecía macabra.

Me detuve titubeante frente a la puerta de la sala de estar: ¿Se desvanecería en el aire al verme entrar? ¿Estaría esperándome?

Armándome de valor, respiré hondo y entré.