—¡Señor Toggle! ¿Qué ha sido eso?

El inventor estaba enfrascado en los cables de la gorra que me había enseñado. Levantó la vista con parsimonia.

—¿El qué?

—¡Ese grito! —le dije señalando el armario—. He oído una voz.

El señor Toggle frunció el ceño.

—¡Ah! No es nada. Es sólo material inservible —murmuró volviendo a su trabajo.

—¿Cómo? ¿Material inservible? —No estaba seguro de haberle entendido.

—Sí, trastos que ya no utilizo —repitió—. Más vale que te des prisa, Jerry. El profesor Tetrikus debe de estar impaciente.

Oí de nuevo aquella voz pidiendo auxilio débilmente:

—¡Ayúdame, por favor!

No sabía qué hacer. El señor Toggle me miraba, parecía un poco irritado.

No tenía opción, así que di media vuelta y me dirigí hacia el aula. Aquellos débiles gritos seguían sonando en mis oídos.

Era sábado por la tarde. El camino de la entrada estaba cubierto por unos centímetros de nieve, y salí a retirarla con la pala. No era mucha, teniendo en cuenta que había nevado durante toda la noche.

El día había amanecido claro y el cielo era de un azul intenso. El aire fresco y limpio invitaba a hacer ejercicio, así que no me molestó tener que quitar la nieve.

Cuando ya casi había terminado y me empezaban a doler los brazos, vi a Kim Li Chin. Bajaba de un Honda de color negro, con la funda del violín en la mano. Seguro que venía de clase.

La había visto un par de veces en la escuela pero, desde aquel día en que salió corriendo, no habíamos vuelto a charlar.

—¡Kim! —la llamé, apoyándome en la pala casi sin aliento—. ¡Hola!

Le dio el violín a su madre y me devolvió el saludo. Después, vino hacia mí, avanzando con dificultad debido a la nieve.

—¿Qué tal te va? —preguntó—. Menuda nevada la de anoche, ¿eh?

Asentí con la cabeza:

—Sí, ¿quieres ayudarme? —le dije mostrándole la pala—. Todavía me queda la acera.

—No, gracias —dijo riendo. Su risa era alegre, como un tintineo. Me recordó el sonido de dos copas al brindar.

—¿Vienes de la clase de violín? —le pregunté.

—Sí, estoy ensayando una pieza de Bach. Es bastante difícil.

—Vas más adelantada que yo —comenté—. Yo todavía estoy con las notas y las escalas.

Su sonrisa se desvaneció y se quedó pensativa.

Hablamos durante un rato sobre la escuela. Le pregunté si quería entrar en casa para tomar una taza de chocolate o alguna otra cosa.

—¿Y qué pasa con la acera? —preguntó ella señalándola—. Creí que tenías que limpiarla.

—No te preocupes. Mi padre estará encantado de hacerlo —bromeé.

Mamá preparó dos tazones de chocolate caliente. Como de costumbre, me quemé la lengua al primer sorbo.

Kim y yo fuimos a la sala de estar. Ella se sentó en la banqueta del piano y tocó un par de notas con suavidad.

—Suena de maravilla —dijo con expresión seria—. Mejor que el piano de mi madre.

—¿Por qué saliste corriendo aquel día? —solté de repente.

Había estado dándole vueltas a la cabeza desde entonces. Tenía que saber la respuesta.

Ella bajó la vista hacia el piano y fingió no haberme oído.

—Kim, ¿por qué te fuiste de aquel modo de la escuela? —insistí.

—Por nada en especial —respondió finalmente evitando mirarme a los ojos—. Llegaba tarde a clase. Eso es todo.

Dejé el tazón sobre la mesita de té y me recliné en el sofá.

—Te estaba explicando que iba a ir a la Academia Tetrikus, ¿recuerdas? Entonces, pusiste una cara muy rara y te fuiste corriendo.

Kim suspiró. Apoyó la taza en la falda. Me percaté de que la apretaba con fuerza.

—Jerry, la verdad es que no quiero hablar de ello —dijo con voz dulce—. Me da miedo.

—¿Miedo? —dije sorprendido.

—¿Acaso no has oído las historias que cuentan sobre esa academia?