Ante mí se extendía un pasillo largo y estrecho, muy oscuro. Tardé un rato en acostumbrarme a aquella penumbra.
Las paredes eran de un tono plomizo. Mis pasos retumbaban por el corredor y el eco de las notas de un piano se propagaba en todas direcciones.
«¿Dónde estará el despacho del profesor Tetrikus?»
Seguí avanzando por el pasillo. La luz era cada vez más tenue. Al llegar al final, giré a la derecha y continué por otro corredor. La música se oía cada vez más fuerte.
Había puertas de color marrón oscuro a ambos lados. Las puertas tenían unas ventanillas redondas. A medida que avanzaba, iba mirando a través de ellas; en cada clase había un profesor sonriente meneando la cabeza al compás de la música.
El sonido de los pianos se convirtió en un bramido, un mar de olas de música chocando contra las paredes.
«¡Qué montón de alumnos tiene el profesor Tetrikus! —pensé—. ¡Deben de haber por lo menos cien pianos tocando!»
Recorrí un pasillo, luego otro.
De repente me di cuenta de que me había perdido. No tenía ni idea de dónde me hallaba.
«Aunque quisiera, no podría encontrar el camino de salida.»
—¡Profesor Tetrikus! ¿Dónde está usted? —susurré. Mi voz fue engullida por aquel estrépito de música que retumbaba por todo el edificio.
Empecé a sentirme asustado.
«¿Y si me quedo atrapado en este laberinto?» Me imaginé dando vueltas por aquellos pasillos eternamente, en medio de aquel ruido ensordecedor, sin poder encontrar la salida.
—Jerry, déjate de tonterías —me dije en voz alta.
Algo me llamó la atención. Me detuve y miré hacia el techo. Había una cámara de vídeo justo encima de mí. Era como las cámaras que hay en los bancos y en los grandes almacenes.
¿Me estaría alguien observando desde algún sitio?
En ese caso, ¿por qué no acudían en mi ayuda?
Aquella situación empezaba a irritarme. ¿Pero qué clase de academia era aquélla? No había indicaciones, ni despachos ni nadie que saliera a recibirme.
En uno de los pasillos, oí un ruido estridente, muy extraño. Al principio, pensé que de nuevo se trataba de la música de un piano.
El ruido fue en aumento, parecía acercarse a mí. En medio de aquel estruendo, distinguí un gemido agudo que fue cobrando más y más fuerza.
El suelo empezó a temblar.
Cuando enfilaba un oscuro pasillo, vislumbré un monstruo enorme que asomaba por el otro extremo. Su gigantesco cuerpo brillaba bajo la débil luz, como si fuera de metal. Su cabeza, rectangular, oscilaba rozando el techo.
Los pies de la bestia golpeaban con fuerza el suelo mientras se encaminaba hacia mí dispuesta a atacarme. Sus ojos, a ambos lados de la cabeza, lanzaban destellos de furia.
—¡Noo! —grité acongojado.
Me respondió con otro penetrante gemido. Entonces bajó la cabeza, como si se preparara para embestirme.
Di media vuelta, decidido a escapar.
Para mi sorpresa, vi al profesor Tetrikus en el pasillo. Observaba complacido cómo aquella bestia gigantesca se acercaba a mí.