—¡Unas manos perfectas! ¡Perfectas! —declaró el profesor Tetrikus.
—Gracias —respondí un tanto incómodo.
Estaba sentado en la banqueta del piano, inclinado hacia delante con las manos extendidas sobre el teclado. El profesor Tetrikus estaba de pie a mi lado, con la mirada fija en mis manos.
—Vuelve a tocar este fragmento —me indicó mirándome a los ojos. La sonrisa desapareció de sus labios y adoptó una expresión grave—. Presta mucha atención, hijo. Toca despacio y concéntrate en las manos. Tus dedos están vivos. Recuerda, ¡vivos!
«Mis dedos están vivos, mis dedos están vivos —repetí para mis adentros—. ¡Qué idea más ridicula!»
Empecé a tocar, concentrado en las notas de la partitura, que estaba sobre el piano. Era una melodía sencilla, una pieza de Bach para principiantes. Pensé que lo estaba haciendo bastante bien.
—¡Los dedos! ¡Los dedos! —gritó el profesor Tetrikus. Se inclinó sobre el teclado, acercando su rostro al mío—. ¡Recuerda! ¡Los dedos están vivos!
«¡Pero qué manía tiene este hombre con los dedos!»
Cuando acabé, levanté la vista y vi que fruncía el ceño.
—No está mal, Jerry —dijo amablemente—. Ahora, inténtalo un poco más rápido.
—Me he equivocado en algunas notas —confesé.
—Sí, hacia la mitad de la pieza has perdido un poco la concentración —admitió él.
Me cogió las manos y las colocó sobre el teclado.
—Otra vez —me ordenó—. Pero más rápido.
Y concéntrate. Concéntrate en las manos.
Respiré hondo y empecé de nuevo. Pero me aturrullé ya al inicio de la pieza. Volví a empezar, y esta vez sonó bastante bien, sólo desafiné en algunas notas.
Me preguntaba si papá y mamá estarían escuchando, pero recordé que habían ido a comprar al supermercado.
El profesor Tetrikus y yo estábamos solos en casa.
Acabé la pieza y apoyé las manos sobre las rodillas con un suspiro.
—Bastante bien. Ahora más rápido —ordenó el profesor.
—Quizá deberíamos probar ahora con otra pieza —sugerí—. Ésta se me está haciendo aburrida.
—Esta vez más rápido —replicó sin hacerme ningún caso—. Las manos, Jerry. ¡Recuerda que las manos están vivas! ¡Déjalas respirar!
—¿Que las deje respirar?
Me miré las manos como si esperara de ellas una respuesta.
—¡Empieza! —insistió el profesor Tetrikus inflexible, acercándose a mí—. ¡Más rápido!
Suspiré y empecé a tocar de nuevo. La misma aburrida melodía.
—¡Más rápido! —gritó—. ¡Más rápido, Jerry!
Toqué más rápido. Los dedos se movían aporreando las teclas. Intenté concentrarme en las notas, pero iba demasiado deprisa para seguirlas.
—¡Más rápido! —gritó exaltado, sin apartar la vista del teclado—. ¡Eso es! ¡Mucho más rápido, Jerry!
Mis dedos se movían a tal velocidad que parecían fuera de control.
—¡Más deprisa! ¡Más deprisa!
¿Tocaba las notas correctas? Era imposible saberlo. No podía ni oírlas.
—¡Rápido! ¡Rápido! —continuó el profesor Tetrikus chillando con todas sus fuerzas—. ¡Más rápido! ¡Las manos están vivas! ¡Vivas!
—¡Es imposible! ¡No puedo! —grité desesperado—. ¡Por favor!
—¡Más rápido!
—¡No puedo más! —insistí.
Intenté parar, pero mis manos continuaban moviéndose.
—¡Parad! ¡Parad! —les grité horrorizado.
—¡Más rápido! ¡Toca más rápido, Jerry! —Los ojos se le salían de las órbitas. Tenía la cara totalmente roja—. ¡Las manos están vivas!
—¡No! ¡Por favor! ¡Parad! ¡Parad de tocar! —les imploré. ¡Pero estaban realmente vivas! ¡No podían parar!
Los dedos volaban sobre las teclas. Las notas inundaban el salón con un estrépito sobrecogedor.
—¡Más rápido! ¡Más rápido! —insistió el profesor.
A pesar de mis gritos desesperados implorándoles que se detuvieran, mis manos obedecieron al profesor Tetrikus y continuaron tocando, cada vez más deprisa.