Salí corriendo hacia la puerta.
—¡John!
—Tengo que irme.
—¡Pero mira cómo vas!
Me miré. Aún tenía el dedo cubierto de aquella materia viscosa, y el delantal y los guantes teñidos de color rosa por la sangre. Me los quité y los tiré a la basura.
—¿Adónde vas? —preguntó mi madre, pero no le contesté; salí corriendo por la puerta y me apresuré a ir a casa de Brooke.
Marci llevaba diciendo cosas sobre Brooke desde la noche del baile. Hablaba de lo valiente y fuerte que era, de la relación tan estrecha que tenía conmigo. Cuando la vimos en el Friendly Burger, Marci prácticamente echaba chispas de lo celosa que estaba y cuando la llamé de madrugada para advertirla sobre el demonio, en lo primero que pensó fue en Brooke.
«¿Cómo puede viajar esa cosa sin ser vista? ¿A qué velocidad se mueve? Desde que Marci murió han pasado… cuatro horas, puede que cinco. ¿Será demasiado tarde?»
Subí las escaleras que llevaban al porche de Brooke de un brinco y aporreé la puerta.
—¡Abre!
Oí pasos dentro de la casa y volví a golpear la puerta con el puño. La madre de Brooke me abrió.
—Hola, John…
—¿Ha ido Brooke al instituto?
—Eh… —Se quedó callada por la sorpresa—. Oh, no, no; dijo que se encontraba mal y…
La aparté y entré a toda prisa; recorrí el pasillo a la carrera y subí las escaleras. La distribución de la casa era diferente de la de Crowley, pero no fue difícil adivinar qué puerta daba a la habitación cuya ventana estaba en la esquina trasera. Giré bruscamente al llegar al final de la barandilla mientras la madre de Brooke me chillaba y golpeé la puerta de la habitación con los puños.
—¡Brooke! Brooke, abre, soy John.
—No quiero ver a nadie.
Su voz parecía muy débil.
«No, por favor; no.» Sacudí el pomo, pero estaba cerrada por dentro.
—Es importante, tienes que dejarme entrar.
«Si ya la tienes dentro, no sé cómo salvarte.»
—¡John Cleaver! —gritó su madre, que subía corriendo las escaleras y venía a por mí—. ¿Qué te has creído?
—Por favor, Brooke, puede que aún estemos a tiempo, ¡tienes que abrir la puerta! —Estampé la mano en la puerta con tanta fuerza que estuve a punto de rompérmela—. ¡Abre!
La madre de Brooke me agarró por detrás y tiró de mí, pero yo intenté apartarla.
—No lo entiende —grité— ¡Brooke está en peligro!
De pronto oí el clic del cerrojo y la puerta se abrió unos centímetros. Me abalancé hacia delante y arrastré a su madre conmigo. La voz de Brooke se escapó por la rendija.
—No pasa nada, mamá.
La puerta se abrió del todo y allí estaba ella. Tenía ojeras, como si no hubiese dormido en varios días. Se movía lentamente, con rigidez, como una zombi que acabase de volver de entre los muertos. Dejé de forcejear y me quedé mirándola boquiabierto.
—No.
«Ya es demasiado tarde.»
—Tienes muy mal aspecto —dijo su madre, que me soltó y me apartó para acercarse hasta Brooke—. ¿Estás bien? Creo que voy a llamar al médico.
—No es nada, mamá; estoy… cansada, nada más. Dentro de unas horas estaré mejor.
—No —repetí y choqué contra la barandilla—. Por favor, dime que no.
—¿Qué pasa? —preguntó su madre.
—No es nada, mamá —dijo Brooke—. John se ha enterado de que estaba enferma y ha venido a ver qué tal me encontraba. Debo de tener un aspecto horrible para que haya reaccionado de esa manera.
Sonrió con debilidad; estaba ligeramente rígida.
Su madre frunció el ceño.
—Me da igual lo que le pase, Brooke: quiero que se marche ahora mismo. John, no sé qué piensas que estás haciendo, pero tal y como has irrumpido en mi casa, creo que debería llamar a la policía.
Me quedé mirando a Brooke con la mente entumecida. «¿Qué hago? ¿Cómo puedo detenerla? Si ya está dentro de ella, no puedo hacer nada en absoluto.»
—Ya me voy —dije. Su madre me soltó y di un paso hacia las escaleras—. Yo… Lo siento.
—John, estoy bien —dijo Brooke—. De verdad. Antes estaba fatal, pero ahora me siento… perfectamente.
«Se acabó.»
Cerré la puerta de mi cuarto y me dejé caer sobre la cama; me tapé los ojos y apreté los dientes hasta que me dolió toda la mandíbula.
«Ahora Nadie está dentro de Brooke. Nadie está en Brooke. No puedo matar a una sin acabar con la otra.»
Sonó el teléfono, pero no le hice ningún caso. Mi madre ya escucharía los mensajes del contestador cuando subiese. Viajé hacia atrás en mi memoria, siguiendo el camino que había recorrido Nadie, de chica en chica. «Tiene que haber algo de lo que no me he dado cuenta; una pieza fundamental que permite que todo encaje y tenga sentido.» El demonio empezó en… No lo sabía. En un cadáver que nadie había encontrado aún. De allí se apoderó de Jenny Zeller, pasó un tiempo dentro de ella y en junio la mató y saltó a Allison Hill. Se quedó dentro de Allison durante dos meses y después cambió a Rachel. «¿Qué dijo Rachel la mañana que murió Allison? “Anoche me llamó cinco veces.”» Entonces sucedió lo mismo con Rachel, que se pasó la noche del baile obsesionada con Marci; y por fin ésta se había obcecado con Brooke. Saqué una libreta de la mochila y anoté lo siguiente: «Concentración intensa en la nueva anfitriona justo antes de matar a la actual.»
¿Qué era lo que daba lugar a esa obsesión? ¿Se trataba simplemente de una lenta caza en la que yo era la presa? Eso no tenía sentido: si el demonio sabía quién era yo, no le hacía falta ir saltando de una chica a otra; podría haber venido directamente a por mí. Y aquella madrugada, cuando me sinceré con Marci y le conté lo de los demonios, en realidad estaba hablando con Nadie. Le estaba diciendo que era yo a quien buscaba. La caza había terminado y solamente tenía que matarme, pero en lugar de hacerlo, acabó con su anfitriona y se metió en Brooke. Yo no era su objetivo, tenía que haber algo más.
El teléfono volvió a sonar con insistencia; se oía por toda la casa, pero seguí sin contestar. «¿Qué le he dicho a Marci esta mañana? —pensé—. ¿Qué ha pasado en nuestra conversación que le haya hecho querer dejarla y pasar a poseer a Brooke?» Yo le había alertado de la asesina; le había dicho que iría a su casa; le había advertido de que mientras no estuviese sola estaría a salvo. ¿Era por eso? Puede que se asustase y creyera que, si no salía de Marci en ese momento, no volvería a estar sola y no tendría una nueva oportunidad. Y ahora que había ido a ver a Brooke, ¿era consciente de que me había dado cuenta de todo? ¿Acababa de ponerla también en peligro?
«¿A quién quiero engañar? Brooke jamás saldrá de ésta con vida.»
Quizá fuese otra cosa; puede que haber mencionado específicamente a los demonios hubiese provocado que Nadie matase a Marci y entrase en Brooke. Yo le estaba hablando de los demonios y su primera respuesta fue… no sé qué sobre Brooke. Me preguntó si yo había estado en la casa y le contesté que sí, y entonces ella dijo que «Brooke también estuvo allí». Quizá quisiera convertirse en ella por la experiencia que había vivido con Forman.
O puede que lo importante fuese la experiencia que compartimos ella y yo al vivir juntos lo de Forman. Aunque no estuviese intentando matarme, no cabía duda de que se iba acercando cada vez más a mí. ¿Tenía algún otro plan que no tuviese ninguna relación con el asesinato?
«Me dijo que me quería: ésas fueron sus últimas palabras. Me pregunto si aquélla era Marci arreglándoselas para enviarme un último mensaje.»
«¿O era Nadie?»
El teléfono volvió a sonar. De pronto sentí como si tuviera un gran agujero en el estómago; la cabeza me daba vueltas y tenía una especie de vértigo. ¡Riiiing! Salí a rastras de la cama y abrí la puerta de la habitación. ¡Riiiing! Recorrí el pasillo, paso a paso, y miré el teléfono. El identificador de llamada decía Watson: la familia de Brooke. Descolgué el auricular. ¡Riiiing! Apreté el botón.
—¿Sí?
—Hola, John. —Era Brooke, su voz aún sonaba débil y muy baja—. ¿Qué tal?
—Bien.
«¿Por qué me llama? ¿Sabrá que me he dado cuenta de todo? ¿Qué está haciendo?»
—Quería pedirte disculpas por lo de mi madre —dijo—. Ya sabes cómo pueden ser los padres. ¿Qué haces?
No sabía qué contestar. «¡Estoy hablando con un demonio!» Miré las paredes, las ventanas, cualquier cosa que me hiciera reaccionar, pero la cabeza no me funcionaba. «Ésta es la cosa que mató a Marci.»
—¿Sigues ahí? —preguntó ella.
Cerré los ojos.
—Eres tú, ¿verdad?
Ella tosió.
—Disculpa que tenga la voz tan mal, estoy un poco ronca. Soy Brooke.
—No, no eres Brooke. Eres Nadie, ¿verdad? Eres la amiga de Forman.
Silencio. El ruido de la línea de teléfono, un poco de ruido blanco, el reloj haciendo tictac. Ella inspiró, cogió aire muy suavemente, tanto que apenas fue audible. Moví los pies con inquietud.
Su voz se volvió la sombra de un susurro.
—¿Cómo lo has sabido?
—Has matado a Marci —dije—. Las has matado a todas.
—No…
—Y también vas a matar a Brooke. ¿Cuánto tiempo le queda?
—No —susurró—. Nunca más.
—¿Qué estás haciendo? ¿Por qué matas a todas esas chicas?
—Yo no quería hacerlo. Nunca he deseado lastimar a nadie, pero… Ya no aguantaba más. Pero ahora ya estoy bien; todo eso ha quedado atrás.
—¿Qué es lo que ha quedado atrás? ¿Matar? ¿Por qué dices eso?
—Creí que Marci iba a ser la última, de verdad. Era más guapa que Rachel y más lista, tenía novio y parecía muy feliz… Pero nada de eso era real. Era una dejada. Estaba gorda. Era muy boba.
—Marci era genial —interrumpí—. Y no estaba gorda ni mucho menos.
—Venga ya —espetó. Era la voz de Brooke, pero sonaba más dura y fría de lo que ella había sido jamás—. Marci era una imbécil. Rachel era patética, pero al menos estaba flaca. Brooke, por otro lado, es perfecta. Es alta, delgada, es como si fuera… un árbol. O una brisa, quizá. Tiene el pelo largo y cuidado, no como el de Marci, que parecía pelo de rata de tantos nudos que tenía. Ella es limpia y su habitación, muy luminosa.
—Estás loca.
—Tú eras la última pieza —dijo—. Me di cuenta cuando viste a Brooke en el Friendly Burger de que la querías. Yo podía…
—Yo no quiero a nadie.
—Lo vi en tus ojos —dijo—. Vi cómo la mirabas. Y con ella has compartido cosas que Marci nunca ha tenido. Yo creía que iba a conseguir que te quedaras conmigo, pero las cosas fueron a peor, y esta madrugada me has llamado para avisarme y al final has hablado de ella…
—Tú eres la que has hablado de Brooke, no yo.
—Tú has mencionado a los demonios —replicó—. Había empezado a pensar que quizá fueras tú, por todos los recuerdos de Marci, pero no he estado segura hasta que lo has dicho esta madrugada. Tú eres el cazador y eso es lo que yo quería por encima de todo lo demás: por eso vine aquí.
—¿A matarme?
—¡No! —insistió—. Vine a unirme a ti. Por eso sabía que tenía que ser Brooke, porque ella había compartido esas vivencias contigo. John, son horribles; son malignos y horrorosos, y debemos destruirlos a todos. Yo puedo ayudarte. Puedo guiarte hasta ellos y tú puedes matarlos… Podemos estar juntos.
—Pero tú eres una de ellos.
—¡No lo soy! —dijo lo más alto que le permitía su voz ronca y débil—. No soy uno de los dioses de Kanta, ángeles o como él quisiera llamarlos. Soy Brooke Watson. Son una chica humana guapa y perfectamente normal.
Kanta. Ése era el otro nombre de Forman, el que usaba entre el resto de los demonios. Nadie más lo conocía. Si me quedaba alguna duda de que Brooke fuese Nadie, aquella palabra las acababa de disipar.
—¿Es que no ves lo perfecta que es la situación? —preguntó en tono de súplica—. Puedo ayudarte. Podemos permanecer juntos y destruirlos a todos. Podemos deshacernos de ellos, eliminarlos para siempre. Tú consigues a la chica que siempre has querido y yo te tengo a ti, para siempre.
«Alguien con quien cazar —pensé—. Alguien con quien hablar.» La tentación se apoderó de mí con más fuerza de lo que hubiese podido imaginar: alguien con quien pasar la vida, que nunca me abandonaría, que siempre se quedaría conmigo y que haría las cosas que yo también quería. Saber que, sin importar qué hiciera ni adónde fuese, Brooke siempre iba a estar allí vigilándome, ayudándome, sonriendo y contenta de verme…
Siempre atrapada dentro de su propio cuerpo, indefensa y asustada. Siempre que la mirase a los ojos sabría que hay un demonio devolviéndome la mirada, estudiándome, esperando a que…
«Yo siempre lo sabría y Brooke también.»
«Y Nadie.»
—No durará —dije—. La matarás y ya está.
—Ni hablar.
—Eso es lo que pensabas de Marci y ¡mira lo que ha pasado! ¿Cuántas veces ha ocurrido?
Silencio.
—¿Cuántas? —exigí saber—. ¿Cuántas veces has matado a una chica inocente porque era muy baja, demasiado alta o tenía los dientes torcidos? ¿Cuántas veces te has suicidado y una pobre chica se ha cruzado en tu camino?
—No soy yo…
—¡Sí lo es! Odias a los demonios, pero tú eres exactamente eso. Te odias a ti misma. No importa lo perfectas que sean las chicas, siempre serán despreciables, porque tú estás dentro de ellas.
—¡No! —Su voz se convirtió en un rugido sin rastro de debilidad, de crudeza aterradora.
«Estoy poniendo a Brooke en peligro —pensé—. Tengo que hacer que se calme y se ponga contenta mientras pienso cómo actuar.»
—¡Tú no tienes idea de lo que es esto! —gritó—. No sabes lo que tengo que sufrir día tras día por culpa de ser una de ellos.
—Lo siento —dije mientras buscaba un plan—. Tienes razón. Esta vez será diferente porque… me tienes a mí.
Se quedó callada un instante.
—John, te quiero.
Cerré los ojos.
«No mates a Brooke.»
—Estás enferma porque estás acomodándote al cuerpo nuevo, ¿verdad?
—Sí.
—¿Cuándo te sentirás mejor?
—Mañana. No debería tardar mucho.
—Entonces te veré mañana. Podemos ir a algún lado y hablar.
—¿Una cita?
Respiré hondo.
—Sí, una cita. ¿Te parece bien?
—Me parece maravilloso.
—Entonces, perfecto. Nos vemos mañana. Yo… —«No puedo decirlo»—. Nos vemos.