No conocía muy bien a Jenny Zeller. En realidad nadie la conocía bien. Supongo que por eso se suicidó.
Sé que tenía amigos y que en el instituto participaba en muchas cosas. Cuando éramos críos ella jugaba con una amiga suya a los unicornios, pero de eso me acuerdo solamente porque su amiga me parecía muy mona. Al acabar primaria, la amiga se mudó y Jenny se presentó a la comisión de estudiantes, aunque no para el puesto de presidenta, sino para uno de esos cargos menores tan raros como secretaria o tesorera. Los carteles de su campaña tenían dibujos de gatos, así que supongo que le gustaban. Pero no ganó. Cuando llegamos al instituto ya le había perdido la pista por completo. Según el obituario, Jenny conocía perfectamente la lengua de signos americana, aunque ése no es el tipo de dato que hace que la gente se acuerde de ti; es el tipo de información que lees en una necrológica y dices: «Ah, mira.»
A principios de julio su suicidio resultó una noticia impactante para todos. No dejó ninguna nota; simplemente, se fue a la cama por la noche, al parecer un poco más triste que de costumbre, y al día siguiente su madre la encontró en el suelo del baño con las muñecas rajadas. Y la cuestión es que yo he visto muchas muertes: durante el último año he visto a mi vecino de enfrente sacar unas garras de la nada y destripar a tres personas; he sacado a rastras de un coche a mi terapeuta, prácticamente sin cabeza (oh, qué gran ironía); y he pasado tres días encadenado en el sótano de un psicópata mientras él torturaba y mataba un montón de mujeres desvalidas. He visto excesivas cosas horripilantes y mucha sangre, y algunas de ellas las he hecho yo mismo. Resumiendo: me han pasado muchas cosas, pero la muerte de Jenny Zeller fue diferente. De algún modo, este suicidio tan simple del que ni siquiera fui testigo fue el que más me costó digerir.
Verás, yo no quería matar a esa gente. Lo hice para salvar la localidad de Clayton de un par de asesinos despiadados, pero para lograrlo tuve que infringir todas las normas que yo mismo me había impuesto. Se podría decir que arriesgué la vida por Jenny Zeller, aunque no la conociera demasiado.
Pero ¿de qué sirve salvarle la vida a una persona si se la va a quitar ella misma de todos modos?