Diana Lovesey estaba pensando, entristecida, que el verdadero amor no duraba mucho tiempo.
Cuando Mervyn se enamoró de ella, se complacía en acceder a todos sus deseos, cuanto más caprichosos mejor. En un abrir y cerrar de ojos estaba preparado para conducir hasta Blackpool para comprarle un palo de azúcar cande, tomarse una tarde libre para ir al cine, o dejarlo todo y volar a París. Le encantaba visitar todas las tiendas de Manchester, en busca de una bufanda de cachemira en el tono verdeazulado apropiado, salir de un concierto a la mitad porque ella se aburría, o levantarse a las cinco de la mañana para ir a desayunar a un café de obreros. Sin embargo, esta actitud no duro mucho después de la boda. Pocas veces le negaba algo, pero pronto dejó de complacerse en satisfacer sus caprichos. El placer se transformó en tolerancia, y después en impaciencia, y en ocasiones, hacia al final, en desprecio.
Ahora, se estaba preguntando si su relación con Mark seguiría la misma tónica.
Durante todo el verano había sido su esclava, pero ahora pocos días después de fugarse juntos, se habían peleado. ¡Estaban tan enfadados la segunda noche que ni siquiera habías dormido juntos! En mitad de la noche, cuando estalló la tormenta y el avión corcoveó como un caballo salvaje, Diana se asustó tanto que casi se tragó el orgullo y acudió a la litera de Mark, pero eso hubiera sido humillante sobremanera, de modo que se había quedado inmóvil, pensando que iba a morir. Había confiado en que él viniera, pero Mark era tan orgulloso como ella, y eso la había enfurecido todavía más.
Esta mañana apenas se habían dirigido la palabra. Diana se había despertado justo cuando el avión aterrizaba en Botwood, y cuando se levantó, Mark ya había ido a tierra. Ahora, estaban sentados frente a frente en los asientos de pasillo del compartimento número 4, fingiendo que desayunaban. Diana jugueteaba con algunas fresas y Mark desmenuzaba un panecillo sin comerlo.
Ya no estaba segura de por qué se había enfurecido tanto al averiguar que Mervyn compartía la suite nupcial con Nancy Lenehan. Había pensado que Mark se solidarizaría con ella y la consolaría, pero en cambio había puesto en duda su derecho a enfurecerse, insinuando que seguía enamorada de Mervyn. ¿Cómo podía decir eso, cuando lo había abandonado todo para huir con él?
Paseó la vista a su alrededor. La princesa Lavinia y Lulu Bell mantenían una inconexa conversación. Ninguna había dormido por culpa de la tempestad, y ambas parecían agotadas. A su izquierda, al otro lado del pasillo, el agente del FBI, Ollis Field, y su prisionero, Frankie Gordino, comían en silencio. El pie de Gordino estaba sujeto con unas esposas al asiento. Todo el mundo tenía aspecto de cansancio y malhumor. Había sido una larga noche.
Davy, el mozo, entró y se llevó los platos del desayuno. La princesa Lavinia se quejó de que sus huevos escalfados estaban demasiado blandos y el tocino demasiado hecho. Davy les ofreció café, pero Diana no quiso.
Miró a Mark y forzó una sonrisa.
—No me has hablado en toda la mañana —dijo.
—¡Porque pareces más interesada en Mervyn que en mí! Diana se sintió un poco arrepentida. Tal vez tenía derecho a estar un poco celoso.
—Lo siento, Mark. Te aseguro que eres el único hombre que me interesa.
Mark cogió su mano.
—¿Lo dices en serio?
—Sí. Me siento fatal. Me he portado muy mal. Mark acarició el dorso de su mano.
—Sabes… —El la miró a los ojos, y Diana observó, sorprendida, que estaba a punto de llorar—. Tengo mucho miedo de que me dejes.
No se esperaba eso. Su sorpresa fue total. Nunca había imaginado que Mark tuviera miedo de perderla.
—Eres tan encantadora, tan deseable, podrías conseguir a cualquier hombre, y no acabo de creer que me quieras. Temo que comprendas tu equivocación y cambies de opinión. Diana estaba conmovida.
—Eres el hombre más adorable del mundo, por eso me enamoré de ti.
—¿Ya no te importa Mervyn?
Ella vaciló un solo momento, pero fue suficiente. El rostro de Mark se transformó de nuevo.
—Te importa —dijo con amargura.
¿Cómo se lo podía explicar? Ya no estaba enamorada de Mervyn, pero éste aún ejercía cierto tipo de poder sobre ella.
—No es lo que piensas —respondió, desesperada.
Mark retiró su mano.
—Pues acláramelo. Dime qué es.
En aquel momento, Mervyn entró en el compartimento. Miró a su alrededor, localizó a Diana y dijo:
—Te pillé.
Los nervios se apoderaron al instante de Diana. ¿Qué ocurría? ¿Estaba enfadado? Confió en que no hiciera una escena. Miró a Mark. Estaba pálido y tenso. Respiró hondo y dijo:
—Escuche, Lovesey… No queremos otra discusión, así que lo mejor será que se vaya.
Mervyn no le hizo caso y habló a Diana.
—Hemos de hablar de esto.
Ella le estudió, preocupada. Su idea de una conversación, podía ser un monólogo; a veces, «hablar» se convertía en una arenga. Sin embargo, no parecía agresivo. Intentaba mantener imperturbable su expresión, pero Diana tuvo la impresión de que ocultaba cierta timidez. Eso despertó su curiosidad.
—No quiero ningún follón —dijo, cautelosa.
—Prometo que no habrá ningún follón.
—Muy bien. Adelante.
Mervyn se sentó a su lado, miró a Mark y dijo:
—¿Le importaría dejarnos solos unos minutos?
—¡Coño, pues sí! —vociferó Mark.
Los dos la miraron, y ella comprendió que debía tomar una decisión. En realidad, le habría gustado quedarse a solas con Mervyn, pero heriría a Mark. Vaciló, temerosa de apoyar a uno de los dos. Al final, pensó: «He dejado a Mervyn y estoy con Mark; debería ponerme de su lado».
—Habla, Mervyn —dijo, con el corazón acelerado—. Si no puedes decir lo que sea delante de Mark, no quiero escucharlo.
Mervyn aparentó sorpresa.
—Muy bien, muy bien —dijo, irritado. Después, recobró la serenidad y volvió a mostrarse suave—. He estado pensando en algunas de las cosas que dijiste. Sobre mí. Sobre mi frialdad hacia ti. Sobre lo desdichada que has sido.
Hizo una pausa. Diana no dijo nada. Esto no era propio de Mervyn. ¿Qué se avecinaba?
—Quiero decir que lo lamento de veras.
Diana se quedó estupefacta. Intuía que lo decía en serio. ¿Que había producido este cambio?
—Yo quería hacerte feliz —prosiguió Mervyn—. Era lo único que deseaba desde la primera vez que estuvimos juntos. Nunca quise que fueras desgraciada. No es justo que seas infeliz. Te mereces la felicidad porque tú la das. Basta que entres en un sitio para que la gente sonría.
Los ojos de Diana se llenaron de lágrimas. Sabía que era cierto: la gente disfrutaba mirándola.
—Es un pecado entristecerte —dijo Mervyn—. No lo volveré a hacer.
¿Iba a prometer que sería bueno, se preguntó Diana, con una punzada de temor? ¿Iba a suplicar que volviera con él? Ni siquiera deseaba que se lo pidiera.
—No pienso volver contigo —dijo, nerviosa.
Mervyn hizo caso omiso de la frase.
—¿Mark te hace feliz? —preguntó.
Ella asintió con la cabeza.
—¿Será bueno contigo?
—Sí, sé que lo será.
—No habléis de mí como si no estuviera presente! —exclamó Mark.
Diana cogió la mano de Mark.
—Nos queremos —dijo a Mervyn.
—Sí —por primera vez, una levísima expresión de desdén cruzó por el rostro de Mervyn, pero enseguida desapareció—. Sí, me parece que sí.
¿Se estaba ablandando? Nunca se había portado así. ¿Tenía algo que ver la viuda con la transformación?
—¿Te dijo la señora Lenehan que vinieras a hablar conmigo? —preguntó Diana, suspicaz.
—No, pero sabe lo que voy a decir.
—Me gustaría que se diera prisa en soltarlo —dijo Mark.
—Tranquilo, chico… Diana todavía es mi mujer —dijo Mervyn en tono desdeñoso.
Mark no cedió ni un milímetro.
—Olvídelo. No tiene ningún derecho sobre ella, así que no trate de inventarse uno. Y no me llame chico, abuelito.
—No empecéis —intervino Diana—. Mervyn, si tienes algo que decir, hazlo, y no intentes escurrir el bulto.
—Muy bien, muy bien, no es tan complicado —respiró hondo—. No voy a interponerme en tu camino. Te pedía que volvieras conmigo y te negaste. Si crees que este tipo va a triunfar donde yo fracasé, haciéndote feliz, buena suerte a los dos. Os deseo lo mejor —hizo una pausa y les miró—. Eso es todo.
Se produjo un momento de silencio. Mark quiso decir algo, pero Diana se le adelantó.
—¡Maldito hipócrita! —había comprendido en un instante lo que pasaba en realidad por la cabeza de Mervyn, y se quedó sorprendida por la furia de su reacción—. ¿Cómo te atreves?
—¿Cómo? ¿Por qué…? —balbuceó Mervyn, estupefacto.
—Eso de que no te vas a interponer en nuestro camino es pura mierda. No nos desees suerte, como si estuvieras haciendo un sacrificio. Te conozco demasiado bien, Mervyn Lovesey. ¡Sólo renuncias a algo cuando ya no lo quieres! —Se dio cuenta de que todo el compartimento escuchaba ávidamente, pero estaba demasiado enfurecida para tenerlo en cuenta—. Sé lo que estás planeando. Te lo has pasado de miedo con la viuda esta noche, ¿verdad?
—¡No!
—¿No? —ella le examinó con atención. Tal vez decía la verdad—. Faltó poco, ¿verdad? —Leyó en su rostro que esta vez había acertado—. Te has enamorado de ella, y a ella le gustas, y ahora ya no me quieres… Ésa es la verdad, ¿no? ¡Admítelo!
—No admitiré algo semejante…
—Porque no tienes valor para ser sincero, pero yo se la verdad y todo el mundo en el avión la sospecha. Me has decepcionado, Mervyn. Creía que tenías más redaños.
—¡Redaños!
Le había ofendido.
—Exacto. Te has inventado una lamentable historia acerca de no interponerte en nuestro camino. Bien, te has ablandado… ¡Los sesos se te han ablandado! ¡No nací ayer, y no puedes engañarme tan fácilmente!
—Muy bien, muy bien —dijo Mervyn, levantando las manos en un gesto defensivo—. Te he ofrecido la paz y la has rechazado. Haz lo que te dé la gana —se puso en pie—. Por la forma en que hablas, cualquiera diría que soy yo quien se ha fugado con su amante —se encaminó a la puerta—. Avísame cuando te vayas a casar. Te enviaré un cuchillo de pescado.
Salió.
—¡Bien! —La sangre aún hervía en las venas de Diana—. ¡Vaya cara!
Miró a los demás pasajeros. La princesa Lavinia apartó la vista con aire altivo, Lulu Bell sonrió, Ollis Field frunció el ceño, expresando su desaprobación, y Frankie Gordino dijo:
—¡Buena chica!
Por fin miró a Mark, preguntándose qué pensaba de la interpretación de Mervyn y de su estallido. Sorprendida, vio que sonreía ampliamente. Su sonrisa se le contagió.
—¿Qué te divierte tanto? —preguntó.
—Has estado magnífica —contestó Mark—. Estoy orgulloso de ti. Y complacido.
—¿Por qué complacido?
—Te has enfrentado a Mervyn por primera vez en tu vida.
¿Era verdad? Diana supuso que sí.
—Imagino que sí.
—Ya no estás asustada de él, ¿verdad?
Diana reflexionó.
—Tienes razón; ya no lo estoy.
—¿Te das cuenta de lo que eso significa?
—Significa que no estoy asustada de él.
—Significa más que eso. Significa que ya no le quieres.
—¿Tú crees? —preguntó, pensativa. No había parado de decirse que había dejado de querer a Mervyn hacía siglos, pero ahora investigó en el fondo de su corazón y comprendió que no era cierto. Todo el verano, incluso cuando le era infiel, había seguido siendo su esclava. Mervyn había continuado ejerciendo influencia sobre ella incluso después de que le abandonara. Los remordimientos la habían asaltado en el avión, hasta el punto de pensar en volver a su lado. Pero ya no.
—¿Cómo te sentaría que se liara con la viuda? —preguntó Mark.
—¿Qué más me da? —replicó, sin pensar.
—¿Lo ves?
Diana lanzó una carcajada.
—Tienes razón. Por fin se ha terminado.